Leyenda 135

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPÍTULO CXXXV

SIN ALTERNATIVAS

         Astronave Churubusco. (Sala de entrenamiento)

         Asiont observó disimuladamente a Ami, que tenía puesta toda su atención puesta sobre Shiryu mientras éste continuaba explicándoles a todos porqué Saori Kido había usado su sangre para restaurar las armaduras de bronce. Pero la simulación era una pérdida de tiempo, Asiont no podía ocultar su interés por la Sailor Senshi a los ojos de aquellos que lo conocían de mucho tiempo atrás. Casiopea casi podía sentir el tronar de los latidos de su amigo sin necesidad de acercarse.

         Casiopea emitió un suspiro silencioso. Tenía una idea demasiado clara del tipo de interés que su amigo tenía en Sailor Mercury. Cuando Shiryu y Mu terminaron de aclarar todas las dudas de los curiosos, Azmoudez llamó la atención de todos al otro lado de la habitación. El general unixiano espero a que las distintas miradas se volvieran hacia su persona antes de hablar.

         —Quisiera pedirles a todos que vengan conmigo al planeta Adur para buscar el testamento de Azarus. De acuerdo con mis fuentes, la bóveda se localiza en un lugar cercano a las ruinas de un antiguo templo de los Caballeros Celestiales destruido hace algún tiempo.

         —¡Cuenta con nosotros! —exclamó Seiya sin pensarlo dos veces—. Te acompañaremos para encontrar ese testamento. Sí existe una manera de derrotar a los guerreros de N´astarith, tenemos que conocerla cuanto antes.

         —Perfecto —dijo Azmoudez con una leve sonrisa—. Creo que entre todos será más sencillo encontrar la bóveda en poco tiempo y abrirla. Una vez que hagamos esto, sería cuestión de unos pocos nanociclos para traducir el testamento y descubrir todo lo que ahí se dice sobre el poder del aureus.

         —Nosotros también iremos —anunció Dai dando un decidido paso al frente.

         —Dai —musitó Sailor Saturn en voz baja.

         —Nada me impedirá ir en está ocasión —anunció Ranma con seguridad.

         —¿Cuándo partimos? —inquirió Yamcha.

         —La nave estará lista en unos poco ciclos.

         —¡Que bien! —exclamó Sailor Moon.

         —¿De verdad? —preguntó Hikaru.

         Azmoudez asintió y miró a uno por uno a todos los jóvenes y jovencitas que se hallaban delante de él; cuando la mayoría mostró su disposición a acompañarlo en la búsqueda del testamento, se volvió hacia Azrael para alejarse unos metros junto con él mientras ambos conversaban en voz baja.

         —¿Qué te parece, hermano? No podríamos pedir mejor compañía.

         —No lo sé, Azmoudez —murmuró Azrael—. ¿De verdad es necesario?

         —Creo recordar que ya habíamos tenido esta conversación antes y ambos sabemos que llegaríamos a esto. No existe otro camino y es demasiado tarde para arrepentirse, hermano.

         Azrael bajó la cabeza.

         —Lo sé, hermano, lo sé, pero pienso que tal vez no sea una buena idea.

         —No me digas que vas a acobardarte.

         —¿Qué pasará con Uriel? —inquirió Azrael—. ¿Se lo dirás a él también?

         Azmoudez lo miró con desdén.

         —Claro que no, su destino será el mismo que el de los demás.

         Piccolo frunció el entrecejo con recelo. Quizá nadie más podía enterarse de lo que los generales unixianos estaban conversando entre sí, pero la raza nameku gozaba de un oído excepcional y podía escuchar sonidos sin ningún problema incluso a varios kilómetros. En esos momentos, estando Azmoudez y Azrael sólo a unos poco pasos de distancia, para Piccolo era como si estuvieran hablando justo frente a él.

         —¿No crees que debemos pensar las cosas nuevamente?

         —¡Basta de tonterías, Azrael! ¡No quiero oír ni una palabra más! —murmuró Azmoudez en un susurro apenas audible—. Ve al hangar número siete y alista un transbordador para salir lo antes posible. No debe haber ningún retraso o de lo contrario serás tú quien enfrente las consecuencias.

         —Sí, hermano, como digas —repuso Azrael antes de darse la media vuelta y dejar la sala de entrenamientos.

         Azmoudez sacudió la cabeza con furia, pero se tranquilizó cuando recordó que lo estaban observando. Era momento de seguir con la farsa. Tenía que aparentar completa normalidad sí deseaba que las cosas salieran como estaban planeadas o alguien podría empezar a hacer demasiadas preguntas. Como toda farsa que se precie de tal, su desarrollo subsiguiente debía proceder con lógica implacable a partir de su ridícula premisa inicial: que encontrarían una forma de vencer a los Khans. Era una verdadera lástima que N´astarith no pudiera estar ahí para disfrutar la forma en que la trampa estaba a punto de cerrarse.

         —¿Ocurre algo malo, Azmoudez? —le preguntó Sailor Jupiter mientras caminaba hacia el general en compañía de Fuu y Sailor Venus.

