Leyenda 002

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPITULO II

UNA NUEVA AMENAZA SE CIERNE SOBRE EL UNIVERSO

       La Tierra (Ciudad de México)

       Al salir y ver la inmensa masa de la nave extraterrestre que se arrastraba por el aire, a la mayoría les invadió el pánico. Enormes grupos de hombres y mujeres aterrorizados corrían en distintas direcciones, chocando unos contra otros. Madres separadas de sus hijos, permanecían en medio del caos gritando una y otra vez el nombre de los pequeños perdidos. Algunos se quedaban quietos, elevando gritos profanos o invocando el nombre de Dios. Muchos otros se habían tirado al suelo, algunos rezando, otros chillando mientras se cubrían las cabezas con las manos. Aquella cosa en el cielo inspiraba un sentimiento de terror inmediato, como si fuera un ángel de la muerte que se acercara paso a paso inexorablemente.

       En medio de las ruinas de las que alguna vez fueron las principales ciudades de la Tierra miles de personas buscaban la manera de resguardarse, pero era inútil, a donde quiera que fueran no había escape. Las fuerzas imperiales de Abbadón estaban listas para empezar la ocupación militar de la Tierra, y al parecer no había nada que pudiera impedirlo.

        Siberia, Rusia (Base Caronte)

       Estaba por amanecer, pero el silencio que reinaba fuera de la base Caronte superaba incluso el que experimentaban quiénes aguardaban dormidos la llegada del nuevo día. Rodrigo Carrier miró detenidamente a Astrea, intentado entender a qué se refería exactamente con aquello de que «estaban a punto de presenciar el final de todo».

       Andrea Zeiva, por su parte, llevó su mirada hacia Asiont y frunció el entrecejo.

       —¿El final de todo lo que conocemos? —repitió preocupada—. ¿Se puede saber de qué rayos están hablando?

       En la sala se produjo un absoluto silencio, seguido de una agitación de uniformes militares y un movimiento de cuerpos y miembros. Se oyeron algunos murmullos de incredulidad mientras todos los presentes se observaban entre sí.

       —La derrota en Marte y la invasión a este planeta son pequeñeces comparadas con lo que sucederá dentro de poco tiempo, Andrea —dijo Astrea en un tono sombrío—. Todo el universo peligra, no sólo esta galaxia.

       Asiont era consciente de que con ese tipo de comentarios, Astrea únicamente estaba alarmando a todos. Quizás la chica lo ignoraba o estaba tan asustada como aquellos hombres y mujeres que tenía enfrente que no medía sus palabras. El joven reflexionó antes de hablar.

       —Oye, Astrea, cálmate un poco que vas a asustarlos… .

       —¿Asustarlos, Asiont? —intervino Cadmio en un tono bastante áspero—. Es mejor que sepan la verdad de una buena vez y no que ignoren todo.  Ese es uno de tus mayores defectos. Eres una persona demasiado blanda.

       Rodrigo y Andrea volvieron la mirada hacia el pedante acompañante de Astrea para escudriñarlo. Cadmio era un joven fornido, tres años mayor que Asiont y mucho más alto. Aquella expresión arrogante que mantenía en su rostro revelaba una personalidad bastante orgullosa y llena de vanidad.

       «¿Por qué siempre se comporta así?», pensaba Lance, volviéndose hacia Cadmio.

       —Cadmio, cálmate por favor. Sí crees que Asiont es blando, entonces tú eres demasiado duro —guardó silencio por un segundo y echó una rápida mirada a Astrea y a los otros—. Trátalos con suavidad, recuerda que muchos de ellos estuvieron a punto de morir en Marte peleando con las fuerzas de Abbadón.

       Cadmio cerró sus ojos, luego cruzó los brazos y, finalmente, se recargó sobre una pared. Parecía que sólo podía sentir desprecio por todos los presentes. Finalmente se volvió con vehemencia contra Lance.

       —¡Estamos en guerra, en guerra! —declaró sin detenerse a reflexionar en sus palabras—. Es casi seguro que N´astarith y sus Khans ya han empezado con el plan que acabará con cualquier oposición en esta galaxia.

       Un nuevo silencio se produjo, esta vez de perplejidad. Lance bajó la mirada con indignación; sencillamente no podía comprender el por qué del comportamiento de Cadmio. A veces era demasiado duro y quien no lo conociera podría pensar que era un sujeto insensible, pero esto no era verdad. Muy interiormente existía un guerrero de corazón cálido que si se preocupaba por los demás.

       Asiont suspiró con resignación y luego volvió el rostro hacia donde estaba Astrea. Por unos instantes se quedó mirándola fijamente.

       —Astrea, ¿Crees que de verdad N´astarith finalmente haya podido apoderarse del Portal Estelar?

       —Me temo que sí, Asiont —respondió la chica, confirmando sus temores—. Como te dije anteriormente, he tenido sueños que me previenen de un futuro catastrófico. Creo que estamos ante el cumplimiento de las predicciones de la leyenda. Una nueva amenaza se cierne sobre toda la galaxia y quizás sobre la existencia entera.

       Como si fuera incapaz de soportar un momento más, Rodrigo Carrier cogió a Asiont por las ropas decidido a obtener respuestas por la fuerza sí era necesario.

       —¡¿De qué demonios están hablando?! ¡Exijo una explicación!

       Asiont no dijo nada. Solamente clavó la mirada en Rodrigo y a continuación tomó su mano por la muñeca con fuerza para hacer que lo soltara. Andrea meneó la cabeza en sentido negativo, molesta con el comportamiento de Rodrigo. Ciertamente, su primo estaba más nervioso que de costumbre.

       —Se los explicaremos todo, pero antes debes calmarte —la mirada serena, pero firme de Asiont le fue más que suficiente a Rodrigo para tranquilizarse. Asiont no era precisamente una persona violenta, pero tampoco le hacía mucha gracia que alguien le hablara de esa manera. Por unos instantes, el deseo de arrojar al general Carrier contra la pared cruzó por su mente, pero supo contenerse justo a tiempo.

       —De acuerdo, Asiont —asintió Rodrigo nerviosamente, mientras el joven Ben-Al le sostenía la mirada—. Empieza por el principio, por favor.

