Leyenda 145

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPÍTULO CXLV

LEALTAD PERDIDA

Planeta Adur.

—¡Más! —exclamó N´astarith con fuerza. En la distancia, podía verse la reñida pelea entre el Santo Kanon de Géminis y el Khan Leinad de Leviatán. Más allá, a algunos metros a lo lejos, Asiont y Areth batallaban contra Zura mientras que, en un sitio diferente, Marine, Dai y Poppu enfrentaban una desigual lucha contra la poderosa Guardia de Orichalcum de Hadora—. ¡Necesito más! —gritó el Señor Oscuro—. ¡Dejen que los golpeen con sus pequeños puños! ¡Déjenlos intentar combatirlos en grupos o por separado! ¡Háganlos pedazos hasta que no sean más que cenizas y sangre! ¡Háganlos temblar y suplicar! ¡No debe quedar ningún sitio en la Existencia libre de violencia y odio! La Oscuridad me está alimentando bien, mis amigos, pero nunca es suficiente. ¡Más, más! ¡Pronto tendré la fuerza absoluta y cruzaré el Portal Estelar para llegar al mundo de Celestia!

En los alrededores de las ruinas de lo que alguna vez fuera el más imponente templo de los Caballeros Celestiales, Tuxedo Kamen, Sailor Moon, Sailor Mars y Sailor Mercury luchaban contra una horda de feroces gnomulones inorgánicos. Estaban consiguiendo rechazarlos cuando una gigantesca columna de acerocreto se despegó del suelo y se precipitó en dirección a Sailor Moon. Tuxedo Kamen se volvió inmediatamente, lanzó una rosa roja contra el brazo de un gnomulón para inmovilizarlo y luego abrazó a Sailor Moon por los hombros. Los dos consiguieron apartarse antes de terminar aplastados. El pilar golpeó contra el suelo con violencia y se partió en varios pedazos.

Una enorme pared avanzó hacia Sailor Moon y Tuxedo Kamen, pero estos lograron escapar nuevamente dando un salto hacia un costado mientras Usagi gritaba y gimoteaba constantemente. Luego, un enorme árbol voló hacia la pareja por el aire, pero Sailor Mars usó su técnica especial Burning Mandala para incinerarlo antes de que pudiese alcanzar a Mamoru y a Usagi.

—¡Sailor Moon! —la llamó Sailor Mercury—. ¿Estás bien?

Usagi levantó la mirada hacia su amiga que se aproximaba corriendo para reunirse con ellos. Sailor Moon estaba totalmente desconcertada. Hasta el momento, los gnomulones inorgánicos no habían mostrado ser capaces de arrojar enormes objetos a distancia, pero supuso que tal vez poseían alguna clase de habilidad psíquica que apenas estaban dando a conocer.

—¿Quién demonios está arrojando cosas? —inquirió uno de los gnomulones inorgánicos con un grito, justo medio segundo antes de ser embestido por una segunda columna de acerocreto que salió disparada contra Sailor Mars.

—¡Malditas brujas! —chilló otro de los inorgánicos—. ¡Las mataremos por eso!

Mars…Flame Sniper!! (Saeta Llameante de Marte) —Sailor Mars extendió sus manos para ajustar una flecha de fuego que ardía en un arco hecho de llamas. Rei Hino disparó y la Saeta Llameante de Marte golpeó con un chisporroteó al pilar. En este instante se produjo una fuerte explosión que hizo que la columna se partiera en dos y cayera al suelo. Uno de los inorgánicos vio una oportunidad excelente para sorprender a Sailor Mars y petrificarla por la espalda, pero la Sailor Senshi se volvió para generar una segunda flecha que lanzó contra el gnomulón antes de que éste pudiera atacarla y le atravesó el pecho de lado a lado. El inorgánico se dobló hacia atrás un segundo antes de estallar en llamas.

—Buen tiro, Sailor Mars —la felicitó alguien desde la oscuridad.

La Sailor Senshi frunció el entrecejo y se volvió hacia un costado. No era la primera vez que oía esa voz.

—¿Quién eres tú?

—Ah, confío en que no hayas olvidado mi rostro porque yo nunca he dejado de pensar en todas ustedes, Rei Hino —Una figura masculina emergió a la luz de las tres lunas adurianas y se detuvo delante de las Sailor Senshi—. Es hora de hacerles pagar por todo lo que me hicieron en el pasado.

Sailor Mars retrocedió un paso.

—¡Tú eres… .

—No puede ser —murmuró Sailor Mercury, ajustando su visor para escrutar al hombre situado al frente de todas ellas—. No se trata de una ilusión o de un engaño. En verdad eres tú.

—Así es —dijo una voz—. No soy un fantasma o una aparición.

—Es imposible —musitó Tuxedo Kamen—. Creí que habías muerto.

