Leyenda 038

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPITULO XXXVIII

BATALLA EN LA CASA DE ARIES
¡¡TIAMAT CONTRA MU!!

       Santuario de Atena.

       Los guerreros de Abbadón y los shadow troopers descendieron a escasos metros de un camino escalonado hecho de piedra blanca. Las escaleras subían por la montaña hasta llegar a un imponente templo. Detrás de éste el camino continuaban hasta una segunda construcción de aspecto diferente, y así sucesivamente hasta perderse en las alturas. A lo largo de todo el camino podían apreciarse enormes pilares construidos a los lados como si fueran alguna especie de adorno.

       Aun cuando la arquitectura del lugar era una verdadera joya para la vista de cualquier visitante, Sombrío miró los templos y las columnas con el mismo interés con el que cualquiera miraría un simple bloque de granito. Tiamat, por su parte, clavó la mirada en el imponente templo de minaretes que tenían adelante y sonrió levemente mientras sus ojos destellaban con ansiedad. Su percepción le indicaba la presencia de una aura muy poderosa en ese lugar. La idea de una batalla emocionante cruzó por su mente.

       Los soldados imperiales comenzaron a avanzar lentamente con las armas cargadas y listas para disparar a la menor señal de oposición. De vez en cuando alguno de la tropa echaba una leve mirada hacia los lados en busca de posibles enemigos.

       —Manténganse juntos y alerta. Recuerden que existen varios sujetos poderosos —ordenó Tiamat, lanzando una rápida mirada de soslayo a su costado derecho e indicando a los soldados que se movieran—. Parece que alguien se acerca.

       De pronto varios de los guardias del Santuario les salieron al paso. Todos llevaban armaduras de cuero e iban armados con lanzas y espadas. Las tropas imperiales los encañonaron al instante, pero Talión levantó una mano para indicarles que no dispararan.

       —¿Quiénes son ustedes? —les preguntó uno de los guardias, armado con una lanza—. ¿A qué han venido a este Santuario sagrado?

       El Khan de las Llamas avanzó un paso al frente. Una suave brisa meció levemente sus cabellos y capa negra.

       —¿Santuario? —repitió él con una sonrisa en los labios—. ¿Eso es lo que es este lugar? ¿Un Santuario?

       —Así es, canalla —le aseguró el mismo guardia—. Este es el Santuario de la diosa Atena y nadie puede entrar aquí sin su permiso. Este es el lugar más sagrado de toda la Tierra.

       Otros guardias comenzaron a llegar y pronto Tiamat y los suyos se vieron rodeados por numerosos soldados. Por un momento, Kadena, Shield y Ogitál sintieron deseos de empezar a masacrar a los guardias del santuario, pero sabían que mientras Tiamat estuviera al mando de la misión, no podrían hacer nada hasta que él les diera la orden.

       Tiamat alzó la mirada para escudriñar la montaña desde la base hasta la cima sin prestar la menor atención a los guardias del santuario. Había presencias muy poderosas a lo largo de todo el camino escalonado que subía hasta la cúspide.

       —De manera que este es el Santuario de una diosa, ¿eh? ¿Se puede saber para qué son todos esos templos? ¿Acaso ahí es donde le ofrecen culto? —preguntó el Khan del Dragón sin apartar la mirada de la cima de la montaña. Era como sí la presencia de aquellos guardias no le importara en lo más mínimo, salvo por lo que pudieran llegar a decirle.

       —¿No lo sabes? Pero que tonto —respondió uno de los guardias con sorna—. Las Doce Casas del Zodiaco componen un camino empinado alrededor de la montaña rocosa. Son los llamados Templos Zodiacales: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Ese camino tortuoso lleva a la Sala del Patriarca y al Templo de Atena, que es el más sagrado de todo. Pero llegar ahí es completamente imposible para cualquier mortal.

       —¿Imposible? —repitió Aicila, extrañada y a la vez divertida—. ¿Cómo es eso?

       —Los Guerreros Sagrados de Oro, los más fuertes y poderosos de todos los ochenta y ocho Santos al servicio de Atena, vigilan este Santuario constantemente para impedir que cualquier intruso pase por aquí. Nadie tiene la menor oportunidad contra ellos.