       A cincuenta y tres mil kilómetros de altura sobre la Tierra, la gigantesca estación espacial Armagedón se mantenía en órbita geosincrónica sobre el planeta como una inevitable maldición. Con sus mil kilómetros de diámetro, Armagedón era del tamaño y la forma de un pequeño planeta artificial perfectamente dividido por su ecuador. Dotada con un poderoso cañón súper láser y muchas otras armas de destrucción masiva, aquella inmensa fortaleza espacial había sido durante mucho tiempo el centro de operaciones del ejército imperial de Endoria, pero ahora albergaba tropas de los tres imperios. Cazas abbadonitas y endorianos describían círculos alrededor de la enorme bestia como enjambres de mosquitos.

       Desde un piso superior, N´astarith y su pequeña comitiva de gobernantes aliados inspeccionaban minuciosamente uno de los cientos de muelles que existían en la estación espacial. El emperador de Abbadón examinaba todo hasta el más mínimo detalle.

       —Esta base es perfecta para mis planes, José —declaró N´astarith, mientras observaba el aterrizaje de varias naves de carga a través de una enorme ventana—. Aunque, claro, me parece que  requiere de algunas mejoras para cumplir con mis expectativas.

       —¿Estás seguro, N´astarith? —preguntó José un tanto intrigado—. Yo pienso que Armagedón es perfecta así como está actualmente. ¿Qué es lo que tienes en mente?

       —Mi científico de cabecera, Zocrag, puede instalar algunas armas y sistemas de vigilancia más sofisticados y confiables —repuso N´astarith—. Modificaremos esta estación de batalla hasta el punto de quedar irreconocible, y dado que necesito un lugar para proteger el Portal Estelar hasta que reúna las gemas… .

       Jesús Ferrer se acercó unos pasos para intervenir en la conversación.

       —Ya entiendo, planeas remodelar Armagedón para resguardar el Portal Estelar en este lugar, ¿no es así?

       Una sutil sonrisa se insinuó en los labios de N´astarith. El emperador de Abbadón sabia que sí los miembros de la Alianza Estelar lograban averiguar sus planes, estos lanzarían un ataque con el único fin de destruir el Portal Estelar aún cuando todos supieran de antemano que morirían en aquella acción.

       —Así es, príncipe Ferrer. Mientras nuestros científicos terminan con las remodelaciones, enviaré a mis guerreros a través del Portal Estelar para que busquen el resto de las gemas estelares. Sí alguno de ustedes lo desea, puede mandar a uno de sus emisarios en la misión.

       Jesús y Francisco se miraron entre sí un momento.

       —Me parece bien —aprobó Jesús—. Le avisaré a Galford. Estoy seguro de que él irá gustosamente en la misión. Después de todo, es uno de los guerreros más leales con los que contamos en Megazoar.

       José, en tanto, fijó su mirada en el emperador de Abbadón y lo observó por un instante. No sabía la razón, pero interiormente sentía como una extraña sensación de miedo se iba apoderando de él. Era como sí supiera que su vida estaba a punto de atravesar un oscuro umbral del cual ya no había retorno.

       —La primera misión estará lista en apenas dos megaciclos —anunció N´astarith en un susurro apenas audible—. Muy pronto las gemas estelares estarán en mis manos y con ellas el destino de la galaxia.

       Siberia (Base Caronte)

       Las puertas de la habitación estaban abiertas. Varios soldados y oficiales, que ya se habían levantado, se asomaron para escuchar la conversación. Asiont estaba inmóvil delante de Rodrigo, Andrea y otros tantos comandantes de la Alianza que lo escuchaban atentamente.

       —Creemos que N´astarith se ha apoderado de una máquina muy avanzada llamada Portal Estelar —hizo una pausa y miró Astrea de reojo—. De acuerdo con una vieja leyenda conocida en su totalidad sólo por los Caballeros Celestiales, a través de este Portal Estelar se encuentra la llave para alcanzar el máximo poder del universo.

       Andrea enarcó una ceja.

       —¿Portal Estelar? —repitió contrariada—. ¿El máximo poder de universo?

       Asiont asintió con la cabeza y continuó.

       —El Portal Estelar es producto de una avanzada civilización que existió hace mucho tiempo. Se dice que sus creadores descubrieron la manera de llegar hasta un misterioso universo donde encontraron un poder asombroso. De alguna manera, los endorianos encontraron este artefacto en su mundo hace miles de ciclos estelares y lo guardaron celosamente… .

       —¡Ah! ¡Ya entiendo! —le interrumpió Rodrigo en voz alta—. Te refieres a ese gigantesco anillo de metal que José, Jesús y yo encontramos hace muchos años bajo las ruinas el palacio real de Endoria, ¿no es así? Pero cuando lo encontramos, jamás pudimos usarlo para viajar hacia otros universos. Ese artefacto es inservible, no entiendo de que se preocupan.

       Asiont dio un breve suspiro y asintió.

       —Así es, me refiero a esa máquina, Rodrigo —hizo una pausa y continuó—. Lo que quizá no sepas es que ese anillo de metal llevaba doce joyas incrustadas a lo largo de toda su estructura. Usando esas gemas sagradas, el Portal Estelar podía crear puertas hacia cualquier otro universo existente. Hace mucho tiempo, el líder de la Orden de los Caballeros Celestiales determinó que sí alguien se apoderaba del Portal Estelar para usarlo con fines malignos, entonces toda la Existencia correría un grave peligro. Luego de discutirlo con los Caballeros más sabios de la orden, nuestro líder dispersó once gemas por el Portal Estelar a través de once universos diferentes. Por último confió el cuidado de la doceava gema a un noble Caballero llamado Llaga.

       —Pero sí ese tal Llaga se quedó con la última gema, entonces no hay motivos para preocuparnos, ¿o sí? —preguntó Rodrigo esperanzado.

       —Me temo que sí —confesó Lance, sumándose a la conversación—. Hace poco descubrimos que Llaga había sido asesinado en el planeta donde vivía. Al investigar en su escondite y no encontrar el menor rastro de la gema estelar que cuidaba, empezamos a tener sospechas de que alguien estaba en busca del Portal Estelar.

       Andrea bajó la mirada y mentalmente empezó a unir cabos. Sí su hermano se había unido al imperio de Abbadón con el fin de dominar a la galaxia, era lógico pensar que también le había entregado el Portal Estelar a N´astarith.

