Leyenda 112

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPÍTULO CXII

UN DESAFÍO A LA OSCURIDAD

       Planeta Niros

       Dos espadas resplandecían al entrechocar bajo la débil luz de la tarde. Las empuñaban un diestro guerrero de mediana edad llamado Dort y una joven de cabello largo; ambos se movían en círculos con cautela, rodeados por un grupo de atentos curiosos.

       Dort, quien según se decía había viajado por la galaxia en compañía de los mismos piratas espaciales, manejaba la espada con destreza. Arremetía diestramente y esquivaba con agilidad. Sin embargo, no estaba a la altura de su esbelto y grácil oponente. Tras una finta y una embestida, su espada voló por los aires. La punta de la otra arma se posó sobre su corazón.

       —Te diré algo, Ultimecia, ya dominas la espada con gran habilidad —observó en un tono que mezclaba admiración y algo de vergüenza por el descuido—. Pero, ¿no te preocupa lo que piensa tu padre? Él no desea que sigas con esto.

       Ultimecia, que vestía las típicas ropas de una sacerdotisa de Niros y llevaba una tiara dorada sobre su frente, miró su propio reflejo en la hoja de la espada antes de responder.

       —Mi padre sólo quiere que continué con la tradición de la familia.

       —Entonces, ¿por qué deseas aprender a manejar una espada?

       —La verdad es que siempre he pensando que nunca está de más aprender algunos trucos extra —respondió Ultimecia con un mohín. A veces creo que no soy la hija que mi padre hubiera deseado.

       —Tal vez, pero de todas formas te aseguro que tu madre se sentiría orgullosa.

       Ultimecia alzó la espada para retar de nuevo al hombre cuando sintió una extraña sensación de angustia. Ultimecia titubeó un momento; después cerró los ojos y visionó una terrible batalla que se desarrollaba en otro lugar, en un mundo distinto al suyo. Las imágenes danzaron caóticamente en su cabeza en un calidoscopio de imágenes. Una flota de Devastadores Estelares que arrasaban ciudades enteras… La pelea entre un grupo de hombres mecánicos gigantescos… Un hombre joven que contemplaba la destrucción desde un monte y al final quedaba envuelto por un resplandor intenso… El llanto desgarrador de una mujer en medio de una ciudad en ruinas.

       —Ulti, ¿te sientes bien? —preguntó Dort.

       Como si acabara de despertar de un largo sueño, Ultimecia agitó la cabeza un momento antes de abrir los ojos lentamente. Miró a Dort y respondió:

       —Estoy bien, pero por un momento tuve una especie de visión.

       —¿Una visión dijiste? ¿Qué fue lo que viste?

       —Era algo extraño, pero parecía una batalla o algo así —dijo Ultimecia en tono dubitativo—. Me pareció ver un grupo de naves de Abbadón, pero no sé en qué lugar estaban exactamente.

       —Quizá lograste ver alguna invasión que esté ocurriendo en otro mundo o que va a ocurrir —especuló Dort encogiéndose de hombros—. Pero bueno, eso no debe sorprenderte. Las visiones del futuro son algo bastante común entre los habitantes de este lugar.

       —Sí, supongo que sí.

       —¡Ultimecia! —llamó alguien.

       Un hombre mayor de barba poblada se abrió paso a través del gentío y se detuvo frente a ella. Los ojos de Ultimecia se abrieron de par en par.

       —¡Padre!

       Intercambió una mirada de temor con Dort, y se oyó una segunda voz, está vez la de una joven llamada Alyath.

       —Por favor, patriarca, no se moleste con su hija. Estoy seguro que ella…

       —No trates de justificarla, Alyath —le interrumpió el padre de Ultimecia en un tono desagradable—. Mi hija sabe perfectamente cuanto deploro este tipo de actividades. Una sacerdotisa no tiene por que usar una espada.

       Dort estaba tan nervioso que no sabía qué decir.

       —Su hija sólo quería aprender a defenderse un poco, patriarca.

       —Me complace que la considere una rival apropiada, Dort. Le sugiero que la próxima vez la rete a un combate de artes marciales.

       —Padre, por favor —protestó Ultimecia.

       El patriarca Idanae, un hombre imperioso y sagaz que pasaba de los doscientos veinte años y cuyo porte destilaba auténtica dignidad patriarcal, mostraba el semblante severo de un padre realmente enfadado. No podía entender el por qué su hija mayor se empeñaba en desobedecerlo constantemente.

       —Ahora no es el momento, Ultimecia, quiero que me acompañes al manantial del porvenir. Hay cosas muy importantes de las que debemos hablar y no pueden esperar.

       La muchacha asintió de mala gana. Tras entregar su espada a Dort, se dio la vuelta y siguió a su padre, que ya se alejaba del lugar seguido por Alyath. Estaba segura de que le esperaba un largo sermón.

       Tokio-3, Japón

       Las naves de la Alianza Estelar habían iniciado su ataque sobre uno de los tres destructores licántropos. Un escuadrón de cazas lerasinos, liderados por la princesa Mariana, comenzó a bombardear al enorme crucero enemigo en el aire con ráfagas láser. Durante uno segundos, una sucesión de violentas explosiones recorrió toda la superficie del destructor licántropo. Tras elevarse en grupo, los lerasinos comenzaron a alejarse para dejar que un par de Águilas Reales descargaran todo el poder de sus cañones contra el crucero enemigo.