Y allí, en medio de las ruinas del antiguo Templo de los Caballeros Celestiales, a un lado de la feroz batalla que todavía continuaba, vestido con un uniforme negro, estaba el General del Dark Kingdom llamado Jadeite.

Astronave Churubusco
Nivel Cuarenta y uno

Andrea Zeiva acercó su cara al rostro de su hermano, intentando percibir algún signo vital en él. José no respiraba. No parecía tener pulso. De pronto, los ojos de José Zeiva se abrieron tras el oscuro visor de la máscara de batalla que aún portaba y comenzó a incorporarse poco a poco.

—¡Hermano! —susurró la reina.

Zeiva miró con los ojos a la silueta de su hermana mayor.

—¿Dónde está el maldito enano?

Comprensivamente, estaba preocupado ante la posibilidad de que Vejita también se hubiera recuperado luego de la explosión. La detonación del acumulador de Arkonium que daba poder al traje de batalla de José Zeiva había devastado la sala de conferencias casi en su totalidad. Sólo la dureza de los fuertes muros de acerocreto y las consolas de control en las paredes habían protegido a Andrea, Misato y a los pocos embajadores, políticos, generales y soldados que aún quedaban vivos.

—Maldita sea —murmuró Zeiva, al tiempo que se incorporaba—. Esperaba que la explosión se hubiera ocupado de aniquilar a todos, pero no puse el generador a su máxima potencia por temor a matarme a mí mismo.

—¡Eres un miserable! —le espetó Misato, lanzando una rápida patada contra el rostro de Zeiva, pero éste levanto una mano para sujetar el pie de la comandante Katsuragi antes de que pudiera golpearlo—. ¿Qué? —exclamó Misato, parpadeando por el asombro.

—No te pases de lista, lindura —repuso Zeiva seriamente y luego arrojó el tobillo de Misato hacia lo alto para hacerla caer al piso—. Tal vez mi armadura esté seriamente dañada, pero no por eso pienses que estoy acabado. Apenas recupere la Espada del Fuego, todos estarán muertos.

Andrea Zeiva no se la pensó dos veces. Se lanzó al piso para tomar la Espada del Fuego de entre algunos escombros y alzarla en sus manos. Las llamas brotaron con fuerza de la hoja, alumbrando con brillo el rostro estupefacto de José Zeiva.

—No harás nada, hermano —advirtió la reina—. Tal vez no tenga poderes como los tuyos, pero sabes perfectamente que la hoja de esta espada puede herir incluso a Superman, así que será mejor que no te muevas.

—Bien jugado, hermana —repuso Zeiva retrocediendo.

Sabía que no tenía sentido andarse con juegos con su hermana. Pocas cosas en el universo podían bloquear la hoja llameante de la Espada del Fuego y aunque no era una esgrimista propiamente, Andrea había recibido entrenamiento militar durante su juventud y sabía usar una espada correctamente.

A pesar de que era más veloz, más fuerte y más alto que la mujer que tenía enfrente, José Zeiva sabía que no se había recuperado del todo de la explosión del acumulador de Arkonium y que Andrea podía, como una mera posibilidad fruto del azar, herirlo mortalmente agitando aquella hoja llameante, ya fuera incluso por accidente. Tenía que ganas unos minutos en los que se recuperaba del aturdimiento y reunir fuerzas para paliar la debilidad que sentía.

—Esto no tiene sentido, hermana, baja la espada.

—¡Nunca! Debería matarte —replicó Andrea—. ¡Te mataré!

Zeiva le dirigió esa sonrisa divertida de hermano menor que Andrea conocía desde que era una niña.

—No podrás hacerlo.

—¿Piensas que no me atrevería?

—Hubo un tiempo en que dudé que lo harías, pero ahora estoy convencido de que estás dispuesta a hacerlo. Has cambiado mucho desde que dejamos la Tierra hace tantos años y lo entiendo perfectamente.

La hoja cubierta de llamas titubeó un poco.

—¿Por qué estás haciendo esto? ¿No te das cuenta de que N´astarith sólo te está usando para sus fines y que al final te asesinará como hizo con Jesús Ferrer y sus hermanos? Cuando dejaste la Tierra, decías que lo que más te importaba era defender la Justicia y la Libertad y ahora eres otra persona.

—Sigo queriendo lo mismo que cuando vivíamos en la Tierra —dijo él, pero lo dijo con los dientes apretados—. Lo único que ha cambiado son los medios que he tomado para cumplir esos propósitos. Haré todo lo que sea necesario con tal de alcanzar las metas que me he fijado.

—¿Incluso asesinar a personas inocentes? —las lágrimas brotaron de los ojos de Andrea y resbalaron por sus mejillas—. Años atrás, cuando explorábamos el océano de universos paralelos que conforman la Existencia, reaccionaste con horror y enojo ante los crímenes de ese mutante llamado Magneto y ahora tú estás actuando del mismo modo que él, ¿no te das cuenta, hermano?