       —¿Quieres decir que José mandó a alguien para asesinar a Llaga y así obtener la gema sagrada? —inquirió Rodrigo.

       —No —Lance meneó la cabeza en sentido negativo—. Llaga era uno de los Caballeros más fuertes de la orden. Un asesino común y corriente jamás habría podido vencerlo en una batalla. Las heridas que encontramos en su cuerpo habían sido hechas por un guerrero muy hábil y diestro en las artes del combate. Seguramente debió tratarse de uno de los Khans.

       —Eso significa que mi hermano podría ser cómplice de la destrucción final de la galaxia —murmuró Andrea lentamente sin dirigirse a nadie en particular—. No puedo creer lo que estoy oyendo.

       —Bueno, yo siempre creí que José llegaría bastante lejos —dijo Rodrigo en sentido irónico

       Sin prestar la mínima atención a las palabras de Rodrigo, Cadmio se volvió hacia la reina Andrea y la lanzó una mirada acusatoria.

       —Así es, majestad —dijo con sarcasmo—. Gracias a tu hermano, ahora ese demente de N´astarith tiene en sus manos la manera más rápida de acabar con toda la Alianza Estelar.

       Andrea bajó la cabeza, mostrándose sumamente consternada. Aunque no lo demostraba abiertamente, en el fondo se sentía algo culpable por las atrocidades que su hermano había cometido por toda la galaxia.

       —¿Qué haremos ahora? —preguntó ya sin mucho ánimo.

       Asiont apoyó una mano sobre el hombro de la reina para mostrarle apoyo.

       —No te preocupes, Andrea, lo hecho, hecho está. —Guardó silencio y se volvió hacia los demás—. Antes que cualquier cosa, debemos abandonar este planeta. Conociendo a las fuerzas de Abbadón no les tomará mucho tiempo encontrarnos.

       —¿Salir de aquí, Asiont? Eso es imposible. La Tierra está rodeada por miles de naves enemigas —Rodrigo no parecía estar dispuesto a arriesgarse—. Nos matarían antes de lograr saltar al hiperespacio.

       Lance y Asiont se miraron entre sí. A juzgar por sus rostros parecía que ya tenían todo un plan en mente.

       —En este momento las naves imperiales están ocupando las principales ciudades terrícolas —dijo Lance tranquilamente—. Podemos aprovechar eso a nuestro favor y así escapar.

       Rodrigo lo miró con desconfianza.

       —Pero sí lo que están diciendo acerca del Portal Estelar es verdad y N´astarith obtiene esas gemas de las que hablan, entonces me temo que no habrá manera de derrotarlo. Lo mejor que podemos hacer es rendirnos o negociar un acuerdo de paz. La esclavitud puede no ser tan mala después de todo.

       Esta vez fue Astrea quien le lanzó una mirada acusatoria a Rodrigo.

       —Aún existe una esperanza —declaró con firmeza—. La leyenda que habla acerca del poder secreto que guarda el Portal Estelar también nos dice que cuando un poder maligno amenace con destruir la existencia, las fuerzas del bien derrotarán al mal.

       El antiguo general del imperio de Endoria enarcó una ceja a la vez que ponía cara de no entender nada.

       —Estamos a la mitad de un cataclismo de proporciones cósmicas y ustedes me hablan de una vieja leyenda como sí de ésta dependiera nuestra salvación—hizo una breve pausa y se volvió hacia Astrea—. ¿De qué fuerzas del bien me están hablando? ¿Acaso no basta con nosotros solamente?

       Astrea le sostuvo la mirada a Rodrigo sin inmutarse.

       —No, necesitamos ayuda para enfrentar a N´astarith y a sus Khans. Solos no podremos ganarles nunca.

       Cadmio frunció el entrecejo, molesto con las palabras de Astrea. Su orgullo de guerrero era tal que le impedía reconocer que necesitaban ayuda para pelear contra el imperio de N´astarith.

       —Hagan lo que quieran, de todas formas seré yo quien acabe con N´astarith —declaró con desdén, provocando que las distintas miradas de todos se clavaran en él—. Yo soy el Celestial más poderoso de todos y pienso que no necesitamos la ayuda de nadie para derrotar al enemigo.

       Antes de que alguien pudiera decir algo más, Cadmio caminó hasta la salida y abandonó la habitación.

       —¿Qué le pasa a ese sujeto? —preguntó Andrea, llevando la mirada hacia Asiont—. Se comporta como si fuera la última esperanza del universo. Es un miserable engreído.

       —Sólo ignóralo —intervino Lance con tono ausente—. A veces mi hermano Cadmio puede ser bastante irritable.

       Andrea abrió los ojos con evidente sorpresa. Lance se veía tan sereno, tan humilde, que realmente contrastaba con el altanero de Cadmio.

       —Un momento, ¿ese tipo es tu hermano?

       Lance bajó la cabeza y asintió sombríamente

       —Sí, Cadmio es mi hermano mayor.

       Mientras Lance le contaba a Andrea acerca de su parentesco con Cadmio. Asiont, por su parte, llevó su vista hacia una ventana que daba al exterior de la base Caronte. El sol ya había salido completamente, anunciando con ello un nuevo amanecer. Sumido en sus pensamientos, meditó acerca del destino que les aguardaba. Sabía de antemano que no había manera de saber sí efectivamente lograrían derrotar a N´astarith y esa duda lo atormentaba enormemente.

       Tokio, Japón
       Distrito Nerima

       El sol salió por el horizonte indicando el inicio de un nuevo día para los habitantes de la residencia Tendo. En su habitación, Akane se levantó bastante soñolienta y sin mucho ánimo de abandonar la cama. Había pasado bastante mal la noche y francamente no sentía muchos deseos de ir a la escuela. Con el mayor desgano del mundo se vistió con su uniforme de segundo de preparatoria y finalmente bajó las escaleras para dirigirse hacia el comedor. El desayuno ya estaba servido sobre la mesa.

       —¿Pasaste mal la noche, Akane? —le preguntó una joven de largo cabello castaño y rostro angelical mientras se disponía a servirle un poco de té caliente—. Se te nota en el rostro.

       —Ah, un poco, Kasumi —dijo ella dando un gran bostezo—. Tuve un sueño muy extraño, creo que fue una pesadilla.

       —¿Qué clase de pesadilla, Akane? —le preguntó un joven de cabello negro que acababa de entrar en el comedor mientras se frotaba la cabeza con una toalla blanca—. ¿Acaso soñaste con el guapo de Kuno?