         Entonces, Azmoudez se volvió para mirar directamente a los ojos de Makoto.

         —No, claro que no —negó el general con una sonrisa fingida—. Es sólo que Azrael olvidó hacer algo importante, pero ya está en eso. Espero que ustedes también decidan venir con nosotros al planeta Adur.

         —Puedes confiar con que así será —repuso Sailor Jupiter.

         —Por supuesto, cuenta con nuestro apoyo —dijo Fuu.

         —Excelente —la sonrisa de Azmoudez se amplió un poco más—. Estoy seguro que con la ayuda de todos encontraremos la clave para derrotar a los guerreros de Abbadón y al mismo N´astarith.

         Fuu sonrió con optimismo.

         —Escucharte decir eso me llena de esperanza.

         —Bueno, esperemos que todo salga bien, mi joven amiga. Uno nunca debe perder la esperanza a pesar de las dificultades. Sí algo he aprendido en la vida es que por cada puerta que se cierra, siempre se abre una ventana.

         Uriel caminó con rapidez para llegar a Azmoudez. Había permanecido en silencio la mayor parte del tiempo mientras dejaba que sus generales explicaran todo lo referente al testamento de Azarus y los planes para viajar a Adur a buscarlo. Cuando juzgó que su presencia ya no era necesaria, decidió que había llegado la hora de marcharse. Sólo se había detenido unos momentos más porque deseaba escuchar acerca de la condición de Saori y la explicación de Shiryu sobre las armaduras de bronce, pero prefería irse para evitar estar en el mismo lugar que los Celestiales. La animadversión que sentía por ellos le impedía tolerar su presencia.

         —General, debo irme, los estaré esperando en el hangar número siete.

         —Claro, señor —repuso Azmoudez—. Lo veré allá junto a Azrael. Sé que usted también nos acompañará.

         —No me lo perdería por nada, general —dijo Uriel antes de retirarse.

         La sonrisa de Azmoudez seguía siendo cálida, pero sus ojos se habían tornado distantes.

         —Puedo estar seguro de eso —murmuró.

         En el momento en que Uriel dejaba la sala de entrenamiento, Sailor Jupiter pudo observar a dos oficiales de la Alianza Estelar entrando al mismo tiempo. Tras saludar al general Azmoudez, los militares se dirigieron hacia donde estaban Zacek, Lis-ek, Uller y Shilbalam y comenzaron a hablar con ellos.

         Mientras la rampa de abordaje se extendía, entraron corriendo treinta soldados lerasinos armados que tomaron posiciones defensivas alrededor de la nave que acababa de aterrizar en el hangar. A la reina Andrea le pareció un tanto exagerado, pero sabía que los militares únicamente estaban siguiendo el protocolo de seguridad correspondiente. La nave parecía estar hecha de cristal y tenía una forma diferente a la de cualquier otra nave que Andrea hubiese visto antes. Cuando la escotilla finalmente se abrió, una joven elegantemente vestida de rojo, azul y amarillo salió del interior de la nave cristalina y descendió por la rampa, flanqueada por dos sailor senshi que Andrea pudo reconocer casi de inmediato.

         —Son la reina Kakyuu, Sailor Star Healer y Sailor Star Maker —murmuró la reina y luego se volvió hacia los soldados para darles indicaciones—. Bajen sus armas de inmediato. No hay peligro, ellas son amigas.

         Los militares acataron la orden mientras Kakyuu se detenía delante de Andrea y el príncipe Saulo.

         —Soy la primera reina del planeta Kinmokusei, del reino Tankei —declaró la joven y luego inclinó un poco la cabeza con las manos entrelazadas—. Mi nombre es Kakyuu.

         —Sean bienvenidas a la astronave Churubusco —repuso Andrea mientras una sonrisa iluminaba su rostro—. Es un gran honor volver a verlas a todas.

         Kakyuu inclinó la cabeza nuevamente.

         —El honor es todo mío.

         Andrea indicó con un gesto a Saulo para que se acercara.

         —Reina Kakyuu, permita que le presente al príncipe Saulo del planeta Endoria.

         Saulo le miró a los ojos y sonrió levemente.

         —Encantado de conocerla, majestad. Espero que disculpe nuestra falta de hospitalidad, pero no sabíamos que planeaban llegar a esta nave. ¿Puedo saber cómo nos han encontrado?

         —Tuve que utilizar mis poderes para encontrar el resplandor del Cristal de Plata que posee Sailor Moon —explicó Kakyuu—. No fue una tarea sencilla, pero logré hacerlo luego de varios intentos. Se dice que la luz que proyecta el Cristal de Plata es la más intensa en toda la Vía Láctea. Gracias a esa luz fue que pudimos localizar su nave a pesar de las dificultades.

         Saulo arqueó una ceja.

         —No tenía idea de eso.

         —Temíamos que no nos recordara, majestad —dijo Sailor Star Healer.

