Leyenda 097

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPÍTULO XCVII

SENTIMIENTOS LLENOS DE VALOR

Sala del Consejo de Líderes.

         Los líderes de la Alianza Estelar contemplaban un holograma de David Ferrer que rielaba tenuemente sobre el proyector holográfico ubicado en el centro de la habitación, mientras la voz del príncipe de Megazoar temblaba entre interferencias. Jesús Ferrer sabía que su hermano quizá estaría algo renuente a aceptar negociar un tratado de paz con la Alianza, pero confiaba en poder convencerlo con ayuda de Andrea y el rey Lazar.

         —Que la verdad guíe tu camino, hermano —dijo David con la cabeza inclinada levemente. Levantó el rostro y dirigió una mirada en derredor—. No tenía idea de dónde empezar a buscarte, pero debo admitir que la Alianza Estelar es el último lugar en el que hubiera pensado.

         Jesús sonrió.

         —Sí, sabía que te sorprendería cuando supieras donde estaba, pero dejemos eso para después, ¿quieres? Ahora lo que me interesa saber es dónde se encuentran mi padre y Armando, ¿están contigo?

         —¿No lo sabes todavía? —David se mordió el labio inferior y esperó unos segundos antes de dar a conocer la mala noticia—. Jesús, lo lamento, pero nuestro padre murió a manos de los guerreros de N´astarith. Se sacrificó para que Armando y yo pudiéramos salir de Armagedón. Debido a la situación por la que estamos pasando, no hemos podido reunir un consejo para nombrar al nuevo emperador. Sin embargo resulta obvio que el siguiente gobernante del imperio meganiano serás tú.

         Jesús se quedó pálido. Se sintió como sí le hubiera propinado una fuerte patada en el estómago. Pero ahora era el máximo dirigente del imperio de Megazoar y enseguida asumió su nueva labor.

         —Temía que algo así pasara, pero la vida sigue. ¿Qué otras noticias tenemos?

         —Imagino que ya te habrás enterado de que nuestro planeta fue destruido, pero afortunadamente la mayor parte de la población pudo ser salvada gracias a un plan de contingencia elaborado por nuestro padre en secreto. Tal parece que no confiaba del todo en ese bastardo de N´astarith y en los malditos abbadonitas.

         Los agentes K y J se miraron entre sí. Temían que sí los meganianos llegaban a algún tipo de acuerdo con la Alianza Estelar, ello significaría un enorme problema para el futuro ataque que se estaba planeando en la Tierra. El general MacDaguett, inseguro sobre qué hacer para evitar que eso sucediera, volvió la cabeza hacia los Hombres de Oscuro esperando que lo ayudaran. K le hizo una seña con la mano para que se serenara. Debían esperar y aprovechar la más mínima oportunidad para boicotear cualquier intento de paz entre los meganianos y la Alianza.

         Otro que también estaba preocupado, aunque por motivos diferentes, era Saulo. No confiaba en los Ferrer y temía que todo aquello no fuera otra cosa más una trampa para destruir a la Alianza Estelar. Desgraciadamente, el rey Lazar y algunos otros miembros de peso en el Consejo se mostraban muy interesados en conseguir el apoyo de los meganianos y ante esto no había nada pudiera hacer.

         —David, resulta evidente que el escenario ha cambiado —le dijo Jesús a su hermano—. N´astarith nos engañó con sus promesas y destruyó nuestro mundo. Debemos unirnos con la Alianza Estelar para vengar la muerte de nuestro padre y la destrucción de Megazoar.

         David frunció el ceño con desconfianza. ¿Unirse a la Alianza Estelar después de todo lo que había pasado a lo largo de varios años de guerra? Sonaba extraño. Era obvio que ninguno de los dos hermanos imaginó que en algún momento los meganianos lucharían al lado de la Alianza Estelar, así que aquella situación los hizo sentirse víctimas de alguna cruel broma del destino.

         —¿Pactar con la Alianza? —murmuró David con desagrado—. Escucha, Jesús, no sé qué clase de cosas te hayan dicho, pero no esperarás que confié en ellos. Recuerda que por culpa de la Alianza han muerto miles de nuestros soldados más valientes sin mencionar a los civiles.

         Incapaz de contenerse, el príncipe de Endoria se levantó de su asiento.

         —¡Los asesinos son ustedes! —gritó Saulo, iracundo—. Los meganianos se aliaron con N´astarith y lo ayudaron a destruir muchos planetas y a matar a miles de inocentes. ¿Acaso ya se les olvido todo eso?