       Tiamat bajó el rostro y sonrió malévolamente. Ya había escuchado lo necesario.

       —¿Así que primero debemos atravesar las Doce Casas y vencer a sus guardianes antes de poder llegar a la cima? —hizo una pausa y se quitó el escáner visual del rostro tranquilamente—. Que interesante, les agradezco mucho el dato.

       Los ojos del Khan del Dragón destellaron y, un segundo después, todos los guardias del santuario fueron golpeados por una especie de fuerza invisible que los arrojó por los aires.

       —Ahora pueden irse todos al mismo infierno —Volvió el rostro hacia donde estaba el Khan de las Llamas—. ¡Talión!

       En el acto, Talión alzó una mano con la palma orientada hacia arriba. Una poderosa llamarada en espiral salió de su mano, consumiendo por completo a todos los guardias en medio de desgarradores gritos.

       Aicila observó como los restos calcinados de los soldados del santuario caían del cielo e hizo una mueca de repugnancia. A pesar de ser una guerrera sumamente cruel, le gustaba mantener la imagen de una mujer muy femenina.

       —Talión, eso fue muy desagradable —observó con fingida molestia—. Que asco.

       El Khan de las Llamas no dijo nada. Sólo se limitó a sonreír cínicamente, deleitándose con su obra. Hacer gala de sus poderes era una de las cosas que más le excitaban.

       Sombrío sonrió maliciosamente y llevó la vista hacia la primera de las Doce Casas en busca de la menor señal de algún enemigo. No percibió ninguna presencia poderosa. Todo estaba demasiado tranquilo y no parecía haber nadie. Sin embargo, su escáner visual le decía todo lo contrario. Había una persona dentro del templo aguardándolos.

       —Teniente —murmuró, llamando a uno de la tropa—. Investigue que hay dentro de esa construcción.

       El militar abbadonita respondió con un saludo y le ordenó a dos de sus hombres que avanzarán cautelosamente hacia el templo con minaretes. Sin embargo, antes de que los soldados imperiales pudieran llegar a poner un pie dentro de la construcción, una enorme roca se desplomó de uno de los riscos cercanos. Los soldados imperiales apenas tuvieron tiempo de hacerse a un lado para no morir aplastados.

       Talión frunció el entrecejo, apretó los dientes y alzó la vista para buscar enemigos en lo alto del risco. No así Tiamat y Aicila, quienes mantenían sus miradas fijas sobre la primera de las Doce Casas.

       —Sal, maldito, sal de una vez —masculló Kadena, sujetando su cadena dorada entre sus manos y mirando en todas direcciones como esperando otro ataque—. No te escondas de nosotros.

       De pronto, la silueta de un hombre apareció por la entrada del templo. Aquel desconocido emanaba un aura de color dorada de gran intensidad y poder. Cuando el misterioso guerrero finalmente salió a la luz de la luna, descubriendo su identidad, el aura que lo cubría desapareció paulatinamente.

       —Han llegado. Desde hace tiempo venía sintiendo una perturbación del cosmos. 

       Aicila observó al guerrero del templo, escudriñándolo detenidamente con la mirada. Se trataba de un joven de tez clara, cabello largo morado y mirada tranquila. Llevaba puesto una imponente armadura hecha de oro y sobre sus espaldas descansaba una capa blanca.

       —¿Quiénes son ustedes que osan perturbar la paz de este santuario? —preguntó en voz alta—. Soy Mu de Aries, guardián de este templo. Les advierto que mataré a todo aquel que intente pasar por esta Casa de Aries.

       Todos los escáneres visuales se activaron automáticamente al unísono. Aunque a simple vista no lo aparentaba, Mu era un sujeto verdaderamente poderoso, quizás uno de los Santos más fuertes de los que habían en el Santuario de Atena.

       —Vaya, pero que nivel de combate tan grande —observó Sombrío excitado—. Y eso que está tranquilo. ¿Qué tan poderoso será cuando usa sus poderes?