       —Deja de molestar, Ranma —le respondió ella con un tono desagradable—. Además a ti que te importa.

       Akane se llevó el plato a la boca y empezó a comer más aprisa. En cuanto hubo terminado, se levantó para dirigirse a la puerta mientras era observada por su hermana Kasumi y por Ranma.

       —Ya me voy —dijo antes de abrir la puerta para salir mientras Ranma le gritaba.

       —¡Oye espérame!

       Akane corrió apresuradamente en dirección a la escuela Funrinkan, el lugar en donde estaba cursando sus estudios. Algunos minutos después de haber dejado su hogar, su prometido, Ranma Saotome, la alcanzó en el camino.

       —Espera, Akane —le gritó con la intención de que caminara más despacio—. Aún estamos a tiempo. No hay porqué correr tan rápido.

       Akane se detuvo de golpe y se volvió hacia Ranma con una expresión de hastío en el rostro.

       —Ah, eres tú, Ranma —murmuró con desgano y luego bajó la mirada—. Ya sé que todavía falta algo de tiempo, simplemente estaba tratando de distraerme.

       —¿Es por ese sueño que tuviste? —le preguntó el joven Saotome.

       Akane asintió con la cabeza. Por un momento le pareció que lo mejor sería hablar de su extraño sueño, quizás contándoselo a alguien se sentiría mejor y con eso alejaría aquellos temores.

       —Fue algo muy extraño, Ranma, era como si toda la Tierra se destruyera.

       Ranma dejó escapar una leve sonrisa de burla.

       —¿Toda la Tierra? —repitió él, tratando apenas de contener la risa—. Vaya, pero que sueño tan tonto. Es lo más ridículo que he escuchado en mucho tiempo.

       Akane frunció el entrecejo con irritación y cerró los puños con fuerza. Completamente enfadada, decidió darse la media vuelta y dirigirse nuevamente hacia la escuela. Sí una cosa no podía soportar era que no la tomaran en serio.

       —Hmmmm, ya sabía que no se puede hablar contigo —murmuró.

       Ranma enarcó ambas cejas y estiró una mano.

       —Oye, Akane, no te enfades.

       —¡Déjame en paz! —vociferó ella mientras corría por la calle para alejarse de Ranma.

       —Vaya —exclamó Ranma, contrariado—. Hoy amaneció más sensible que de costumbre.

       Tokio, Japón
       Distrito Juuban

       Michiru Kaioh era una joven delgada, serena y muy hermosa. Su cabello de color azul se agitaba suavemente con el fino y fresco viento de la mañana. A pesar de no ser su costumbre, la chica se había levantado inmediatamente en cuanto el sol había aparecido en el firmamento.

       —Michiru, ¿ahora te estás levantando tan temprano? —le preguntó Haruka a sus espaldas.

       Haruka Tenoh era una joven alta y delgada de rasgos sumamente finos. Llevaba el cabello corto y pulcramente recortado. Vestía camisa y pantalones de vestir que la hacían verse de una manera bastante varonil.

       Michiru se volvió hacia su amiga. En sus manos sostenía un pequeño espejo.

       —Buenos días, Haruka —la saludó de buena gana.

       —¿Sucede algo? —le inquirió ésta preocupada.

       —No estoy segura, Haruka —hizo una pausa y bajó la cabeza para ver su reflejo en el espejo—. Tuve un sueño muy extraño, pero mi espejo de Neptuno no me dice nada.

       Haruka se acerco hasta Michiru para mirarla fijamente, y tomando sus manos entre las de ella le dijo:

       —Tranquilízate, Michiru, sea lo sea estoy segura de que podremos enfrentarlo juntas.

       Al escuchar aquellas palabras, Michiru sonrió.

       —Estoy segura de que así lo haremos —murmuró finalmente.

       Haruka observó a Michiru fijamente y le devolvió la sonrisa. Estaba a punto de decir algo cuando una pequeña niña de cabello oscuro y recortado, apareció en el lugar de pronto.

       —Papá Haruka, Mamá Michiru —las llamó.

       Las dos jóvenes se volvieron hacia la pequeña niña al escuchar sus nombres. A juzgar por la mirada fija y carente de emociones de Hotaru Tomoe, parecía que lo que estaba a punto de decirles era algo de suma importancia.

       —¿Qué sucede, Hotaru? —le inquirió Haruka sin ocultar su curiosidad.

       —Mucho me temo que algo grave está por ocurrir —dijo Hotaru al fin.

       Un ligera brisa agitó los cabellos de todas ellas. Sin que hubiera palabra de por medio, las tres chicas se miraron entre sí y asintieron con la cabeza. Había llegado la hora de investigar sí la Tierra efectivamente se encontraba en peligro.

       Armagedón (Cuarteles meganianos)

       Antes de dirigirse al laboratorio principal de la estación, Jesús Ferrer hizo escala en sus habitaciones para descansar un momento. Se quitó su caso de batalla para colocarlo sobre una pequeña mesa y luego se dirigió hacía una enorme ventana que le ofrecía una excelente vista panorámica de la Tierra. Aún tenía muchas dudas sobre la reciente alianza hecha con N´astarith. ¿En verdad estaban haciendo lo correcto?

       Mientras el príncipe de los meganiano continuaba inmerso en sus pensamientos, un niño de aproximadamente nueve años de edad tomó el casco de Jesús entre sus manos y se acercó al príncipe meganiano por uno de sus costados.

       —Señor Jesús, ¿podríamos hablar un momento? —murmuró sin conseguir que el príncipe meganiano apartara la vista del espacio ni por un momento.

       —¿Qué quieres ahora, Josh? —le inquirió Jesús en un tono áspero.

       El chico titubeó como si no se decidiera a hablar. Tal parecía que lo que fuera a decir no iba a ser del total agrado del príncipe de Megazoar. Tras un momento de reflexión, Josh finalmente se decidió a hablar.

       —Yo… bueno, quiero hablarle sobre nuestra alianza con el imperio de Abbadón y el emperador N´astarith —hizo una pausa y continuó—. Creo que no nos conviene aliarnos con ellos y… .

       —¿Acaso estás dudando de mi juicio, Josh? —le interrumpió Jesús sin cambiar su tono áspero

       —No, claro que no, es sólo que… .