         Todos en el consejo guardaron silencio, permitiendo al príncipe endoriano que diera rienda suelta a su ira. Jesús, que comprendía lo volátil que era la situación, alzó una mano para indicarle a su hermano que no respondiera. No podía darse el lujo de permitir que estallara otra discusión inútil. Aquella escena hizo sonreír al agente K, que confiaba en que la actitud de Saulo bastaría para sabotear todos los intentos de Jesús Ferrer por llegar a un acuerdo.

         —Sí, hay algo de verdad en tus palabras —asintió Jesús, volviendo la mirada hacia Saulo—. Los meganianos hemos cometido muchos errores, pero también hemos sufrido por ellos. El hecho de ver destruido nuestro hogar es un precio muy pequeño para pagar por todo el mal que hemos ayudado a causar.

         —Oye, Jesús, ¿cómo les das la razón? —le preguntó David con indignación.

         —Se la doy porque es cierto, hermano —Jesús hizo una pausa y se giró nuevamente hacia David—. Cometimos una equivocación al aliarnos a N´astarith, pero ellos también han cometido errores. Todos hemos perdido con esta guerra y la verdad no quiero pensar en quién ha perdido más.

         La declaración de Jesús sorprendió en cierto modo a Saulo y a algunos de los líderes en el Consejo incluyendo al mismo MacDaguett. Parecía que Jesús estaba dispuesto a todo con tal de negociar la paz entre el imperio meganiano y la Alianza Estelar. Andrea volvió la mirada hacia el rey Lazar y ambos asintieron conjuntamente con la cabeza. Sí los meganianos mostraban buena voluntad y aceptaban luchar contra Abbadón, no les sería difícil convencer a los miembros del Consejo que aún recelaban de la actitud de Jesús Ferrer.

         —El único enemigo que tenemos se llama N´astarith —continuó Jesús imprimiéndole mayor fuerza a sus palabras—. Él provocó esta guerra para debilitar que alguien pudiera oponer resistencia a sus planes de dominación galáctica. Es por eso que debemos hacer la paz con la Alianza Estelar y ofrecerles la ayuda del imperio meganiano para derrotar a N´astarith.

         David no supo que contestar. Bien podía negarse a aceptar la propuesta de Jesús y continuar la guerra contra la Alianza, pero en el fondo también anhelaba negociar la paz y vengarse de N´astarith. Además, después de la ruptura entre Megazoar y Abbadón, las fuerzas armadas meganianas habían sufrido pérdidas cuantiosas y reponerse les tomaría tiempo, un tiempo que sin duda favorecería enormemente a N´astarith.

         —¿Cuáles son las condiciones para la paz, hermano? —acabó preguntando.

         Jesús miró a Andrea por un instante antes de contestar.

         —Debemos firmar un tratado de paz con la Alianza Estelar; liberar a todos los prisioneros de guerra capturados en combate y ayudar en la reconstrucción una vez que la guerra termine. Para esto, deseo que tú así como Armando y los oficiales de más alto rango vengan hasta el sistema Adur. Los detalles del tratado de paz serán discutidos ante este Consejo.

         Jesús sabía que se estaba arriesgando demasiado. Pedirle a su hermano que los altos mandos militares meganianos viajaran hasta los cuarteles de sus antiguos enemigos era una hazaña temeraria, pero le urgía negociar la paz lo antes posible. Debido a la gravedad de la situación, Jesús estimaba necesario a tomar acciones concretas y rápidas antes de que la guerra llegara un punto en el que sería demasiado tarde para hacer algo para evitar la derrota.

         MacDaguett volvió a dirigir su mirada hacia K y J sin saber qué hacer. Contrario a lo que habían supuesto, Saulo no había vuelto a intervenir o a insultar a los meganianos. Parecía que las declaraciones de Jesús y la actuación de Lazar habían logrado ablandar los profundos sentimientos anti-meganianos en el mismo seno del Consejo aliado. K, sin embargo, lucía bastante sereno, distante, como sí tuviera alguna clase de as escondido bajo su manga.

         —Lo que pides suena riesgoso, Jesús —repuso David con los brazos cruzados—. No confío en la Alianza Estelar, pero haré o que me pides. Sin embargo espero que comprendas que si esto es una trampa nuestro ejército sufrirá un golpe muy duro.

         —Estoy a tanto de las consecuencias, hermano —asintió Jesús y miró a Andrea con el rabillo del ojo—. Pero he aprendido que en ocasiones debemos tenderle la mano al enemigo sí queremos conseguir la paz.

         David inclinó la cabeza y su imagen desapareció.

Sección de entrenamiento.