       El Santo de Oro desvió la mirada hacia Sombrío y enarcó una ceja en tono pensativo. «Su cosmos está lleno de maldad», pensó. «¿Quiénes serán estos sujetos?».

       Intrigado por la naturaleza del poder del Santo de Aires, Tiamat se adelantó al grupo dando unos cuantos pasos.

       En el acto, Mu apartó su mirada del Khan del Lobo y la llevó hacia el extraño guerrero que se acercaba. La armadura negra que Tiamat portaba despedía energías malignas. También había algo en la mirada que lo inquietaba. Era una mirada fría.

       —¿A qué dios sirven? —les preguntó el Santo de Aries sin darle vueltas al asunto.

       Tiamat se detuvo a unos metros de la entrada de la Casa y soltó una risita burlona en un susurro apenas audible.

       —¿Qué dios? Bueno, ya que lo preguntas, te diré que sirvo a aquel que muy pronto se convertirá en el dios de todos los dioses —respondió el Khan con desdén—. De modo que tú eres el santo dorado que protege esta casa, ¿no es así? Los inútiles guardias de este lugar me dijeron que para pasar por ese templo primero debía derrotarte.

       Mu asintió levemente con la cabeza sin apartar la mirada.

       —Así es y mi deber es matar a todo aquel que intente pasar por esta Casa de Aries. Están advertidos.

       El Khan del Dragón buscó con sus ojos la mirada de Mu. Una suave brisa agitó levemente los cabellos y las capas de ambos guerreros. Tiamat era un guerrero bastante experimentado y por lo mismo, sabía que no debía prejuzgar a ningún enemigo por las apariencias.

       —Que interesante —exclamó Talión en voz alta, atrayendo la atención de Mu—. Matar a tipos como tú es lo que más me fascina —Juntó ambas muñecas con las manos abiertas haciendo aparecer una pequeña esfera de fuego—. ¡Muere con mis llamas infernales!

       El Khan de las Llamas estiró los brazos hacia delante, descargando una poderosa llamarada que surcó el aire formando una espiral en dirección a Mu. El ataque de fuego pasó por un costado de Tiamat, que quería ver cuál era la reacción del Santo de Aries; deseaba averiguar de lo que era capaz antes de enfrentarlo.

       Mu sólo se limitó a levantar sus brazos a ambos costados y luego bajó la cabeza. Entonces, de pronto, un aura dorada rodeó su cuerpo completamente.

       —¡Crystal Wall! (Pared de Cristal)

       Un muro invisible, una pared de energía se materializó delante del santo para protegerlo. Las llamas de Talión se estrellaron con fuerza en la Crystall Wall y se disiparon sin causar ningún daño. Al ver aquello, Tiamat confirmó sus sospechas: el hombre que tenía enfrente no era un guerrero ordinario.

       —Mi llamas no funcionaron —murmuró Talión con desconcierto—. ¿Qué demonios es eso?

       —Yo lo mataré entonces —sentenció Sombrío a la vez que se frotaba las manos con expectación—. Esto será mejor que enfrentar al mocoso ese llamado Ranma.

       El Khan del Lobo echó a andar hacia la Casa de Aries, pero antes de que pudiera dar más de dos pasos, Tiamat alzó el brazo para indicarle que no avanzara más.

       —Espera un momento, Sombrío, quiero ver personalmente que tan fuertes son los guerreros de este universo en comparación con nosotros. —Giró su cabeza para mirar al Khan de la Llamas por encima del hombro—. Talión, no te metas en esto, yo me encargaré de derrotar a este miserable gusano.

       El Khan de las Llamas asintió no muy conforme con la idea. El hecho de ver que Mu era capaz de detener sus llamas hizo que el deseo de luchar contra él ardiera en su interior. Sin embargo, Tiamat había dado una orden y él, como todos los demás, sabía lo terrible que podía ser el líder de los Khans sí alguien se atrevía a desobedecerlo.

       —¡Acaba con él! —gritó Shield emocionado—. Muéstrale nuestro poder absoluto.