       —Entonces cállate que no estoy para oír sermones de nadie, y menos de ti —hizo una pausa y se volvió furioso hacia el chico—. Eres tan ingenuo. ¿Sabes lo que significa ser traicionado por todos tus amigos?

       Josh le sostuvo la mirada durante un momento y después se apresuró a desviarla, herido por la crítica.

       —No, señor —respondió el chico.

       —Pues bien, yo he sido traicionado por todos —declaró Jesús con amargura—. Todo lo que he hecho ha sido para llevar la prosperidad a todos los pueblos de esta galaxia y ¿qué es lo que he recibido? —hizo una pausa y esperó a que el chico lo mirara a los ojos—. Sólo nada, Josh.

       —Señor Jesús —replicó el chico—. Quisiera que comprendiera que… .

       El príncipe de Megazoar le arrebató el casco y se lo colocó en la cabeza nuevamente. Era hora de ir al laboratorio.

       —No quiero volver a oír sobre este tema. Ya me decepcionaste una vez cuando mi hijo Kin murió en el planeta Adon. No me falles otra vez, Josh.

       Jesús se dio la media vuelta y abandonó la habitación dejando a Josh inmerso en sus propios pensamientos. Aquel último comentario había sido una fuerte patada al autoestima del chico. Decepcionado consigo mismo, Josh dejó la habitación para perderse por los enormes pasillos de la gigantesca estación espacial.

       Siberia (Base Caronte)

       Mientras las naves aliadas terminaban de ser equipadas, una acalorada discusión se estaba llevando a cabo en el salón de estrategias. Nadie lo confesaban, pero el terrible frío del amanecer en Siberia era realmente inaguantable.

       —Lo primero será abandonar este planeta a la brevedad posible —sugirió Lance, esperando que sus colegas apoyaran su idea—. No es seguro permanecer aquí en la Tierra. Debemos buscar al resto de las fuerzas de la Alianza Estelar.

       —Estoy de acuerdo con eso —declaró uno de los oficiales terrestres—. Aunque también creo que debemos organizar una resistencia armada aquí en la Tierra a fin de entorpecer sus actividades en este planeta.

       Todos comenzaron a discutir nuevamente sin ningún orden. Algunos abogaban por abandonar la Tierra inmediatamente, mientras que otros sugerían permanecer en la base hasta tener una estrategia segura. Consciente del peligro que se cernía sobre ellos, Andrea decidió tomar la palabra a fin de llegar a un acuerdo.

       —Optaremos por ambas propuestas. Algunos se quedaran aquí en la Tierra a fin de organizar esa resistencia y otros nos encargaremos de reunir una armada en conjunto con las fuerzas de la Alianza Estelar para combatir al ejército de N´astarith.

       Viendo los rostros temerosos de todos los ahí congregados, Asiont decidió exponer la idea que tenía en mente para llevar a cabo la evacuación de la base.

       —Es hora de empezar con la evacuación y necesitamos que mantengan el orden —hizo una pausa y volvió la mirada hacia Andrea—. La única manera de escapar a salvo será evitando a los Devastadores imperiales.

       Las distintas mirada se clavaron en Asiont.

       —¿Y cómo pretende evitar que intercepten nuestras naves en el espacio? —le inquirió un general terrestre no muy convencido de que aquel aventurado plan fuera a resultar a la perfección.

       —Volando a toda velocidad —comenzó a decir—. Gracias a la curva de la Tierra, las naves enemigas tardarán unos minutos en alcanzarnos y eso nos dará el tiempo suficiente para huir.

       Asiont lo había planteado como si fuera lo más natural del mundo. Uno de los militares de las fuerzas terrestres asintió sombríamente y cerró los ojos.

       —De acuerdo, procederemos a preparar las naves. Sólo ruego a Dios que no se equivoquen.

       Armagedón (Cuarteles endorianos)

       José Zeiva caminó rápidamente por uno de los pasillos de la imponente estación espacial seguido de cerca por su primo, el general Luis Carrier del ejército imperial endoriano. Luis Carrier, uno de los tantos terrícolas que habían ido a vivir al planeta Endoria cuando José tomó el poder, era el hermano mayor de Rodrigo Carrier, pero a diferencia de éste último, Luis había decidido quedarse en el bando de José. El emperador de Endoria bajó por unas escaleras rumbo a uno de los miles de ascensores con los que contaba la estación. En cuanto entraron al elevador y se hubieron cerrado las puertas, los dos hombres sabían que podían hablar en confianza.

       —¿De qué se trata todo esto? —le inquirió Luis.

       —N´astarith y sus científicos están listos para accionar el Portal Estelar y no quieren que nada salga mal.

       —¿Pero por qué tantos preparativos? No entiendo nada de esto.

       —Según tengo entendido —murmuró José con desgano—, existe una antigua leyenda endoriana que dice que un rey profetizó que si alguien intentara apoderarse de las doce gemas también estará propiciando el final de la Existencia.

       —Hmmm, ya veo y ¿tú también estás preocupado por eso?

       El emperador de Endoria negó con la cabeza y sonrió.

       —Por supuesto que no, jamás he creído en semejantes cuentos. Todo eso de los Caballeros Celestiales y los dichosos guerreros de otros mundos no son mas que tonterías.

       Las puertas se abrieron a un pasillo blanco y pulcro. Luis tomó la delantera y atravesó una gruesa puerta. Él y José se introdujeron a en una sala destinada a la preparación de estrategias. Era lujosa, tenía un cierto tipo cavernoso y estaba dominada por una gran pantalla holográfica informatizada, N´astarith y los otros ya se encontraban ahí reunidos.

       La superficie era la de veinte metros, de largo y ancho. Guardias de seguridad, equipados con armas preparadas para disparar, patrullaban por una serie de pasarelas a cierta altura. Pero la pieza central que predominaba en aquel espacio era el enorme anillo de metal oscuro. Estaba suspendido en una plataforma construida a propósito.

       El exterior del aro está formado por un lustroso armazón que bajo las luces era del mismo color que el cielo nocturno. La superficie está formado por grandes placas conectados entre sí mediante innumerables piezas mecánicas de gran complejidad, así como con artefactos mecánicos colocados con la misma precisión que los músculos de una mano humana.

