Leyenda 001

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPITULO I

LAS 12 GEMAS Y LOS 12 UNIVERSOS

        Base Estelar Armagedón
(Una semana después)

        Las enormes puertas de metal se abrieron lentamente de par en par. Por lo que se podía apreciar a simple vista, era evidente que había pasado mucho tiempo desde que habían sido removidas por última vez. Finalmente, tras un leve crujido, la entrada quedó al descubierto y cuatro personas se introdujeron en una enorme habitación dominada por las sombras y el polvo de los años.

       —Aquí lo tienes como lo prometí, N´astarith —declaró José Zeiva, dirigiéndose al más alto de sus tres acompañantes—. Este es el Portal Estelar de la leyenda de Dilmun, aunque, como podrás darte cuenta más adelante, es imposible hacerlo funcionar, a menos que tengamos una de las gemas estelares. Yo ya lo he intentado utilizarlo en varias ocasiones, pero sin ningún resultado.

       José Zeiva era la persona que gobernaba al planeta Endoria y lo hacia con mano de hierro. Había logrado apoderarse del gobierno mediante un golpe de estado apoyado por muchos nobles y jefes militares que deseaban deshacerse del rey Lux. Pero lo que ninguno de los traidores pudo imaginar era que el terrícola tenía sus propios planes. Luego de coronarse a sí mismo emperador, José Zeiva comenzó a perseguir a cualquiera que pudiera oponérsele. Para eso construyó un ejército de androides de combate e implantó el orden con una rigidez nunca antes vista por los endorianos. Más tarde decidió lanzarse a la conquista de la galaxia, pero luego de años de guerra y enfrentamientos estériles, comprendió que jamás iba a lograr sus propósitos iniciales y prefirió pactar una alianza con N´astarith para salvar lo que quedaba del imperio endoriano.

       El emperador de Abbadón sonrió maliciosamente y avanzó hacia el legendario artefacto. De los cuatro emperadores ahí reunidos, N´astarith era quien poseía el aspecto más amenazador y realmente constituía una visión aterradora. Su piel era completamente grisácea y llevaba los cabellos largos. Vestía ropajes negros y estaba envuelto en una capa que tétricamente le confería el aspecto de una criatura producida por la noche; una banda ceñía sus ropajes a su cintura, de donde colgaba una larga espada, oculta, pero siempre al alcance de su mano. La confiada mirada que poseía el oscuro señor de Abbadón parecía indicar que sabia algo más, algo que José Zeiva y sus otros aliados ignoraban por completo.

       —¿Qué es lo que sucede, N´astarith? —le inquirió José, un tanto extrañado con la inusual reacción del emperador abbadonita.

       Los relucientes ojos rojos de N´astarith se clavaron en la misteriosa máquina con ansiedad. En ese momento, José Zeiva tuvo la impresión de aquella no era la primera vez que N´astarith tenía la oportunidad de contemplar el Portal Estelar de cerca. Parecía más bien como sí ya lo hubiese hecho antes.

       —Paciencia, mi amigo —repuso el amo de Abbadón con serenidad—. Sé muy bien con lo que estoy tratando.

       La tenebrosa figura de N´astarith se acercó hasta palpar con una mano la estructura de la extraña máquina, acariciándola con la misma emoción que un creyente tocaría la estatua de su dios. Aquel gigantesco anillo de color oscuro estaba forjado de un metal parecido al cuarzo. Toda la superficie estaba labrada y decorada con intrincados detalles, pero había algo más que saltaba a la vista; unos agujeros a lo largo de toda su circunferencia, doce para ser exactos. Era como si en el pasado aquel enorme anillo hubiese llevado algo más adherido a su estructura. Para sorpresa de todos los ahí reunidos, el emperador de Abbadón sacó de entre sus oscuros ropajes una esmeralda. Era aproximadamente del tamaño de un puño humano, con forma triangular y parpadeaba constantemente con una singular luz verde.

       —Aquí tengo todo lo que necesito para empezar —declaró el amo de Abbadón.

       —¿Qué rayos es eso, N´astarith? —preguntó un tercer hombre saliendo de entre las sombras. Al igual que José Zeiva, aquel individuo también portaba una armadura reluciente e impresionante, pero los colores en ésta y el diseño eran diferentes. Se trataba de Jesús Ferrer, príncipe de la Casa Real de Megazoar y alguna vez gobernante del ya devastado planeta Adon.

       N´astarith se volvió hacia el joven Ferrer para observarlo. El príncipe era un sujeto alto y y aparentaba la edad terrestre de diecinueve años.

       —Se trata de una gema estelar, mi amigo —declaró N´astarith con una sonrisa—. Una de las doce gemas que fueron esparcidas a través de este portal hace ciclos estelares. De acuerdo con una antigua leyenda, el Portal Estelar es una máquina creada en los mismo principios del tiempo y sirve para viajar por los distintos universos o dimensiones de la Existencia —hizo una pausa y se volvió hacia el enorme anillo de metal—. Se dice que es posible crear puertas tan grandes como para transportar naves e incluso planetas hacia cualquier destino inimaginable. Pero para poder hacerlo funcionar correctamente, necesitamos al menos una de las gemas estelares. De modo que con la que tengo en mi poder, el Portal Estelar volverá a funcionar.