         —Debo confesar que estoy algo sorprendida —murmuró Andrea con calma. Hizo un gesto con la mano hacia su derecha para invitarlas a que la siguieran—. La verdad es que no esperaba que pudieran llegar a este universo, pero me alegra verlas nuevamente. Sí me acompañan, por favor, las llevaré a donde se encuentran Sailor Moon y el resto de las Sailor Senshi.

         —Muchas gracias, estoy ansiosa por ver a la princesa de la Luna —murmuró Kakyuu mientras caminaba junto a Andrea, seguida por las Sailor Star Light, el príncipe Saulo y algunos guardias lerasinos.

         —Supongo que habrán venido a ayudarnos —comentó Saulo.

         La reina Kakyuu asintió con la cabeza.

         —Es correcto, príncipe, para eso es que viajamos hasta este universo. Así como Sailor Moon, nosotras también deseamos apoyarlos en su lucha contra N´astarith y sus guerreros de la oscuridad. Admito que nuestros poderes y habilidades no sean iguales a los del enemigo, pero estamos dispuestas a pelear sí es necesario.

         —No tiene idea de cómo requerimos ayuda, majestad —dijo Andrea.

         En el interior de la nave Tao, el gobernador Bantar permanecía sentado en su puesto de mando esperando a que el emperador Zacek se comunicara con ellos en cualquier momento. Los escuadrones de cazas Tao y los Transformables estaban listos para dirigirse al sistema Ninxit, junto a las Águilas Reales y otras naves de combate pertenecientes a la Alianza Estelar que se estaban agrupando. De acuerdo con los mapas estelares que le habían proporcionado, Bantar sabía que el sistema estelar donde realizarían las maniobras estaba bastante alejado. Las razones por las cuales Cariolano había escogido ese sistema en particular y no alguno más cercano era un detalle que Bantar todavía no comprendía del todo. ¿Por qué tenía que ir tan lejos? Otra cosa que le resultaba incomprensible era que la flota terrícola de MacDaguett no participara en las maniobras conjuntas, sino que las realizarían del otro lado del planeta Adur. ¿Por qué unas naves irían a un sistema y otras no?

         Mientras el gobernador zuyua continuaba meditando sobre las maniobras de combate y los riesgos que presentaba alejarse tanto de Adur, la principal pantalla visora se iluminó con una imagen fulgurante y nítida del rostro de Zacek.

         —Gobernador Bantar, me han informado sobre las maniobras militares que el Consejo de la Alianza Estelar pretende realizar en compañía de nuestras fuerzas. Le doy el permiso para hacerlo y también le deseo buena suerte.

         —Gracias, emperador —Bantar inclinó la cabeza—. Sin embargo siento que es mi obligación decirle que veo algunos riesgos en todo esto. Luego de revisar los planes del almirante Cariolano, me doy cuenta que la Churubusco y demás naves que permanecen en Adur estarían en una situación relativamente vulnerable una vez que nos marchemos.

         Zacek frunció el entrecejo.

         —¿A qué te refieres exactamente?

         —Digo que no me parece prudente enviar a casi la totalidad de las naves de combate a un sistema tan alejado como es al que iremos. Para los cazas Tao no existe tanto problema, pero a las demás naves les tomaría unas cuatro horas estándar regresar en caso de emergencia. El sistema Ninxit se localiza a ciento cincuenta parsecs de Adur, lo que equivale a más de trescientos años luz de distancia. Incluso las Águilas Reales tardarían algo de tiempo en llegar a Adur.

         —Comprendo los riesgos que esto implica, Bantar —murmuró Zacek—. Pero la Churubusco posee escáneres de espacio profundo capaces de detectar planetas o naves a ocho parsecs de distancia. Incluso me han contado que posee escáneres anti-ocultación para descubrir naves encubiertas. Te aseguro que sí algo llegara a pasar podríamos huir a tiempo antes de que fuera demasiado tarde. Además no olvides que las naves de MacDaguett permanecerán en el sistema.

         —Ya lo sé, emperador, es sólo que… —Bantar hizo una pausa y buscó las palabras adecuadas—… hay algo que no me gusta. Cuando fui almirante de la astronave Atlantis siempre me preocupe por no correr riesgos innecesarios y creo que es un error táctico ir a realizar maniobras a un sistema tan distante.

         —Lo sé, amigo, pero ahora nos encontramos en una situación completamente diferente. Sí lo que el profesor Dhatú y los científicos de la Alianza Estelar descubrieron resulta acertado, entonces tenemos que preparar a nuestras fuerzas para lanzar un ataque contra los ejércitos de N´astarith.

         Bantar aceptó esto con un asentimiento, pero en su interior aún pensaba que los planes de Cariolano no eran una buena idea.

         —De acuerdo, emperador. Espero que todo salga bien.

         —Yo también, viejo amigo. Buena suerte —le contestó Zacek, y la pantalla quedó en blanco.

         Bantar permaneció sumido en sus pensamientos por un breve instante hasta que la voz del androide YZ-1 llamó su atención. En el espacio, las diferentes naves de la Alianza Estelar estaban encendiendo sus propulsores hiperespaciales MK y se preparaban para la partida.

