Leyenda 128

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPÍTULO CXXVIII

UNA TORMENTA ESTÁ LLEGANDO

         La Luna, año 2245 d. C.

El Mar de la Tranquilidad era una tierra silenciosa, misteriosa y baldía, una tumba abierta de cenizas y piedra en forma de cráter. Había dos radares, tan recientes como los vehículos militares esparcidos en el terreno arenoso y gris que rodeaban la estación Kindom Freedom. La silueta curva de una Tierra brillante se alzaba en el cielo por el horizonte, subrayando el claro contraste entre el luminoso color azul de sus océanos y los valles apagados. Los escombros cubrían el terreno: tanques hechos añicos, naves derribadas, experimentos científicos, algunos objetos personales e incluso una bandera de la Tierra. La base lunar Kindom Freedom parecía una tétrica tumba en un páramo desolado y silencioso. Todas las instalaciones habían sido evacuadas después que un grupo de piratas espaciales irrumpiera sorpresivamente. Los terrícolas se defendieron y aunque lograron ahuyentar a los piratas, las instalaciones quedaron seriamente dañadas por la batalla. El ataque obligó al gobierno de la Tierra a construir una segunda base mucho más grande y mejor protegida ubicada a varios kilómetros de distancia.

         Durante décadas, la base Kindom Freedom permaneció en el olvido para la mayoría de los terrícolas. Fue por eso a nadie se le ocurrió pensar que uno de los mayores fugitivos estaría oculto precisamente en ese lugar.

         Ray Sandoval, de cuarenta y seis años, había sido considerado uno de los científicos más brillantes de su tiempo y por más de una década fue el encargado de dirigir el desarrollo del proyecto Espartano. En teoría, dicho programa tenía como objetivo la creación de un ejército de súper humanos que protegerían la Tierra de una posible invasión alienígena, pero la realidad era muy diferente. Algunos políticos pretendían usar a los súper humanos para dominar al planeta entero. Cuando el doctor Sandoval supo la verdad, acudió a las autoridades y se negó a cooperar. El gobierno se negó a dejarlo ir y lo amenazaron para que siguiera al frente del programa, pero el científico supo escapar y se ocultó para que nadie lo encontrara. De la noche a la mañana, Ray Sandoval se convirtió en uno de los fugitivos más buscados en todo lo ancho y largo de la Tierra. Se esparció el rumor de que el científico había vendido información valiosa a grupos terroristas. Cualquiera que supiera sobre el paradero del doctor Sandoval tenía la obligación de denunciarlo ante las autoridades. No importaba nada más. Su captura no podía ignorarse. El teniente Zeiva lo sabía perfectamente, pero su mente albergaba serias dudas respecto a cumplir con su deber.

         En la habitación donde se encontraba, José estaba recostado en una cama, mirándose el vendaje que tenía en el brazo derecho mientras meditaba sobre qué lo que haría en el futuro inmediato. De no haber sido por la oportuna asistencia médica que le habían proporcionado el doctor Sandoval y su ayudante, probablemente estaría muerto. Le debía la vida a sus rescatadores, pero su deber como militar le exigía actuar conforme a las leyes de la Tierra. José se tomó las manos y bajó la mirada mientras pensaba en sí mismo. Era terco e impetuoso, pero a veces tomaba decisiones temerarias. Sabía lo que decían de él sus compañeros. Creía que las reglas no habían sido creadas únicamente para gobernar la conducta, sino también para proporcionar un mapa que permitiera entender el mundo.

         La puerta se abrió para dar entrada al ayudante del doctor Sandoval, que traía una bandeja con refrescos y comida. El joven fue hasta la cama y le ofreció un refresco a José. Después retrocedió, esperando. José dirigió una inclinación de la cabeza al joven y luego probó el refresco.

         —Será mejor que comas —le aconsejó el joven—. Debes recuperar tus fuerzas.

         José dejó su refresco encima de la mesa que estaba a un lado de la cama.

         —No te he dado las gracias por salvarme la vida.

         —Descuida, lo harás cuando te sientas mejor. He terminado con las reparaciones de tu nave caza. Tengo que decirte que supiste maniobrar muy bien en la cola de ese asteroide. Eres un piloto bastante bueno.

         —No lo suficiente según veo —repuso José—. Sí hubiera sido tan bueno como afirmas no habría terminado chocando en esa estúpida lluvia de piedras. Fue una verdadera suerte que me encontraran con vida.

         El joven sacó un chip de sus ropas y extrajo una sofisticada computadora de mano de su bolsillo. Espero un momento y luego introdujo el chip que contenía las muestras de sangre de José Zeiva en la ranura de la computadora.

         —Según veo los análisis indican que gozas de una excelente salud física. Con algo de tiempo esas heridas desaparecerán por completo y estarás como nuevo. Quizá te queden algunas pequeñas marcas en el brazo, pero… .

         —No me molestan las cicatrices siempre y cuando éstas se queden ocultas bajo la ropa y no sean muy grandes. Al menos no perdí el brazo en el choque y eso ya es ganancia.