       José Zeiva clavó su mirada en aquella joya que sostenía el señor de Abbadón para examinarla detenidamente. Aquella piedra triangular destellaba con una luz muy intensa. Durante años había soñado con encontrar una de las gemas estelares e incluso ofreció varias recompensas a quien pudiera darle alguna información que lo llevara a localizar una de éstas. Sin embargo, a pesar de sus muchos esfuerzos, jamás encontró la menor pista que le permitiera cumplir con sus deseos.

       —¿Dónde la encontraste, N´astarith? —preguntó con verdadera curiosidad—. Yo incluso llegué a pensar que todas esas piedras habían sido destruidas durante las guerras estelares.

       La cabeza del oscuro señor de Abbadón se inclinó hacia el emperador endoriano ligeramente.

       —Uno de mis guerreros la encontró hace poco en un sistema estelar alejado. Ahora que tenemos el Portal Estelar y esta pequeña gema, podremos acceder al mayor poder de toda la Existencia, un poder con el que podremos controlar todo el Multiverso.

       —Me parece que olvidas un detalle importante, N´astarith —señaló Jesús Ferrer—. Aunque tengamos una de esas joyas, únicamente podremos viajar hacia los universos donde se encuentran el resto de las gemas. Es decir, hacia once universos alternos a este.

       —Tienes razón en eso, Jesús —respondió N´astarith con serenidad—. Para fijar un destino diferente al de esos once universos, necesitamos reunir todas las gemas estelares y colocarlas en el Portal Estelar siguiendo el orden correcto. Una vez que hayamos hecho eso, podremos tener acceso a un poder increíble del cual nos hablan los antiguos.

       —¿Y que hay sobre el resto de la leyenda? —inquirió el cuarto individuo presente en la habitación, emergiendo desde la oscuridad. Se trataba de un hombre alto, barbado y de cabellos plateados que a pesar de su edad tan avanzada todavía conservaba un semblante de firmeza en el rostro. Con aquella sencilla pregunta, Francisco Ferrer, el respetado emperador de Megazoar, había demostrado que aún guardaba ciertas dudas sobre aquel ambicioso plan—. De acuerdo con ésta, sí accionamos el Portal Estelar a fin de buscar ese misterioso poder estaremos provocando el fin de la Existencia y con ello… .

       —¡Tonterías! ¡Eso es sólo basura! —vociferó una impetuosa voz que venía desde la entrada.

       Al volver sus miradas hacia atrás, los cuatro emperadores contemplaron la figura de un joven guerrero, alto y fornido que los observaba desde la entrada. Portaba una armadura negra que contrastaba con su tez excesivamente clara y sobre sus espaldas llevaba una capa oscura. Las hombreras y rodilleras de la armadura tenían la forma de cabezas de dragón. Su cabello era largo y poseía una mirada fría y carente de emoción. En su mano derecha llevaba un anillo de oro, el cual carecía de adornos.

       —No te oí llegar, Tiamat —siseó N´astarith al tiempo que el guerrero Khan hacia la reverencia correspondiente a la presencia de su emperador—. ¿Qué es lo que decías?

       Tiamat, el Khan del Dragón, era el líder de todos los guerreros al servicio de Abbadón. Aquel joven fornido y bien parecido era famoso por ser el mejor combatiente con que contaba N´astarith, y también por el temor que inspiraba en todos los enemigos del imperio. Se decía que él solo era capaz de derrotar a un ejército de guerreros usando sólo las manos. No obstante, a pesar de eso, su poder era insignificante sí se le comparaba con N´astarith.

       —Disculpe, mi señor, pero no pude evitar intervenir —explicó el orgulloso Khan, mientras su enorme capa negra se agitaba levemente tras él—. No me explico cómo es que una persona como el emperador Francisco Ferrer puede temerle a esos cuentos para niños. No hay nada ni nadie que pueda derrotarnos. ¡Somos invencibles!

       Jesús Ferrer frunció el entrecejo con suspicacia. Era extraño, pero por más que lo intentaba no podía percibir el Chi en Tiamat. Parecía como sí aquel guerrero abbadonita no existiera realmente, como sí no hubiera nadie más en aquella habitación además de ellos cuatro. Completamente intrigado, el príncipe de Megazoar volvió la mirada hacia el señor de Abbadón al tiempo que su padre formulaba una pregunta.

       —¿Cómo encontraremos el resto de las gemas estelares?

       La voz de N´astarith cambió de repente para hacerse lenta y silbante.

       —Eso será algo sencillo —afirmó, mostrando la gema que todavía sostenía entre sus manos—. Crearemos varias umbrales con ayuda del Portal Estelar y así mandaremos algunas naves a buscarlas. En poco tiempo, las tendremos todas reunidas sin importar en que sitio de la Existencia se encuentren.

