Leyenda 006

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPITULO VI

DUELO DE ESPADAS E IDEALES

       Castillo de Papunika (salón del trono)

       Galford miró detenidamente a Dai y sonrió con aquella sensación de quien se sabe el mejor. Tenía la seguridad de aquel iba a ser un duelo sumamente extraño. Esta vez, su oponente sería un niño, no un adulto, y ahora estaba peleando para el imperio de Abbadón, no para Megazoar.

       Dai, por su parte, mantuvo su espada en alto y estudió al meganiano con la mirada. Interiormente, ambos contrincantes esperaban pacientemente a que se les presentará una buena oportunidad para atacar.

       —Quiero que pelees con todas tus fuerzas, niño —dijo Galford—. Debes saber que soy uno de los mejores guerreros espadachines de Megazoar y no malgasto mi tiempo con adversarios inferiores.

       Dai frunció el entrecejo, pero no bajó la guardia.

       —Eres un canalla, pero te derrotaré —hizo una pausa y miró a Leona y a los tres Sabios de reojo—. No sé cómo te atreves a decir que eres el guerrero de la justicia.

       El meganiano frunció el ceño. Aquel chico había palpado su dilema moral y le recordó vagamente sus acciones. Una poderosa aura de energía rodeó totalmente el cuerpo de Galford.

       —¡Niño insolente! —le espetó irritado—. Jamás entenderías mis razones.

       Sin previo aviso, el meganiano se lanzó sobre Dai decidido a molerlo a golpes. Cegado por la ira, Galford descargó una serie de puñetazos y patadas sobre el chico a una extraordinaria velocidad. Pero gracias a sus excelentes reflejos como guerrero, Dai consiguió esquivar todos los ataques y ponerse a salvo. El meganiano estaba a punto de sacar la espada cuando Dai dio un saltó que lo colocó en el aire por encima de él.

       —Ahora será mi turno —anunció Dai mientras sostenía la empuñadura con ambas manos—. ¡Daichizan! (Corte de Tierra)

       Con un fuerte y rápido mandoble, el chico atravesó el cuerpo de Galford por la mitad. Instintivamente, Dai alzó la mirada y vio como la figura de su enemigo se desvanecía en el aire. Se trataba solamente de una imagen.

       —¡Aquí estoy, chico! —le gritó Galford a sus espaldas.

       Antes de que Dai pudiera hacer algo para evitarlo, el meganiano alzó ambas manos conjuntamente y le descargó un severo golpe en la coronilla, que lo derribó por los suelos.

       —¡Dai! —gritaron Leona y Poppu a voz de coro.

       Galford miró al chico despectivamente y se cruzó de brazos. Realmente no le había costado ningún trabajo sorprenderlo. Por unos instantes, creyó que la batalla se había terminado. «Ningún humano común podría soportar ese golpe», pensó. «Ningún humano… .

       Dai se levantó lentamente y se volvió hacia su oponente, listo para seguir el combate.

       —¡No puede ser! —dijo Galford en voz alta, abriendo enormemente los ojos.

       Lilith dejó escapar una sonrisa. Sin la necesidad de usar el escáner se había dado cuenta de la increíble habilidad de aquel niño. «Realmente me sorprende», pensó.

       —Eres muy rápido —murmuró Dai, mirando a Galford fijamente—. Pero no creas que ya ganaste esta batalla.

       Poppu apretó su báculo mágico con sus manos e hizo el ademán de ir hacia donde estaba Dai, pero no pudo dar más de dos pasos. Isótopo se interpuso en el camino del mago, cerrándole el paso.

       —¿A dónde crees que vas, sabandija? —le inquirió burlonamente—. Sí no mal recuerdo, tú pelearás conmigo.

       Un sentimiento de pánico se apoderó del cuerpo de Poppu. Aquel sujeto poseía una expresión llena de ferocidad que lo intimidaba. Pero no había tiempo que perder. Haciendo a un lado sus temores, el joven mago desplegó su báculo en el aire.

       —¡Fuera de mi camino! —le dijo en voz alta—. No tengo tiempo que perder contigo.

       Isótopo se rió.

       —Sí deseas ayudar a tu amigo primero deberás derrotarme, ¿qué te parece?

       El semblante de Poppu cambió por completo. Tenía miedo, no podía negarlo, pero ya no era el mismo mago cobarde que salía huyendo abandonando a sus amigos. Ahora era otro.