       —Ustedes sigan adelante —ordenó Tiamat sin apartar la mirada del Santo—. Es seguro de que encontrarán más guerreros en su camino hacia la cima. Mátenlos a todos, que no quede ni uno solo con vida.

       —Bien, lo que tú ordenes —aceptó Asicila inclinando levemente la cabeza.

       Sin perder tiempo, los guerreros imperiales desplegaron sus auras. Mu los observó de reojo y levantó la mano para ejecutar nuevamente la Crystal Wall. Sin embargo, justo en ese momento, Tiamat desplegó su aura con fuerza desatando fuertes ráfagas de aire que cimbraron toda la Casa de Aries.

       —Ni lo pienses, Mu —murmuró el Khan del Dragón—. No te lo permitiré.

       Mu frunció el entrecejo con irritación. Sí se descuidaba tan sólo un instante para impedir que los demás invasores pasaran por su casa, aquel sujeto llamado Tiamat podría aprovechar la ocasión para derrotarlo. Contrario a sus deseos, el santo dorado permaneció inmóvil y permitió que los invasores pasaran por la Casa de Aries sin ningún problema.

       Una vez que los Khans y sus aliados atravesaron la primera de las Doce Casas y se alejaron por el camino escalonado de piedra blanca, Tiamat bajó la mirada y sonrió malévolamente.

       —Es curioso, pero no tenía idea de que existían sujetos tan poderosos en este inmundo planeta. Es una verdadera sorpresa, Mu.

       El Santo de Aries alzó ambas cejas, sorprendido con aquellas palabras.

       —¿En este planeta? —repitió él con suspicacia—. ¿Quién eres tú y de donde vienes?

       —Es verdad, no te he dicho mi nombre y sería injusto que llegarás al infierno sin saber quién fue quien te envió —hizo una pausa, alzó la mirada y se alisó los cabellos—. Yo soy Tiamat, Khan del Dragón y guerrero al servicio del imperio de Abbadón. Si te interpones en mi camino, te mataré. Eso te lo garantizo.

       Mu le sostuvo la mirada sin inmutarse.

       —No tengo idea de lo que dices, pero hace un momento pude sentir el cosmos de ese guerrero de armadura azul y me di cuenta que era un cosmos poderoso. Sin embargo, no te confíes, aparte de mí hay otros Santos que también lucharán para derrotar a tus amigos.

       El Khan alzó la mirada y rió levemente.

       —Deberías preocuparte más por ti y menos por mí.

       Tiamat cruzó sus manos, formando una diminuta esfera de fuego frente a él. La esfera de llamas le iluminó levemente el rostro resaltando su mirada malévola.

       —¡Drako Fire!

       A la velocidad del rayo, la pequeña esfera de fuego rasgó el aire, dirigiéndose directamente hacia Mu. El Santo de Aries permaneció inmóvil y esperó hasta casi el último segundo antes de desaparecer, eludiendo el ataque. La bola de fuego pasó de largo y se estrelló contra una columna, reduciéndola a escombros en medio de una atronadora explosión.

       Con la misma velocidad que la luz, el Santo de Aries apareció a espaldas del Khan y, exhibiendo su codo, alzó el brazo derecho para tratar de golpearlo en la nuca. Tiamat permaneció indiferente, bajó el rostro y sonrió levemente. Sin la necesidad de volver la mirada hacia atrás supo inmediatamente que Mu estaba ahí. Ladeando la cabeza al extremo contrario, el Khan evitó el golpe y usando sus manos atrapó el brazo del santo para luego arrojarlo hacia delante.

       Mu dio dos giros en el aire antes de aterrizar sobre sus dos pies, dándole la espalda.

       —Eres rápido —observó Tiamat—. Esto hace que el combate sea interesante.

       El guerrero de Aries frunció el entrecejo y se giró hacia su enemigo.

       —Me doy cuenta de que no usaste toda tu fuerza.

       El Khan sonrió cínicamente como quien se sabe descubierto.

       —Es verdad, estoy estudiando tus movimientos. Lo que hiciste hace un momento fue una especie de teletransportación, ¿no es así?

       —Si, la teletransportación es una de mis habilidades, pero eso no es todo.