       José desvió su mirada hacia el enorme anillo de metal que se encontraba ante ellos.

       —Eso significa que vamos a tener que invadir otras realidades diferentes a la nuestra —hizo una pausa, luego se volvió hacia Jesús Ferrer y dejó escapar una tenue sonrisa maliciosa—. Doce gemas y doce universos. Una gema por cada universo.

       —¿Qué pasará con la Alianza Estelar? —preguntó Francisco, denotando el gran interés que sentía por las únicas fuerzas que todavía se atrevían a desafiarlos—. En este momento deben estar reagrupando sus ejércitos para luego volver al ataque.

       N´astarith pareció volverse más oscuro dentro de las sombras que reinaban en la habitación.

       —Esa alianza muy pronto será destruida —siseó despectivamente—. Luego de su derrota en el Planeta Rojo se habrán dado cuenta de que no hay mucho que puedan hacer contra nosotros. Su destrucción es sólo cuestión de tiempo, sí.

       Tiamat sonrió confiadamente al tiempo que escuchaba las palabras de N´astarith y luego llevó su mirada hacia el Portal Estelar para examinarlo minuciosamente. A través de aquel misterioso anillo de metal se encontraba la llave para obtener el poder definitivo del universo. Tras un breve instante, el grupo finalmente abandonó la habitación y las puertas se cerraron nuevamente.

        Tierra (Siberia)

        Después de que las naves de Abbadón derrotaron a las fuerzas aliadas en Marte, los ejércitos imperiales avanzaron hacia el espacio terrestre para atacarlo. Durante los siguientes siete días que siguieron al desastre del planeta Rojo, la milicia de la Tierra resistió con valentía y heroísmo los embates de un enemigo invencible. Pero cuando el gobierno de la Tierra terminó por rendirse inesperadamente ante los invasores, los miembros de la Alianza que se encontraban refugiados en el planeta tuvieron que huir o esconderse para evitar ser capturados. El grupo más numeroso de combatientes, que todavía permanecían en el planeta Azul, se hallaba oculto en una inhóspita región conocida por los terrestres como Siberia.

        Asiont Ben-Al, de veintitantos años, era un de los tantos sobrevivientes de las fuerzas aliadas que habían conseguido huir hasta la Tierra en busca de refugio. Después de pasar por cientos de dificultades debido a la invasión, el joven endoriano había logrado llegar hasta la base Caronte en Siberia para reunirse con sus camaradas. La estrategia ahora consistía en reagruparse para luego tratar de escapar hacia el espacio.

        El frío era insoportable, así que Asiont decidió dar otro tragó a la bebida caliente que sostenía entre sus enguantadas manos y entró en una habitación. Varios miembros de la Alianza Estelar y las fuerzas armadas terrestres veían con resignación los últimos acontecimientos ocurridos en la Tierra. Sentados alrededor de una pantalla de video, los distintos rostros contemplaban las terribles escenas narrados por una joven comentarista de apariencia asiática. Guardando completo silencio, Asiont se sentó detrás de todos y dio otro trago más.

        —Luego de varios días de intensos combates sangrientos, y tomando experiencia de la devastadora derrota en Marte, el presidente Wilson ha decidido solicitar un armisticio con las fuerzas imperiales de Abbadón y declarar un cese al fuego en un último intento por salvar a la población… .

        —¡Con un demonio! —exclamó furiosamente uno de los presentes, llamando sin querer la atención de todos—. ¡Es el fin!

        Asiont sorbió otro trago mientras llevaba su mirada de regreso al monitor. El rostro de la reportera reflejaba una clara expresión de temor e incertidumbre que de inmediato fue reconocida por todo su auditorio.

        —Dado que las naves de los invasores son completamente inmunes a cualquiera de nuestras armas y que era inútil seguir ofreciendo resistencia, el gobierno ha decidido firmar la rendición incondicional. Por otro lado, el general MacDaguett ha huido en compañía de varios militares para unirse a las fuerzas de la Alianza Estelar y continuar la lucha por la Tierra. Las fuerzas aliadas, por su parte, se niegan a rendirse y convocan a todos los sobrevivientes a organizar una resistencia armada para hacer frente a los invasores… .

        Antes de que la comentarista terminara su reportaje, otro de los presentes se levantó de su asiento intempestivamente. Dando rienda suelta a la frustración que le producía el estar escuchando aquellas noticias, el hombre dio una fuerte patada a un bote de basura cercano vertiendo su contenido en el suelo.

        —¡Maldición! ¡Esto no puede ser posible! —gritó Rodrigo Carrier a todo pulmón.

        El comandante Carrier apretó los puños con ira y clavó la mirada en el monitor una vez más. Rodrigo vestía un uniforme militar color verde oscuro que ostentando el enorme triángulo de Endoria como emblema en su pecho. Siendo primo cercano del emperador José Zeiva, había servido como su leal general en el ejército imperial durante varios años. Inesperadamente, un día decidió sumarse a la creciente rebelión luchando desde entonces contra José Zeiva. Sin embargo, muchos sospechaban que en realidad aquel súbito cambio de bando obedecía más a una rencilla personal con el emperador de Endoria que a un verdadero cambio de ideales.