       —De acuerdo, pelearé contigo —hizo una pausa, cerró los ojos y se hundió en sí; abrió los ojos de repente y comenzó a elevarse por los aires—. ¡Toberula!

       Isótopo levantó ambas cejas con evidente sorpresa. No esperaba que pudiera volar, pensó.

       Usando su magia, Poppu ascendió hasta casi tocar el techo del salón del trono con la cabeza. Desde su privilegiada posición se dio cuenta de que sí peleaban ahí, probablemente causarían muchos daños. El mago se mordió el labio inferior y volvió la vista hacia una ventana. De pronto una idea cruzó por su mente. Disimuladamente se acercó hasta la pared que daba al exterior.

       —¡Atrápame si puedes! —gritó mientras salía por la ventana.

       Isótopo frunció el entrecejo, irritado. Sin perder tiempo, el meganiano desplegó su poderosa aura y se lanzó por los aires para perseguir a Poppu.

       —¡Maldito, insecto! ¡No escaparás!

       Fuera del castillo, Poppu sonreía triunfantemente mientras se alejaba. Seguramente a su enemigo le tomaría algo de tiempo alcanzarlo. Instintivamente volvió la mirada hacia atrás. Su rostro sufrió una aterradora transformación cuando se dio cuenta que Isótopo lo seguía de cerca.

       —¡No puede ser! ¡El también puede volar! —exclamó, visiblemente sorprendido.

       Isótopo se detuvo frente a Poppu. Ahora nada lo salvaría.

       —No me imaginaba que las cucarachas como tú pudieran volar —le dijo con una expresión de arrogancia en el rostro—. Pero no creas que podrás escapar de mi tan fácilmente.

       El viento agitó la capa amarilla de Poppu en el aire. No había otro camino, era hora de pelear. Sin pensarlo un segundo más, Poppu levantó su báculo mágico hacia el cielo.

       —Fuertes espíritus que iluminan la tierra —cerró los ojos y continuó orando—. Escúchenme y denme su poder de victoria.

       Un aura blanca emanó del cuerpo de Poppu. Poco a poco, una esfera de luz brillante se formó sobre la punta del báculo, brillando intensamente.

       El guerrero imperial enarcó una ceja. Movido por la curiosidad se llevó la mano al escáner visual para activarlo. El poder de Poppu había subido hasta las 2,739 unidades

       —Ni creas que lograrás vencerme con esas tonterías. Yo soy un guerrero inmensamente poderoso.

       Poppu bajó los párpados. ¿Realmente podría vencerlo? Sólo había una manera de saberlo. Abrió los ojos y apuntó al meganiano con su báculo mágico.

       —¡Pecta!

       La esfera de luz abandonó el báculo y se abalanzó sobre Isótopo. Instintivamente el meganiano cruzó los brazos frente a su rostro y se preparó para el impacto.

       Una poderosa fuerza invisible golpeó el cuerpo del imperial. Sus cabellos flotaron hacia atrás lo mismo que las partes holgadas de su ropa. Probablemente si hubiera sido un meganiano común y corriente, la enorme fuerza lo hubiera arrojado contra las paredes del castillo de Papunika.

       Finalmente, el hechizo mágico perdió fuerza poco a poco. Poppu jadeó y abrió enormemente los ojos. No podía ser. Isótopo ni siquiera había sido movido un centímetro hacia atrás.

      El meganiano soltó una risita apenas audible

       —Vaya, debo admitir que eres muy combativo, mocoso —hizo una pausa, bajó los brazos a sus costados y sonrió—. Sí no hubiera sido por  la armadura, probablemente me hubieras arrojado al suelo.

       Poppu alzó ambas cejas y abrió la boca. Su mejor hechizo ni siquiera lo había rasguñado. Debía pensar en algo pronto o el enemigo acabaría con él.

       Isótopo cerró los puños y miró fijamente al joven mago. El aura de energía volvió a cubrir su cuerpo. Una ráfaga de aire emanó de la figura del guerrero meganiano haciendo temblar a Poppu.

       —Está vez será mi turno, miserable gusano —le advirtió con una sonrisa.

       Poppu subió los brazos instintivamente. El aura de Isótopo resplandecía tan intensamente que lo obligó a fruncir la mirada. De pronto, el imperial voló directamente hacia él.