El rostro de José Zeiva se endureció.

—No me compares con ese genocida maniático. Magneto es un estúpido que asesina por cuestiones raciales que resultarían triviales en una civilización avanzada. Lo que yo pretendo va más allá de buscar el simple bienestar de una sola raza. Mi meta es terminar para siempre con todas las guerras que han asolado la galaxia y luego inaugurar una nueva era de prosperidad como jamás se ha visto. ¿Por qué demonios nadie lo quiere comprender?

—Pero N´astarith sólo ha traído el caos —protestó Andrea—. ¿Cómo puedes hablar de paz y prosperidad si estás de parte de ese lunático que amenaza incluso a otros universos? Él te está usando para lograr sus fines malvados.

—No pasará nada —murmuró José—. Deja que N´astarith se haga llamar Señor de los Imperios. Él hará el trabajo sucio, toda la opresión que generará para unir toda la Existencia para siempre. Unirla contra él. Se convertirá en el sujeto más odiado de la Historia. Y cuando llegué el momento adecuado… acabaré con él.

—¿Qué dices? —preguntó Andrea.

—No lo escuches, Andrea —le indicó Misato—. ¡Acaba con el!

—¿Te das cuenta, hermana? Al final de cuentas seré el único héroe de esta historia, como siempre lo planee desde el inicio. Todos me aclamarán como el salvador de todos los tiempos. Al fin podré ser el amo de todo —José levantó la mirada—. Y tendremos paz. Por siempre.

—¡Estás loco!

—¡Maldita sea! —clamó José Zeiva—. ¡Estoy tratando de salvar a la galaxia y a todos los universos! Soy el único que tiene las agallas para hacer lo necesario. La Existencia no necesita héroes timoratos como Superman o Thor. Ellos no tienen el valor para hacer lo necesario para eliminar el caos reinante.

—¿Al costo de lo que eres? —reviró Andrea—. Una vez fuiste un buen hombre, hermano. Todavía puedes serlo. Detén lo que estás haciendo.

—Se acabo la conversación, hermana, dame la espada ahora mismo.

—¡No te acerques! ¡Te mataré si es necesario!

—Te dije que no podrás hacerlo —Zeiva desenvainó la Espada del Relámpago con calma, y su hoja chisporroteó de vida—. Y no es porque piense que no eres capaz de asesinarme, sino porque tú nunca podrás derrotarme en un duelo.

—¡La espada de Jesús Ferrer! —exclamó Andrea con sorpresa—. Pero eso no puede ser posible. ¿Cómo es que tú la tienes? Jesús murió en el planeta Noat y nunca encontramos la Espada del Relámpago.

—El espíritu de mi viejo amigo me la entregó luego de que él murió. No tengo idea del por qué me la entregó, pero ahora es toda mía. Estoy seguro que aún recuerdas perfectamente que la Espada del Relámpago tiene un poder equiparable al de la Espada del Fuego.

—No lo he olvidado —contrarrestó Andrea, sosteniendo la hoja llameante en diagonal hacia abajo, empuñándolo a la altura del hombro—. Pero tú también debes tener presente que la Espada del Fuego puede bloquear cualquier ataque de la Espada del Relámpago.

Andrea dio un paso al frente, atacando con un golpe de derecha a izquierda. Pero la hoja de la Espada del Relámpago se situó bajo la de fuego con un ligero movimiento, levantándola de pronto y desviándola inofensivamente hacia arriba. La muñeca de José Zeiva se movió girando ligeramente, rodeando la Espada de Fuego con un giro repentino y arrancándosela de la mano con un tirón repentino, cayendo al suelo a lo lejos.

—Te lo dije, hermana —se burló José Zeiva—. Podrás tener ciertas nociones básicas de cómo utilizar una espada, pero yo no sólo soy un espadachín, sino que domino el arte de la esgrima. Ahora ríndete.

Desde detrás de él le dispararon una esfera de luz, mortal y precisa.

José Zeiva apenas consiguió volverse a tiempo, levantando la Espada del Relámpago, para rebotar el ataque hacia otra dirección. La bola de Chi voló hacia una de los muros de la habitación y explotó con fuerza, lanzando trozos de acerocreto en distintas direcciones y destruyendo una enorme pantalla de observación.

—¡Tú! —exclamó Zeiva, entornando la mirada—. Creí que la explosión del acumulador de Arkonium te había matado o al menos te mantendría inconsciente por más tiempo, pero eres un sujeto más resistente de lo que suponía. De todas formas, mi armadura me protegió del estallido y por eso resulté menos lastimado que tú.