        —Tranquilo, comandante, no pierda la calma —le dijo Asiont poniéndose de pie—. Sé que es humillante que su mundo haya tenido que rendirse, pero escúcheme: no había nada más que se pudiera hacerse y me temo que… .

        Rodrigo se volvió hacia el joven Ben-Al volcando toda su furia sobre él.

        —Ya lo sé, pero es que… ¡¡No puedo soportar lo que sucede!! —comenzó a decir a gritos—. ¿Cómo es posible José se haya atrevido a tanto? ¡Que me cieguen, todo está perdido! ¡Ya no queda nada más por hacer o porqué luchar! ¡Creo que lo mejor será rendirnos!

        Asiont desvió la mirada hacia un costado mientras daba otro trago sin saber que decir. En realidad no era muy bueno con las palabras o para dar consejos a la gente, sin embargo algo en su interior lo motivaba a tratar de ofrecer algún tipo de consuelo a aquel enfurecido hombre.

        —Lo lamento, comandante… .

        En ese momento, Lance, un joven endoriano de cabello recortado al estilo de los militares y revestido con una armadura cibernética de batalla color azul con blanco, se levantó de su asiento para dirigirse a Rodrigo con la intención a calmarlo. Los demás soldados y oficiales presentes permanecían a la expectativa.

        —Yo no diría eso, comandante Carrier. Aún creo que podemos hacer muchas cosas para ganar esta guerra —guardó silencio un momento y siguió—. Hemos perdido una batalla, pero no la guerra. Estoy seguro de que podremos… .

        —De nada serviría, amigo —le interrumpió Rodrigo, manifestando nuevamente su creciente pesimismo—. Los malditos abbadonitas cuentan con unas naves fuera de nuestros límites ¿No viste como nos trataron en Marte? Los bastardos nos dieron una paliza. Todas nuestras bases fueron destruidas y la mayoría de nuestras fuerzas aniquiladas.

        Asiont dejó el vaso que sostenía sobre una mesa cercana y volvió la mirada hacia el comandante Carrier. No lo conocía mucho, pero había escuchado que solía ponerse bastante histérico en los peores momentos; ahora podía confiar en que los rumores eran ciertos.

        —Debemos tranquilizarnos —insistió en un tono firme—. Por ahora lo más importante es averiguar qué es lo que trama N´astarith. No sé la razón, pero tengo un mal presentimiento acerca de todo esto.

        Rodrigo miró al joven Ben-Al con absoluta desconfianza.

        —¿N´astarith? ¿Qué tiene que ver ese infeliz ahora? —le preguntó en un tono bastante desagradable.

        —Tengo razones para creer que N´astarith está en busca de algo más allá de una simple alianza militar entre los principales imperios de la galaxia, comandante —respondió Asiont—. Creo que él busca algo más, algo que quizás no alcanzamos a imaginar en este momento.

        Rodrigo desvió la mirada hacia un soldado terrícola que acababa de acercarse.

        —¿Qué cosa crees que busca entonces? —le inquirió el terrestre—. Después de toda la ayuda que mi gobierno les ha brindado en esta guerra, creo que al menos merecemos algunas explicaciones.

        Aquel argumento, aparte de sonar lógico, era razonable. Luego de que la Tierra había firmado el tratado de adhesión con la Alianza Estelar, los terrícolas habían corrido por un sinfín de dificultades. Asiont y Lance se miraron entre sí. Interiormente ambos pensaban de la misma forma: ¿sería conveniente contarles la verdadera razón de sus temores?

        Tokio, Japón
Mansión Kido

        En otro universo, en una Tierra diferente, el ambiente que se respiraba era muy distinto. Una hermosa noche caía sobre la enorme capital nipona. El cielo estaba completamente despejado y se podía ver las estrellas claramente. Con un poco de suerte y agudeza de visión, incluso se podían apreciar las distintas constelaciones que adornaban el firmamento. Quizás esa era la principal razón por la cual Saori Kido, nieta del difunto Mitsumasa Kido, había decidido abrir la ventana de su habitación y gozar de aquel maravilloso espectáculo. Saori estaba mirando el cielo fijamente cuando su mayordomo, el leal Tatsumi, entró en la habitación.

        —Señorita Saori, debería estar descansando después de todo lo ocurrido con… ¿Le sucede algo?

        Pero su joven ama no le prestó la menor atención. Justo en ese momento, una estrella fugaz atravesó los cielos cautivando la atención del mayordomo. Instintivamente, Tatsumi supo de inmediato que algo raro sucedía.

        —Debo regresar al Santuario, Tatsumi —murmuró Saori sin apartar la mirada de la ventana.

        —¿Qué? —le inquirió su mayordomo completamente contrariado.