         Elevándose a gran velocidad, Son Gokuh se llevó los dedos índice y cordial de su mano derecha a la frente para ejecutar la Shunkan Idou y desapareció a tiempo para eludir una veloz ráfaga de energía. El ataque de Shiryu se estrelló contra el techo de la habitación y causó una pequeña explosión sin provocar daños.

         —¿A dónde se fue? —murmuró el Santo mirando de un lado a otro.

         Antes de que Shiryu pudiera percatarse de la estrategia de Gokuh, su enemigo se materializó a sus espaldas. El Santo del Dragón pudo percibir una leve ráfaga de aire que le advirtió de la presencia de Gokuh y gracias a esto pudo esquivar una patada saltando hacia delante. Gokuh reaccionó con sorpresa, pero rápidamente retomó la ofensiva y se lanzó sobre el Santo para perseguirlo.

         Fuera de la habitación, Cadmio observaba la pelea con gran interés. Desde que había visto a Son Gokuh convertirse en súper-saiya-jin, había surgido en él una enorme curiosidad por conocer el verdadero alcance de los poderes del Guerrero Zeta. Gracias a la última acción de Gokuh, tanto los Celestiales como los Santos de bronce, habían podido descubrir que éste dominaba alguna clase de técnica de teletransportación. Sin duda aquel guerrero saiya-jin estaba lleno de sorpresas.

         —Que veloz es Son Gokuh —observó Ryoga.

         —No fue velocidad —le aclaró Asiont—. Son Gokuh se teletransportó para evitar recibir ese ataque. Hasta donde tengo entendido, Zacek y los Guerreros Kundalini también poseen esa habilidad.

         —No sólo los Kundalini pueden hacer eso —dijo Cadmio sin apartar la vista de la pelea—. Mu de Aries y Poppu también poseen esa clase de poder. Lo sé porqué vi a Mu usar esa habilidad durante mi estancia en el Santuario de la tal Atena.

         Creyendo que Shiryu tenía la guardia baja, Gokuh lanzó un puñetazo para golpearle la cara apenas volviera el rostro hacia atrás. No obstante, Shiryu pudo reaccionar con prontitud y se dio la vuelta bloqueando el ataque de su rival con el antebrazo izquierdo justo a tiempo. Aquella acción había colocado a Gokuh demasiado cerca del Santo del Dragón, lo cual era precisamente lo que éste quería.

         Gokuh abrió completamente los ojos cuando percibió el incremento del poder de Shiryu, pero ya era demasiado tarde para tratar de escapar usando la Shunkan Idou. El Santo del Dragón era consciente de que contaba con apenas una fracción de segundo para atacar, así que elevó su cosmos hasta el séptimo sentido alcanzado la velocidad de la luz.

         —¡¡Rozan Shou Ryuu Ha!! (Dragón Ascendente)

         El puño derecho de Shiryu se estrelló fuertemente contra la quijada de Gokuh y lo lanzó hacia arriba con fuerza. El saiya-jin trató de recuperar el control, pero el golpe que había recibido había sido muy intenso y no pudo lograrlo. Gokuh se elevó por el aire y luego cayó pesadamente al suelo. Shiryu intuía que su ataque no detendría al saiya-jin, de tal modo que permaneció a la expectativa sin bajar la guardia.

         De repente, Gokuh se puso de pie con un salto, pero en vez de continuar con la pelea como todos esperaban, se llevó ambas manos a la quijada y empezó a quejarse como un niño pequeño Atónito por la inusual reacción de su adversario, Shiryu parpadeó un par de veces sin lograr ocultar su sorpresa.

         —¡Ay, ay, ay, ay, ay! ¡Ese golpe sí que me dolió! —Gokuh se volvió hacia Shiryu sin dejar de sujetarse la mandíbula—. Oye, Shiryu, me pegaste muy duro.

         —¿Huh? Lo-Lo lamento, Gokuh, no fue mi intención… .

         —Pero tengo que admitir que esa técnica fue realmente increíble —le interrumpió el saiya-jin—. ¿Cómo es que se llamaba? ¿Rozan Shou Ryuu Ha?

         —Sí, es una de las técnicas que me enseñó mi maestro —comentó Shiryu y luego bajó los brazos. Parecía que Gokuh había quedado tan impresionado con aquel ataque que se había olvidado momentáneamente de la pelea—. Sí la realizas perfectamente, es capaz de invertir el flujo de una cascada.

         —¿De verdad? —exclamó Son Gokuh con entusiasmo—. Vaya, me gustaría poder contar con una técnica como esa. Ahora entiendo porqué pudiste vencer a ese sujeto llamado Belcer en el templo de Kami-sama.