       El aura de Mu volvió a brillar a su alrededor. De pronto una de las enormes columnas de la Casa de Aries se desprendió de su lugar y se abalanzó sobre el Khan.

       Tiamat levantó una mano con la palma abierta y disparó una ráfaga de luz, destruyendo la columna en un instante. Aprovechando la distracción del imperial, Mu se teletrasportó a un costado del guerrero imperial para atacarlo por sorpresa.

       Un resplandor intenso apareció en la mano de Mu.

       —¡Stardust Revolution! (Revolución de Polvo Estelar)

       El Khan del Dragón se giró inmediatamente hacia su enemigo, pero fue demasiado tarde. El ataque del Santo de Aries lo golpeó en el centro del pecho, lanzándolo de espaldas contra un pilar. El cuerpo de Tiamat se estrelló en la estructura y cayó al suelo, desapareciendo bajó los escombros.

       Mu observó las ruinas. Ciertamente, no esperaba haber derrotado a Tiamat con un solo golpe aunque fuese un Santo dorado. Todo era completo silencio ¿Acaso había ganado la batalla? No, ni el mismo se creía eso.

       De pronto, una poderosa explosión de luz lanzó todos los escombros en diferentes direcciones. El guardián del Santuario tuvo que cubrirse el rostro con ambos brazos para evitar encandilarse. Su capa y cabellos se alzaron hacia atrás con violencia.

       —¿Pero qué? —murmuró entre dientes.

       Cuando al fin pudo ver, Mu descubrió la figura del Khan en medio de las ruinas observándolo fijamente. Su capa estaba rasgada y ya no llevaba el escáner visual en su cara, pero fuera de eso no tenía ni el más mínimo rasguño. Una aura de color roja y aspecto llameante emanaba de su cuerpo, alzando sus cabellos hacia arriba levemente.

       —Si que eres rápido, no había tenido un combate así desde hace bastante tiempo, Mu. Esto me alegra, ya que podré poner a prueba nuevamente todas mis habilidades como Khan guerrero.

       —¿De qué estás hablando? —le preguntó Mu.

       Tiamat incrementó todavía más el poder de su aura.

       —Me doy cuenta de que tu aura es muy poderosa. Es mucha más fuerte que la de la mayoría de los individuos a los que me he enfrentado en otros universos.

       Mu frunció el entrecejo con sorpresa; hasta ese instante se dio cuenta que por alguna razón no podía percibir la presencia del Khan.

       —¿Por qué? —preguntó ansiosamente—. ¿Por qué no puedo sentir tu cosmos?

       —¿Cosmos? —repitió Tiamat, enarcando una ceja—. Ah, ya veo, de manera que así es como ustedes llaman al aura. Cosmos.

       El aura del Khan continuó aumentando. A medida que su energía se hacía más fuerte, incontables ráfagas de aire empezaron a emanar de su cuerpo.

       Al ver aquello, Mu desplegó totalmente el poder de su aura sin dejarse amedrentar. La imagen de un enorme Carnero apareció por atrás de él.

       —¿A qué han venido a este santuario? —le inquirió el Santo de Aries con renovada determinación—. ¿A matar a la diosa Atena?

       —¿Una diosa? —murmuró Tiamat, alzando una ceja—. Da lo mismo que te lo diga porque morirás aquí mismo, Mu de Aries. A pesar de tu enorme fuerza puedo darme cuenta de únicamente usas la fuerza del aura o cosmos para luchar y desgraciadamente eso no será suficiente para derrotarme.

       Mu frunció el ceño con desconfianza y retrocedió un paso.

       —¿De qué demonios estás hablando?

       El Khan del Dragón sonrió malévolamente y frunció el entrecejo en un gesto macabro.

       —Te lo mostraré… .

       Repentinamente, la figura del imperial se convirtió en un borrón y desapareció de la vista de Mu.

       Antes de que el Santo pudiera darse cuenta, Tiamat apareció por atrás de él, suspendido en el aire. En una rápida acometida, el Khan se dejo caer en una patada contra Mu, golpeándolo en la nuca con fuerza.