       Con una asombrosa velocidad, el meganiano se colocó de cabeza frente al mago. Un rictus de terror se apoderó del rostro de Poppu, que interiormente estaba deseando desaparecer en el aire. Isótopo le dedicó una sonrisa burlona y se le acercó lentamente. Poppu retrocedió algunos centímetros, pero antes de que pudiera darse cuenta, el meganiano lo golpeó en la cabeza con una patada, mandándolo de regresó al suelo.

       Igual que sí fuera un proyectil, el cuerpo de Poppu se estrelló en la tierra levantando una inmensa nube de polvo. Isótopo sonrió confiadamente. Esto es muy fácil, pensó.

       Dentro del castillo, Dai guardó su espada y levantó las manos con las palmas orientadas hacia su oponente. La Khan de Selket miró la escena detenidamente sin decir nada. A un costado de su hombro, Sigma permanecía en la misma postura.

       —Esta vez no te será fácil —sentenció Dai.

       Galford clavó la mirada en el chico y se preparó para su siguiente movimiento.

       «¿Qué será lo que está tramando?», pensó. «¿Pensará atacarme?»

       De repente, una ráfaga de aire surgió de las manos de Dai levantando algunos escombros por los aires. Galford alzó ambas cejas y apretó los dientes, el vendaval comenzaba a empujarlo hacia atrás.

       Dai dio un paso al frente y dando un fuerte grito aumentó el poder de la corriente.

       —¡Bajima!

       Galford cruzó los brazos frente a su rostro. El viento era demasiado intenso, pero todavía podía resistirlo. Algunas pequeñas rocas salieron disparadas y rasguñaron su cuerpo. Instintivamente se asomó por entre sus brazos. Un hilillo de sangre corría por su mejilla, al parecer uno de los diminutos fragmentos había conseguido rasguñarle el rostro.

       —¡Así se hace, Dai! —festejó Leona mientras los Sabios miraban la batalla atentamente.

       Lilith giró la cabeza hacia Sigmas. La batalla había comenzado a aburrirla.

       —Sigma —murmuró, llamando al Espía Estelar.

       —¿Si?

       —Aprovechemos que Galford e Isótopo están manteniendo ocupados a esos insectos para buscar la gema estelar.

       Sigma asintió con la cabeza.

       —Bien, yo me haré cargo de hallarla.

       Las cosas no marchaban bien para Galford. Contrario a lo que pensaba, el vendaval mágico había empezado a obligarlo a retroceder. El viento fue tan intenso que el meganiano fue arrojado de espaldas por los aires. Sin poder controlar su vuelo, Galford atravesó la pared de la sala dejando un enorme boquete en el muro.

       Dai bajó las manos e inmediatamente el vendaval desapareció.

       —¡Bravo! —exclamó Lilith lo suficientemente alto para que el chico la escuchara—. Eso estuvo muy bien, niño.

       El chico se volvió hacia la Khan de Selket y le lanzó una mirada de desconcierto.

       —Lo hiciste muy bien —continuó Lilith—. ¿No te interesaría unirte a nosotros? Un talento como el tuyo no debe ser desperdiciado en este repugnante planeta. Habrá riquezas y muchas bebidas embriagantes, ¿qué dices?

       El chico se apresuró a negar con la cabeza y sacó la espada nuevamente.

       —No, yo jamás me uniría a una partida de asesinos como ustedes.

       Lilith cerró los ojos, sonrió y bajó la cabeza levemente.

       —Ya me lo imaginaba. Sin embargo, antes de que intentes algo contra nosotros, debes saber que Galford no ha sido derrotado todavía. No creerás que ibas a ganar así de sencillo, ¿cierto?

       Antes de que Dai pudiera decir algo más, el guerrero de la justicia apareció levitando por el mismo boquete por donde había salido de la sala. Dai se volvió hacia él.

       —Ese ataque me sorprendió —admitió el meganiano mientras descendía frente al chico—. Tienes un poder que supera al de los niños de mi raza —hizo una pausa y sacó su espada. Era una arma estupenda, la empuñadura parecía estar hecha de oro macizo y tenía pequeños brillantes de diversos colores que la adornaban. La hoja era larga y a simple vista se podía apreciar que tenía un filo excelente—. Esta espada es Excalibur, la espada de la justicia.