         —Oigan, ¿van a continuar con la pelea o no? —La voz de Cadmio se escuchaba molesta a través del intercomunicador—. Hay muchos que queremos entrenar un poco y están malgastando los ciclos.

         —De hecho su tiempo acaba de terminar —se oyó decir a Hyoga.

         —¿Eh? Vaya, pero que mala suerte —Son Gokuh se encogió de hombros—. Ni hablar, debemos respetar las reglas y sí dicen que el tiempo terminó, entonces dejaremos la pelea para después, ¿qué opinas de eso, Shiryu?

         Shiryu asintió con una sonrisa.

         —De acuerdo, Gokuh, me parece bien.

         Las puertas de la habitación se abrieron nuevamente y Son Gokuh y Shiryu salieron a reunirse con los demás. Mientras Gohan le daba un efusivo abrazo a su padre y Shun le entregaba una toalla a Shiryu, Areth se dedicó a reflexionar sobre lo útil que era la teletransportación y pensó en la conveniencia de aprenderla. Hasta donde ella sabía, ninguno de los Celestiales dominaba una técnica como esa y sí lograba dominarla, sería la primera en conseguirlo.

«Es técnica me sería muy útil en una batalla», pensó la chica. «Debo aprenderla».

         Shiryu se pasó la toalla por la frente para limpiarse el sudor y luego tomó el vaso con agua que Seiya le ofrecía. La reciente pelea con Son Gokuh le había permitido descubrir sus desventajas ante un oponente que podía volar y recordó la manera en que Tiamat habían podido tomar ventaja de los Santos Dorados usando esa misma habilidad.

         —Peleaste muy bien, Shiryu, buen trabajo —lo felicitó Seiya, dándole una palmada en el hombro—. Por un momento creí que ibas a perder, pero lograste manejar muy bien las cosas en el último momento. Fue buena idea la de permitir que Gokuh se acercara para luego usar tu ataque.

         —Cuantas tonterías dices, Seiya —murmuró Cadmio—. Sí Son Gokuh hubiese peleado con todo su poder, el resultado del combate hubiese acabado siendo muy distinto. Ciertamente, ustedes los Santos pueden moverse a una velocidad superior que muchos de nosotros, pero aún les falta incrementar sus poderes.

         Seiya se puso rígido.

         —¿Qué fue lo que dijiste? Por sí no lo sabes Shiryu tampoco usó todo su poder en ese combate. Además, no sé con que cara nos dices eso cuando tú también fuiste vencido por Tiamat durante la batalla en el santuario.

         Cadmio estaba a punto de insultar a Seiya, pero la oportuna intervención de Piccolo lo obligó a quedarse callado. El guerrero nameku deseaba averiguar la forma en que los Santos podían incrementar su velocidad y su poder en un parpadeo sin mencionar que estaba intrigado por eso que los Santos llamaban «el séptimo sentido».

         —Hay algo que no comprendo —empezó a decir—, ¿qué es el séptimo sentido?

         —Se refiere al principal cosmos —le explicó Shiryu—. Los guerreros sagrados que protegen a la diosa Atena fueron formados del bronce, la plata y el oro. Los Santos de Bronce pueden moverse a una velocidad equivalente al mach uno, incluso los Santos de Plata lo hacen de dos a cinco. Sin embargo, eso no es nada para los Santos de Oro porque han alcanzado el séptimo sentido, lo cual les permite pelear a la velocidad de la luz.

         —¿A la velocidad de la luz? Vaya, no puedo creerlo —murmuró Yamcha, esbozando un gesto de sorpresa—. Jamás escuché de alguien pudiera moverse tan rápido. Ahora comprendo el por qué le dieron tantos problemas a Gokuh y a Vejita.

         —Sí lo que dicen es verdad, ¿por qué ustedes también pueden moverse a esa velocidad? —inquirió Asiont de repente—. Sí no me equivoco, sus armaduras no son doradas como las de sus amigos. ¿Acaso no dijeron que sólo los Santos de dorados poseen el séptimo sentido?

         —Es verdad, nosotros somos Santos de Bronce —intervino Hyoga—. Sin embargo, en una ocasión peleamos con los Santos Dorados y pudimos derrotarlos gracias a que también conseguimos despertar el séptimo sentido. A partir de ese momento, logramos alcanzar la velocidad de la luz y aumentar la fuerza de nuestro cosmos.