         —Gobernador Bantar, los cazas Tao se encuentran listos y hemos recibido el aviso de que podemos proceder. Tiempo aproximado de llegada al sistema Ninxit utilizando máxima velocidad trans-warp se calcula en cuatro horas.

         —Procedan.

         Las naves aliadas abandonaron la órbita del planeta Adur y dieron el salto al hiperespacio.

         El Súper Executor alzó una extremidad. La guadaña del extremo desapareció en el alojamiento del antebrazo y surgió en su lugar un barreno. El ruido del taladro era espantoso. Sin piedad, el robot se inclinó hacia delante, hundiendo la perforadora en el pecho del Executor-03 del cual brotaron chispas. El panel de control ubicado delante de Mana explotó en llamas, causándole heridas en el abdomen. El Súper Executor esperó hasta que la punta del barreno salió por la espalda del robot de Mana para finalmente lanzarlo hacia el suelo con fuerza.

         Abrió los ojos y gritó con fuerza.

         ¿En donde estaba?

         La cabeza le daba vueltas, pero pudo darse cuenta que ya no se encontraba en la cabina del Executor-03. Como se sentía mareada, Mana se derrumbó sobre la cama con la respiración agitada. Cuando trató de incorporarse nuevamente, recibió un impacto emocional: En un rincón de la habitación, donde la luz se diluía, había una figura humana, observándola.

         —¿Musashi? —preguntó—. ¿Eres tú? ¿En dónde estamos?

         —Descansa, tienes que recuperar tus fuerzas.

         —¿Qué pasó con los demás?

         —Están bien. Shinji despertó hace poco y Asuka aún está en recuperación.

         Mana dejó caer su cabeza en la almohada.

         —Qué bueno, me da tranquilidad saber eso.

         Musashi se acercó unos pasos cortos y titubeantes con la mirada puesta en el suelo.

         —Quería pedirte perdón —murmuró.

         —No… .

         —Tú trataste de advertirnos sobre la traición del general Kymura, pero yo no quise hacerte caso y hasta te llame traidora. Yo soy quien debería haber estado a punto de morir y no tú. Perdóname, por favor.

         —No… no… no podías saberlo.

         —Eso no excusa. Debí haberte escuchado, pero estaba celoso de Shinji.

         —Deja de preocuparte, lo importante es que estamos bien. Tú nos salvaste a todos y eso es lo que realmente importa. Sí no fuera por ti tal vez no habríamos sobrevivido en el espacio.

         —Te quiero mucho, Mana.

         Ella nunca lo había escuchado decir eso. Fue la primera vez. Al poco rato Mana se quedó dormida con una sonrisa en el rostro. Musashi escogió quedarse con ella un rato más mientras los androides médicos iban y venían realizando todo tipo de exámenes médicos al cuerpo de la chica.

         En la sala de entrenamientos, la reina Andrea y el príncipe Saulo presentaron a la reina Kakyuu y a las Sailor Star Light ante todos los demás guerreros. Incapaz de contener su emoción, Sailor Moon corrió hacia donde estaban Kakyuu y las Star Light para dar rienda suelta a toda su alegría. Las otras sailor guerreras comenzaron a acercarse con excepción de Sailor Galaxia, que aún se sentía culpable por todo el daño que había provocado en el planeta de Kakyuu.

         —¡Vinieron a ayudarnos! —exclamó Sailor Moon—. ¡Gracias, amigas!

         —No nos agradezcas todavía, Sailor Moon —repuso Sailor Star Maker—. Aún no hemos derrotado al enemigo y sólo entonces podrás darnos las gracias.

         —¿Para qué vinieron aquí? —Sailor Uranus se adelantó a las demás Outer Senshi, mirando escrutadora a los ojos de Sailor Star Maker—. No era necesario que vinieran a este universo cuando es obvio que esta batalla no les corresponde.

         —No esperaba menos de ti, Sailor Uranus —dijo Sailor Star Maker—. Pero no confundas las cosas. La amenaza que representa N´astarith es un peligro tanto para su sistema solar como para el nuestro. No olvide que la galaxia entera se encuentra amenazada, así que todas las sailors debemos unirnos.

         —Sí eso es lo que quieres creer, adelante —se mofó Sailor Uranus. Se dio la media vuelta y mirándolas por encima del hombro, añadió—: Solamente no interfieran en nuestro camino y no habrá ningún problema.

         De pronto, la reina Kakyuu se dio cuenta de que la actitud de Sailor Uranus era una pantalla. No era que la Outer Senshi sintiera realmente antipatía por ellas, sino que no deseaba que se entrometieran en sus asuntos. La Outer Senshi era demasiada orgullosa para reconocer que necesitaba ayuda de los demás y prefería adoptar una actitud de «lobo solitario» antes que hacer equipo con alguien más que no fuera Sailor Neptune o Sailor Pluto. Pero lo que Kakyuu desconocía era que Haruka había cambiado su manera de pensar gracias a Usagi. A partir de la última batalla, Sailor Uranus finalmente había terminado aceptando a las Inner Senshi como compañeras de equipo, aunque todavía solía recelar de los extraños.