       —Y pensar que  tuve en mis manos este Portal Estelar por mucho tiempo sin saber cómo demonios hacerlo funcionar —murmuró José mientras contemplaba aquel enorme anillo.

       —Es una maravilla, ¿verdad? —expresó Zocrag, el científico de cabecera de N´astarith, arqueando sus cejas hirsutas.

       Jesús apartó a Zocrag con un suave codazo para observar el artefacto desde más cerca. Se dirigió directamente hacia el portal y recorrió la superficie con su mano. Había unos canales grabados con mucha precisión que formaban unos dibujos.

       —¿Qué significan estos dibujos? —preguntó el príncipe meganiano.

       —No tenemos la menor idea —replicó Zocrag, como si nunca hubiese reflexionado sobre ellos. En realidad, le tenían obsesionado—. Aún no lo sabemos, estamos trabajando en averiguarlo. A pesar de que nuestra tecnología es bastante avanzada, debo confesar que el Portal Estelar aún guarda muchos misterios para nosotros.

       Francisco Ferrer se alejó del grupo y contempló por unos segundos la extraña máquina.

       —Quizás no deberíamos usar este Portal Estelar —musitó luego de observar el aparato minuciosamente.

       —¿Qué te ocurre, Francisco? —le inquirió burlonamente el Khan del Dragón—. ¿Acaso tienes miedo de los guerreros de los que habla la leyenda?

       Francisco se volvió hacia Tiamat para mirarlo fijamente. De nueva cuenta el Khan del Dragón había entrado a un lugar sin que se hubiera dado cuenta de su presencia. ¿Cómo es que lo hacía? El emperador de Megazoar iba a decir algo, pero la repentina llegada de Galford al laboratorio lo hizo esperar.

       —Galford, ya era hora de que llegaras —comentó Jesús de buena gana—. Es un honor que nos acompañes en un momento tan importante.

       Galford era un hombre alto y fornido. Llevaba los cabellos largos. Portaba una armadura de color morado y en su cintura llevaba un cinturón de cuero negro del que colgaba una espada guardada en una funda. Se rumoraba que era uno de los hombres más leales de todo Megazoar, y por esa razón Francisco lo había nombrado líder de todos los demás guerreros de su imperio.

       —Saludos, príncipe Ferrer —respondió Galford,  apoyando la mano derecha sobre la empuñadura de su espada—. Disculpe la tardanza, pero no encontraba el laboratorio —hizo una pausa y llevó la mirada hacia el enorme anillo de metal oscuro—. ¿Así que este el famoso Portal Estelar del que tanto hablan en la base?

       Francisco asintió.

       —Así es, amigo mío, es el antiguo Portal Estelar proveniente de Dilmun.

       El oscuro señor de Abbadón se acercó hasta ellos.

       —¿Este el guerrero que han decidido enviar en la misión, Francisco? —le preguntó.

       —Así es, N´astarith —asintió el emperador meganiano, colocando su mano sobre uno de los hombros del guerrero de la Justicia—. Él es Galford, el guerrero de la Justicia de Megazoar. Es muy hábil con la espada y posee muchas otras habilidades que podrías encontrar realmente sorprendentes.

       El amo de Abbadón miró fijamente a Galford por unos instantes y después dijo:

       —No eres tan fuerte como mis Khans, pero tu nivel es aceptable para esta labor.

       La puerta de acceso al laboratorio se abrió nuevamente y tres sujetos más penetraron en el lugar, atrayendo la atención de todos los presentes. Tiamat observó a cada uno de los recién llegados hasta que finalmente posó sus ojos sobre una joven mujer de tez clara y cabello rubio. Se trataba de una Khan.

       —Vaya, vaya, pero sí es nada menos que la asombrosa Lilith —murmuró con una sonrisa—. Es toda una sorpresa.

       Lilith era la Khan del escorpión Selket. Entre sus compañeros era conocida como una guerrera sumamente despiadada, vanidosa y narcisista. No dudaba en tratar de demostrar lo poderosa que era cuando tenía la oportunidad de hacerlo. Vestía una armadura de color rojo con finos adornos anaranjados y, al igual que Tiamat, portaba un anillo dorado en su mano derecha. Sobre su espalda llevaba una capa oscura como era común entre todos los guerreros Khans.

       Anteriormente había pertenecido a la orden de los Caballeros Celestiales como una aprendiz más, pero como era demasiada ambiciosa y arrogante, no dudó en sumarse a una rebelión que se había suscitado en el planeta Adur con el objetivo de derrocar al Consejo de los Celestiales. Una vez que la insurrección fue aplacada por los mismos Celestiales, Lilith fue juzgada junto con sus camaradas y sentenciada al exilio eterno. Tiempo después se uniría al imperio de Abbadón para vengarse de todos aquellos que la habían desterrado.

       Otro de los recién llegados era un sujeto alto que se cubría el rostro con una máscara negra. Una larga franja dejaba ver claramente sus ojos sombríos. Portaba un traje de colores oscuros y para protegerse el pecho y los hombros llevaba una armadura de batalla. En su brazo izquierdo portaba una computadora muy avanzada sobre una especie de forro metálico que le cubría todo el antebrazo. Su nombre era Sigma y bien era conocido por todos como el líder de la famosa organización de Espías Estelares. Durante mucho tiempo se había dedicado a entrenar a un sinnúmero de mercenarios, espías y caza recompensas de toda la galaxia para aquella organización hasta que, un día, decidió unirse permanentemente al imperio de Abbadón.

       —Bienvenido, Sigma —declaró Tiamat—. Teníamos tiempo sin saber de ti.

       Lilith, por su parte, volvió la cabeza hacia donde estaba el Khan del Dragón, después se cruzó los brazos y le lanzó una mirada cargada de desprecio que no pasó desapercibida por José Zeiva y Luis Carrier. A pesar de lo mucho que la Khan de Selket se empeñaba en negarlo a leguas se podía ver que detestaba a Tiamat. Desde que se había convertido en una guerrera Khan, Lilith siempre había soñado con convertirse en líder de todos los guerreros de Abbadón. Pero para su desgracia, sus planes siempre se vieron truncados por la presencia de Tiamat y otros Khans que eran mucho más poderosos que ella.

       El último sujeto llamó la atención especialmente de Jesús, Francisco y Galford. Se trataba de un hombre barbado y fornido que vestía un traje de color amarillo. Llevaba un peto que ostentaba como emblema el símbolo del imperio meganiano.