       El guerrero de la casa de Aries salió disparado hacia delante totalmente sin control y antes de que pudiera recuperarse, el Khan reapareció en su camino y con un fuerte puñetazo lo hizo caer en el suelo boca abajo.

       Todavía Mu no había asimilaba lo sucedido cuando su enemigo volvió a aparecer por encima de él y lo sujetó por la cabeza. Volando rápidamente a la par del piso, el imperial arrastró el rostro de Mu por el suelo, destrozando el piso a su paso mientras los fragmentos volaban por los aires. Finalmente, con un rápido movimiento, Tiamat lanzó al Santo de Oro de cara contra uno de los enormes pilares.

       La columna se partió por la mitad y derrumbó con un fuerte estruendo, levantando una nube de polvo y escombros.

       —A eso me refería, Mu —murmuró Tiamat triunfantemente, dándole la espalda—. Ese es el poder de un Khan, sabandija. Ah, tenía tiempo que no me movía así. Me encanta tener este poder de destrucción.

       Desplegando nuevamente el poder de su aura, el guerrero imperial dio la media vuelta y se lanzó volando directamente hacia el sitio donde suponía estaba Mu con la intención rematarlo.

       Su victoria era segura.

       O al menos eso pensaba.

       Sorpresivamente, uno de los escombros emergió de la nube de polvo y se dirigió velozmente hacia Tiamat. El Khan del dragón apenas tuvo tiempo para detenerse y eludir el pedazo de roca, que le pasó por muy cerca.

       —¿Pero qué demonios? —murmuró el guerrero imperial, desconcertado.

       —No creas que te será tan fácil vencerme —le advirtió Mu, desplegando una aura poderosa—. Los Sagrados Guerreros de Atena no nos damos por vencidos tan fácilmente.

       El Khan del Dragón sonrió levemente y frunció el entrecejo malévolamente mientras descendía frente a su antagonista. Mu, por su lado, tenía algunos raspones en el rostro y ya no llevaba la capa, pero fuera de eso se veía como si nada.

       —Vaya, veo que no eres tan frágil como esperaba, maldito —dijo Tiamat, riendo levemente—. A partir de ahora comenzará la verdadera batalla así que mejor prepárate —colocó ambas manos a un costado de su cuerpo. Desplegó su aura nuevamente—. Basura, te desapareceré en un instante… .

       Una esfera de luz brillante apareció entre sus manos lanzando destellos luminosos en distintas direcciones.

       —¡Sha… .

       Mu, por su parte, alzó sus brazos para ejecutar nuevamente el Stardust Revolution mientras elevaba más y más su cosmos. Esta vez, iba a usar todo su poder.

       Girando los brazos violentamente hacia delante, Tiamat descargó el Sha-Ma-Sha a la vez que Mu contraatacaba con el Stardust Revolution. Ambos ataques cruzaron el aire velozmente hasta chocar entre sí, despidiendo un intenso resplandor que arrojó incontables rayos de luz en distintas direcciones.

       Algunos de los pilares fueron alcanzados y se derrumbaron en medio de numerosas explosiones de tamaño minúsculas.

       Astronave Churubusco

       Caminando apresuradamente hacia uno de los hangares, Casiopea iba meditando sobre la difícil situación que atravesaba la Alianza. Estaba absorta planeando la posible estrategia que debía seguir cuando de repente Lance la alcanzó en el pasillo.

       —¡Espera, Casiopea! —la llamó con un grito.

       La Celestial detuvo su marcha y se giró extrañada hacia el hermano de Cadmio que corría hacia ella para encararlo.

       —¿Lance? ¿Qué ocurre? —preguntó.

       Lance se detuvo de golpe y exhaló.

       —Me enteré que los imperiales abrieron otro punto de salto dimensional y que vas a ir a enfrentarlos tú sola.

       —Ese Cariolano es un chismoso —murmuró la chica entre dientes para luego mirar a Lance directo a los ojos—. Bueno, sí, ¿y?

       —¿Cómo que «y»? —le preguntó Lance exaltado—. Aunque seas una Celestial es demasiado peligroso para que vayas sin ninguna ayuda. No sabemos cuantos Khans hayan enviado esta vez.