         Asiont se acercó a Kakyuu, la miró a los ojos e inclinó la cabeza.

         —No tenía idea de que hubiera llegado, majestad.

         —¿Acaso lo había olvidado, caballero Asiont? —le contestó Kakyuu—. Les habíamos dicho que los acompañaríamos en la lucha contra N´astarith. Es lo menos que podemos hacer para honrar la memoria de Sailor Star Figther.

         —¿Entonces ustedes también son sailor guerreras? —inquirió Areth.

         Sailor Star Healer asintió.

         —Así es, aunque nosotras provenimos de otro mundo diferente al de Sailor Moon y sus amigas. Se dice que en nuestro universo hay una sailor senshi por cada planeta que existe.

         —¿Por cada planeta? —murmuró Shun—. Parece que los planetas son para estas chicas lo mismo que las constelaciones para los santos.

         Mientras algunos se acercaban a saludar a las recién llegadas, Piccolo dirigió una mirada sesgada hacia donde se encontraba Azmoudez. Ahora más que nunca tenía motivos para desconfiar del general. El guerrero nameku buscó en el aura mientras Azmoudez conversaba con Sailor Jupiter, Sailor Venus y Fuu. El mundo se tornó en formas de luz y oscuridad. Y ahora podía ver a las tres chicas y al general, y el aura que cada uno despedía.

         Sailor Jupiter, Sailor Venus y Fuu eran luminosas, seres transparentes, una trío de ventanas a un prado iluminado por la pureza de sus corazones. Pero Azmoudez era una tormenta caótica que amenazaba con transformarse en un tornado, y era una tormenta que mostraba ciertos signos de oscuridad. Entonces, Piccolo llevó sus ojos hacia Kakyuu y descubrió que ella igualmente irradiaba una luz casi perfecta, pero no ocurría igual en el caso de Asiont. Del mismo modo que con Azmoudez, el Caballero Celestial parecía una nube gris con tendencia a convertirse en una cruda tormenta. La tensión que bullía dentro de Asiont era tan abrumadoramente poderosa que iba más allá de toda comprensión. La menor fluctuación de su aura podía generar el caos en el Celestial. Podía pasar cualquier cosa.

         Cualquier cosa.

         ¿También debía desconfiar de él?

         —Oye, Lance —Piccolo llamó la atención del hermano de Cadmio, que casualmente se encontraba cerca. Lance se volvió apenas escuchó que lo llamaban y decidió acercarse al lado del guerrero nameku—. ¿En dónde se encuentran las tres gemas sagradas que lograron recuperar?

         —¿Las gemas? No te preocupes por eso, las pusimos en una bóveda localizada en uno de los laboratorios. Hace poco comencé a hacerle algunas pruebas para determinar su composición, pero hasta el momento no he tenido suerte. ¿Por qué la pregunta?

         —No podría explicarlo claramente, pero tengo un presentimiento —la voz de Piccolo era hosca y átona—. ¿Quién más sabe de la ubicación de las gemas?

         —Bueno —Lance frunció el ceño—. Están los miembros del Consejo de Líderes, los militares, los científicos y nosotros los Celestiales. Están custodiadas todo el tiempo por guardias y androides de combate fuertemente armados. No tienes nada de que preocuparte.

         —Se trata de Azmudez —dijo Piccolo al fin—. Lo escuché conversando con su hermano y parece que algo está tramando. No puedo asegurarlo con certeza, pero presiento que no nos han dicho toda la verdad referente a ese supuesto testamento.

         —¿Cómo los escuchaste?

         —Yo poseo un excelente oído y pude escucharlos a pesar de que se encontraban bastante lejos de mí. No he querido decir nada porque podría haberlo malinterpretado, pero no confío en él.

         Lance parpadeó.

         —Creo que te preocupas demasiado. Azmoudez puede tener diferencias con nosotros los Celestiales, pero en el fondo persigue las mismas cosas.

         —¿Estás seguro de eso?

         Lance no supo que responder.

         —Será mejor que nos mantengamos alerta —Piccolo volvió a mirar hacia donde estaban Azmoudez y Sailor Jupiter—. Desde que llegué a esta nave he percibido un velo de oscuridad que afecta mi percepción y creo que no soy el único en darme cuenta de eso.

         Zacek se dirigió hacia donde estaban Lis-ek, Shilbalam, Uller, Casiopea, Ranma, Ryoga, Dai, Poppu, Marine, Leona, Hyoga, Seiya, Shiryu, Yamcha, No.18, Kuririn, Gohan, Umi y Ten-Shin-Han. Todos ellos habían estado conversando sobre el testamento de Azarus y habían llegado a la conclusión de acompañar a Azmoudez a buscarlo. Mientras el emperador zuyua caminaba hacia ellos, Ranma aún hablaba sobre lo que a él le importa más que el famoso testamento.