Vejita tenía el rostro manchado de sangre, sudor y polvo. Sus vestimentas estaban chamuscadas en algunas partes y habían sido desgarradas en otras por la explosión. Su cabello era negro nuevamente. Esa era una señal inequívoca que había perdido su transformación de Súper Saiya-jin debido al breve período de inconciencia en el que había permanecido por algunos minutos. Con una mirada cargada de furia, Vejita bajó su brazo con la mano abierta y se acercó unos pasos.

—¿Vejita? —Andrea contempló al saiya-jin herido—. ¡Estás vivo!

—¡Esto no puede ser cierto! —exclamó Misato, pálida de miedo y con los ojos totalmente abiertos—. Ningún ser humano podría sobrevivir a un estallido como ese sin protección y ellos dos están como si nada. ¿Quiénes son estos sujetos y por qué pueden hacer esto? No entiendo lo que sucede.

Pero Vejita ignoró completamente a la comandante Katsuragi. No tenía ni el tiempo, ni la paciencia o la intención para hablarle acerca el poder del Ki o sobre la gran fortaleza de los guerreros saiyanos a una humana. Todo lo que tenía en su mente en aquel preciso instante era acabar con José Zeiva de una vez por todas.

—Sabandijas estúpidas —musitó Vejita con enojo y luego elevó el volumen de su voz—. ¿Creen que una explosión como esa podría acabar conmigo? ¡Yo soy el príncipe de los saiya-jins! ¡Soy el guerrero más poderoso del universo!

Mientras Vejita elevaba su Ki a la par de su rabia, Zeiva empleó la telequinesia para coger la Espada de Fuego y llevarla a su mano. La hoja de la Espada del Fuego se encendió nuevamente. Ahora tenía las dos espadas.

—De tu universo tal vez, pero ahora estamos en el mío —replicó Zeiva, guardando las espadas en sus fundas—. Y en este universo yo pongo las reglas, enano miserable. Sobreviviste, si, pero la explosión debe haberte debilitado lo suficiente para hacer las cosas más simples para mí. No necesito usar mi Radar de Poder para saber que no estás en tus mejores momentos.

José Zeiva alzó su mano y formó un puño. Las llamaradas alcanzaron a Vejita y le hirieron el pecho. El saiya-jin no sintió dolor al instante, aunque la quemazón le indicaba que le habían inflingido un daño serio. Dio un paso y levantó una mano, pero…

Otro disparo le dio en el hombro y lo obligó a dar un paso atrás. Permaneció inmóvil por unos instantes, luchando con la conmoción de haber sido herido mortalmente.

—Te voy a cocinar a fuego lento, enano —le dijo Zeiva.

Vejita ignoró el dolor que sentía y arremetió contra su oponente con un rápido puñetazo que le dio en la barbilla. Zeiva le miró con un asomo de rabia en la mirada, con su Chi aumentando al máximo.

«Maldita sea, Nocte», pensó José. «Esto no será tan simple como pensé. ¿Dónde demonios estás?»

Nivel treinta y nueve.

Las manos del soldado lerasino se alzaron por última vez. El último aliento escapó por su boca y el jadeo de la muerte marcó el final del banquete de Nocte. El cuerpo acorazado e inerte del hombre se desplomó a los pies de la vampira, junto a las siete victimas restantes.

Todos tenían la misma marca de los cuatro colmillos en la carne blanda del cuello. Con morbo, la Nosferatu se alimentaba luego de aterrorizar a sus presas. El sabor de la sangre que corría por la yugular le resultaba excitante, casi absoluto y eso era porque la presión de la sangre era intensa en los momentos previos a la muerte. La adrenalina le confería un hormigueo exótico al sabor metálico de la sangre y la delicada sinfonía de gritos, jadeos y exhalaciones continuaba deleitando a Nocte.

—No desesperes, amigo Zeiva —murmuró la vampira con una sonrisa malévola y divertida. En su mente podía percibir la delicada situación por la que pasaba su aliado y eso le causaba una insana excitación—. En unos instantes iré a salvarte porque todavía necesito de tu ayuda. Me pregunto a qué sabrá la sangre de un saiya-jin.

En el suelo, uno de los guardias gimió, aferrándose desesperadamente a la vida y tratando de arrastrarse en dirección a un panel de control. Nocte miró al hombre preso del dolor, el sufrimiento y el horror, lo cual le causaba un sumo placer. Se iba a deleitar saboreando el postre.

—Ayuda… —gimió el soldado vretaniano—. Alguien… .

Nocte levantó al soldado, le besó el cuello con ternura, justo encima de la yugular y luego sació ávidamente su sed.

Planeta Adur.

—Hay algo que todavía no termino de comprender —murmuró la Khan de armadura gris con grandes alas en su espalda. En el visor cristalino color rojizo que cubría su ojo izquierdo iban apareciendo y desapareciendo una serie de diversos caracteres—. Según el análisis de mi Escáner Visual, la armadura que portas está hecha de una poderosa aleación de Orichalcum y algunos otros materiales desconocidos. No obstante, tu armadura puede quebrarse fácilmente al ser expuesta a una temperatura inferior a los ciento veintitrés kenis. ¿Por qué portas una protección inferior a la de los llamados Santos de Oro sí puedes igualarlos en poder?