         —¿Qué hace un militar de la Tierra en estas regiones tan lejanas? —preguntó el joven con suspicacia—. Tengo entendido que estabas sobrevolando el Mar de la Tranquilidad cuando tu nave se estrelló.

         —Estoy tras la pista de un grupo de piratas espaciales que merodean cerca de la órbita terrestre. Atacaron un carguero de suministros que escoltaba con varios escuadrones y los estaba persiguiendo cuando se internaron detrás de la cola de un asteroide. Cuando mi nave chocó con los restos del meteoro perdí el control y acabé estrellándome aquí en la Luna. ¿Saben algo al respecto?

         —No sé nada sobre piratas espaciales. El doctor Sandoval no confía en ellos.

         —Y quién podría culparlo —dijo José con una sonrisa, Apartó las sabanas y se puso de pie—. ¿Eres hijo del doctor?

         —No, pero él ha sido como un padre para mí —repuso el joven mientras deslizaba la mano hacia la pistola láser que colgaba de su cinto—. Me contó que los militares lo están buscando y que por eso nos escondemos en esta base abandonada. ¿Es cierto todo eso?

         José levantó la vista y asintió con la cabeza.

         —Quisiera poder decirte que no, pero no tiene caso que mienta. El doctor Sandoval es buscado por el gobierno y existe una recompensa bastante atractiva por su captura. Se dice que posee información valiosa que pondría en riesgo la seguridad de la Tierra. Les agradezco por su ayuda, pero… .

         El joven se puso tenso.

         —¿Significa que vas a delatarnos? ¿Lo harás?

         —Se supone que debería hacerlo —respondió José con fría determinación—. ¿Por qué razón me salvaron la vida? No lo entiendo. Pudieron haberme dejado morir y ahorrarse tantos problemas.

         —Hice lo que era correcto, pero esperaba un poco de gratitud de tu parte. El doctor Sandoval no es un criminal. Es un hombre bueno que está en contra de los políticos corruptos.

         —Aun si me matan no podrás evitar que otros militares vengan —murmuró José con la vista fija en el arma del joven—. De seguro mi escuadrón debe estar muy cerca de aquí en estos momentos.

         —Sí hubiese querido matarte no te habría salvado —replicó el joven, mostrando las manos vacías—. Sé que tienes un deber que cumplir, pero te aseguro que el doctor Sandoval es inocente. Él no le haría daño a la Tierra.

         —La ley es dura, pero es la ley —murmuró José como no queriendo—. Escucha, no es que me simpaticen mis superiores, pero tengo un debe que cumplir. La obligación de un soldado es cumplir con la ley.

         —¿Aún si esas leyes son injustas? —inquirió el joven apenas conteniendo el disgusto por la naturaleza egoísta de aquel teniente—. Hubo una época en que los militares sabían lo que era la justicia. Piensa por ti mismo.

         José lo miró con severidad, estudiándolo. Luego sonrió. No pasaba un día sin se preguntara si las leyes a las que había jurado obedecer eran justas. Había estudiado la política y había llegado a la conclusión de que el gobierno de la Tierra estaba podrido desde sus cimientos, pero prefería mantenerse al margen y comportarse como un buen soldado. Después de todo, los militares no debían inmiscuirse en política.

         ¿O sí debían?

         —La justicia es algo relativo.

         El joven lanzó a José una mirada que le transmitió al teniente toda la confianza que tenía en sí mismo. Era todo lo que tenía.

         —La Tierra está sumida en la corrupción y lo sabes. Los políticos se apoyan en la seguridad planetaria para abusar de los ciudadanos comunes. Fue por esto y otras cosas que el doctor Sandoval decidió irse. Él no está de acuerdo con lo que ocurre en la Tierra.

         José alzó la mirada hacia el techo.

         —Sé que van colgarme por esto —murmuró él, bajando la cabeza y exhalando un suspiro. Se miró el brazo derecho y se acarició levemente el vendaje—. Pero tienes razón. Que se vayan al diablo mis superiores. Yo también estoy harto de esos políticos corruptos y ambiciosos.

         —¿De verdad no piensas entregarnos?

         —Oye, ustedes me rescataron de la muerte —le recordó José—. Déjame devolverles el favor. Tal vez me hagan corte marcial por esto si alguien llega a enterarse, pero así estaremos a mano. No me gusta deberle nada a nadie.

         El joven se quedó pensativo y lo miró fijamente.

         —Te lo agradezco mucho.

         José le extendió la mano.

         —¿Cuál es tu nombre?—preguntó.

         —Soy Jesús Ferrer.

         Armagedón, año 2315 d. C.

         Con paso firme y decidido, José Zeiva avanzó por el hangar rumbo al trasbordador que lo esperaba a unos metros adelante. Mientras caminaba no podía apartar de su mente las imágenes de un pasado tan distante que a veces le parecía que jamás hubiese existido. Estaba por subir a la rampa de abordaje cuando se detuvo para luego volverse y contemplar al general Luis Carrier y a un pelotón de soldados androide, que venían detrás de él.