       La chica le sonrió con dulzura y luego colocó una mano en su hombro. Lance se ruborizó al instante y no pudo ni tragar saliva.

       —Eh, no te preocupes —sonrió coquetamente—. Soy una chica fuerte.

       —El zoquete tiene razón —murmuró Eclipse apareciendo por atrás de Lance—. Usted no debe ir sola, podrían matarla.

       Casiopea se apartó de Lance y se volvió hacia el Espía Estelar completamente extrañada de su comportamiento. «¿Eclipse preocupándose por otros?», pensó. «Que extraño».

       —Miren, les agradezco la preocupación, pero no tengo tiempo para esto —declaró deseando terminar con la discusión—. Ni Saulo ni Cadmio han vuelto. No podemos permitir que N´astarith siga apoderándose de las gemas. ¿Acaso vamos a quedarnos como idiotas aquí sin hacer nada mientras ese canalla reúne las gemas estelares?

       Lance reflexionó un momento antes de hablar y asintió con la cabeza.

       —En eso estamos de acuerdo, no podemos quedarnos sin hacer nada, pero no vamos a dejarte ir sola, tendrás que llevarnos contigo.

       ¿Llevarnos? Eclipse sacudió la cabeza negativamente mientras pensaba la manera más rápida de zafarse de aquella situación comprometedora.

       —Olvídelo, yo no voy a ninguna parte. No estoy loco para que me maten en una de sus aventuras.

       —Si ya decía yo —murmuró Casiopea con una sonrisa mirando a Lance por encima del hombro—. Era extraño ver a un Espía Estelar preocupándose por otros, ¿no?

       Eclipse frunció el entrecejo con enfado. Realmente le molestaba que lo compararan con otros Espías cuando él se consideraba a sí mismo un hombre de honor.

       —¿De qué rayos habla? Sí no fuera por mí, la Alianza no sabría ni para donde caminar

       Casiopea apartó a Eclipse de su camino con una mano.

       —Si me disculpas, tengo trabajo que hacer… .

       —Esperen, yo quiero ir también —se oyó decir a alguien más.

       Todos estaban tan metidos en la discusión que ninguno advirtió la súbita llegada de la joven princesa de Papunika. Avanzando tranquilamente, Leona se colocó a un costado de Lance.

       —¿Qué fue lo que dijiste, Leona? —preguntó Casiopea, volviéndose hacia la princesa con una expresión de desconcierto—. Me temo que no te entendí.

       —Dije que quiero ir contigo —insistió Leona con determinación dando un paso al frente—. Tú sola no podrás con esos guerreros, déjame acompañarte.

       Casiopea sonrió agradeciéndole el gesto y colocó una mano sobre el hombro de Leona. Aunque eran casi del mismo tamaño, las botas que ella llevaba puestas, la hacían verse un poco más alta.

       —Lo lamento, princesa, pero no puedo permitirlo. Usted no debe arriesgarse innecesariamente. Saulo fue muy claro en eso.

       Leona le mantuvo la mirada sin inmutarse rehusándose a aceptar eso.

       —Tengo que ir contigo, no queda nadie más para acompañarte.

       —Te equivocas, Leona —le rebatió Lance en voz alta—. Eclipse y yo iremos.

       Ella se volvió hacia el Celestial para mirarlo.

       —Aun así, yo deseo acompañarlos.

       —¿Acaso se ha vuelto loca? —le preguntó Eclipse exaltado—. No tiene la menor idea de la clase de guerreros que quizás hayan enviado esta vez… .

       —No importa —le interrumpió Leona sin perder la compostura—. Dai no está aquí y sé que sí estuviera no dudaría en ayudarlos. Yo debo hacer lo mismo.

       Lance observó la mirada de Leona mientras ésta hablaba. La joven princesa de Papunika se veía tan segura, tan decidida que no dejaba ninguna duda, había nacido para ser una líder.

       —No es necesario que te arriesgues, Leona —comenzó a decirle—. Nosotros podemos hacernos cargo.