         —Muy interesante, de verdad que podrían escribir una enciclopedia con todo eso —se burló Cadmio mientras aplaudía—. Pero lo que realmente quisiera saber es qué vamos a hacer para encontrar las gemas estelares. Quizá a muchos ya se les olvidó el asunto, pero aún quedan dos de esas malditas piedras por buscar.

         —Me parece que Cadmio tiene algo de razón —asintió Ten-Shin-Han luego de pensar un segundo en el asunto—. Deberíamos estar buscándolas para impedir que N´astarith las encuentre primero.

         —Ojalá fuera tan fácil como usar el Radar del Dragón —comentó Son Gokuh.

         Asiont bajó la cabeza un momento. Al igual que Cadmio y Ten-Shin-Han, también había pensado en ir a buscar las gemas faltantes, pero mientras Zacek y los demás Guerreros Kundalini no supieran en que universo estaban, no servía de nada quejarse. Sin embargo no podía culpar a sus amigos por sentirse impacientes.

         —Esperemos un momento más y sí no sabemos nada pronto, yo mismo iré a buscar a Zacek. Quizá se hayan entretenido en otra parte por alguna razón y para este momento ya sepan algo sobre las gemas.

         Pero no fue necesario esperar ni un segundo más ya que en ese mismo momento, Zacek, Lis-ek, Zaboot, Uller, Shilbalam, Saori y los Santos dorados, con excepción de Kanon, ingresaron en la sala de entrenamientos. Seiya no pudo ocultar la enorme alegría que le causaba ver nuevamente a Saori, de manera que se acercó a ella para darle la bienvenida.

         —Saori, que bueno que ya volvieron. ¿Han averiguado algo?

         —Sí, Seiya, parece que Zacek y sus amigos localizaron las gemas faltantes.

         —¿De verdad? —inquirió Ryoga con emoción—. ¿En dónde están?

         —Al fin sabremos el paradero de las últimas gemas —comentó Sailor Mercury.

         Cadmio dirigió una mirada escrutadora hacia Zacek. A juzgar por la expresión seria del emperador zuyua, parecía que algo no andaba bien. El Celestial empezó a sospechar que Zacek no había tenido el éxito augurado y eso lo hizo desesperarse. No obstante, estaba dispuesto esperar hasta que el Kundalini dijera todo lo que sabía antes de hacer sus conclusiones.

         Azmoudez sonrió nuevamente. Aunque que le agradaba Sailor Jupiter aún no se sentía listo para confesarlo abiertamente. Empero, lo cierto era que se había fijado en ella después de la pelea en el museo de Juuban, pero su rivalidad con Asiont y la discusión con la reina Andrea habían impedido que pudiera hablar con ella o cualquier otra de las Sailor Senshi. Sin embargo aquel momento parecía perfecto para remediar su error.

         —Tengo que admitir que eres una guerrera muy valiente.

         —¿Tú crees? —murmuró la Sailor Senshi.

         —Claro, la manera en que enfrentaron a esas Khans fue algo excepcional. No les asustó que ellas fueran más fuertes y poderosas que ustedes. Creo que por eso que he llegado a admirarlas.

         La mirada de Sailor Jupiter se iluminó con aquellas palabras. Si bien se sentía atraída por Trunks, no podía pasar por alto que el comportamiento de Azmoudez la hacía sentir bastante halagada. Sonrió con dulzura y bajó la mirada mientras sus mejillas se iluminaban levemente.

         —Es una lástima que se hayan comprometido en esta guerra tan absurda —comentó Azmoudez con la mirada puesta en el techo—. Sin embargo ten por seguro que todo terminará pronto, quizá más pronto de lo que muchos se imaginan.

         —¿Huh? ¿Cómo es que estás tan seguro?

         Azmoudez volvió el rostro hacia Makoto y la miró directo a los ojos.

         —Tú eres diferente a las demás Sailor Senshi, ¿no es así? Eres una chica dura, pero en el fondo anhelas formar un hogar y tener una vida tranquila —hizo una breve pausa para acercarse un poco más y añadió—: ¿Sabes una cosa? Aunque no lo parezca yo también ansío eso.

         Los ojos de Makoto parpadearon un instante. ¿Cómo era posible que Azmoudez hubiera podido adivinar su más anhelado sueño? ¿Acaso se trataba de una simple coincidencia o había algo más de fondo? La Sailor no supo que pensar por un momento. Empero, casualidad o no, la verdad es que su interés por aquel joven general había empezado a aumentar.

         «No puedo creer que piense de esa manera —pensó Makoto—. No me había fijado bien, pero ahora que lo pienso hay algo en él que me recuerda a mi sempai.