         —¿Qué sucede ahora? ¿Ocurre algo?

         Luis se veía bastante preocupado.

         —Hace unos instantes me avisaron que… —la voz era un susurro ronco—, que Jesús Ferrer ha muerto. ¿Puedes creerlo? Uno de los Khans lo mató durante una batalla en el planeta Niros, aunque no conozco los detalles exactos.

         José escuchó la noticia con una tranquilidad que dejó perplejo a Luis. Sí al menos su primo hubiese sonreído maliciosamente o maldecido al destino por robarle el privilegio de vengarse de Jesús Ferrer, quizá Luis no habría quedado tan turbado. Por un instante tuvo la sensación que tal vez no se había dado a entender claramente, pero pronto se dio cuenta que no era así

         —Era algo que ocurriría tarde o temprano —dijo José, inexpresivo—. Él nos traicionó a todos uniéndose a la Alianza Estelar. Es de suponerse que N´astarith debe sentirse bastante satisfecho por lo ocurrido. Sus planes están marchando a la perfección.

         —Sí, es decir, no sé, es decir…

         —Ahora es cuando debemos tener más cuidado —le interrumpió José, manteniendo su rostro impasible—. La guerra quizá esté a punto de terminar y N´astarith bien podría deshacerse de nosotros bajo el mínimo pretexto. No podemos darle motivos para que ponga en duda nuestra lealtad o lo lamentaremos. Seremos buenos colaboradores y mantendremos la cabeza abajo.

         —Tienes toda la razón —musitó Luis con cierto nerviosismo—. ¿Adónde te diriges? Me dijeron que habías dado ordenes para que prepararan tu nave, pero nadie supo decirme cual es tu destino. ¿Regresarás a Endoria acaso?

         José se echó a reír.

         —¿Para qué querría ir a ese lugar? Allí sólo me esperan reclamos por parte de políticos y empresarios que exigen mayor seguridad. Estoy harto de todos esos sujetos y de sus quejas. ¿Por qué no intentan ellos combatir a la insurgencia? —Exhaló un suspiro de cansancio—. Es irónico, ¿no crees? A los ojos de los endorianos sigo siendo el tirano que los gobierna, pero N´astarith es quien da las ordenes. Yo cargo con los insultos y el infeliz tiene todo el poder. La vida está del asco.

         —Las cosas no pintan muy bien que digamos —murmuró Luis bajando la mirada. Sus ojos se posaron sobre la segunda espada que ahora colgaba de la cintura de José… y que no recordaba haber visto antes—. ¿Estarás mucho tiempo fuera o volverás pronto? Recuerda que N´astarith ha convocado a una junta con carácter de urgente en dos megaciclos. Todos debemos estar presentes o podrían pensar mal.

         —Pueden contar con que estaré en esa estúpida reunión —repuso José antes de darse la media vuelta, agitando violentamente su capa escarlata—. Debo atender mis propios asuntos también, y estos no son de la incumbencia de nadie. Sí alguien pregunta por mí diles que fui al sector Aruzyy a evaluar la fabricación de una nueva clase de destructor estelar. En caso de que no pueda estar presente usaré la Holo-Red Intergaláctica para comunicarme.

         —Claro, claro —asintió Luis despacio. Parecía estar angustiado—. Por cierto, cuando vuelvas, quisiera que habláramos un poco. No sé qué pienses, pero estoy muy preocupado por lo que pasa e incluso no he podido dormir bien en días. ¿Está bien si conversamos?

         No hubo ninguna respuesta. José continuó su camino por la rampa de abordaje y desapareció cuando la escotilla se cerró detrás de él. Luis permaneció inmóvil y en silencio, viendo como la nave de su primo despegaba del hangar. Entonces se volvió y se dirigió despacio hacia las compuertas, con la cabeza agachada. N´astarith, el señor de Abbadón, lo esperaba.

         Planeta Niros.

         En el interior del destructor Estrella Amarilla, Cadmio se asomaba por la ventana de la sala de conferencias. Con una mano sujetaba su cinturón, entrecerrando los ojos ante el viento que azotaba su cabello y sus ropas; y con la otra, se hacía sombra en los ojos para evitar que lo deslumbrara el brillo de los soles. En ese momento, todos tenían puesta su atención en Ultimecia, que relataba hasta el último detalle de la batalla entre el príncipe Jesús Ferrer y los guerreros de Abbadón. El tono de voz de la sacerdotisa exigía la atención de todos los presentes mientras sus ojos azules iban de un rostro a otro, buscando incesantemente una reacción a sus palabras.

         —Ese Khan mencionó que había logrado dominar el aureus y por eso podía transformarse en un Guerrero Káiser —dijo en voz baja, y con ello dio por concluido su relato.