       Desde su posición, Tiamat contempló rabioso cómo la nave licantropa quedaba envuelta en llamas y comenzaba a implosionar y explotar al mismo tiempo. Mientras la masa incendiaria de la nave enemiga caía lentamente, los pilotos lerasinos se dedicaron a perseguir a los cazas licántropos que trataban de huir en busca del refugio de sus aliados abbadonitas.

       Tiamat bien podía haber empezado a disparar contra las Águilas Reales que atacaban a las fuerzas licántropas para aliviarlas un poco, pero tenía otras prioridades en mente. Sabía que los Celestiales y sus aliados no podrían percibir su presencia, pero su intención no era esconderse de ellos sino enfrentarlos. Estaba observándolos acercarse cuando escuchó en su mente la voz de N´astarith.

       —Tiamat, he sentido la presencia de los guerreros de la Alianza Estelar. Necesito que los entretengas hasta que Fobos se apodere del shito y además que evites que interfieran en la batalla de los Executors. En unos momentos iremos a reunirnos contigo. Tengo deseos de conocer personalmente a esos sujetos.

       El Khan del Dragón dejó escapar una sonrisa malévola y activó su escáner.

       —Tómese su tiempo, gran señor, tengo cuentas que ajustar con esos gusanos.

       En medio de una cortina de terribles explosiones que iluminaban los cielos, la figura de Son Gokuh surcó el firmamento seguido de cerca por Asiont, Piccolo, Cadmio, Aioria, Molécula, Vejita, Seiya y Armando Ferrer. Mientras el grupo sobrevolaba el área, algunos pudieron observar los estragos producidos por el ataque abbadonita.

       —Esto es terrible —observó Molécula con preocupación—. Hay que ayudar a los habitantes de este planeta.

       —Lo primero que debemos hacer es tratar de localizar a los guerreros de N´astarith —murmuró Piccolo mientras examinaba los alrededores con la mirada—. Las naves de la Alianza pueden hacerse cargo del resto.

       Karmatrón se llevó la mano a la frente para activar su comunicador.

       —Le ordenaré a los Transformables que ataquen a las naves enemigas.

       —Olvídate de las naves —refunfuñó Cadmio—, yo sólo quiero encontrar a los malditos Khans. Esta vez no dejaré que me derroten tan fácilmente como sucedió en el santuario.

       —Es curioso —murmuró Son Gokuh—, pero no detectó ninguna presencia poderosa cerca de aquí. Si los guerreros de N´astarith se encuentran en este lugar de seguro deben haber desaparecido sus Kis.

       —Quizá sólo se estén escondiendo en algún sitio —se burló Vejita.

       Seiya volvió la mirada hacia los saiya-jins.

       —¿Qué? No, no lo creo, recuerdo que algunos de esos tipos no despedían ninguna energía. Quizá los Khans que atacan este mundo poseen esa misma habilidad y por eso no podemos encontrarlos.

       —¡Miren ahí! —advirtió Astroboy con un grito.

       Gracias a sus sensores ópticos, el pequeño robot había podido divisar a lo lejos la imponente figura del Khan del Dragón, quien aguardaba pacientemente en medio de la carretera que conducía a Tokio-3. A Karmatrón le pareció extraño que Tiamat estuviera esperándolos pacientemente, pero imaginó que quizá se trataba de uno más de los desplantes arrogantes que caracterizaban al Khan.

       —¡Es Tiamat! —señaló Seiya.

       —No puedo creerlo —murmuró Karmatrón en voz baja—. Debemos tener mucho cuidado a partir de ahora. Tiamat es un sujeto demasiado peligroso como para tomarlo a la ligera.

       —Tal parece que reparó su armadura —observó Cadmio—. Será mejor que estén alerta, si ese imbécil está esperándonos, es seguro que los demás Khans no se encuentren muy lejos.

       Piccolo asintió con la cabeza.

       —Lo mejor será acercarnos con cuidado y… ¡Vejita!

       Abandonando cualquier pretensión de observar la más mínima cautela, Vejita incrementó su velocidad y descendió en la carretera antes que los demás. Tan pronto como el príncipe saiya-jin tocó el suelo, Tiamat se dedicó a observarlo de arriba abajo, estudiándolo atentamente mientras el escáner en su rostro se encargara de hacer cálculos y mediciones de energía. Vejita devolvió la mirada al Khan y enseguida frunció una especie de sonrisa maliciosa en una actitud desafiante.

       —Debo suponer que tú eres uno de los guerreros al servicio de N´astarith.

       Tiamat resopló.

       —Has acertado, no eres tan tonto como pareces.

       El semblante de Vejita se endureció en el acto.

       —¿Qué fue lo que dijiste, maldito insecto? No me importa quién rayos seas, pero te aseguro que te arrepentirás de haberme conocido ¡Te haré mil pedazos aquí mismo!