         —Lo que realmente quisiera es averiguar en dónde tienen a Akane.

         Casiopea miró al chico.

         —Tengo entendido que Sombrío es conocido por raptar mujeres. La única forma de averiguar su paradero es interrogando a uno de los guerreros de Abbadón, pero te aseguro que pronto lo descubriremos.

         —Parece que todo está listo —dijo Zacek al unirse de nuevo al grupo—. Los cazas Tao han partido para unirse a las maniobras militares ordenadas por el Consejo de Líderes.

         Lis-ek miró detenidamente a su esposo.

         —¿Te ocurre algo, Zacek? Pareces un poco preocupado.

         Él suspiró profundamente.

         —Son varias cosas en realidad. Antes de marcharse, Bantar mencionó que no le gustaba el plan del almirante Cariolano porque comprometían la seguridad de la flota, pero no sólo es eso. Desde que las naves partieron he estado percibiendo que el poder de la oscuridad se ha intensificado todavía más y eso no me gusta.

         —Eso es cierto —convino Shilbalam—. El manto de la oscuridad ha envuelto a esta galaxia casi en su totalidad y eso afecta gravemente nuestras habilidades como Guerreros Kundalini. No podemos confiar del todo en nuestra percepción.

         —¿Un poder oscuro dicen? —Hyoga frunció el ceño—. ¿Creen que nos encontramos en peligro acaso?

         —No podría asegurarlo plenamente —le respondió Shilbalam.

         De pronto, los agente J y K entraron a la habitación por la puerta de acceso y se dirigieron hacia donde estaba el general Azmoudez. Antes de que lograran llegar con la persona que estaban buscando, Eclipse se interpuso en su camino y los obligó a detenerse. El agente K observó al Espía Estelar de arriba abajo con aburrimiento.

         —¿Se puede saber a qué vienen aquí? No recuerdo haber pedido un ataúd.

         K exhibió un neurodesestabilizador.

         —A un lado o te borró la memoria.

         —¿Tú y cuantos más? —le desafió el enmascarado—. Adelante, luego la recuperaré ahogándome de borracho en licor. Apuesto que no sabías que así se puede recordar las cosas.

         —Oye, quítate del camino antes de que decida patear tu sucio trasero —replicó J en forma amenazante—. Quizá no estés informado, pero he encerrado a muchos tu especie por causar problemas en la Tierra.

         Eclipse agitó las manos y se burló.

         —Mira como tiemblo, mira como tiemblo. Tal vez no lo recuerden, pero hace tiempo su organización decomisó mi nave y quiero que me la devuelvan o voy a desquitarme con ustedes dos.

         —¡Ya basta! —exclamó K con enfado.

         Cadmio se apresuró a intervenir antes de que alguno de los Hombres de Oscuro decidiera lanzar un puñetazo contra el rostro de Eclipse. El Caballero Celestial tomó al espía de un brazo y lo apartó.

         —No des más problemas, «tigre».

         —Vamos, Cadmio —dijo Eclipse—. ¡Dame cinco ciclos con ellos!

         —¡Ve a hacer tus cinco ciclos de ejercicio, mercenario ocioso! —le gritó K.

         Eclipse les gritó un par de maldiciones más, pero los Hombres de Oscuro ni siquiera le prestaron atención. Los agente de MID llegaron hasta donde se encontraba el general Azmoudez y saludaron a Fuu y a las Inner Senshi.

         —¿Qué ocurre, K? —inquirió Azmoudez.

         —Todo está listo para partir, general —repuso el Hombre de Oscuro en un tono carente de emoción—. Tenemos ordenes de escoltarlos hacia el planeta Adur y proporcionarles apoyo logística para cumplir con la misión.

         —¿De qué están hablando? —preguntó Minako con curiosidad.

         Azmoudez le soltó la mejor de sus sonrisas. Un peculiar brillo iluminó su mirada.

         —La nave para ir al planeta Adur está lista, Sailor Venus. Es hora de localizar la bóveda secreta y el testamento de Azarus.

         USS Enterprise.

         Todas las naves de la flota estaban listas para entrar en combate. Después de repartir ordenes a todos los oficiales sobre el plan de ataque, Scott había dispuesto que se enviara por delante una escuadrilla de cazas EA-6B Prowler y varias naves E-2C Haweye. Los Prowler tenían como misión bloquear todos los escáneres de espacio profundo y alerta temprana ubicados a lo largo del sistema Adur mientras que los Haweye debían encargarse de rastrear el movimiento de las patrullas de cazas de la Alianza en el área. Cuando la flota de MacDaguett comenzó a moverse hacia el lado visible del planeta más grande, Scott sabía que había llegado la hora para lanzar el ataque sobre la Churubusco.