       Dai dio un paso atrás. ¿Cómo podía Galford llamarse a sí mismo el guerrero de la justicia? Eso no podía entenderlo.

       —Deja de decir esas tonterías —exclamó el chico en voz alta—. Sí realmente fueras un guerrero que lucha por la justicia no estarías haciendo esto.

       Galford desvió la mirada herido por la crítica. Realmente se sentía un traidor a sus ideales.

       Lilith enarcó una ceja molesta y se volvió hacia Sigma, agitando su capa negra por atrás de ella.

       —Ese Galford es un cobarde. Que mate a ese niño de una vez. 

       Sigma sonrió, dejó caer los brazos a sus costados y miró la pared.

       —Yo sacaré la gema —murmuró mientras se encaminaba hacia un extremo de la habitación.

       Lilith volvió a dirigir su mirada hacia Dai y luego miró a Galford. La lentitud con la que el meganiano actuaba estaba empezando a impacientarla.

       A unos kilómetros del castillo, junto a unas enormes colinas, Eclipse y Lance planeaban la estrategia a seguir. Siguiendo la opinión de Lance, el espía estelar había decidido aterrizar su nave bastante lejos del Devastador imperial. No tenían la menor idea del alcance de los rastreadores enemigos y lo mejor por el momento era no correr ningún tipo de riesgo. Desde su posición, ambos podían atestiguar como las armas de la inmensa nave reducían a cenizas el pueblo aledaño al castillo de Papunika.

       —¿Y ahora qué, Sherlock? —inquirió Eclipse, mientras miraba a Lance en espera de que éste le propusiera alguna opción viable—. ¿Qué propones?

       —Debemos ayudar a toda esa gente —sugirió Lance, refiriéndose a los habitantes de Papunika que huía por todos lados—. Esos malditos están destruyendo sus hogares.

       Eclipse sacudió la cabeza. La idea era ridícula por no decir suicida. Aquella enorme nave probablemente estaba llena de cientos de naves caza y seguramente albergaba a miles de soldados.

       —Estás completamente loco. Lo que debemos hacer es tratar de infiltrarnos en su nave, conseguir la información y regresar a nuestro propio universo cuanto antes.

       —¿Qué estás diciendo? —preguntó Lance como si no acabara de entender las palabras de su acompañante—. ¿Me estás diciendo que abandonemos a toda esa gente?

       Eclipse se encogió de hombros.

       —Pues, sí, que lástima. Ahora, es muy probable que tengan grabadas algún tipo de coordenadas que nos permitan… .

       El espía no terminó la frase. Antes de que se diera cuenta, Lance lo tenía agarrado de las ropas y con la espalda contra la superficie de su nave.

       —Escúchame bien, buitre, toda esa gente está en problemas y tenemos que ayudarlos, ¿vale?

       Eclipse dejó escapar una leve sonrisa. De alguna manera Lance había empezado agradarle, pero no estaba dispuesto a seguirlo hasta la muerte.

       —Ese no es el punto, amigo —hizo una pausa y le sujetó las manos a con fuerza para que lo soltara—. A mi no cuelgues ese rollo de los Caballeros Celestiales. Yo estoy aquí para obtener información, no para jugar al héroe.

       Lance le lanzó una mirada acusatoria, pero Eclipse ni siquiera se dio por aludido. Si realmente le importaba la vida de todas esas personas lo disimulaba bastante bien. Lance suspiró y se colocó su casco de batalla.

       A diferencia de otros Celestiales, Lance no utilizaba el poder del aura para luchar. Cuando era más joven había demostrado una gran capacidad para crear toda clase de artefactos y desde entonces pensó que podría olvidar todo eso de la meditación y usar otros métodos. Para luchar utilizaba una poderosa armadura de batalla hecha de duracero con duranio. Dotada de varias armas y mucho recursos, su armadura de batalla le había sido de gran utilidad en la lucha contra las fuerzas imperiales, pero nunca se había enfrentado a un Khan. No había manera de saber sí esta vez podría salir victorioso.

       —Haz lo que quieras, mercenario —murmuró, dándole la espalda a Eclipse. Alzó su brazo y apretó unos cuantos botones en el casco. Su escáner de poder le indicó de varias presencias en el castillo—. Iré a ese castillo. Si los Khans están ahí los detendré.