       —¿Ah sí? —Tiamat sonrió burlonamente—. Tú eres Vejita, ¿no? Fuiste derrotado por Sorlak en tu propio universo, así que no eres suficiente rival para mí.

       —¿Y tú cómo sabes eso?

       —Mis compañeros me trasmitieron sus recuerdos —repuso Tiamat—. Gracias a ellos ahora sé lo suficiente de tu raza, saiya-jin. También estoy enterado de la capacidad que tienes para aumentar tus poderes mediante una expulsión de energía.

       —Oh, vaya, que interesante —murmuró el saiya-jin con desdén—. Tal vez sepas algo sobre los saiya-jin, pero ignoras que nosotros nos volvemos más fuerte cada vez que peleamos. He aumentado mucho nivel desde que enfrenté a tus amigos y ahora soy mucho más poderoso.

       —¡Espera, Vejita!

       En ese momento, Tiamat alzó la mirada para contemplar al resto de los guerreros que bajaban de los cielos para unirse a Vejita. Uno a uno, todos fueron posando sus pies sobre la carretera para encararse con el Khan del Dragón. Lis-ek contuvo la respiración por un momento. A excepción de los Guerreros Zeta y las Sailors Senshi, la mayoría ya había enfrentado a Tiamat en alguna ocasión y sabían perfectamente cuan terrible podía ser; no obstante, Seiya estaba muy lejos de sentir temor.

       —Vaya, Tiamat, tenía mucho tiempo sin verte —dijo Seiya en forma vehemente—. No permitiré que sigan haciendo lo que les plazca. Yo seré tu oponente, así que prepárate porque está vez acabaré contigo.

       —Tengo que admitir que sentía muchas ganas de volverlos a ver —repuso el guerrero de Abbadón mientras sus ojos rojos pasaban de un rostro a otro—. Me han ahorrado el trabajo de cazarlos uno a uno, partida de cobardes. Y vaya que tengo de donde escoger, podría matar a los príncipes Armando Ferrer y Saulo o a los Santos del Santuario.

       —Voy a hacer que te comas todas tus palabras —replicó el Santo, colocándose en guardia.

       —Espera, Seiya, no te precipites —le aconsejó Aioria—. No debes caer en sus provocaciones o lo lamentarás. No olvides que Tiamat pudo resistir incluso la Atena´s Exclamation.

       —Y tú no olvides, Aioria —Seiya esbozó una sonrisa de confianza—, que los Santos podemos hacer lo imposible.

       El Khan soltó una risita malévola y observó a Seiya con una expresión de desdén. Una llama de expectación ardía en su mirada. Estaba por decir algo cuando Vejita volvió a hablar, pero está vez para dirigirse al santo de Pegaso.

       —Hazte a un lado, mocoso, no interfieras en mi pelea.

       —¿Qué cosa? —exclamó Seiya, enfadado.

       —Es obvio que un sujeto como tú sólo será un estorbo. Será mejor que vayas al bosque a esconderte con tus amigos en lo que me encargo de acabar con este miserable gusano.

       —¿Qué estás diciendo? —protestó Shun.

       —Sería lo mismo si pelean por separado o todos a la vez —afirmó el Khan del Dragón con prepotencia—. Gracias a la experiencia de los demás Khans conozco todas y cada una de las técnicas empleadas contra ellos. No tienen nada que hacer ante mí que soy muy superior en todos los aspectos.

       Sin decir una palabra, Asiont pasó junto al santo de Andrómeda y se plantó entre Vejita y Seiya. Tiamat prestó atención, ansioso de conocer al mismo Celestial que, según los recuerdos y palabras de Eneri, había conseguido derrotar a Sepultura. Asiont fijó en el Khan una mirada intensa y poderosa.

       —Ah, pero qué tenemos aquí —murmuró Tiamat—. Tú eres el Celestial que venció a Sepultura y consiguió sobrevivir, ¿no es así? Te confieso que eres el primer Caballero que puede presumir de tal hazaña.

       —Tal vez sea el primer Celestial que haya logrado derrotar a un Khan y salir con vida, pero ten por seguro que no seré el último —replicó Asiont en tono desafiante—. Y aún sí no quedara ningún Caballero con vida, estoy seguro que habrá muchos otros que ocuparan nuestro lugar.

       Tiamat le lanzó una mirada de furia.

       —Palabras y más palabras. Es natural que un montón de fracasados como ustedes recurran a esa clase de tonterías —El Khan deslizó un pie por el suelo y un brillo de furia ardió en su mirada—. Aún no comprenden que nosotros somos el verdadero poder y que nuestro destino es gobernar la existencia. Tratar de impedirlo es lo mismo que chocar contra las rocas y romperse en mil pedazos.

       —¡Eso está por verse, Tiamat! —exclamó Seiya, lanzándose sobre el Khan para sorpresa de todos—. ¡Toma esto! ¡¡Pegasus Ryuu Sei Ken!! (¡Meteoro de Pegaso!)

       Una lluvia de meteoros brotó del puño de Seiya y se dirigió hacia Tiamat a la velocidad de la luz. El Khan sólo se limitó a colocar ambas manos frente a su abdomen mientras los rayos de luz se acercaban. De repente, todos los meteoros comenzaron a ser atraídos hacia las palmas de Tiamat, que formó una esfera luminosa con ellos. Cuando Seiya terminó de ejecutar su ataque, se puso de manifiesto que el Khan había quedado indemne.