       —¡No es posible! ¡Tú eres… —balbuceó Francisco.

       —Así es, emperador, soy Isótopo —respondió el guerrero, esbozando una gran sonrisa—. Es un honor saber que aún me recuerda a pesar de tanto tiempo. Como puedes ver por mi armadura, aún no he perdido el amor por nuestro mundo.

       Francisco se volvió inmediatamente hacia N´astarith, listo para sacar toda la indignación que sentía en ese momento.

       —¿Cómo es posible que tengas a tu servicio a este sujeto? —preguntó hecho una furia—. Isótopo es un criminal muy buscado en todo Megazoar por haber tomado parte en una guerra civil contra mi gobierno.

       N´astarith miró fijamente al emperador meganiano y se acercó unos centímetros hacia él.

       —¿Te atreves a desafiarme, Francisco?

       Con una expresión de terror en el rostro, Francisco bajó la cabeza y no se atrevió a decir nada.

       Lilith contuvo una sonrisa burlona y se acercó hasta la oscura e imponente figura de N´astarith. Como era su costumbre, siempre se esforzaba por mostrarse excesivamente servicial.

       —Mi señor, ya estamos listos para la misión —le dijo, haciendo una caravana—. Le aseguro que tendremos éxito.

       José desvió su mirada hacia Lilith un instante para examinarla con cuidado. En ese momento, el emperador endoriano cayó en cuenta de que todos los guerreros de N´astarith, a excepción de Sigma, llevaban un extraño aparato en el rostro. El artefacto iba sujetó a la oreja por medio de un audífono del que salía diminuto brazo que terminaba en un pequeño visor de color transparente que cubría el ojo izquierdo.

       —¿Qué es eso que tienes en el rostro? —le preguntó a Tiamat.

       El Khan del Dragón miró a José detenidamente.

       —¿Te refieres a esto? —preguntó a su vez, señalando el aparato con el dedo índice.

       —Sí, ¿qué es eso?

       —Es un escáner visual —respondió tranquilamente—. Sirve para calcular el nivel de combate de nuestros adversarios así como su ubicación. También tiene otros usos, como el de la comunicación.

       —¡Qué tontería! —exclamó José en forma sarcástica—. Según tengo entendido, ustedes los Khans usan la telepatía para comunicarse entre sí y como guerreros me imagino que saben como percibir el aura de sus enemigos. Si es así, entonces ¿por qué rayos usan esas cosas?

       Tiamat y Lilith se miraron entre sí y sonrieron con complicidad.

       —Eso es verdad —repuso Lilith—. Nosotros usamos la telepatía y podemos saber el poder de nuestros enemigos usando nuestra percepción. Pero como has de saber, sí alguien desapareciera su aura en una batalla sería imposible ubicar su presencia.

       —Lo mismo sucede —añadió Tiamat—, sí tu oponente es un robot o un androide. No podrás percibir su presencia hasta que lo tengas a la vista. Para ello es que sirven estos escáneres. Con ellos podemos saber la cantidad de poder que nuestro oponente puede soportar y, aunque desaparezcan sus auras, podremos saber exactamente su poder de pelea. Además, estos escáneres también poseen detectores de calor, de carbono y nucleares.

       José alzó ambas cejas con sorpresa. Realmente las fuerzas de Abbadón pensaban en todo.

       N´astarith, mientras tanto, se volvió hacia su científico de confianza.

       —¿Está todo en orden, Zocrag?

       —Sí, mi señor —contestó el científico—. La nave ya se encuentra lista para partir.

       —¿Cuál nave? —preguntó Jesús—. Pensé que iban a atravesar el Portal Estelar aquí mismo en el laboratorio.

       —La nave que nos llevará hacia donde se encuentra la gema, tontuelo —respondió Isótopo burlonamente.

       Jesús frunció el entrecejo con algo de irritación, iba a decir algo cuando varios soldados imperiales de Abbadón surgieron por una puerta y se pararon justo frente a N´astarith.

       —Estos guardias los conducirán hasta su nave —declaró Tiamat, extendiendo una mano hacia los soldados que acababan de entrar—. Una vez que estén a bordo y listos para partir, nosotros accionaremos el Portal Estelar para crear una puerta en el espacio que los llevará hacia el otro universo. Los escáneres visuales y los detectores en la nave tienen grabada la firma energética de las gemas estelares. No les será difícil encontrarla.

       N´astarith se acercó lentamente a sus emisarios, mirándolos fríamente.

       —Encuentren la gema de los Titanes y regresen cuanto antes. También quiero que hagan una evaluación de los defensores que existan en los mundos a donde vayan. Quizás encuentren guerreros poderosos y lo mejor sería que los eliminarán para evitar futuros riesgos.

       Los guerreros al servicio de Abbadón asintieron con la cabeza y a continuación salieron por la puerta que conducía al hangar. En cuanto Galford y los otros salieron de la sala, Francisco se volvió hacia su hijo un tanto preocupado.

       —Espero que hayamos hecho lo correcto, hijo mío.

       Jesús no contesto nada. Únicamente se concreto a dar un largo suspiro mientras meditaba. Pero aunque su padre no lo supiera nunca, los pensamientos del príncipe compartían la misma preocupación.

       Siberia (Base Caronte)

       Los encargados del radar habían detectado una de las naves imperiales en las cercanías de Moscú. Conscientes del peligro, varios soldados se habían apostado a las afueras de la base para proteger la evacuación por si los imperiales llegaban antes de lo previsto.

       En su habitación personal, Andrea estaba recogiendo sus cosas cuando una joven de unos dieciocho años y cabello castaño penetró en la habitación.

       —Los pilotos ya se encuentran listos para partir —anunció con suma importancia, haciendo un saludo militar.

       —No tienes porque ser tan formal aquí conmigo, Mariana —replicó Andrea mientras sacaba algunas cosas de un improvisado armario—. Deja eso de lado, por favor.

       —Lo siento, mamá —dijo la chica, esbozando una sonrisa de inocencia—. Lo que sucede es que trato de ser más dura. Una líder de escuadrón no puede darse el lujo de ser sensible y… .

       —¿Quién te ha dicho semejante cosa? —exclamó una voz desde fuera de la habitación.