         Zacek alzó su cabeza hasta que sus ojos se encontraron con los de Saori  y luego asintió con la cabeza. El líder de GAU sabía que la mayoría deseaba conocer el paradero de las últimas gemas de los Titanes, de tal suerte que no quiso hacerlos esperar ni un momento más y empezó a decirles lo que había averiguado.

         —Cuando estuve meditando pude ver fugazmente las dimensiones donde están las últimas gemas. El primero de esos lugares se llamaba Zefilia, pero tuve problemas para identificar la segunda dimensión.

         —¿Problemas? —repitió Tuxedo Kamen, intrigado—. ¿Qué clase de problemas?

         —Bueno, no lo sé muy bien —murmuró Zacek—. Pero mi percepción fue bloqueada por alguna clase de fuerza poderosa. No tengo idea de qué o quién lo hizo, pero me impidió ver con exactitud el lugar en donde se ubica la última gema estelar.

         Asiont se acarició la barbilla mientras reflexionaba. A juzgar por lo que Zacek había confesado, parecía que alguien estaba tratando de bloquear a los Kundalini. Bien podía tratarse del mismo N´astarith o de alguno de los Khans, pero también cabía la posibilidad de que hubiera algún ser poderoso en aquella dimensión con la capacidad de neutralizar los rastreos psíquicos de Zacek.

         —¿Crees se trataba de un Khan? —inquirió Hyoga.

         —No lo sé realmente —murmuró Zacek, dudoso—. Pero eso carece de importancia por el momento. Ahora que sabemos dónde buscar, debemos ir por las gemas antes de que N´astarith decida hacerlo primero.

         Cadmio esbozó una sonrisa maliciosa. Al fin estaban pensando como él.

         —Por primera vez estoy de acuerdo contigo, Kundalini.

         —Bien —asintió Seiya, más animado—. Entonces debemos decidir quiénes irán en está ocasión.

         Sin esperar a que alguien más se le adelantara, el Santo de Leo dio un paso al frente.

         —Sí no les molesta, yo quisiera ofrecerme.

         —Aioria —murmuró Marin en voz baja.

         —Como ya sabrán, ahora que sólo quedan dos gemas estelares es seguro que N´astarith enviará a sus guerreros más poderosos. —Aioria giró la cabeza hacia Saori y continuó—. Es por eso es que deseo ir sí tú me lo permites, Atena.

         Aunque no lo demostraba abiertamente, Saori estaba preocupada por la vida de sus Santos que la protegían. Había perdido recientemente a Aldebarán y a Shaka durante la lucha en el santuario y no quería ver morir a nadie más. Sin embargo, tanto Seiya como los demás Santos jamás abandonarían la lucha hasta no derrotar a N´astarith y a los Khans y ella lo sabía perfectamente. Aún sí les ordenaba que no pelearan más, sería algo inútil como ya lo había visto al prohibirle a Seiya que no regresara al santuario. Los Santos vivían para pelear por Atena. Ése había sido su credo desde la época de los mitos y no iba a cambiar de la noche a la mañana.

«Es algo irónico», pensó Saori, mirando discretamente a Seiya. «Aunque soy una diosa, no puedo evitar que la gente a la que amo arriesgue sus vidas. ¿Qué clase de diosa se supone que soy si no puedo salvar la vida de nadie?».

         —Yo también quiero ir —anunció Shaina, atrayendo la atención de Saori—. No hice nada cuando atacaron el santuario y no me quedare cruzada de brazos mientras los demás pelean. Tal vez no esté a la altura de un Santo dorado, pero eso no me detendrá.

         Ten-Shin-Han reprimió una sonrisa. Aunque no conocía a aquella guerrera enmascarada, no pudo dejar de sentir una cierta admiración por ella. De cierta forma se identificaba con aquella manera de pensar. Durante la mayor parte de su vida se había dedicado a entrenar duramente para ser más fuerte y aunque sus poderes se encontraban lejos de igualar a los de sus aliados saiya-jin, jamás rehuía un combate.

         —Esto puede ser arriesgado, pero estoy decidido a ayudar.

         —Bien dicho, Ten-Shin-Han —lo felicitó Son Gokuh—. Yo los acompañaré.

         —No, Gokuh —repuso Ten-Shin-Han—. Tú debes seguir entrenando para volverte más fuerte. Recuerda que aún no has superado los poderes del súper-saiya-jin ordinario y te necesitaremos a la hora de enfrentar a los guerreros de N´astarith.

         Son Gokuh lo contempló en forma pensativa.

         —Hum, tal vez tienes razón, pero prométeme que tendrás cuidado.