       —¿No quiere dejar su testamento de una vez? —se burló Eclipse—. Usted jamás ha peleado con un Khan, ¿verdad?

       Lance aparentó no oírlo y bajó el visor del casco. Usando los propulsores de su armadura, el joven se elevó por los cielos para dirigirse al castillo. Eclipse sólo bajó la cabeza y suspiró.

       —Sólo va a conseguir que lo maten —guardó silencio y siguió a Lance con la mirada hasta que éste desapreció—. El chico es valiente, no puedo negarlo, pero también es un estúpido de talla mayor. Me pregunto si su armadura podrá reciclarse.

       Dai empuñó fuertemente su espada y avanzó hacia el meganiano. Galford, por su parte, contuvo el aliento, levantó su arma y se dispuso a combatir. Las hojas se entrechocaron con fuerza. Para sorpresa de Galford, el pequeño Dai manejaba la espada con una increíble habilidad que ciertamente no esperaba encontrar en un niño. ¿Qué clase de ser era él? Galford comenzó a asestar golpes con la espada decidido a emplear su fuerza más que la pericia para doblegar al chico.

       —¡Dai, ten cuidado! —gritó Leona desde su posición. La princesa estaba preocupada, pero aun así, mantenía su fe en el pequeño guerrero. No es el primer enemigo poderoso al que se enfrenta, pensó.

       Galford inició una nueva acometida, obligando a Dai a retroceder con un diluvio de mandobles y estocadas que caían desde todos los ángulos posibles. Aunque el guerrero de Megazoar no sabía nada sobre Dai, ya se había dado cuenta que había sido entrenado bastante bien en el arte de la espada, lo cual lo convertía en un oponente de cuidado a pesar de ser tan sólo un chiquillo. Dai detuvo un ataque tras otro moviendo la hoja de izquierda a derecha. De pronto el chico se alejó de Galford con un rápido salto hacia atrás. El meganiano estaba desconcertado. «¿Acaso se retira?», pensó.

       Dai lanzó su espada unos centímetros hacia arriba y esperó a que cayera para cogerla nuevamente por el mango. Esta vez tenía la hoja orientada hacia abajo. Galford sonrió levemente y avanzó un paso. ¿Sería un estilo de lucha que él no conocía?

       —No me daré por vencido —dijo Dai en voz alta mientras llevaba la espada a su costado. Parecía como si el niño quisiera esconder la hoja tras su cuerpo. Galford miró la escena sin decir nada. Su sonrisa había desaparecido.

       Leona observó como la espada del chico comenzaba a brillar intensamente. Varios rayos similares a pequeños relámpagos emanaron de la hoja continuamente. Lilith observó a Dai sin perder detalle. Su aura, y por consiguiente su nivel de combate, estaba aumentando rápidamente. Se llevó la mano al escáner visual. La cantidad había llegado hasta las 10,678 unidades y seguía subiendo. Sigma desvió la mirada hacia Galford para ver su reacción.

       El meganiano, por su lado, percibió el enorme poder generado por Dai. Sujetó el mango con ambas manos y levantó la espada por encima de su cabeza. Una poderosa aura lo cubrió completamente.

       —Escúchame, Dai —comenzó a decirle—. Nadie ha podido resistir el embate de Excalibur, la espada de la justicia. Te haz defendido bien, sí te rindes ahora no te quitaré la vida.

       Dai le lanzó la más feroz de sus miradas. Rendirse era la última opción que consideraba en una batalla.

       —No, nunca lo haré —respondió en voz alta—. Aunque me cueste la vida, jamás me rendiré. Que eso te quede bien claro.

       Galford cerró los ojos y asintió sombríamente.

       —Hubiera preferido que las cosas fueran de otra manera —abrió los ojos de repente—. Pero veo que no hay opción… .

       Haciendo acopio de todas sus fuerzas, el guerrero meganiano trazó un rápido arco vertical, lanzando un poderoso haz de energía en contra de Dai.

       —¡Poderoso Corte Excalibur!

       Dai, por su parte, mantuvo su postura sin siquiera inmutarse. De pronto, cuando el haz de luz estaba a punto de golpearlo y su rostro se iluminó, trazó un arco horizontal velozmente liberando toda la energía concentrada en la hoja de su espada.

       —¡Aban Slash! (Corte de Aban)

       Con la velocidad del rayo, ambos haces de energía se encontraron en un determinado punto de la habitación produciendo un violento estallido de luz que hizo temblar todo el palacio.