        Tatsumi ya estaba acostumbrado a que su joven ama se comportara de manera extraña, pero esa vez sentía que había algo más de fondo. No sabía cómo explicarlo, pero le inquietaba. Antes de que pudiera objetar aquella decisión, Saori volvió a tomar la palabra de forma altiva.

        —No puedo perder ni un momento más, Tatsumi —declaró la joven—. Prepara un avión, salgo enseguida.

        El mayordomo quería indagar un poco sobre el por qué de esa decisión, pero al acercarse a Saori por un costado y observar la forma en como ésta contemplaba el cielo, supo enseguida que nada que pudiera decirle la haría cambiar de opinión.

        —Algo terrible esta por ocurrir —murmuró Saori mientras miraba imperturbablemente el firmamento. En ese instante, se desató pequeña una lluvia de estrellas—. Es como si las estrellas mismas lloraran.

        Tokio, Japón
Templo Hikawa

        La vista era magnifica por no decir perfecta. Se podían ver los enormes rascacielos de Tokio a lo lejos y las nubes en los cielos dibujaban extrañas figuras. De pronto todo se oscureció. El sol se puso negro como la noche, la luna apareció en el firmamento adquiriendo un color sangre y una lluvia de estrellas comenzó a verse en los cielos. Una siniestra silueta apareció justo encima de un montículo observándola fijamente. Antes de que alguien pudiera hacer algo para evitarlo, un agujero negro emergió del centro de la Tierra. En cuestión de segundos, todo se destruyó por completo en medio de una carcajada diabólica.

        —¡No! —gritó Rei Hino, despertando violentamente. Por suerte todo había sido un sueño, una terrible pesadilla provocada, quizás, por sus peores temores. Sin embargo, pesadilla o no, ese extraño sueño había provocado que la respiración de la joven sacerdotisa del Templo Hikawa se volviera agitada. Rei estaba intentando recordar algo acerca de aquel extraño sueño cuando un pequeño anciano penetró en su habitación.

        —Rei, hija, ¿te encuentras bien? —le inquirió con un tenue bufido.

        La chica se sujetó la frente mientras sus cabellos negros inundaban su rostro.

        —Yo… creo que tuve un sueño muy extraño, abuelito —alcanzó murmurar—. No estoy muy segura, pero… .

        Rei cerró sus ojos nuevamente, hundiéndose en sí misma mientras intentaba recordar algo que valiera la pena. Pero a lo mucho sólo lograba recordar la imagen de aquella silueta diabólica antes de que la Tierra desapareciera por completo.

        —¿Tendrá algún significado ese sueño? —se preguntó en voz baja.

        El anciano dejó escapar un leve bostezo y dándose la vuelta caminó hacia la puerta de la habitación.

        —Será mejor que descanses, hija —murmuró él mientras sujetaba la puerta de la habitación para volver a cerrarla tras de sí—. Recuerda que mañana es día de escuela y debes levantarte temprano.

        —Está bien, abuelito —respondió Rei, acomodándose en su cama para volver a dormir. Una vez que el anciano se hubo ido, la joven sacerdotisa cerró sus cansados ojos intentando convencerse a sí misma que todo aquello no había sido más que una simple pesadilla.

        Castillo de Papunika.

        Los guardias corrieron a toda prisa por los pasillos del palacio tras escuchar un agudo grito que venía desde la habitación de la princesa. ¿Acaso el Ejército del Mal estaría atacando de nuevo aprovechando la oscuridad de la noche?

        —Princesa Leona, ¿qué le ocurre? —preguntó uno de los soldados que acababa de entrar a la habitación real mientras que otro más escudriñaba el lugar con cuidado.

        Leona, la joven soberana del país de Papunika, estaba sentada en su lecho respirando violentamente. Aparentemente sólo había sido víctima de una terrible pesadilla.

        —Tuve un sueño muy extraño —confesó, mientras trataba de recuperar el aliento—. Siento que algo muy grave está por ocurrir, algo totalmente distinto a lo que conocemos… .

        Justo en ese momento, un pequeño niño de cabellera alborotada apareció por la puerta empuñando una pequeña espada que más bien parecía una especie de cuchillo.

       —Leona, ¿te encuentras bien? —le preguntó con ansiedad.

        Casi al mismo tiempo, un joven de mayor edad llamado Poppu, el cual aún estaba vestido en pijamas, llegó corriendo por atrás de él.

        —¡Ajum! —bostezó Poppu—. ¿Ya ves, tonto? Te dije que no era nada.

        —¡Dai! —exclamó la princesa de Papunika—. No te preocupes, no sucede nada. Es sólo que tuve un sueño muy extraño que me asustó mucho.

        —¿Un sueño? —le preguntó Dai, extrañado—. ¿Y sólo por eso gritaste?

        Por un momento, Leona contempló al chico con una mirada llena de ternura; un sentimiento que ciertamente no podía dejar de sentir por aquel niño lleno de ingenuidad y valor.

        —Lo que pasa es que era muy real, Dai —dijo seriamente—. Gracias por preocuparte por mí. No sé por qué, pero me parece que algo grave está por ocurrir.