         Asiont no llegó a oír todas las palabras, la verdad es que no pudo hacerlo. Su verdadero significado fue demasiado grande para que su mente pudiera asimilarlo en su totalidad. Significaba que todo lo que había hecho, y todo lo que habían hecho… .

         Que lo poco que habían conseguido, todo lo que habían sufrido… .

         Todo lo que había padecido la galaxia, todo los años de guerra y de sufrimiento y matanza, de planetas enteros devastados… .

         Todo había sido por nada.

         Porque todo se hizo para salvar a la galaxia.

         Que ya estaba perdida.

         Que ya estaba caída.

         —No puede ser cierto —murmuró Saulo en voz baja. Por un instante, toda la existencia del príncipe de Endoria se había vuelto un cristal lleno de fisuras que se desmoronó ante el golpe que suponía aquella revelación. Pero, siendo Saulo, un segundo después, volvió a ser quien era, puro príncipe de Endoria y Caballero Celestial—. Es que no lo comprendo. La leyenda dice que sólo habría un Káiser y que éste salvaría a la Existencia de la oscuridad.

         Casiopea inclinó la cabeza.

         —Creo que es hora de empezar a pensar que hemos malinterpretado esa leyenda.

         —Perdón, pero no entiendo lo que dices, Casiopea.

         Ella llevó la mirada hacia Trunks y lanzó un suspiro.

         —Desde hace mucho tiempo los Caballeros Celestiales hemos alimentado la luz con nuestras vidas. Nos hemos dedicado en cuerpo y espíritu a trabajar por la paz y la justicia en toda la galaxia, pero jamás se nos ocurrió pensar que la oscuridad surgiría de entre nosotros mismos. Tal vez esa oscuridad nos ha impedido discernir con claridad la verdad sobre la leyenda y sólo hemos visto aquello que queríamos ver.

         —Ella tiene razón en decir eso —murmuró Cadmio, mirando a través de la ventana. La aldea parecía estar como él se sentía. Dañada. Destrozada—. Parece que las tinieblas empiezan a disiparse. Los guerreros de Abbadón aprendieron a usar el aureus para alcanzar un nivel incomparable y así destruir la orden de los Caballeros Celestiales. Esto cambia las cosas.

         —¿A qué te refieres exactamente? —inquirió Kuririn.

         Cadmio se giró hacia ellos.

         —Ahora que sabemos que N´astarith controla el poder del aureus no podemos enfrentarlo. Debemos huir de esta galaxia mientras aún tengamos tiempo. No conozco ninguna manera en que podamos derrotarlos.

         —No estarás hablando en serio —repuso Andrea—. No importa si N´astarith tiene más poder ahora que antes. Nuestra misión sigue siendo la misma que cuando todo esto comenzó. Tenemos que terminar con esta guerra de una forma u otra.

         —¿Terminar la guerra? —Cadmio alzó una ceja—. Me parece que no ha comprendido la gravedad de la situación, alteza. La guerra está pérdida. N´astarith controla casi toda la galaxia y no hay forma en que podamos vencerlo. Esto sencillamente se acabó y nosotros hemos perdido.

         —No puedo creer que esté escuchando eso —intervino Trunks, avanzando un paso al frente—. Cuando nos invitaron a venir a esta dimensión nos dijeron que peleando juntos podríamos vencer a N´astarith y ahora quieren darse por vencidos sólo porque el enemigo resulto ser más fuerte de lo que pensaban. No es mi intención juzgar sus opiniones, pero creo que al menos deberíamos hacer el intento.

         —Hay muchas personas que aún dependen de nosotros —les recordó Hikaru.

         Cadmio meneó la cabeza.

         —Aún si peleáramos todos al mismo tiempo sería inútil —murmuró Cadmio amargamente—. Ni siquiera el aura más brillante y poderosa de toda la Existencia podría igualar la fuerza del aureus. Es evidente que N´astarith ha estado planeando esto desde hace mucho tiempo y nos lleva ventaja.

         —No ganamos nada con dejarnos abrumar por la desesperación —dijo Casiopea—. Debemos enfrentar la fuerza de la oscuridad con cada aliento que tengamos. La desesperación no es otra cosa que una manifestación de la oscuridad que mora dentro de nosotros mismos.

         —Y es una oscuridad que se vuelve más fuerte —Saulo miró fijamente a los ojos de Trunks y Casiopea, y ésta pudo sentir el calor de su mirada—. Recientemente, supimos que N´astarith se ha aliado con el peor enemigo de Zacek y los Guerreros Kundalini. Dentro de poco la Alianza del Mal llegará a esta dimensión y se unirá a las fuerzas de Abbadón. Cuando eso suceda, la guerra entrará en una fase mucho peor de lo que podamos imaginar.

         —¿Qué tan malo podría ser? —inquirió Andrea.

         Saulo exhaló un suspiro antes de responder.