         Con toda la tripulación en sus puestos de combate, el almirante Albert Albion del HMS Ark Royal examinó los planes de batalla que le llegaban por los diferentes ordenadores y meneó la cabeza en sentido negativo. Durante toda su carrera militar se había inspirado en el ejemplo del brillante almirante británico Horatio Nelson, vencedor de Trafalgar, y por lo mismo estaba convencido de que aún en las guerras debía existir al menos un cierto grado de humanidad. Como parte del plan de batalla exigía bombardear algunas ciudades en el planeta Adur, Albion sentía la necesidad de intentar de convencer una última vez a Scott de que no lanzara el ataque.

         —Comuníquenme con el USS Enterprise —ordenó.

         —Pero, señor, la flota navega «a ciegas» —le recordó el oficial de comunicaciones—. El general Scott dijo que… .

         —¿Es qué debo repetir cada orden que doy? —le interrumpió Albion en un tono desagradable—. Ya sé lo que dijo el almirante Scott, pero aún así quiero hablar con él una vez más. ¿Está claro?

         El oficial de comunicaciones asintió y volvió a sumirse en su consola para entablar un enlace con la nave insignia de la armada americana. A los poco segundos, la principal pantalla visora del puente mostró una imagen clara del almirante Winfield Scott.

         —Albion, le dije claramente que no habría más transmisiones.

         —Es un canal seguro, señor —replicó Albión—. Además es necesario que hable con usted porque es el único que puede impedir que cometamos un error. General, quiero pedirle que no lancemos el ataque hasta no hablar con alguien en la Alianza Estelar.

         Scott esbozó una sonrisa para compensar la acidez de su respuesta.

         —Sí, eso ya lo sabía, ¿y qué más?

         —General, las ordenes del Congreso Mundial eran proteger a la Tierra y a su sistema solar, no lanzar un ataque contra una flota estacionada a miles de años luz en un sistema estelar alejado y de paso bombardear un planeta. ¿Se da cuenta de lo que estamos haciendo?

         —De lo que me doy cuenta es de que usted está discutiendo mis ordenes, almirante, y eso no lo voy a permitir. Esas naves en Adur son parte de una estrategia encaminada a invadir la Tierra. Sí usted no tiene el valor para defender nuestro mundo encontraré a alguien que pueda hacerlo.

         Albion no se dejó amedrentar. En vez de eso, miró a Scott directo a los ojos en forma desafiante.

         —General, es su privilegio relevarme del cargo.

         —Excelente, me parece bien —dijo Scott sin ocultar el inmenso placer que le proporcionaba aquel momento—. En ese caso queda usted relevado del mando del HMS Ark Royal y permanecerá arrestado hasta que se presente a corte marcial por responder a los cargos de insubordinación, traición a la Tierra, conspiración y terrorismo. Retiren al almirante del puente de mando.

         De pronto, un par de oficiales se acercaron a Albert y se colocaron a sus costados. Uno de ellos desenfundó un arma y le apunto al almirante. Éste miró de reojo a su segundo oficial que lo amenazaba y luego se levantó para encararlo.

         —Siempre supe que anhelabas un ascenso, Nathan, pero nunca imagine cuanto.

         Astronave Churubusco. (Sala de entrenamiento)

         Cadmio miraba hacia la puerta de acceso, más allá de Casiopea y Lance, hacia los santos dorados y las sailor senshi que se preparaban para dirigirse hacia la nave de transporte que los llevaría al planeta Adur. Los Celestiales habían decidido aprovechar el momento para conversar entre ellos. Las distintas misiones en diferentes universos, las sesiones del Consejo de Líderes y los continuos combates les habían impedido reunirse desde hacía algún tiempo.

         —Las cosas parece que pueden mejorar —dijo Saulo—. El Consejo cree que es posible hacer que el enemigo desactive los escudos defensivos de sus naves. Sí tal suposición resulta cierta, entonces podríamos cambiar el curso de la guerra.

         —Oh, eso es una buena noticia —repuso Casiopea con una sonrisa—. Parece que la situación ha comenzado a mejorar después de todos. Hemos encontrado aliados en los universos donde se encontraban las gemas sagradas y ahora existe la posibilidad de combatir a las naves del imperio.

         Cadmio parecía más serio de lo habitual.

         —Hay algo que no me gusta. N´astarith sabe que necesita las tres gemas que tenemos en nuestro poder para usar el Portal Estelar y seguramente está planeando cómo recuperarlas. Desde que comenzaron las guerras estelares, él siempre ha estado un paso delante de nosotros y eso quedó demostrado cuando logró eliminar a Jesús Ferrer en el planeta Noat. ¿Cómo es que él sabía quién era el guerrero de la leyenda mientras que nosotros lo ignorábamos?

         —¿Cómo podíamos saberlo? —dijo Lance en forma apremiante—. El príncipe Jesús era nuestro enemigo y jamás hubiéramos podido imaginar que él y sus hermanos llevaban dentro de sí las almas que componían el espíritu del guerrero Káiser. Lo que ahora me preocupa es que algunos de los Khans puedan usar el poder del aureus de una manera efectiva y no sólo para aumentar sus propias fuerzas.

         Saulo suspiró con cansancio.