Ikki contempló a la Khan de armadura gris con grandes alas en su espalda. Era una mujer alta, de cabello negro y tez pálida. Su voz era fría y vacía. Pero, sin embargo, había un detalle más allá del físico o la armadura que llamaba poderosamente la atención de Ikki. Se trataba del aura que la guerrera despedía. Era una energía realmente poderosa, pero también estaba impregnada de una cierta frialdad que Ikki podía reconocer perfectamente.

—Soy Fabia de Quimera —declaró la guerrera con aire imperial—. ¿Crees que porque venciste a Cyntial podrás con nosotros cuatro? Toma en cuenta que ya hemos tenido la oportunidad de observar todas y cada una de tus técnicas en la batalla que acabas librar, Ikki.

—Tu aura es fría y tétrica —reconoció el Santo del Fénix—. Pero no pienses que eso va a intimidarme porque yo tengo a la diosa Atena de mi parte.

—Una diosa, ¿eh? —Fabia sonrió con burla—. Perdonarás mi falta de fe en las deidades, pero dudo mucho que tu diosa pueda ayudarte a sobrevivir. Cuando mis compañeros estuvieron en tu mundo, pudieron manejar a los Santos de Oro sin mucho problema y tu diosa no los ayudó. Es una cobarde que no hizo nada mientras sus Santos eran vencidos por mis camaradas.

—Vas a morir, miserable Santo de Bronce —amenazó Eneri de Cancerbero.

—Tú sólo no podrás vencernos —dijo Aicila.

Ikki devolvió, con descaro, la mirada de Fabia de Quimera y sopesó las fortalezas y debilidades de los guerreros de Abbadón ahí presentes. Tenía claro que eran combatientes poderosos y experimentados, pero los cinco Santos de Bronce siempre habían logrado salir adelante en la lucha contra las fuerzas del mal a pesar de la adversidad. ¿Acaso no habían logrado vencer a Saga de Géminis, los Dioses Guerreros de Asgard o el mismo dios Poseidón?

—Podemos captar la mayor parte de tus pensamientos, Ikki —dijo Bal de Gárgola con arrogancia—. Los Khan poseemos habilidades telepáticas altamente desarrolladas que nos permiten ver la mente de nuestros enemigos. Es cuestión de tiempo para que conozcamos todos tus secretos y luego los usaremos en tu contra para ir minando tu espíritu combativo.

El Santo de Bronce dejó escapar una ligera sonrisa.

—¿Humm? ¿Acaso te causa gracia lo que dije? —preguntó Bal con sorna.

—Si puedes leer mis pensamientos, entonces ya debes haberte dado cuenta la decepción tan enorme que me causan los Khan. No imaginaba que fuesen tan cobardes que tuvieran que recurrir a tales artimañas para vencer a sus enemigos. Adelante —lo desafió—. Lee mi mente si eso te hace sentir poderoso, eso no cambiaré el resultado de la pelea.

El Khan montó en cólera.

—¿Cómo te atreves a hablarnos así? —Bal de Gárgola se apartó la capa y aumentó el nivel de su Chi hasta que éste se hizo visible en forma de un aura de color violácea que chisporroteaba luz—. Voy a darte una paliza, pero no voy a matarte inmediatamente. Antes de darte el último golpe dejaré que veas como destripo a tu querido hermano Shun de Andrómeda y luego mataré a Seiya, ¿qué te parece?

Pero las amenazas de Bal no habían logrado minar la confianza de Ikki. El Santo de Fénix confiaba en su propia fuerza y en la gracia de la diosa Atena como pilares para ganar aquella contienda que estaba por iniciar.

Fabia caminó hacia el Santo del Fénix, pasando junto al cadáver de Cyntial sin la menor reticencia y se detuvo a unos metros de Ikki. Los otros Khan se aprestaron a colocarse junto a su compañera de armas y luego todos observaron fijamente al Santo de Bronce que permanecía imperturbable frente a ellos.

—¿Cuál de todos ustedes quiere ser el siguiente en morir? —los retó Ikki con aire desafiante—. Les haré pagar por todo los crímenes que cometieron en el Santuario de Atena. Tal vez quieran pelear los cuatro juntos contra mí, ¿no?

Eneri soltó una risotada escandalosa.

—Pero que sujeto tan insoportable resultó ser este tipejo —comentó la Khan de Cancerbero y luego volvió el rostro hacia la Khan de la Arpía, que aguardaba con una sonrisa de complicidad—. Creo que lo mataré yo misma. Voy a saciar la sed de sangre de mis cadenas con este gusano engreído.