       —¿Qué fue lo que pasó? —inquirió Seiya, contrariado—. Mi Pegasus Ryuu Sei Ken no le hizo nada como la última vez.

       —Atrapó todos los meteoros de Seiya entre sus manos —advirtió Hyoga.

       Sin perder de vista al santo de bronce, Tiamat movió sus brazos para colocarlos como si fuera a lanzar un Sha-Ma-Sha usando la esfera creada con los meteoros de Seiya. Entonces el Khan hizo uso de sus propias energías para darle mucho más poder a la bola de luz que sostenía. Cadmio quedó estupefacto ante lo que sus ojos presenciaban; Tiamat no sólo era capaz de usar el Sha-Ma-Sha, sino que también sabía combinarlo con otras técnicas para darle mayor poder.

       —¡Recibe esto, Seiya! ¡¡Sha-Ma-Sha-Sei-Ken!!

       Tiamat descargó un violento rayo de luz que atravesó la distancia entre él y Seiya en un milisegundo. El santo de bronce apenas pudo ver cómo aquella esfera luminosa se abalanzaba sobre él a una velocidad alucinante. Aioria tuvo el impulso de salir en la defensa de su amigo, pero no fue necesario. En el último instante, antes de que el ataque alcanzara a Seiya, alguien apareció de la nada y atrapó el rayo de luz entre sus manos.

       —¡Vejita! —exclamó Cadmio.

       Actuando a una velocidad imperceptible para el ojo humano, el saiya-jin pudo colocarse frente a Seiya justo a tiempo para detener el potente ataque de Tiamat. Su primer impulso fue el de tratar de devolver el rayo contra el Khan, pero pronto se dio cuenta de que no podría hacerlo. Vejita tuvo que hacer un enorme esfuerzo para lograr controlar aquella energía tan poderosa y al final lo único que pudo hacer fue arrojarla hacia arriba. La bola de luz se perdió en las colinas y estalló a lo lejos.

       Tiamat se irguió con un aire de indolencia y miró a Vejita directo a los ojos. No había necesidad de palabras para entender las intenciones del saiya-jin. Éste no había detenido el Sha-Ma-Sha-Sei-Ken para salvar a Seiya o a alguno de los otros; lo había hecho para demostrar ante todos que era lo suficientemente rápido y poderoso como para detener cualquier ataque. Vejita esbozó una sonrisa burlona.

       —Vejita, tú me salvaste —alcanzó a murmurar Seiya, incrédulo.

       El saiya-jin echó una rápida mirada por encima del hombro.

       —No te confundas, estúpido, no lo hice para ayudarte. A mi no me interesa lo que les pase a ninguno de ustedes. Ya te dije que esta es mi pelea y no quiero que ninguno de ustedes interfiera en ella.

       —¿Qué dijiste? —inquirió Seiya, bastante molesto.

       —Ahora entiendo todo —murmuró Shiryu—. Vejita quiere enfrentar solo a Tiamat y por eso fue que se desvió ese ataque. Desde un principio su intención fue demostrar que tiene el poder necesario para luchar con él.

       —Tienes razón, Shiryu —convino Piccolo—. No conozco a ese sujeto llamado Tiamat, pero por lo que me han contado sé que es uno de los guerreros de N´astarith más poderoso.

       Vejita frunció una especie de sonrisa.

       —Veo que no todos son tan estúpidos como ese gusano de Seiya.

       —¿Así que quieres medir tus fuerzas conmigo? —murmuró Tiamat con desdén—. Estaba pensando en mandar a Seiya al infierno antes que a nadie, pero ahora creo que si comenzaré contigo.

       Un impresionante halo de luz envolvió por completo la figura del Khan del Dragón, que fijó su mirada en Vejita. Éste, a su vez, levantó ambos puños y expulsó de golpe una poderosa energía a través de su cuerpo. Entonces, de repente, el cabello del saiya-jin pasó de oscuro a rubio en un segundo. Los dos guerreros se sostuvieron la mirada con ojos llenos de odio. Parecía que una increíble batalla estaba a punto de comenzar cuando una voz resonó.

       —Espera, Tiamat.

       Todas las miradas se volcaron hacia uno de los costados del camino. Cuatro figuras emergieron desde la oscuridad del bosque, acercándose lentamente a los guerreros. Tiamat dejó caer sus brazos al tiempo que dirigía su rostro hacia Vejita, y murmuraba una maldición.

       La batalla entre los Executors y los Evas color blanco en las inmediaciones del Geofrente de NERV estaba en su apogeo. Musashi, Keita, Mana y también Asuka libraban un encarnizado enfrentamiento cuerpo a cuerpo con los Evangelions de SEELE, luchando para protegerse mutuamente. Aunque el Executor-02, el robot de Keita, había sufrido daños importantes durante la batalla, éste aún podía seguir luchando y lo demostró cuando consiguió detener una acometida del Eva-09 proyectando un campo de fuerza alrededor del Evangelion para detenerlo. Como si fuera una bestia enjaulada, el enorme Eva-09 comenzó a golpear la barrera con su lanza de doble cara para tratar de liberarse.