         —Según tengo entendido, las fuerzas de la Alianza del Mal están muy bien equipadas y cuentan con una tecnología similar a la nuestra. El alto mando está llevando a cabo varias simulaciones para evaluar los probables resultados, pero me temo que no serán nada favorables. N´astarith podría buscar más aliados en las otrs universos y eso complicaría las cosas.

         —No nos rendiremos nunca —afirmó Asiont—. Hacer eso equivaldría a entregarle nuestras vidas al oscuro señor de Abbadón. Estoy seguro que los Khans todavía no descifran todos los secretos del aureus. Ese es el motivo por el cual están en busca de las doce gemas sagradas.

         —¿Y qué es lo que propones? —Cadmio se cruzó de brazos—. ¿Tienes algún plan que no implique morir en vano? Se creen muy valientes diciendo que hay que luchar hasta el final y todo eso, pero la realidad es que no saben qué hacer. Ir directo hacia la muerte no detendrá esta guerra.

         Asiont bajó la mirada sin saber que responder. La niebla de la duda empezó a oscurecer su mente. No tenía cómo responder a las objeciones de Cadmio porque en el fondo de su ser también pensaba que no había esperanza de ganar, aunque por fuera trataba de dar otra imagen.

         —Rendirse tampoco es una buena idea —dijo Casiopea—. La única forma de sobrevivir será venciendo a N´astarith y a sus aliados. Hay que pensar en la solución y no tanto en el problema. Tenemos que analizar las cosas con detenimiento. Por ejemplo, si ese Khan poseía la fuerza del aureus, ¿por qué huyó de nosotros? Hubiera sido bastante fácil vencernos a todos, pero no lo hizo.

         —Es cierto —asintió Trunks, frunciendo el ceño—. No tiene sentido a menos que hubiera algo que lo obligara a escapar. ¿Están diciendo que ese Khan no era tan invencible después de todo?

         —No veo otra explicación —Casiopea dirigió su mirada hacia Saulo—. La oscuridad nubla nuestra percepción y por eso tenemos que pensar con claridad y en calma. Debemos deshacernos del miedo y la duda. Es evidente que todavía no controlan la fuerza del aureus. La victoria sólo será posible sí creemos en ella.

         Incluso No.18, que permanecía cruzada de brazos con una expresión de indiferencia en el rostro, levantó la mirada. La androide fingía no prestar mucha atención a lo que hablaban, pero lo cierto es que no había perdido ningún detalle de la conversación. De vez en cuando arriesgaba una mirada para observar las distintas impresiones de todos los presentes.

         Saulo se recostó en su asiento. Estaba por decir algo cuando escuchó un suave tintineo proveniente de sus ropas.

         —Disculpen un momento —dijo, y se volvió, sacando un comunicador de un bolsillo—. ¿Sí… ?

         —Príncipe, hemos recibido una transmisión del general Strenuss —dijo una voz masculina por el comunicador—. Las naves meganianas volverán al sistema Adur y el general Azmoudez dice que se encargará de cuidar a las sailor que viajaron al funeral del príncipe Ferrer.

         —Gracias por el aviso —dijo Saulo—. Iremos para allá.

         —Llegó el momento de volver a la Churubusco —anunció Cadmio y después giró la cabeza hacia el patriarca Idanae—. Le agradecemos mucho su ayuda, pero tenemos que retirarnos. Pueden venir con nosotros si les parece. Estarán más seguros con la Alianza que en este planeta.

         —Se los agradezco, pero preferimos quedarnos —repuso Idanae con un gesto de amabilidad—. Niros ha sido nuestro hogar desde siempre y tenemos que quedarnos aquí, pero antes de que dejen este planeta quisiera decirles algo.

         —¿De qué se trata? —inquirió Trunks.

         —Hace unos instantes dijeron que existía la posibilidad de que hubieran entendido mal la leyenda y ahora que lo pienso, creo que mi pueblo y yo también pudimos haber caído en el mismo error. La victoria no puede depender de una sola persona. Es cierto que a lo largo de la historia han habido individuos que han derrotado a la oscuridad, pero lo cierto es que jamás hubieran podido hacerlo por sí solos. Para ganar esta batalla deberán mirar hacia el pasado para salvaguardar el futuro.

         —¿Mirar hacia el pasado? —repitió Andrea, inclinándose hacia delante. Sí había algo que ella quería dejar atrás era el pasado—. Temo que no entiendo, señor.

         —Todo se aclarará en su momento, majestad, no antes ni después.

         Zura estaba parado con las piernas separadas y las manos cogidas a su espalda mientras miraba por la ventana reforzada del enorme Devastador abbadonita. Estaban atravesando el hiperespacio en dirección a Armagedón. Faltaba poco para llegar. Zura desvió un ápice la mirada y descubrió el reflejo de Isótopo en el transpariacero. El guerrero meganiano acababa de entrar por la puerta de acceso del puente. Zura miró el reflejo, pero no hizo ningún movimiento.

         —¿Cómo se encuentra Allus? —preguntó fríamente.