       Poppu abrió los ojos lentamente. Todo su cuerpo le dolía intensamente. Aquel golpe había sido muy poderoso. De no ser por los rigurosos entrenamientos a lo que los habían sometido sus maestros, Aban y Matorik, quizás habría muerto con sólo recibir la patada. Se incorporó tan rápido como pudo. De pronto, un poderoso estruendo llamó su atención. Algo había sucedido dentro del castillo. Cuando finalmente ponerse en pie se dio cuenta que su caída había formado un pequeño cráter alrededor de él.

       —Ese tipo si que pega fuerte —murmuró para sí mientras se acariciaba el cuello—. Debo ir a ayudar a Dai… .

       Antes de que terminara la frase, la risa burlona de Isótopo resonó a sus espaldas.

       Poppu se dio la vuelta lentamente y encaró a su enemigo nuevamente.

       —Vaya, la verdad es que pensé que te habías muerto —comentó el meganiano con una sonrisa en el rostro—. Sin embargo, mi escáner visual me indicó claramente que el nivel de calor en tu cuerpo no había desaparecido.

       —Eres un miserable —le dijo Poppu, que casi no tenía fuerzas—. Aún no me daré por vencido, ¿me escuchas?

       Isótopo miró al joven mago de arriba abajo. A juzgar por la fiera expresión de su cara era obvio que aún tenía ganas de pelear.

       —Me gustaría ver qué puedes hacer… .

       Poppu apretó los dientes y rápidamente levantó una mano con la palma orientada hacia delante lanzando una llamarada mágica en contra del meganiano.

       —¡Merasoma!

       Isótopo sonrió despectivamente y con un rápido manotazo deshizo la corriente de fuego antes de que ésta pudiera tocarlo. Poppu sudaba de angustia. Aquel enemigo estaba fuera de sus posibilidades.

       —Creo que eso fue tú último esfuerzo, ¿no es así niño? —le preguntó Isótopo seguro de su victoria—. Para estos momentos mis amigos ya deben haber acabado con ese chiquillo.

       —¡No digas tonterías! —le interrumpió Poppu en un tono áspero—. ¡Dai no puede ser derrotado tan fácilmente!

       Isótopo enarcó una ceja y a continuación formó una esfera de luz en la palma de su mano derecha. El viento agitó sus cabellos.

       —De todas formas, eso ya no importa ya que tú morirás en mis manos.

       Poppu arrugó la frente. Ya no tenía fuerzas para defenderse. Con una enorme sonrisa en el rostro, Isótopo llevó su brazo hacia atrás y se preparó para matarlo. De repente parte del suelo comenzó a temblar ligeramente.

       —¿Qué es lo que sucede? —preguntó Isótopo. ¿Acaso Poppu había hecho eso? No, su escáner le indicaba la existencia de otro ser poderoso presente en el área.

       Un ruido sordo y atronador se dejó escuchar. Había algo que movía por debajo de la tierra y que se dirigía hacia la superficie. Una grieta fue abriendo el suelo y enseguida la tierra comenzó a salir disparada por los aires y, de repente una enorme bestia surgió de debajo de una erupción de rocas y polvo.

       Isótopo se quedó de una sola pieza contemplando aquel singular ser con apariencia de cocodrilo. El inmenso reptil ascendió hasta quedar completamente fuera de la tierra, se irguió con actitud amenazadora. A simple vista saltaba el hecho de que no se trataba de una bestia irracional ya que estaba envestido por una armadura de metal y llevaba una enorme hacha en su extremidad superior derecha. Una larga cicatriz le recorría el párpado derecho, producto de haber perdido un ojo en una batalla. El meganiano retrocedió instintivamente un paso hacia atrás. ¿Quién rayos era ese gigantesco sujeto?

       —¡Krokodin! —gritó Poppu llamando al enorme ser—. ¡Que bueno que llegaste!

       El inmenso reptil, conocido como el Rey de las Fiera, se volvió hacia el mago y asintió con su enorme cabeza.

       —Así es, Poppu —hizo una pausa y se giró hacia Isótopo—. ¿Quién es ese tipo? ¿Acaso un nuevo emisario de Hadora?

       —No lo sé, pero por lo que mencionó, creo que pelea para otro amo.