        Aquellas palabras dejaron perplejos a Dai y a los otros. ¿Qué sería lo que Leona había soñado?

        —¿Algo terrible? —preguntó Poppu casi dominado por el sueño—. No puede ser, Leona. De por sí casi no salimos vivos de nuestro último enfrentamiento con el Ejército del Mal para que ahora ocurra algo peor.

        —Sea lo que sea, puedes estar segura de que lo enfrentaremos juntos, Leona —le aseguró Dai mientras guardaba su espada—. No te preocupes.

        Leona sonrió con alivio, aunque por más que lo intentó, aquella noche no pudo dejar de pensar en aquella extraña pesadilla y en su posible significado.

        Shinden (Templo de Kami-sama)
Año 766.

        El pequeño Son Gohan se encontraba entrenando una vez más. Ahora podía comprobar por sí mismo que la llamada Habitación del Tiempo era un lugar ideal para entrenarse físicamente y adquirir un mayor poder. Tal y como se lo había dicho su padre, en tan sólo un día se podía entrenar el tiempo equivalente a un año y lo mejor de todo era que podía practicar sus mejores ataques sin temor a lastimar a alguien por accidente. Gohan estaba completamente absortó en su entrenamiento, pero entonces vio que su madre entraba en la habitación con múltiples heridas por todo el cuerpo.

        —¡Mamá! ¿Qué te sucedió? —le preguntó el chico a gritos mientras corría a socorrerla.

        —¡Oh, Gohan! —exclamó Chichi lastimosamente—. Esto no hubiera pasado sí te hubieras convertido en un gran investigador… .

        Sorpresivamente, un rayo de luz atravesó la puerta de la habitación y fulminó a Chichi antes de que su hijo pudiera hacer algo para evitarlo. Al llevar su mirada hacia el exterior, Gohan contempló una oscura silueta desconocida que reía en forma siniestra. Acto seguido, todo el lugar era destruido mientras él gritaba con todas sus fuerzas.

        —¡Gohan, tranquilízate! —exclamó una impetuosa voz—. Estás soñando otra vez. Calma, hijo.

       Cuando por fin abrió los ojos, Son Gohan reconoció con agrado el rostro de su padre. Todo había sido una pesadilla afortunadamente.

        —Papá… tuve un sueño muy extraño y… .

        —Tranquilízate, Gohan —le interrumpió Gokuh, sonriéndole afablemente—. Estuvimos entrenando mucho tiempo y es normal que hayas tenido algo de fiebre. Debes descansar un poco, de otra manera no podremos enfrentar a Cell.

        Gohan sonrió para corresponder a las atenciones de su padre. Sin embargo había algo que no dejaba de perturbarlo y eso era lo real que había sido aquella pesadilla. ¿Acaso estaban a punto de enfrentar una amenaza mayor a la que estaban enfrentando en ese momento?

        Agharti (Ciudad de Lemuria)
Año 1996 d.C.

        Ajeno al conocimiento de la mayoría de los seres humanos del planeta Tierra, existía un mundo de túneles y ciudades subterráneas llamado Agharti, un sitio donde la raza zuyua finalmente había encontrado un hogar para vivir en paz. Luego de haber dado a conocer a los gobernadores de Agharti los planes que tenía para promover la paz entre las distintas naciones, el emperador Zacek, dirigente de ese fantástico mundo subterráneo, dormía tranquilamente a lado de su amada esposa. De repente el apacible rostro de Zacek sufrió una aterradora transformación. Envuelto en sudor, el emperador zuyua se despertó de súbito.

        —¡Por el Gran Espíritu! ¡No! —gritó con fuerza, despertando sin querer a su esposa.

        —¿Qué te ocurre, Zacek? —le inquirió Lis-ek bastante preocupada—. ¿Por qué ese grito?

        —Oh, Lis, disculpa —murmuró Zacek, mientras se sujetaba el rostro con ambas manos—. Tuve un sueño muy extraño. Era bastante real y más que un sueño parecía una visión del futuro. Fue muy parecido a la vez que anticipe la llegada del planeta Svargaloka.

        —¿Un sueño? —preguntó la emperatriz, enarcando una ceja con extrañes.

        —Primero todo era calma, pero enseguida toda el planeta se destruía a consecuencia de… no estoy seguro, pero me temo que quizás la Tierra se encuentre en un grave peligro.

        Lis miró fijamente a Zacek y luego le sujetó su mano en señal de apoyo. Quizás ese extraño sueño tenía algún significado, pero lo mejor sería esperar a que la noche terminara antes de buscar alguna interpretación; eso si la noche podía existir en un mundo subterráneo como aquel.

        —Lo mejor será que lo consultes con Shilbalam o con Katnatek más tarde. Pero descuida, sea lo que sea lo enfrentaremos juntos.

        Zacek sonrió cordialmente luego de escuchar aquellas palabras. Como siempre, Lis-ek había demostrado esa increíble cualidad que tenía para tranquilizarlo y darle ánimo en los momentos más preocupantes. El emperador zuyua dio un profundo suspiró y luego asintió con la cabeza.