       —Este maldito es muy fuerte —murmuró Keita.

       —Entonces hay que acabarlos —dijo Musashi, manipulando a Sephiroth para que éste tomara entre sus manos una de las lanzas de doble cara. Haciendo girar la gigantesca arma en el aire, Sephiroth esquivó primero a los Eva-11 y Eva-13 y luego atravesó el cuerpo del Eva-06 por el abdomen. Finalmente Musashi lo decapitó con un poderoso golpe tan deprisa que Asuka no pudo creerlo. El 06 se desplomó pesadamente quedando inmóvil en el suelo.

       —¿Quiénes son ustedes realmente? —le preguntó Asuka a Mana.

       —Nosotros queremos salvar a la Tierra de SEELE —repuso Mana—. El general Kymura trata de evitar que se lleve a cabo el Tercer Impacto y para eso fundó la organización Apocalipsis. El comandante Ikari los ha engañado, Asuka, el verdadero objetivo de NERV era eliminar a los shitos y darle a SEELE el control del Tercer Impacto.

       —¿Qué has dicho? —inquirió Asuka.

       Los haces láser y los mísiles pasaban silbando por encima de las cabezas de los colosos y una descarga estalló sobre el complejo del Geofrente. Los disparos que caían desde los cielos destacaban la silueta de los gigantes que peleaban en medio de aquel infierno.

       —¿Por qué crees que los Evas de SEELE quieren destruirte? —Mana movió los controles para que su Executor descargara una potente ráfaga de antimateria contra el Eva-08, que explotó violentamente y quedó convertido en un montón humeante de chatarra y restos orgánicos—. SEELE quiere tomar el control de NERV y por eso mandaron a las fuerzas armadas de Japón, pero nosotros nos adelantamos. El general Kymura construyó estos robots para contrarrestar a los Evas.

       —Muy interesante, chica lista —replicó Asuka luego de echar un vistazo hacia el panel de control y comprobar que le quedaba un minuto y medio de energía—, pero eso no explica que hayan querido matarme hace un momento. Además, ¿de dónde salieron esas malditas naves? No creas que soy tan estúpida como para creer que ustedes las construyeron.

       Sephiroth volvió la cabeza hacia el Eva-02 y levantó los puños hacia los Evas.

       —Eso es algo que nosotros también quisiéramos saber, ingrata —murmuró Musashi mientras Sephiroth enviaba una feroz lluvia de haces láser contra los Evas 10, 11 y 12—. El general Kymura nos dijo que tendríamos ayuda externa para enfrentar a SEELE, pero esto es más de lo que hubiera imaginado.

       —¿Ayuda de quién? —murmuró Asuka—. ¿Acaso de los marcianos?

       Volviéndose casi por instinto en el momento en el que el Eva-10 avanzaba a pesar de los láser que perforaban su cuerpo, Sephiroth levantó la lanza y la arrojó contra el monstruoso Evangelion. El arma de doble cara atravesó el cuerpo del Eva, liquidándolo al instante.

       —Por ahora lo que me interesa es salir con vida.

       —No puedo creerlo —musitó Asuka en voz baja—. Mi Eva apenas y puede cargar una de esas pesadas lanzas y aquel robot las levanta como si fueran cualquier cosa. Sus armas también son muy superiores a todo lo que haya visto antes. Recuerdo que el cañón de positrones necesitaba de toda la energía de Japón para disparar, pero estos robots parecen contar con suficiente energía para sus armas.

       —Asuka —la llamó Mana—. ¿Qué sabes de Shinji?

       De repente, una de las colosales lanzas estuvo a punto de golpear al Eva-02 cuando Asuka lo evitó con una veloz maniobra. Detuvo el golpe usando la lanza que sujetaba su Eva-02 y después, dando un fuerte grito de furia, empujó al Eva-11 con la fuerza suficiente para arrojarlo a lo lejos. El Evangelion de color blanco cayó de espaldas al suelo en medio de un poderoso estruendo.

       —Ese Shinji es un inútil —murmuró con desdén—. Si estuviera aquí te aseguro que tendríamos que estarlo protegiendo.

       NERV.

       Shigeru, Makoto y demás oficiales del Centro de Mando ya habían sacado sus armas y ocupado diferentes posiciones, preparándose para defenderse de los invasores que acababan de llegar a los últimos niveles del enorme complejo subterráneo. Los soldados oscuros penetraron rápidamente en el Centro de Mando y abrieron fuego sobre los oficiales de NERV, acabando con algunos bajo un diluvio de disparos láser. Shigeru y sus compañeros respondieron al ataque y comenzaron a intercambiar disparos con los invasores.

       Los miembros de NERV, que no llevaban armaduras ni fúsiles láser, estaban enfrentando una fuerza inexorable. Superior en materia de preparación, disciplina, armamento y liderazgo, la organización Apocalipsis prácticamente se había apoderado de la totalidad de NERV.