         —Su condición es estable, aunque tardará un poco en recuperarse —el reflejo de Isótopo echó una mirada a un costado—. Quisiera poder entender cómo es que Allus pudo igualar los poderes del príncipe Ferrer. No tenía idea de que los Khans pudieran tener semejante fuerza.

         Zura suspiró. No sentía ganas de explicarlo lo que era el aureus, esperaba que N´astarith se comunicara con ellos. Isótopo no paraba de hablar y Zura empezó a sentir deseos de darle una patada lo bastante fuerte como para arrojarlo lo más lejos posible. Sí había algo que Zura no soportaba era que lo molestaran cuando estaba meditando. Los meganianos que servían a N´astarith eran escoria, presuntuosos y fastidiosos. Y los Khans eran igual de viles.

         —Tal parece que Allus no confía lo suficiente en nosotros para contarnos todos sus secretos —dijo tranquilo, como sí estuviera pensando en voz alta—. Y sospecho que Aicila y los demás Khans tampoco están dispuestos a revelarnos la verdad sobre sus poderes. Según entiendo, el príncipe Ferrer era el heredero de los poderes mencionados en la leyenda de Dilmun, pero nuestro amigo Allus fue capaz de derrotarlo con relativa facilidad. Eso sólo puede significar una cosa.

         —¿Qué? —preguntó Isótopo ansioso.

         —Allus ha logrado dominar el aureus al grado de poder elevar sus poderes más allá de su propia fuerza interna. Sólo usando la fuerza del aureus es posible superar la velocidad de la luz como Allus y el príncipe Ferrer lo hicieron.

         —Gran Creador, es cierto —murmuró Isótopo con la voz estrangulada por la tensión—. Entonces la fuerza de N´astarith debe estar lejos de todo lo imaginable. Debe tener el poder de un dios.

         El zumbido de alarma del holocomunicador llamó la atención de ambos. Zura se volvió para mirar el disco y, cuando el sonido le indicó que había una transmisión, presionó la tecla de «Aceptar» y ambos se arrodillaron. Con la cabeza agachada, Isótopo sólo podía mirar la imagen holográfica del interior de la capa del emperador de Abbadón, pero era todo lo que necesitaba ver para sentirse intimidado.

         —Sí, mi señor.

         —Bien hecho, mis amigos. Han logrado destruir una de las mayores amenazas para la paz en la galaxia. Sólo nos queda encargarnos de la Alianza Estelar y de los guerreros que luchan en su nombre para terminar con la guerra. La victoria será nuestra en poco tiempo y nueva era de paz y prosperidad se extenderá por toda la galaxia y alcanzará cada dimensión de la Existencia.

         Isótopo bajó aún más la cabeza.

         —No le fallaremos, mi señor.

         —Los Caballeros Celestiales que aún quedan con vida morirán —le aseguró Zura con calma—. La destrucción de esa orden es algo que ya se retrasó por demasiado tiempo, mi señor.

         —Confío en tus habilidades, Zura y sé que no me decepcionarás. Extermina a los últimos Celestiales y gánate tu lugar dentro de los Khans. Demuestra que puedes cumplir con esa tarea y serás recompensado con la grandeza que mereces.

         El holograma tembló y se desvaneció.

         —Puedes guardarte tus recompensas, «emperador» —Zura se puso de pie y dejó escapar una leve sonrisa—. Para cuando te des cuenta de la verdad seremos nosotros quienes regirán al imperio y tú y tus Khans sólo serán un triste recuerdo.

         Tierra.

         Los cuatro agentes del Servicio Secreto guiaban a Alexander, que caminaba a través del camino empedrado que atravesaba el jardín de su residencia de descanso con las manos esposadas a su espalda. A esas horas de la noche no había nada; ningún posible testigo, ninguna esperanza. El agente Johnson lo detuvo por el hombro y luego lo llevó al pie de un enorme árbol.

         —Muy bien, creo que ya esperamos lo suficiente —Johnson señaló a dos de sus compañeros—. Ustedes dos, entren a la casa y traigan una botella de wisky o de algo por el estilo y dejen entreabierta la puerta al salir. Vamos a simular que estuvo bebiendo antes de dispararse.

         Ambos hombres entraron a la residencia y llegaron hasta un pequeño bar donde había varias botellas. A uno de los agentes le gustó una pequeña de forma redonda que estaba sobre la barra y que no había sido abierta. Se trataba de un obsequio de cumpleaños que Alexander había recibido de sus padres apenas unos meses antes.

         Alexander parecía del todo resignado y no hizo ademán alguno de resistirse. Sin embargo, el general del Estado Mayor estudiaba a sus captores como una cobra estudia a su presa, fijándose hasta en los más mínimos movimientos de los agentes del servicio secreto. Todos eran mayores, advirtió, y llevaban un traje oscuro reluciente. Portaban un diminuto auricular en el oído, anteojos negros con visión nocturna integrada e iban armados. Sin duda se trataba de hombres bien entrenados.