         Ten-Shin-Han asintió con la cabeza. No dejaba de recordarse la terrible pelea con Cell y aún estaba molesto consigo mismo por no haber hecho lo suficiente para ayudar a sus amigos durante aquel combate. También pensaba en su pelea con Son Gokuh durante la final de uno de los torneos de las artes marciales y sintió un poco nostalgia por aquellos tiempos en que la diferencia de poderes con respecto al saiya-jin no era tan abismal como lo era ahora.

«Tal vez nunca pueda alcanzar a Gokuh», pensó con resignación. «Pero haré mi mejor esfuerzo por ayudar, aún si eso me cuesta mi vida. Chaoz, espero que puedas comprender esto».

         Mientras el debate sobre quiénes irían en la misión continuaba, Saori bajó la cabeza y suspiró. Su hermoso rostro reflejaba una tristeza poco usual en ella, y su mirada parecía estar llena de aflicción. No era que hubiera perdido la fe en sus Santos, en quienes confiaba plenamente a pesar de todo, pero una enorme tristeza la invadía al pensar en el destino tan difícil que les esperaba a Seiya y los demás que se sentía un poco desmoralizara. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no notó que Seiya la estaba mirando.

         —Saori, ¿te encuentras bien?

         Ella levantó la cabeza y volvió la vista hacia él.

         —Seiya —guardó silencio y desvió la mirada como si temiera que nadie más pudiera comprender lo que sentía—, es sólo que no puedo dejar de preocuparme por todos ustedes —añadió—. No quiero que nada malo les pase… .

         —Oye, descuida —le interrumpió el Santo—. Nosotros somos Santos y siempre pelearemos para mantener la paz sobre la Tierra. Quizá algunos piensen que el destino es cruel, pero ese es el destino que nosotros elegimos cuando nos convertimos en guerreros sagrados.

         Saori sintió cómo la tranquilidad se apoderaba de ella cuando Seiya le tomó una mano entre las suyas. Buscó con su mirada los ojos del Santo de Pegaso y sonrió dulcemente. Siempre había admirado el valor de Seiya ya que éste siempre había arriesgado todo para defenderla. Junto a él se sentía realmente protegida, no por el poder o la fuerza que poseía, sino por su actitud tan decidida y valiente que siempre mostraba ante cualquier situación.

         —Seiya, yo… .

         —La tarea de los Santos siempre será la de pelear por Atena —declaró Seiya solemne—. No importa qué clase de peligros enfrentemos, ni cuantos enemigos luchen contra nosotros. Al final, lograremos alzarnos con la victoria y eso lo sé porque tú estarás ahí apoyándonos en todo momento, ¿no es así, Saori?

        Al escuchar aquello, Saori sintió como los temores que atormentaban su corazón se desvanecían poco a poco. Las palabras del Santo de bronce habían infundido confianza a su corazón afligido. Aún temía por la vida de sus Santos, pero la fe de Seiya la llenaba de esperanza y la hacían sentirse tranquila. Asintió con la cabeza y volvió a sonreír.

         —Muchas gracias por tus palabras, Seiya —dijo Saori suavemente.

Washington D. C. (Estados Unidos de América)

         Las luces de la Casa Blanca alumbraban como siempre. Un par de tanques M-1 Abrams y un pelotón de marines armados con fusiles automáticos de asalto estaban apostados en las puertas principales de la iluminada avenida Pensilvania. Por todas partes había policías, uniformados y vestidos de civiles. Cuando un par de policías quitaron un obstáculo para que el automóvil del general Alexander Yaner pasara, algunos miembros de la prensa trataron de colarse por ahí, pero fueron contenidos rápidamente por las fuerzas de seguridad.

         —Vaya —murmuró Satsuki—. Parece que todo mundo quiere entrar a la Casa Blanca.

         —Es algo natural —convino Alexander—. Después de que los invasores se retiraron gracias a las acciones del presidente Wilson, todo el mundo lo considera un héroe y quieren una entrevista con alguien del gobierno.

         —¿Y qué vamos a hacer ahora? —inquirió Kamui.

         Cuando el auto frenó, Alexander se giró hacia sus amigos.

         —Ustedes me esperarán aquí mientras yo hablo con el vicepresidente Jush y los miembros del gabinete. Sí alguno de ellos está metido en alguna cosa rara, lo descubriré muy pronto.

         —¿Quieres que te esperemos en el auto? —Kamui no se veía muy dispuesto—. Oye, creí que íbamos a ayudarte, no a cuidarte el auto mientras atiendes tus asuntos.

         Alexander frunció una sonrisa y abrió la portezuela.