        —De acuerdo, pero por alguna razón no puedo dejar de recordar esa extraña risa.

        Siberia (Base Caronte)

        Rodrigo comenzó a caminar de un lado para otro como fiera enjaulada. Aquella era la única manera en que podía dejar escapar algo de tensión y la verdad es que tenia muchos motivos para sentirse mal; entre otras cosas, la invasión de la Tierra y la reciente muerte de su amada Mandora en la batalla de Marte.

        —Malditos perros, pero esto no se va a quedar así —murmuró sin dirigir sus palabras a nadie en concreto—. De alguna manera me la pagarán por todas las que han hecho.

        Rodrigo estaba a punto de golpear la pared cuando una atractiva mujer madura de cabello castaño penetró en la habitación. Seguida de cerca por varios comandantes de la Alianza Estlear, Andrea Zeiva se acercó hasta donde estaban Asiont, Lance y Rodrigo para sacar a flote su indignación.

        —Que bueno que están aquí —les dijo Andrea con un tono de importancia.

        Andrea Zeiva, la única hermana del emperador de Endoria, era conocida por muchos como la primera oficial del Alto Mando en rebelarse abiertamente en contra del tirano José Zeiva. La carrera militar de Andrea dentro de las fuerzas endorianas había comenzado años atrás cuando José le convenció para que desertara del ejército de la Tierra y lo ayudara a organizar el imperio que formaría en Endoria con ayuda de los nobles. Luego de servir como general en el imperio endoriano por un largo tiempo, Andrea conoció al rey del planeta Lerasi, un joven monarca llamado Jasón. Durante su estancia en el planeta Lerasi como comisionada, Andrea se enamoró de Jasón y tiempo después contrajo nupcias con él.

        Años después, tras descubrir con sus propios ojos los horrores provocados por su hermano, la nueva reina de Lerasi decidió unirse a la creciente oposición y apoyar a su esposo en la independencia de Lerasi del imperio endoriano. En su matrimonio había dado a luz a una hija llamada Mariana, quien actualmente fungía como piloto de combate en las fuerzas de la Alianza. Andrea era una mujer hermosa y con un fuerte temperamento que hacía temer a muchos, pero quien la llegaba a conocer sinceramente sabía que poseía sentimientos nobles. Por muchas cosas era considerada uno de los personajes más respetados en toda la Alianza Estelar a pesar de su parentesco con el usurpador Zeiva.

        —¿Qué es lo que ocurre, Andrea? —le preguntó Asiont, alarmado por lo que la reina acababa de decir.

        —Esos canallas han decidido trasladar a algunas ciudadanos a unas dizque zonas de rehabilitación —hizo una pausa y respiró hondo—. Es una hermosa manera de llamar a los nuevos campos de concentración para la Tierra. Debemos hacer algo cuanto antes.

        —Comparto vuestra indignación, majestad —declaró Lance—. Pero por ahora no podemos hacer nada, salvo esperar. Según tengo entendido, el gobierno de este planeta está colaborando con los abbadonitas para localizar a todos los miembros de la Alianza. Creo que lo mejor es no hacer nada hasta que las cosas se calmen un poco.

        —No me digan eso —Rodrigo agitó su dedo frente a la cara de Lance—. Ustedes los de la Alianza sabían de la verdadera fuerza de sus naves; sabían lo poderosos que son los Khans y sin embargo no hicieron nada para evitarlo.

        Consciente de que debía intervenir, Asiont se interpuso entre Rodrigo y Lance.

        —¡Demonios! —exclamó con irritación—. No teníamos idea de que las cosas iban a resultar de esta manera. Hasta esta batalla todo lo que sabíamos eran rumores; simples especulaciones acerca del poder de sus naves.

        Rodrigo le interrumpió con el mismo tono desagradable.

        —¿Por qué debería creerte? Ni siquiera sabemos quién rayos eres tú. ¿Acaso eres un oficial de la Alianza?

        El joven Ben-Al clavó sus penetrantes ojos negros en Rodrigo.

        —Mi nombre es Asiont Ben-Al y, aunque quizás no lo creas, soy un Caballero Celestial.

        Andrea frunció el entrecejo con desconfianza y acercó enseguida.

        —¿Un Caballero Celestial? —preguntó con escepticismo, mirando detenidamente el rostro de Asiont—. Estás loco, se supone que todos los Caballeros Celestiales están muertos. Su orden se extinguió hace ya muchos años atrás.

        —Ese reporte fue algo exagerado —repuso una suave voz desde el otro extremo de la habitación.

        Asiont, Rodrigo, Andrea y los otros se volvieron hacia una joven de cabello rubio, facciones finas y tez muy clara que los observaba desde la puerta de entrada. A su lado se encontraba un joven alto, de cabello negro y con cara de pocos amigos que permanecía en completo silencio. Ambos vestían un ajustado traje oscuro, guantes y botas blancos y una especie de chaleco verde ceñido a la cintura con un cinturón negro; un atuendo común entre los legendarios Caballeros Celestiales de antaño.