         —Deja caer la botella al suelo —ordenó Johnson—. La gente debe creer que estuvo bebiendo en el jardín y luego se disparó en la cabeza. Mañana por la mañana filtrarán la noticia de que el general estaba siendo investigado por vender información militar y que se suicidó al saberse descubierto.

         Alexander advirtió que un vehículo se acercaba por la calle. Al verse descubierto, volvió la vista hacia los agentes. Tenía que ganar algo de tiempo. Uno de los agentes sacó la pistola que le habían quitado a Alexander luego de arrestarlo en la Casa Blanca y le limpió las huellas con un pañuelo.

         —La gente no se tragará esa historia —les dijo Alexander con aspereza. Sabía que no se atreverían a liquidarlo en presencia de algún testigo—. Mis amigos empezarán a hacer preguntas y descubrirán esta conspiración. Cuando el Congreso sepa lo que han hecho sus jefes tendrán serios problemas. Esto es una democracia.

         —Guarde silencio —gruñó el agente Smith.

         —Maldita sea, justo cuando íbamos a terminar con esto.

         —Será mejor que lo llevemos adentro —dijo el agente Johnson.

         Los miembros del Servicio Secreto abrieron la entrada de una patada. Estaban por meter a Alexander a la casa cuando el Ferrari que se acercaba aceleró a toda velocidad y atravesó la cerca. Uno de los agentes sacó su pistola para disparar contra el conductor, pero Alexander se le arrojó encima con todo su peso y consiguió derribarlo antes de que pudiera accionar el arma. El automóvil oscuro se detuvo. Satsuki salió por la portezuela del conductor pistola en mano y disparó a la cabeza de uno de los agentes, que murió al instante. Kamui bajó del lado del copiloto y corrió hacia donde estaba Alexander ignorando los gritos de Satsuki. Se escucharon tres disparos más que procedían de armas diferentes. Primero uno, y acto seguido otros dos. Los fogonazos provocaron unos destellos blancos en la oscuridad.

         En la penumbra del patio, Alexander se liberó a duras penas del cuerpo de Kamui y se puso de rodillas. Entonces vio que la espalda de su amigo estaba cubierta de sangre, una sangre oscura y espesa. Unos segundos antes del primer disparo, Kamui se había abalanzado sobre Alexander para protegerlo. Satsuki había accionado su arma dos veces y las dos balas dieron en el blanco. La primera atravesó el pecho de Jonhson, y la segunda dejó herido en una pierna al cuarto miembro del Servicio Secreto. En medio del zafarrancho, el agente Smith pudo acercarse a Satsuki y la encañonó.

         —Te llegó la hora, maldita perra.

         Estaba a punto de jalar del gatillo cuando dos balas le dieron en la espalda. El cuerpo sin vida del agente Smith soltó la pistola, que cayó al piso. Satsuki volvió la mirada hacia el sitio de donde habían venido los disparos y observó a Kamui. Éste dio un paso con la mirada perdida, tiró el arma con la que había disparado y se desplomó pesadamente en el suelo. Entonces Satsuki corrió hacia a su amigo para ayudarle, pero era demasiado tarde. Estaba muerto.

         —¡Kamui!

         —Dios… no —musitó Alexander.

         Mientras Satsuki se arrodillaba junto al cadáver de su amigo, Alexander notó que el último miembro del Servicio Secreto que seguía con vida alzaba su manga para solicitar ayuda. Sin pensarlo mucho, Alexander se acercó hasta el agente y le dio una fuerte patada en pleno rostro. El miembro del Servicio Secreto quedó desmayado. Satsuki fue hacia Alexander y le ayudó a deshacerse de las esposas. 

         —¿Estás bien? —le preguntó ella con algunas lágrimas en los ojos.

         —Sí, pero debemos irnos ahora mismo —Alexander la cogió de la mano—. Dios, tenían razón. El presidente… el gabinete… todo mundo está involucrado. Tenemos que buscar ayuda de inmediato o será demasiado tarde. ¡Corre!

         Para cuando el agente del Servicio Secreto recuperó el conocimiento sólo pudo ver cómo el Ferrari salía a la autopista levantando una nube de polvo blanco. Entonces levantó la manga y se puso en contacto con sus compañeros.

Planeta Niros.

         En el destructor Estrella Amarilla, Asiont entró en la habitación donde Andrea lo estaba esperando. La reina estaba parada de espaldas al Caballero Celestial, absorta en un holoproyector, en el que contemplaba holoimágenes personales. El holograma que estaba observando era una escena de hace muchos años donde estaban ella, Jesús Ferrer, Luis y Rodrigo Carrier y José Zeiva. Todos se veían sonrientes y posaban orgullosos en los jardines del palacio real endoriano.

         —¿Me ha mandado llamar, majestad? —preguntó Asiont inclinándose ante la reina.

         Andrea, entusiasmada, no respondió.

         —¿Majestad?

         —Dímelo de nuevo, Asiont —le pidió Andrea—. ¿Por qué peleamos?

         —Para terminar con la guerra, majestad —respondió Asiont.