—Olvídalo, mi no apreciada compañera —difirió Aicila con una sonrisa, dejando caer su capa negra—. Pienso que quizá sea un mejor oponente que ese otro Santo llamado Aldebarán de Tauro. No comprendo por qué todos los hombres creen que pueden hacer lo que les plazca.

—Así que fuiste tú quien asesinó a Aldebarán —dijo Ikki.

—Y si hubiera podido habría matado a otros más —replicó Aicila con saña.

—Veamos qué más puede hacer este Santo de Bronce —comentó Fabia con sumo interés—. No comprendo por qué insisten en oponerse a la voluntad del Gran N´astarith siendo que va a librar el Multiverso de la miseria y el dolor.

Ikki no pudo ocultar su desagrado por aquellas palabras. Los Khans habían llevado muerte y destrucción al Santuario de la diosa Atena y ahora hablaban de N´astarith como si se tratara de un hombre de paz. El Santo cerró un puño con rabia y lanzó una mirada de desprecio contra las tres Khans que tenía al frente. El Cosmos comenzó a crecer en el interior de Ikki.

—De modo que es el gran salvador —se mofó al tiempo que alzaba sus brazos para colocarse en posición de combate. En ese instante, su cuerpo expelió un poderoso Cosmos que tomó la imagen de un feroz Fénix—. ¡Hablas de más! ¡Tú y tus amigos están en el bando del maldito N´astarith, quien es la encarnación del diablo! ¡No existe razón para ocultar mi poder!

—Prepárate a morir, miserable —sentenció Aicila, frunciendo el entrecejo.

Pero Ikki, lejos de amedrentarse, se arrojó de un rápido salto contra la Khan para atacarla de frente. De manera casi simultanea, Aicila reaccionó lanzándose contra el Santo del Fénix, lo cual colocó a ambos contrincantes en un rumbo de colisión directa.

Bajo un cielo nocturno, frío y vacío de toda esperanza, las energías de Aicila e Ikki colisionaron entre sí, proyectando la imagen de una Arpía negra y de un Fénix flameante. Los dos contrincantes estaban a punto de iniciar librar un verdadero combate que prometía ser a muerte.

Isótopo, líder de los últimos meganianos partidarios del Imperio de Abbadón, contemplaba, cruzado de brazos, la encarnizada pelea entre Mu de Aries y Tiamat de Dragón con una extraña mezcla de beneplácito y envidia. Isótopo detestaba enormemente a los Khan. Los despreciaba con toda el alma, si, pero a la vez anhelaba y envidiaba los extraordinarios poderes que poseían y el terror y la desesperación que imponían con sólo hacer acto de presencia en un campo de batalla.

Ahora que el planeta Megazoar estaba destruido y el Imperio meganiano había caído en desgracia, el futuro no se le presentaba nada glorioso. Privado de la posibilidad de apoderarse del trono real de su mundo, Isótopo se había convertido en un simple esbirro que en el mejor de los casos actuaría para siempre a las órdenes del Señor Oscuro N´astarith.

Y por esa razón es que odiaba más que nunca a Francisco Ferrer y a sus hijos, aunque también reservaba parte de su ira para los terrícolas, por ser estos quienes habían influido en la vida de los miembros de la familia real. Después de todo, había sido en la Tierra donde el otrora príncipe Mikael había desechado la idea de expandir el Imperio meganiano por la fuerza y prefirió adoptar una singular política de convivencia pacifica con los demás pueblos de la galaxia.

A los ojos de Isótopo y algunos meganianos de la casta guerrera, la estadía del entonces príncipe heredero en aquel insignificante planeta azul y su trato con los nativos, lo habían convertido en un cobarde. Pero el horror de la casta guerrera aumentó cuando, tras volver a Megazoar para finalmente ocupar el trono, el nuevo emperador Mikael anunció que abandonaba para siempre su nombre meganiano e inmediatamente se llamó a si mismo Francisco y fundó una nueva dinastía: la Casa de Ferrer. A partir de entonces, el Imperio se iría transformando en una nueva sociedad encaminada al pacifismo y a la diplomacia.

La mayoría de los meganianos aceptó este cambio de dirección con cierto optimismo, pero repugnó a Isótopo, a muchos nobles y a ciertos miembros importantes en las castas guerrera y religiosa. Desde aquel momento, nacería una conspiración con vistas a derrocar al Emperador Francisco y a convertir al Imperio Meganiano en la principal potencia galáctica. La Tierra, eventualmente, sería arrasada en castigo por contribuir a la deshonra de la grandeza de los meganianos.

Pero ahora ya poco o nada se podía hacer para vengarse de los terrestres, aunque todavía podía darse un pequeño lujo, una retribución por todos sus anhelos perdidos y eso sería matar a cualquier terrícola que se topara en el camino. Cuando supo que la mayoría de los guerreros que se oponían a N´astarith eran terrestres provenientes de universos paralelos, Isótopo se juró a sí mismo nada ni nadie le privaría de la satisfacción de matar a todos los que pudiera.