        —Los Caballeros Celestiales aún continuamos con vida —declaró la chica con seguridad—. No somos muchos, pero todavía quedamos algunos y les aseguro que tenemos muchas ganas de pelear contra el imperio.

        —¡Astrea! ¿Qué es lo que haces aquí? —le preguntó Asiont mientras se dirigía hacia ella.

        Astrea era una joven muy hermosa. Sin embargo más que el gran atractivo físico que poseía era su carácter dulce lo que la hacia una persona tan especial entre todos sus conocidos y amigos.

        —Como te dije un poco antes de la batalla de Marte, Asiont, tenemos que hablar de algo importante. Hace poco tuve un sueño donde presencie el final de todo lo que conocemos —le informó Astrea—. Es como dice la leyenda… me temo que quizás N´astarith pretenda utilizar el Portal Estelar para adquirir el poder mismo del universo.

        —¿Te refieres al poder místico del que nos han hablado durante tanto tiempo? —aventuró Lance un tanto temeroso.

        Astrea asintió con la cabeza.

        —Me temo que sí, Lance —hizo una pausa y llevó la mirada por un segundo hacia el monitor—. Sí N´astarith tiene éxito en lo que se propone, entonces nada ni nadie podrá detenerlo.

        Asiont guardó silencio y bajó la mirada. La mayoría de los ahí reunidos ignoraban por completo de que hablaba Astrea, pero por alguna extraña razón presentían que no se trataban de nada bueno.

        Tokio, Japón
Residencia Shidou

        Hikaru Shidou dormía tranquilamente en su lecho. Por su rostro se podía deducir que gozaba de un placentero sueño. La chica se veía a sí misma caminado por un lugar lleno de árboles y flores. A lo lejos podían verse algunas montañas flotando por encima de las nubes y a numerosos seres mágicos corriendo por los bosques. De pronto todo cambio. El día se hizo de noche, la luna se tiñó de rojo y las estrellas se precipitaron desde los cielos. Viendo esto, la chica comenzó a gritar sin dirigirse a nadie en especifico.

        —¿Qué es lo que sucede? —inquirió mirando el cielo.

        Como respuesta, una risa siniestra se dejó oír, una risa que la dejó completamente helada. Al volver la mirada hacia atrás únicamente descubrió una oscura silueta que la observaba amenazadoramente. De repente todo acabó en oscuridad y un violento estallido destruyó el lugar incluyendo el suelo bajo sus pies.

        Fue en ese momento que Hikaru se despertó, respirando agitadamente. «¿Qué fue todo eso?», pensó ella. «Parecía el fin del mundo».

        Alguien llamó a su puerta.

        —Hikaru… ¿estás bien?

        Como vio que nadie le respondía, Satoru Shidou finalmente decidió abrir la puerta de la habitación para averiguar qué era lo que sucedía. Hikaru se volvió hacia su hermano todavía algo nerviosa.

        —Ah… Satoru, yo… estoy bien, es que… .

        —¿Tuviste otra pesadilla de nuevo? —le preguntó Satoru—. Quizás te sentirías mejor sí me la contarás.

        Hikaru no pudo evitar sonreír de buena gana. Estaba feliz de ver que su hermano se preocupara por ella, sin embargo no se sentía con ganas de hablar sobre aquella extraña pesadilla. Por el momento lo único que deseaba era olvidar el asunto y volver a dormir.

        —No, estoy bien, no te preocupes.

        Satoru no quedó muy conforme con aquella respuesta. En el fondo deseaba con toda el alma ayudar a su pequeña hermana Hikaru, pero antes que nada debía aceptar y respetar sus decisiones aunque no estuviera de acuerdo con ellas.

        —De acuerdo, pero recuerda que si tienes algún problema puedes contar conmigo, ¿eh?

        Satoru se dirigió hacia la puerta para abandonar la habitación. No obstante, antes de que pudiera poner un pie afuera, la voz de su hermana Hikaru lo detuvo de pronto.

        —Espera, Satoru, yo… —titubeó mientras su hermano se volvía hacia ella—. No te preocupes, no es nada, ¿de acuerdo? Por cierto, mañana luego de salir de la escuela quisiera ir a la Torre de Tokio por un momento… ¿Está bien?

        —¿A la Torre de Tokio? —repitió un tanto extrañado—. Está bien, pero ten mucho cuidado.

        Una vez que Satoru se hubo marchado, Hikaru bajó la cabeza y se sumió en sus pensamientos.

        —Aprecio mucho a Satoru —comenzó a decirse a sí misma—. Sin embargo, hay algo en ese extraño sueño que me asusta. ¿Acaso estará relacionado con Céfiro?

        Hikaru colocó su cabeza nuevamente en la almohada y meditó en aquella pesadilla. Finalmente, tras unos minutos, sus ojos se cerraron y se quedó profundamente dormida.

        Continuará… .

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