         —Vamos, ¿quieren que entre al Despacho Oval acompañado por dos militares de Asia? —Bajó un pie del auto y antes de abandonar el vehículo, agregó—: Sí tienen algún problema, no olviden hacer sonar el claxon.

         —Que gracioso —repuso Satsuki cruzada de brazos.

         El Despacho Oval estaba atestado de militares de alto rango y políticos de varias naciones. Se habían traído más mesas y había un continuo flujo de personas entrando y saliendo de la habitación. Los altos mandos militares habían sido llamados una hora antes tras un llamamiento a las fuerzas armadas de la nación. Los consejeros presidenciales ocupaban los sillones, y el vicepresidente Jush estaba sentado bajo una ventana. También había representantes de la OTAN, la CIA, la NASA y representantes militares del Reino Unido, Israel, Italia, Polonia, Australia, Nueva Zelanda, Pakistán, Japón y Corea del Sur.

         La puerta se abrió y Alexander se quedó estupefacto al ver aquella colección de importantes personalidades en el Despacho Oval. Cuando el comandante de la Junta de Jefes del Estado Mayor apareció, todos permanecieron mudos.

         —En el nombre de Dios, ¿qué es lo que sucede aquí? —preguntó.

         —General Alexander —Jush se puso de pie e intercambió una breve mirada con el secretario de defensa antes de seguir hablando—. Que bueno que al fin llega, nos estábamos preocupados en dónde se había metido usted.

         —Estaba en mi residencia de descanso cerca de New York —dijo Alexander—. ¿Qué es lo que está pasando? No sabía que hubiera alguna emergencia, ¿por qué no me llamaron?

         —Lo hicimos, general —se apresuró a responder Jush—. Le llamamos en la mañana, pero nadie nos contestó en su residencia de New York. Afortunadamente para nosotros, usted ya está aquí.

         Alexander observó a los diferentes representantes militares ante de volver a hablar.

         —¿Acaso los invasores planean volver?

         —Nada de eso, general —repuso Barneer—. Lo que sucede es que tenemos informes confiable de que la Alianza Estelar no están muy satisfechos con la actitud tomada por la Tierra y quizá estén planeando cometer actos de terrorismo.

         —¿Actos de terrorismo? —repitió Alexander extrañado—. Disculpe, señor, pero me parece difícil creer eso. La Alianza Estelar no toma represalias contra los aliados que se rinden al enemigo.

         —Eso es una mentira —afirmó George Jush con el semblante frío—. Los extraterrestres nos engañaron diciéndonos que el imperio de Abbadón era una potencia conquistadora, pero N´astarith ha aceptado retirar sus tropas y respetar la soberanía de la Tierra.

         —Por culpa de la Alianza Estelar nos involucramos en una guerra ajena a nuestros intereses —dijo Barneer—. Sí ellos no hubieran venido a nuestro sistema solar, los abbadonitas nunca nos hubieran atacado.

         Alexander se dispuso a objetar las declaraciones del secretario de defensa, pero tuvo un presentimiento y optó mejor por no hacerlo. Después de todo, sí quería descubrir las verdaderas intenciones de George Jush más le valía quedarse callado y seguirle la corriente. Era obvio que los peces gordos de la política y la milicia se traían algo entre manos y debía averiguar de qué se trataba.

         —Tal vez tengan razón después de todo —murmuró—. Debo admitir que jamás hubiera creído que los invasores se retirarían tan tranquilamente. Quizá nos dejamos llevar demasiado por lo que nos dijeron los de la Alianza.

         Jush no pudo menos que sonreír al escuchar las palabras de Alexander.

         —Le aseguro, general, que cuando oiga lo que tenemos que decirle, se dará cuenta de todas las mentiras y engaños a lo que recurrieron esos extraterrestres para llevarnos a una guerra con el fin de debilitar nuestra potencia militar.

         Alexander fingió estar dispuesto a escuchar y guardó silencio. Sus temores sobre una posible conspiración entre miembros del gobierno y extraterrestres cobraban mayor fuerza. De hecho, había algo en aquella improvisada reunión que le inquietaba. Sí había razones para suponer que la Alianza haría algo en contra de la Tierra, ¿por qué no avisar de ello al Congreso Mundial? Un escalofrío le recorrió el cuerpo, pero no supo la razón del porqué. De haber poseído alguna clase de habilidad psíquica, quizá habría podido percibir que en ese preciso momento el Despacho Oval de la Casa Blanca era observado por N´astarith, quien sonreía triunfantemente desde la sala del trono en Armagedón.

Continuará… .

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