Quizá fueran actos insignificantes que no devolverían la grandeza de Megazoar, pero para Isótopo eran la única forma de apaciguar sus ansias de venganza contra la Tierra. Desgraciadamente, Tiamat había elegido a Mu de Aries como adversario e Isótopo sabía que no podía intervenir en aquella pelea por mucho que deseara disparar contra la cabeza del Santo de Atena. Hacerlo equivaldría a recibir una sentencia de muerte por parte del líder de los Khan.

El Santo de Aries ahora era la víctima elegida del Gran Dragón de Abbadón y nadie debía intervenir, pero para la suerte de Isótopo aún quedaban muchos terrícolas por asesinar. Estaban Poppu y Dai, con quienes había luchado anteriormente en Papunika cuando buscaba la Gema Estelar, pero ambos estaban luchando contra la Guardia de Orichalcum de Hadora y el Ejército del Mal había reclamado la vida de sus enemigos naturales como parte de la alianza que habían hecho con N´astarith.

«Las alianzas apestan», pensó Isótopo con desgano. Estaba sopesando las repercusiones políticas que tendría asesinar a Dai cuando percibió el Cosmos de Milo de Escorpión a unos metros a lo lejos.

El Santo de Escorpión hacía arder su Cosmos para abrirse camino entre los gnomulones inorgánicos que le impedían llegar donde Mu luchaba. Hasta el momento, los soldados de Bórax se habían mostrado incapaces de detener a Milo y a Aioria y el suelo estaba repleto de gnomulones, Shadow Troopers y Sodados del Batallón de las Sombras que habían caído derrotados. Los Santos de Oro parecían a todas luces invencibles.

Isótopo dejó caer los brazos a ambos costados del cuerpo. Milo pertenecía a la misma clase de guerreros que Mu y era un terrícola. Matar a un enemigo con tales características serviría para cumplir su venganza, demostrar que podía igualar los logros de un Khan e impresionar a N´astarith. Quizá incluso, cuando la guerra terminara, pudiera llegar a convertirse en un Khan, más tarde buscaría una forma de desplazar a Tiamat y luego quien sabe.

La espiral de la ambición era infinita.

Sailor Mars se volvió instantáneamente. Aunque logró destruir la roca que Jadeite hacía levitar, volaron los fragmentos de piedra en dirección a ella. Enseguida, unas enormes raíces que brotaron del suelo se acercaron retorciéndose y golpearon a Sailor Mercury.

Atajado por diferentes direcciones, Tuxedo Kamen hacía todo lo posible por proteger a Sailor Moon, pero empezó a sangrar y a llenarse de sangre, contusiones y heridas en el intento. De pronto múltiples y pequeñas rocas comenzaron a volar por todas partes hasta chocar con los cuerpos de Sailor Moon y Tuxedo Kamen.

—El héroe protegiendo a su damisela hasta el final —se mofó Jadeite—. Nada ni nadie me impedirá tener mi venganza sobre Sailor Moon y las Sailor Senshi ¡Por culpa de ustedes la Reina Beryl me condenó al Sueño Eterno!

—No trates de culparnos de tus desgracias —se defendió Sailor Mars, alzándose como pudo—. Tú intentaste matarnos antes, pero logramos vencerte y ahora le vendiste tu alma a N´astarith para vengarte de nosotras. No puedo creerlo, ¿de verdad nos guardas tanto odio para hacer algo así?

Jadeite se volvió hacia la Inner Senshi.

—¿Tienes idea de lo que es el Sueño Eterno? —le preguntó con rabia—. Es como si hubiera intentado respirar por toda una eternidad. Es algo peor que la muerte y ustedes son las únicas que puedo culpar de eso. ¡Voy a matarlas!

—¿Y no has pensado que quizá sea hora de que dejes de culpar a otros? —dijo Tuxedo Kamen, atrayendo la atención de Jadeite—. ¿Por qué no empiezas a asumir la responsabilidad de tus actos y de tu vida?

—Las Sailor Senshi… .

—¡Basta! —le interrumpió Tuxedo Kamen—. Lo que te sucedió no fue culpa de Sailor Moon, sino de tus propias acciones malvadas. Jadeite, quizá ya lo olvidaste, pero tú no siempre fuiste un General del Dark Kingdom, sino uno de los cuatros Shitennou o Reyes Celestiales del Reino Dorado de la Tierra.

La mención de aquellas palabras avivaron la ira de Jadite.

—¿Cómo es que sabes de la existencia del Reino Dorado?

—Es simple —respondió Tuxedo Kamen, quitándose el sombrero de copa y despojándose del antifaz para revelar su identidad—. Sé todo sobre el Reino Dorado porque yo soy en realidad el príncipe Endymion a quien se supone que tú y los demás Shitennou han jurado proteger.