       Mariana frunció el entrecejo y después se asomó apresuradamente por la puerta. Asiont estaba recargado de espaldas en la pared que daba al pasillo, justo a un costado de la puerta y obviamente había escuchado todo lo que ellas habían estado hablando.

       —¿Quién rayos eres tú? —le inquirió algo molesta—¿Por qué estabas escuchando lo que no te importa, metiche?

       El joven sonrió algo apenado por el reclamo. Era bastante obvio que a la chica no le gustaba que nadie estuviera oyendo sus conversaciones y menos con su madre.

       —Oh, disculpa, pero venía a ver a tu madre y casualmente escuche vuestra conversación.

       Al escuchar la voz del Celestial, Andrea salió de la habitación.

       —Ah, Asiont, eres tú —dijo, desviando la mirada hacia el rostro molesto de su hija. La mirada de Mariana lo decía todo—. Esta es mi hija, Mariana, es piloto de combate de las fuerzas de Lerasi.

       —Eso significa… —comentó Asiont—, que eres una princesa, ¿no es así, Mariana?

       La chica hizo un mueca de niña rebelde para luego volverse hacia su madre.

       —Mamá, ¿quién es este sujeto tan «simpático»?

       El énfasis que Mariana había hecho en la palabra simpático no paso desapercibido para su madre, ni para Asiont.

       —El es Asiont Ben-Al, uno de los Caballeros Celestiales que nos ayudarán a vencer a los imperiales.

       Mariana fulminó al Celestial con la mirada.

       —Espero que sea tan buen guerrero como espía.

       —Lo siento —se disculpó Asiont—. Sólo venía a informarle a tu madre que un Devastador Estelar de Abbadón se acerca a nuestra posición. No pretendía ofenderte.

       —Ya es hora de irnos —anunció Andrea tomando una bolsa con utensilios personales.

       Antes de abandonar la habitación, el joven Ben-Al se volvió hacia Mariana.

       —Y en cuanto a tu idea de hacerte la dura… . —comenzó a decirle, dando a entender que no quería dejar inconclusa la discusión con ella—. Te diré que no debes confundir la valentía con la insensibilidad. Un verdadero guerrero sabe que no hay necesidad de tomar postura falsas. Cuando el valor es verdadero, éste surgirá por si solo.

       Mariana se quedó asombrada de la sensibilidad con la que aquel joven hablaba. Por la primera impresión que había tenido de él, no esperaba que pensara de esta manera. Iba a decir algo cuando una sirena comenzó a sonar por toda la base.

       Moscú, Rusia.

       Encima de la enorme capital moscovita, una gigantesca nave imperial inspeccionaba toda el área en busca de resistencia. En el puente de mando, un oficial abbadonita se acercó hasta un monitor. Estaba anotando las lecturas que aparecían en la pantalla cuando una oscura e imponente figura se acercó a él.

       —¿Captaron algo? —preguntó Mantar con impaciencia.

       —Sí, señor —respondió el oficial algo intimidado por la apariencia de su interlocutor—. Tenemos una señal que nos llega desde una área alejada en las montañas. Al parecer se trata de un escudo de energía que protege toda una zona de diez kilómetros. El campo tiene potencia para anular los radares comunes y resistir un bombardeo directo.

       Mantar miró la pantalla mientras se llevaba la mano a la barbilla. El hombre era alto, como de dos metros y fornido y portaba una oscura máscara que únicamente dejaba ver sus ojos rojos. Vestía un traje de color morado y una armadura púrpura; un enorme gorro en forma alargada cubría su cabeza. Mantar era el almirante supremo de todas la fuerzas de Abbadón y la mano derecha de N´astarith.

       —Ya veo, el capitán Nan-Sur no revisó el área con cuidado. Es un completo torpe.

       —Se sorprendió mucho —repuso el oficial, intentando justificar a su superior—. Él también reaccionó con sorpresa y… .

       —Es tan tonto como estúpido. Prepare las tropas para iniciar un reconocimiento a fondo —le interrumpió el almirante, poniendo fin a la discusión. Viendo que no podría decir algo más que pudiera salvar a su superior, el oficial de la nave se retiró. Con paso firme, Mantar se dirigió hacia donde se encontraba el capitán de la nave con sus demás oficiales.

       Al ver al almirante acercarse, los oficiales interrumpieron su plática para atenderlo.

       —Lord Mantar, hemos ubicado una base en… .

       El capitán Nan-Sur no pudo terminar la frase. Con desesperación sintió como la respiración se le iba mientras se asfixiaba lentamente.

       —Oficial, Sun-Har —dijo Mantar, dirigiéndose al segundo de a bordo.

       —Sí, mi señor —respondió éste mientras Nan-Sur se sujetaba el cuello, tratando de respirar.

       —Quiero que envíe un grupo de robots Centuriones hacia las montañas para iniciar una inspección a fondo. Hemos detectado unas transmisiones clandestinas y queremos averiguar sí existen fuerzas militares todavía escondidas. Ahora usted esta al mando, capitán Sun-Har.

       En ese momento, Nan-Sur cayó muerto frente a la mirada de todos. Sun-Har miró de reojo a su fallecido antecesor y sonrió; después de todo había conseguido que lo ascendieran.

       —Gracias, lord Mantar —asintió con la cabeza—. Le aseguro que cumpliré con mi deber.

       Lentamente, la gigantesca nave extraterrestre tomó rumbo hacia el oeste. Una gran compuerta en la parte inferior comenzó a abrirse emitiendo un crujido metálico. Al menos diez enormes robot de doce metros de estatura y forma humanoide salieron del Devastador para dirigirse hacia las montañas.

       Siberia (Base Caronte)

       En la sala de control, un soldado terrestre que llevaba colgado unos auriculares dio la voz de alerta.

       —¡Alerta! El radar capta al menos diez objetos volando hacia nuestra posición a una gran velocidad.

       Uno de los generales, que se encontraba en el lugar de guardia, se dirigió hacia una consola para dar instrucciones a sus tropas. Sí una nave imperial llegaba antes de que pudieran organizar el escape, entonces todos estaría completamente perdido.

       —Todos a sus puestos —ordenó apresuradamente—. Debemos ganar algo de tiempo en lo que las naves despegan.

       Mientras las naves de la Alianza Estelar calentaban sus motores, los soldados terrestres cogieron sus armas y se prepararon para recibir al enemigo.

        Continuará… .

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