       En uno de los corredores, tres soldados oscuros encontraron a Shinji Ikari debajo de unas escaleras. El chico aún se encontraba sentado en el suelo con la cabeza metida entre sus brazos; era como si fuera ajeno a todo el caos que se estaba desarrollando en el Geofrente. Después cerciorarse de que no había nadie más en los alrededores, uno de los soldados se llevó las manos a la cabeza y se quitó el casco para sorpresa de sus compañeros.

       —No soporto esta porquería —se quejó mientras sacudía la cabeza—. Casi no se puede respirar con esta cosa.

       —¿Qué estás haciendo, Steve? —le preguntó uno de sus compañeros.

       —¡Al diablo! —exclamó Steve y luego arrojó su casco al suelo—. Peter, la mayoría de los imbéciles de NERV están muertos o capturados. No hay razón para seguir usando estas cosas.

       Peter y el tercer soldado se miraron entre sí por un instante como dudando, pero finalmente decidieron imitar a su compañero de armas. Cuando se despojaron de sus respectivos cascos negros, los soldados exhalaron un suspiro de alivio.

       —Esta armadura tal vez protege de las balas, pero es realmente claustrofóbica.

       —¿Alguna noticia del general Kymura? —preguntó Steve.

       —Ninguna —repuso Peter—. Parece que nadie sabe en donde se encuentra.

       —¿Qué hacemos ahora?

       —Liquidemos a este niño por supuesto, ¿qué más? —Steve se acercó con su fusil a Shinji y le apuntó directo a la cabeza. El chico ni siquiera se movió—. El general nos dijo que matáramos a los pilotos de los Evas y es lo que haremos.

       —¿Qué tal si es el hijo de uno de los empleados? —inquirió Peter con preocupación—. Es un niño nada más. Esto no está bien.

       Steve volvió el rostro hacia Peter.

       —Si matas a una persona eres un asesino, pero si matas a cien eres un conquistador —hizo una pausa y dirigió la vista nuevamente hacia Shinji—. No me odies por esto, chico, no es nada personal.

       Aunque Shinji no había visto el rostro de los soldados, sabía perfectamente que aquel era el último instante de su vida. Estaba cansado de las terribles batallas contra los shitos, de la violencia de un mundo que se le mostraba hostil y en especial del desamor de su padre. En realidad no tenía ningún deseo de vivir. Pensaba que tal vez la muerte sería la liberación que tanto buscaba. No había una razón para vivir… excepto quizá aquella chica de ojos claros que le había mostrado algo de cariño. Aquella chica llamada Mana… .

       El sonido del disparo de una pistola nueve milímetros abrió un agujero en la sien de Steve; de la herida brotó sangre, fragmentos de hueso y tejido. Peter y su compañero se volvieron enseguida y abrieron fuego contra Misato Katsuragi, que corría hacia ellos a toda velocidad con una nueve milímetros escupiendo balas. Agazapándose y poniéndose a cubierto, Misato disparó su arma con movimientos precisos y abatió al compañero de Peter en un segundo. En la veloz acometida, un haz láser rozó el brazo de la teniente Katsuragi, pero aún así Misato logró acercarse lo suficiente a Peter para darle una patada en la cara que lo empujó contra la pared.

       Antes de que Peter pudiera decir algo, Misato le puso el cañón de su nueve milímetros en la quijada. El soldado ni siquiera pudo articular una palabra, pero logró a mover levemente la cabeza en sentido negativo; más que una negación era una súplica por su vida.

       —No me odies por esto, no es nada personal —le susurró Misato antes de descerrajarle un tiro que le atravesó la cabeza. Con una costura sanguinolenta escurriendo por su cuello, Peter se desplomó hacia abajo, muerto antes de caer.

       Misato introdujo un nuevo cargador en su arma y giró la cabeza hacia Shinji.

       —Suerte que se quitaron los cascos, pero quizá vengan más. Debemos irnos.

       Shinji no dijo nada, de modo que Misato lo tomó de los brazos para levantarlo y luego lo condujo por el pasillo. Mientras caminaban rápidamente, Misato no dejaba de preguntarse qué sería lo que estaba ocurriendo en otras partes del mundo.

       Cuartel General de SEELE

       —Detecto múltiples señales acercándose —informó el sargento Heinz.

       El presidente Keel echó un vistazo por encima del hombro del militar para ver la pantalla del radar. Había tantos objetos volando hacia ellos que era imposible determinar el número exacto. Los técnicos, con los auriculares puestos, hacían pruebas tras otras, apresurándose por rastrear el movimiento de los Devastadores Estelares que habían invadido la Tierra.

       —Lo estoy viendo —repuso el presiente Keel—. ¿Son de los nuestros?

       Pálido de miedo, Heinz volvió el rostro hacia el presidente Keel.

       —No lo creo.

       Entonces las alarmas sonaron por todo el complejo secreto. Cuando el presidente Keel se asomó por la ventana que daba al exterior, las naves abbadonitas llenaban los cielos y se aproximaban rápidamente. En el exterior, el personal comenzó a correr para ponerse a salvo, pero fue demasiado tarde. En cuestión de segundos, los invasores descargaron todo el poder de sus armas contra las instalaciones. Los haces láser caían por todas partes, destruyendo los edificios y haciendo explotar los vehículos militares estacionados en los alrededores. Antes de que alguien pudiera llegar para ayudarlos, el complejo de SEELE quedó reducido a un montón de ruinas humeantes.