Atónito, Jadeite contempló el rostro de Mamoru Chiba y retrocedió ante semejante revelación. En verdad se trataba del príncipe Endymion.

Los dos hombres, príncipe y Shitennou, se miraron a los ojos.

—¡No! ¡Eso es imposible! —dijo Jadeite, negándose a aceptar la verdad que se mostraba ante él—. ¡Tú no puedes ser el príncipe Endymion! ¡Es mentira!

—Mamoru-chan —musitó Sailor Moon en un susurro apenas audible.

—Lo soy —declaró Mamoru—. Debes recordar como la Reina Beryl te lavó el cerebro para que te volvieras en mi contra. Cuando moriste durante la batalla contra el Reino de la Luna, se te permitió renacer para enmendar tu error, pero la Beryl nuevamente alteró tu memoria y te pusiste en mi contra una vez más.

Desconcertado y horrorizado, Jadeite lanzó un puñetazo contra Mamoru, pero éste lo evadió fácilmente.

—¡Cállate! —gritó Jadeite y volvió a cargar contra Tuxedo Kamen, pero éste, tras esquivar un segundo golpe, le dio un fuerte rodillazo en el abdomen que le sacó todo el aire—. Miserable —murmuró Jadeite, mientras se doblaba hacia delante y hacía esfuerzos para mirar a Mamoru—. No me importa quién seas realmente, vas a… .

—Jamás dejaré que lastimes a Sailor Moon —advirtió Mamoru, alzando una rosa roja en una de sus manos enguantadas de blanco—. Si insistes en pelear, no me dejas otra opción que terminar con tu vida. ¿Eso es lo que deseas? ¿Quieres morir como un traidor? Nephlite eligió volver al bien antes de morir y Zoycite y Kunzite terminaron sus vidas sin recordar la verdad, pero tú ahora sabes que soy Endymion.

—¡Cállate, cállate, cállate!

—¿Has perdido tu lealtad entonces, Jadeite? —le preguntó Mamoru.

Esa pregunta fue el punto de quiebre definitivo. Jadeite se cogió la cabeza con ambas manos. Era evidente que había comenzado sufrir un grave dolor que lo hizo caer al piso. Gritó con fuerza, presa de un dolor cruel que le trituraba la cabeza.

—¿Qué le sucede? —quiso saber Sailor Mercury—. Mamoru, ¿tú lo sabes?

—De alguna manera, el conocer la verdad afectó el poder que la reina Beryl usó para lavarle el cerebro. Ahora su mente está luchando contra los falsos recuerdos del Dark Kingdom, pero el odio que siente contra Sailor Moon y contra mí impide que pueda librarse totalmente del control de Beryl. Sólo hay un modo de terminar con esto de una vez por todas.

Tuxedo Kamen contempló fijamente a Jadeite. Estaba por ejecutar un ataque cuando escuchó la voz de Sailor Moon.

—Espera, Mamoru, no lo hagas, por favor.

—Sailor Moon —murmuró Sailor Mars.

—Tenemos que ayudarlo de algún modo —dijo Sailor Moon—. Sí Beryl le lavó el cerebro, no es completamente responsable de sus actos y quizá haya una manera de hacer que recuperé sus verdaderos recuerdos.

—Pero aún así quiere matarnos —le recordó Sailor Mars—. Y ahora es un aliado a N´astarith, lo que significa que no escuchará razones. Quizá no puedas darte cuenta, Sailor Moon, pero Jadeite ha sido impregnado de una Oscuridad muy espesa.

Pero Sailor Moon todavía se resistía a darse por vencida. Ella creía en el Amor y el Bien por encima de todas las cosas. Si Jadeite podía ser redimido de alguna forma, lo iba a intentar a pesar de que sus amigas no lo creyeran posible. Tal vez si utilizaba el poder del Cristal de Plata podría ayudarlo a librarse de la finada Beryl, pero, ¿qué pasaba con el odio que Jadeite cargaba en sí mismo? ¿Podía ese odio ser más fuerte que el Cristal de Plata?

Usagi se llevó la mano derecha al broche que contenía el Cristal de Plata. Estaba por utilizarlo cuando una estela de energía impactó a pocos centímetros del suelo donde permanecía de pie. Sailor Moon fue lanzada por los aires y chocó contra una pared.

—¡Sailor Moon! —exclamó Mamoru con fuerza.

Jadeite apenas podía darse cuenta de lo que sucedía en torno a él, pero sabía que no había ido solo buscando venganza. Seguramente la bruja que lo acompañaba se había impacientado.

—Jadeite no ha venido solo, mis queridas Sailor Senshi —dijo una voz chillona que venía de algún sitio a espaldas de Sailor Mercury—. Estoy segura que también me recuerdan a mí. Soy Mimete, una de las 5 Witches de los Death Busters.

Continuará… .

 

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