         Andrea pareció no escucharlo. De pronto apagó el holoproyector.

         —Sí, es verdad… —murmuró. La reina se volvió hacia Asiont y dijo—: Durante más de setenta ciclos estelares hemos peleado en guerras sangrientas con la intención de traer paz y bienestar a la galaxia, pero sólo he visto destrucción y mucho sufrimiento por todas partes. Este es el mundo que hemos creado. En todo este tiempo nunca he gozado de un solo ciclo estelar de paz. Mi hija y muchos otros jóvenes sólo han conocido la guerra. ¿Para qué ha servido nuestro esfuerzo? ¿Para qué sirve la Alianza Estelar? Hemos peleado y se ha derramado mucha sangre ¿Y todo para qué?

         —Hemos luchado por la paz —respondió Asiont—. Para frenar las ambiciones de N´astarith y de todos aquellos que piensan como él. Sé que esto ha costado mucho dolor, pero no había otra forma de hacerlo.

         —¡Mi hermano pensaba de la misma forma! —exclamó Andrea—. Y mira en lo que se ha convertido. Lo conocí bien. Él no era malo, pero la ambición le envenenó el alma y la mente. Los Caballeros Celestiales hablan de la oscuridad como una fuerza latente y por primera vez me estoy dando cuenta que esa oscuridad nos está envolviendo a nosotros también.

         —¿Qué es lo que le preocupa, majestad? —inquirió Asiont frunciendo el ceño.

         —Tengo miedo de que nos estemos convirtiendo en lo mismo que estamos combatiendo, pero eso no es todo lo que me aflige. Desde que supe de la muerte de Jesús Ferrer no he dejado de pensar en mi hermano. He estado pensando en contactarlo.

         —¿Lo dice en serio, majestad? —Asiont no podía creerlo—. No puedo ser que diga eso.

         —Sé que es un asesino, un traidor, un malvado, pero aún Jesús pudo darse cuenta de sus errores antes de morir. Tal vez te parezca una locura, pero tengo la esperanza de poder convencer a mi hermano de que se una a nosotros. Aún hay bien dentro de él.

         —Debe estar bromeando, majestad —El rostro de Asiont se endureció—. Su hermano es retorcido y vil. Quizá Jesús Ferrer pudo hacer a un lado sus ambiciones y ayudarnos, pero dudo mucho que José Zeiva siga el mismo camino. 

         —Sé que parece una tontería, pero por eso es que necesito tu ayuda. No me atrevería a pedírselo a Saulo o a Cadmio. Eres el único en que puedo confiar. Por favor, Asiont, ayúdame a salvar a mi hermano.

         Él apartó la mirada.

         —Majestad, han pasado muchos ciclos estelares, ¿por qué no trató de buscarlo antes? 

         —Porque ahora me doy cuenta que existe esperanza. ¿No lo ves? Durante mucho tiempo me hice a la idea de que mi hermano jamás volvería a ser el mismo de antes, pero aún Jesús llegó a pensar que había algo de bondad en él.

         En ese momento, Asiont no podía ni siquiera considerar la idea. El hecho de pensar que José Zeiva pudiera albergar una pizca de bien le parecía tan absurdo como suponer que N´astarith podría negociar un alto al fuego con la Alianza. 

         —Lo siento, majestad, pero su hermano es una amenaza y debemos detenerlo.

         —Al menos considera la idea, por favor.

         Asiont guardó silencio  y permaneció inmóvil por unos momentos. Considerar la idea implicaba ser misericordioso. No se sentía misericordioso. Se sentía abrumado y enfadado. Era como sí una nube oscura empañara sus pensamientos. Fue entonces que comprendió las palabras de Andrea. Esa oscuridad nos está envolviendo a nosotros también.

         —Le prometo pensarlo, majestad, pero no estoy seguro de que las cosas sean como usted piensa.

Planeta Adon.

         Los últimos rayos rojos del sol poniente envolvieron las viejas ruinas donde estaba parado. José Zeiva permanecía en silencio con la espada del rayo en una mano y la del fuego en la otra. Su mente estaba plagada de recuerdos del pasado y visiones sobre el futuro.

         —A veces olvido que también somos mortales —murmuró José mientras miraba hacia el suelo—. Quisiera que las cosas hubieran resultado de otra forma, pero la vida siempre nos depara diferentes caminos y no es posible dar marcha atrás. Hay que mirar de frente y seguir adelante a pesar del peso que cargamos. Sé que no estás de acuerdo con mis ideas, pero a mí no me pasará lo mismo que a ti. Descansa en paz, viejo amigo, te prometo que vengaré tu muerte.

         Despacio, guardó las espadas en sus respectivas fundas y abandonó el lugar en silencio. Sólo una vez volvió la mirada para contemplar la pequeña lápida mortuoria que había dejado en el suelo.

JESÚS FERRER
UN VERDADERO AMIGO
UN VERDADERO PRÍNCIPE

Continuará… .

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