       —Hmmm, ya veo —murmuró Krokodin y luego alzó la mirada para contemplar al enorme Devastador Estelar que cubría los cielos sobre sus cabezas—. A juzgar por esa enorme isla voladora que se ve en los cielos… —bajó la cabeza y miró fijamente a Isótopo—, puedo darme cuenta de que no forma parte del Ejército del Mal.

       El rostro de Isótopo pasó del estupor de la sorpresa a la indiferencia de la arrogancia.

       —Ahora un maldito monstruo ha venido a molestar —sentenció despectivamente—. Oye, cocodrilo o cómo quiera que te llames, lo mejor será que te largues de aquí o te mataré.

       Krokodin dio un paso hacia el frente sin dejarse intimidar. El viento agitó levemente su capa negra.

       —Basura, lo que quieres es que te mate, ¿verdad?

       —Ten cuidado, Krokodin —le advirtió Poppu—. Ese tipo es muy poderoso y además puede volar.

       Krokodin clavó su único ojo en el meganiano. A simple vista no le pareció tan poderoso.

       —Ya veremos si es tan fuerte. No creo que sea más poderoso que Baran o Hadora.

       Isótopo se cruzó de brazos mientras el viento agitaba sus cabellos. El nivel de ataque de Krokodin, según el escáner visual, era de unas 3,367 unidades.

       —Bien, bestia —murmuró tranquilamente y enseguida dejó caer los brazos a sus costados—, bailemos de una buena vez.

       Poco a poco el polvo levantado por la explosión comenzó a asentarse paulatinamente. Leona alzó la mirada y pudo ver claramente la parte inferior de la gigantesca nave imperial. Todo el techo de la habitación había desaparecido. A unos cuantos metros de ella, Dai se mantenía en pie todavía. Había conseguido bloquear el ataque de Galford sin ningún rasguño.

       Galford por su parte, no podía creer lo que había sucedido. Ese chico había logrado neutralizar su Corte Excalibur con aquella extraña técnica y no sólo era eso; Dai portaba una espada común y corriente formada con metal ordinario mientras que él por el contrario, empuñaba a Excalibur, una espada sagrada. No puedo creerlo, pensó. No es posible.

       —Dai, ¿te encuentras bien? —le preguntó Leona preocupada.

       El chico asintió con la cabeza.

       —Sí, pero lamento lo de tu castillo.

       —No te fijes en eso —replicó la princesa—. Acaba con ellos.

       Desde su apartada posición, Lilith escudriñó todo el lugar con su escáner visual. La gema estelar estaba justamente del otro lado de la pared ubicada detrás del trono. Sin perder tiempo, la Khan se volvió hacia Sigma.

       —¿Qué estás esperando, inútil? Ve por la gema que  yo me encargó del chiquillo.

       Sigma asintió con la cabeza y levantó su mano con la palma orientada hacia delante. Un rayo de luz salió disparado y demolió una parte de la pared que Lilith le había indicado. Leona, los Sabios, Galford y Dai se volvieron hacia el sitio de la explosión, totalmente desconcertados.

       —¿Para qué hicieron eso? —preguntó Marine—. Esa es la cámara de los tesoros.

       Sigma avanzó hacia el boquete. Al ver esto, Dai hizo el ademán de ir al encuentro del Espía Estelar, pero Lilith se interpuso en su camino.

       —¿A donde vas, niño? —le preguntó burlonamente.

       Dai levantó su espada y frunció el entrecejo.

       —No intervengas, Lilith —dijo Galford en voz alta—. Esto es entre el chico y yo nada más.

       La Khan miró al meganiano con aburrimiento.

       —No digas tonterías. Tardas demasiado y eso se debe a tu nivel de combate tan bajo.

       Galford fulminó a Lilith con la mirada, pero la Khan se hizo la desentendida.

       Dai abrió las piernas para mejorar su postura. Debía actuar con rapidez ya que la mujer llamada Lilith amenazaba con sumarse a la pelea. Sin pensarlo dos veces, nuevamente sujetó la espada con la hoja orientada hacia abajo y la llevó a su costado. Iba a repetir el Aban Slash.

       Galford identificó inmediatamente la postura de Dai.

       «Tonto», pensó. «Sí crees que con esa técnica me vencerás estás muy equivocado».

       El meganiano levantó su espada y se colocó entre Lilith y el chico.