         —Más vale que ese testamento realmente exista y todo habrá terminado. No puedo creer que el Maestro Aristeo no nos haya dicho nada de esto. Son demasiadas cosas que ignorábamos. La identidad del Káiser, los poderes ocultos de los Khans y ahora la existencia del testamento de Azarus.

         —Sí es que realmente existe —replicó Asiont con frialdad.

         —Bien —Saulo dirigió la mirada hacia donde estaba la reina Kakyuu y Andrea—. Si el testamento no existe o no contiene algún dato que nos permita conocer una debilidad para derrotar a los guerreros de Abbadón, todo se habrá pérdido para siempre.

         —Piccolo sospecha que Azmoudez está ocultando algo más —dijo Lance.

         —Él no es el único —Cadmio con voz queda—. No sé qué es lo que pretende, pero la oscuridad rodea el aura de Azmoudez.

         Casiopea se acomodó los cabellos con los dedos.

         —Como nos rodea a todos también. Tal vez alguno de nosotros debería ir a visitar al Maestro Aristeo antes de ir a buscar ese supuesto testamento. Después de todo, fue Aristeo quien derrotó a Azarus.

         —No veo de qué sirva eso  —dijo Saulo—. Es claro que el Maestro Aristeo nos ha abandonado. No hemos tenido noticias de él en muchos ciclos estelares y si no fuera por Asiont, ni siquiera sabríamos que está vivo. No creo que quiera ayudarnos.

          —Tú también has estado alejado de nosotros —murmuró Casiopea—. Has estado más al pendiente de la política que de la Orden y de tu aprendiz.

         —¿Cuál Orden? —Saulo miró a sus amigos con frustración—. Sólo quedamos nosotros y ninguno terminó el entrenamiento adecuadamente. Ya no sé sí la Orden existe o es sólo un recuerdo del pasado al que nos aferramos inútilmente.

         —Aún somos Celestiales —dijo Casiopea—. Así quedará uno solo nada más, la Orden seguiría existiendo a pesar de todo. Ser un Celestial implica ciertas responsabilidades, pero ningún hombre o mujer puede dividir sus lealtades. Es claro que tú lugar es con tu pueblo antes que con nosotros, Saulo, pero debes tomar una decisión con respecto a tu futuro.

         Saulo tardó unos momentos en responder. Cuando lo hizo, tuvo que tragar saliva y descubrió que le costaba mucho trabajo hablar.

         —Tienen razón, lo cierto es que he estado rehuyendo mi papel como príncipe, pero ahora me doy cuenta que mi verdadero destino no está con los Celestiales. Creo que no sería justo ni para Areth o para ustedes. A partir de este momento ya no seré más un Celestial.

         En el puente de mando de la Churubusco, el almirante Cariolano se acercó a una consola de mando y comenzó a utilizar el teclado para introducir una serie de instrucciones. Tras unos breves momentos, consiguió entrar al sistema defensivo de la enorme astronave y entonces introdujo una llave roja en una ranura situada en un compartimiento. En cuanto pulsó la tecla de introducción apareció un mensaje en la pantalla, que mostró las palabras «¿Desactivar Sistema de Armas, Contramedidas y Escudo? S/N».

         Cariolano echó una mirada a su alrededor y luego desactivó los sistemas de armas, las contramedidas electrónicas y el escudo protector. Aprovechando el cambio de oficiales que laboraban en el puente de mando, el almirante cambió el mensaje en la pantalla y después se guardó la llave en un bolsillo. Estaba por retirarse cuando la voz de Rodrigo Carrier lo hizo volverse hacia atrás.

         —¿Inspeccionando el sistema de armas de nuevo, almirante?

         —Comandante Carrier —Cariolano sonrió como quien saluda a alguien que no le agrada mucho por la calle—. ¿Puedo ayudarlo en algo?

          —Tal vez —le respondió Rodrigo—. Para empezar podría responder algunas preguntas sobre su tonto plan de realizar maniobras militares. ¿Por qué escogió el sistema Ninxit?

          —Bueno, esa decisión la tomó el Consejo de Líderes, comandante. Ahora sí me disculpa quisiera descansar un poco. Tantas discusiones me han agotado un poco y quiero aprovechar la ocasión para leer.

          —Claro, claro —concedió Rodrigo—. Pero tiene muchas cosas que explicar.

          —Confíe en mi, comandante —Cariolano volvió a sonreír mientras disimuladamente bajaba su mano derecha hasta el arma que colgaba de su cinturón—. Tal vez sí decide acompañarme le pueda responder a todas sus dudas.

          El último reconocimiento de la zona sudeste de Adur, efectuada por algunas cazas unos momentos antes, había puesto de relieve que las naves del almirante MacDaguett habían empezado a realizar ejercicios de maniobra. Las naves de la Alianza Estelar no habían efectuado reconocimientos del otro lado del planeta. Los sistemas de escaneo planetarios empezaron a experimentar problemas técnicos. Por eso, nadie en la Churubusco podía sospechar que, en aquellos mismos instantes, cinco mil naves de combate cruzaban las fronteras del sistema Adur.

Continuará… .

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