       Tokio-3, Japón

       N´astarith soltó una risita maliciosa y sus ojos destellaron dentro de la oscuridad que envolvía su cara. Sus manos subieron despacio hasta la capucha que ocultaba su identidad y, de golpe, la apartaron, revelando su rostro.

       Seiya lo miró atónito.

       Asiont se había quedado boquiabierto.

       Sailor Neptune, asombrada, se llevó la mano a la boca.

       Vejita arqueó una ceja, intrigado.

       —Si, yo soy N´astarith, emperador del imperio abbadonita y servidor del Amo de las Tinieblas. He sido elegido por el destino para controlar el poder absoluto y regir toda la Existencia como un dios.

       Un silencio fruto de la perplejidad se adueño del ambiente. Durante unos segundos Sailor Uranus se dedicó a observar los siniestros ojos de N´astarith; sus pupilas destellaron con un esplendor rojizo. Sólo un animal era capaz de mirar de semejante manera.

       —¿Eres N´astarith? —inquirió Seiya, aunque él mismo ya conocía la respuesta.

       —Puedes estar seguro de eso —Armando levantó los puños—. Es el mismo N´astarith en persona. Reconocería su asquerosa presencia en cualquier parte.

       —Siento una energía negativa muy poderosa en él —musitó Karmatrón con preocupación—. Sólo había sentido algo parecido en presencia de Asura. El poder maligno en él es realmente impresionante.

       —Su cosmos está lleno de maldad —observó Shiryu—. Nunca había sentido un cosmos tan terrible como este. Se podría decir que ese hombre es una verdadera reencarnación del mal.

       —En verdad es N´astarith —murmuró Piccolo, mirando la tenebrosa figura del emperador de Abbadón—. Su Ki en verdad es muy poderoso, pero hay algo más en este sujeto que lo hace diferente a los Khans, es algo… siniestro.

       Sailor Neptune examinó el rostro de N´astarith con detenimiento. Por lo que le habían contado, había imaginado a aquel hombre como a un monstruo, pero fuera de su extraño color de piel y de aquella mirada siniestra, lo encontraba bien parecido, con aquellas facciones bien definidas y ese aire de confianza que inspiraba.

       Shun notó como su cadena de Andrómeda se ponía más tensa de lo normal ante la simple presencia de N´astarith. La cadena con forma de punta se elevó unos centímetros en el aire y se colocó en guardia, apuntando directamente contra el cuello del señor de Abbadón. Hyoga, Astroboy y Aioria observaron a los guerreros que acompañaban a N´astarith, pero no reconocieron a ninguno de ellos. Uno de estos, un guerrero enorme y fornido que llevaba un terrorífico casco con cuernos y una hacha entre sus manos, esbozó una sonrisa burlona. Sailor Uranus lo reconoció en el acto; era Odrare, el Khan del Minotauro.

       —Vaya, vaya, Zacek, es un placer conocerte personalmente —dijo N´astarith con una sonrisa, dirigiendo su mirada hacia Karmatrón—. Tenía mucho tiempo que no veía a otro Kundalini que portara la legendaria armadura energética de Karmatrón.

       —¿Otro Kundalini? —murmuró Molécula con suspicacia—. Ahora que recuerdo Tiamat mencionó que ya había escuchado antes de Karmatrón, pero no entiendo cómo puede ser eso posible.

       Tiamat miró a Karmatrón fijamente y dejó escapar una leve sonrisa. En el visor de su escáner visual podían verse distintos caracteres, los cuales le indicaban el elevado nivel de combate de su nuevo adversario. No obstante, lo cierto era que el Khan del Dragón confiaba más en su propia percepción que en aquel aparato para evaluar el poder de sus rivales.

       —¿Con qué tú eres Karmatrón, eh? —hizo una pausa y dio un paso al frente—. Ya había oído hablar de ti hace mucho tiempo y la verdad tenía ganas de conocerte. Tus proezas como guerrero son legendarias.

       —En realidad no existe ningún misterio, Lis-ek —dijo N´astarith con una sarcástica sonrisa—. Se cuenta que hay un guerrero Karmatrón por cada universo, el cual se encarga de equilibrar las fuerzas del bien y del mal. Pues bien, el guerrero Karmatrón de nuestro universo resultó ser demasiado obstinado para comprender mis intenciones y trató de detenernos.

       —¿Quieres decir que lo mataste? —preguntó Karmatrón.

       El emperador de Abbadón volvió la mirada hacia Tiamat y le hizo una seña con el rostro. El Khan del Dragón dejó escapar una leve sonrisa de placer y se llevó la mano a la cintura para extraer algo.

       —El emperador no tuvo que tomarse la molestia —Tiamat levantó la mano para mostrarles un Kalpe, un cinturón de poder similar al que Zacek usaba para transformarse en Karmatrón. El cinturón era de color azul, a diferencia del de Zacek que era rojo, y presentaba varias rasgaduras en el emblema del Yin-Yang—. El Karmatrón de nuestro universo se alzó contra el Imperio de Abbadón de la misma forma que los Celestiales, pero yo, Tiamat de Dragón, rápidamente lo derroté.