       —Te aseguró que yo puedo ganarle —afirmó con voz fuerte, dirigiéndose a la Khan—. Yo soy el guerrero de la Justicia de Megazoar. Escucha, Dai, tú eres muy bueno, pero con mi espada Excalibur puedo detener cualquier ataque.

       Dai frunció el entrecejo nuevamente. Una poderosa energía estaba acumulándose en su espada. Desde que era pequeño había soñado con convertirse en valiente guerrero para de ese modo luchar por la justicia. Con ese comportamiento aquel hombre llamado Galford era un insulto para lo que él consideraba la justicia. Las palabras de su maestro Aban resonaron en su mente: «Recuerda siempre luchar por la justicia». Lleno de furia dejó escapar un agudo grito que llamó la atención de todos. De pronto una poderosa aura de color azul cubrió por completo el cuerpo de Dai.

       Lilith se hizo a un lado. ¿El poder de ese niño había vuelto a subir? La alarma de su escáner estaba programada para activarse automáticamente cuando detectara incrementos de energía relativamente rápidos y eso era justo lo que estaba sucediendo. Dai estaba aumentando su poder de una manera increíble.

       —19,000 unidades… 20,000 unidades… —observó Lilith, mientras los extraños símbolos en el visor de su escáner cambiaban rápidamente—. ¡Su nivel de combate ha alcanzado las 21,789 unidades!

       Galford no podía creerlo. El suelo a sus pies comenzó a temblar. De pronto, tanto Lilith como el meganiano, cayeron en cuenta de que un misterioso brillo había aparecido en la frente de Dai. Era como si tuviera una estrella luminosa en el rostro. Dando otro fuerte grito, el chico sacó a relucir su verdadero poder. Demasiado tarde, los guerreros imperiales descubrieron que lo que había aparecido en la frente del chico era un extraño símbolo brillante color azul.

       —¡¿Qué rayos es eso?! —gritó Galford.

       Dai apretó el mango de su arma con fuerza y ejecutó un rápido giro horizontal.

       —¡Aban Slash! (Corte de Aban)

       Un haz de luz mil veces más poderoso que el anterior se abalanzó sobre Galford. El meganiano levantó su espada y separó las piernas. Estaba decidido a detenerlo y así mostrar su fortaleza ante Lilith. El haz de luz se estrelló contra la espada de Galford y provocó una violenta explosión. Las paredes y columnas situadas detrás del meganiano desaparecieron con el estallido.

       Leona y Lilith se cubrieron el rostro con los brazos. La fuerza de la explosión había provocado fuertes ráfagas de aire que levantaron una gruesa nube de polvo en todas direcciones. Sigma volvió la vista un momento hacia el sitio de la explosión y a continuación penetró en la cámara del tesoro. Realmente le importaba muy poco lo que sucediera con Galford. Maravillado por la cantidad de oro y piedras preciosas que había en la habitación, Sigma miró por todos lados. La presencia de tantos tesoros le recordó brevemente su vida como mercenario por lo que no pudo evitar sonreír. De pronto, su computadora personal R.E., ubicada en su antebrazo, detectó la firma energética de una de las gemas estelares. Examinó todo a su alrededor hasta que descubrió la presencia de una enorme estatua de oro. Era la figura de un antiguo rey que sostenía entre sus manos una piedra triangular de color azul. Se trataba de una especie de zafiro.

       El espía arrancó la piedra de la estatua y la miró con detenimiento. Era idéntica a la que N´astarith le había mostrado anteriormente, sólo que en vez de brillar con una luz verde, ésta brillaba con un azul intenso. Sonrió maliciosamente y acercó la gema a su rostro para apreciarla de cerca. Había una diminuta inscripción sobre la gema, pero estaba en un lenguaje que él no conocía. Acercó su R.E. y escaneó los símbolos para averiguar su traducción. Al cabo de unos instantes la palabra «Vav» apareció en la pantalla.

       —¿Qué demonios? —se preguntó desconcertado—. Esa palabra no tiene significado.

       Sigma alzó los ojos y trató de recordar algún otro significado para aquellas letras, pero no tuvo suerte. Quizás sí hubiera sabido algo sobre mitología endoriana se habría dado cuenta de que aquellas letras formaban el nombre de una de las doce llaves, la cual, según los mitos antiguos, abría una puerta que conducía al cielo.

       Continuará… .

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