       —¿Otro guerrero Karmatrón? —murmuró Asiont—. Entonces esa era la razón por la cual  conocen a Zacek y a los Kundalini. No tenía idea de que hubiera un Karmatrón en nuestro universo, pero me parece que el Maestro Aristeo mencionó algo en una ocasión.

       Una sensación de rabia se apoderó momentáneamente de Zacek. La existencia de los guerreros karmatronicos era un hecho conocido por todos los Kundalini, pero lo que menos había pensado fuera que Tiamat hubiese liquidado a uno de ellos. Zacek fijó su mirada en Tiamat y apretó los puños lentamente con fuerza. El Khan del Dragón, que parecía adivinar sus pensamientos, le dedicó una expresión llena de hostilidad.

       —Pagarás por eso, te lo juro.

       —Tu ira sólo me hace más poderoso —dijo N´astarith—. Deberías saberlo mejor que tus amigos, Zacek. El odio, la venganza, la ambición, los malos deseos y cualquier otra emoción negativa aumenta mis fuerzas gradualmente.

       —¿Qué es lo que quieres decir? —inquirió Seiya con violencia.

       —Quiere decir —intervino Odrare—, que el gran N´astarith se fortalece con la energía de las emociones negativas en los corazones de todos los seres vivos. Deberían sentirse afortunados de que el emperador se digne a dirigirles la palabra, gusanos. Él es quien llevará a la Existencia a un plano superior.

       —La energía negativa lo fortalece como a Asura —murmuró Karmatrón con preocupación—. Significa que la batalla que se libra en este mundo… .

       N´astarith tomó la palabra nuevamente.

       —El Karmatrón de mi universo resultó ser muy imprudente. Nunca entendió mis motivos y por ello tuvo que morir, aunque ése no era mi deseo. Sí al menos se hubiera tomado la molestia de escuchar mis razones él seguiría con vida todavía. Pero al igual que hice con él, a ustedes también los perdono porque no saben lo que hacen.

       —Cállate —dijo Shiryu temblando de rabia—. ¿Cómo puedes hablar de esa manera? Tú mismo te has entregado a hacer el mal. Por tu culpa han muerto muchos inocentes que no tenían nada que ver con tus sucias intenciones.

       —¡Eres un infeliz! —exclamó Seiya—. Te juro que no voy a descansar hasta hacerte pedazos.

       —Será mejor que te tranquilices, Seiya —le advirtió Tiamat—. He tenido que soportar tus insolencias por demasiado tiempo, pero eso se termina aquí y ahora. Por el honor de los guerreros de Abbadón, te destrozaré con todo mi poder.

       De pronto, la figura de Vejita volvió a expeler una gran cantidad de energía dorada. Fue tan poderoso aquel despliegue de poder que los escáneres de los Khans se activaron de golpe, dando la señal de alarma. N´astarith fijó su mirada en Vejita y esbozó una sonrisa de confianza que llamó la atención de Son Gokuh.

       —¡Ya me tienen hartos con sus estupideces, insectos! Yo mismo acabaré con todos estos sujetos y después mataré a N´astarith. No me interesa que clase de poderes o habilidades tenga este miserable.

       —Espera, Vejita.

       —¿Humm? ¿Qué es lo que quieres, Kakaroto?

       Sin decir una sola palabra, Son Gokuh pasó por un costado de Vejita y se detuvo ante Tiamat. De repente, el emperador de Abbadón y sus guerreros cayeron en cuenta, y N´astarith más que nadie, de que aquel hombre sabía pelear. Se traslucía en su postura, en su forma de caminar, pero sobre todo en sus ojos. Son Gokuh observó a los Khans con una expresión desafiante, un gesto que daba a entender que era capaz de matar con las manos, pero que prefería no hacerlo.

       —¿Quién eres tú, insolente? —le preguntó Tiamat—. ¿Es qué acaso quieres pelear?

       —Mi nombre es Son Gokuh —declaró Gokuh con solemnidad mientras el viento revolvía levemente su cabellera negra—. Tengo que admitir que eres muy diferente a como me había imaginado, N´astarith.

       —¿Pero quién es este sujeto? —siseó N´astarith luego de escuchar a Son Gokuh—. Su corazón está libre de malos deseos y pensamientos negativos, es algo muy peculiar en verdad. Este tipo no estaba con los guerreros con los que lucharon Nauj-vir y Sorlak.

       Los ojos inmóviles de Son Gokuh llenaron de rabia a Tiamat. Tanto N´astarith como Seiya advertían el desafío que implicaba aquella actitud. El Khan del Dragón frunció el entrecejo con furia y levantó los puños, alistándose para atacar.

       —He escuchado muchas cosas sobre ustedes  —dijo Gokuh, haciéndose oír por encima de las explosiones que se escuchaban en los cielos—. Sé que han matado a muchas personas con crueldad y esclavizado mundos enteros, pero les aseguró que eso ha llegado a su fin. N´astarith, te prometo que sin importar lo que me suceda… ¡¡te derrotaré!!

Continuará… .

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