       —Pero, mi magia podría curarlos en caso de que quedaran heridos —insistió la princesa que se resistía a darse por vencida—. Déjenme acompañarlos.

       —Es verdad —dijo Casiopea alzando la voz—. Ustedes me dijeron que Leona y sus amigos usan un tipo de magia que puede curar las heridas, ¿no es verdad?

       —Bueno, sí —respondió el Celestial con un encogimiento de hombros—. Usa un hechizo llamado Bejoma o algo así.

       Casiopea sonrió y giró el rostro hacia Leona.

       —Sé que quizás me vaya a meter en un problema por esto, pero está bien, princesa venga conmigo.

       Una sonrisa iluminó el rostro de la soberana de Papunika.

       —¿Qué, qué? —Eclipse no se la podía creer—. Casiopea, ¿no estarás hablando en serio?

       —Ella es una princesa como yo —señaló la Celestial—. Y sus poderes pueden serme de utilidad —hizo una pausa y comenzó a andar—. Ahora sí nos disculpan.

       Antes de que alguien objetar su decisión, Casiopea y Leona se dirigieron hacia el hangar dejando a Lance y a Eclipse de una sola pieza y con la boca abierta.

       —Mujeres —murmuró el Espía cruzándose de brazos—. Demonios, ¿y ahora qué?

       —¿Cómo que «ahora qué»? —preguntó Lance fieramente—. No podemos dejar que vayan solas, mi hermano nos mataría sí se entera que dejamos que Leona y Casiopea se encargaran de la misión. Yo iré con ellas.

       El Celestial echó a caminar por el pasillo tras las princesas. Eclipse bajó la mirada al suelo y exhaló profundamente. Meneó la cabeza negativamente y comenzó a correr detrás de Lance

       —No sé como diablos me metí en todo esto —murmuró para sí.

       A bordo del Águila Real 32, Cadmio, Dai, Astroboy, Ranma y los otros aguardaban en el espacio a que la flota terrícola terminara de reunirse. Una vez que todo estuviera listo, la flota de naves viajaría al universo donde la armada de la Alianza Estelar los esperaba. El profesor Ochanomizu estaba fascinado con los controles del Águila Real e iba de un lado para otro en el puente, observando todo con curiosidad.

       Con la mirada perdida en las estrellas, Dai meditaba en la reciente batalla que había sostenido en el mundo de Astro. No había esperado que sus poderes pudieran llegar a esos niveles, alzó la mano y contempló su puño por un momento.

       Durante la batalla con el guerrero meganiano Sword, el símbolo del Dragón había aparecido fugazmente en él y eso nunca había sucedido antes por lo que no podía evitar sentir dudas al respecto. El poder que había sentido en ese breve momento había sido increíble, jamás se había sentido tan poderoso en toda su vida como en aquel instante ¿acaso ese era el límite de sus fuerzas o podían llegar a ser más altas todavía? ¿Podría ser tan fuerte como Baran o incluso superarlo?

       —¿En que piensas, Dai ? —la pregunta de Poppu lo regresó a la realidad.

       —Pensaba en mis poderes —respondió el chico volviendo el rostro hacia su amigo—. Durante la batalla con esos guerreros, el símbolo del dragón apareció en mi mano en lugar de mi frente.

       —¿En tu mano? —repitió Poppu, alzando una ceja visiblemente sorprendido—. Es extraño, jamás había sucedido que recuerde.

       —Ya lo sé, pero aun así, me preguntaba cuál es el verdadero alcance de mis poderes como Caballero Dragón —murmuró Dai examinando sus manos—. Baran me dijo que era sorprendente la manera en que podía manejar el poder del símbolo a pesar de mi edad.

       —Mmm, pues sí que es raro —dijo Poppu, luego rodeó el cuello de Dai con su brazo y tras un momento, sonrió—. Pero eso no debe preocuparnos, ¿o sí? Lo importante es vencer a N´astarith, así que sí tus poderes se están incrementando mejor para nosotros, ¿no lo crees?

       Dai asintió con una sonrisa.

       —Tienes razón, Poppu.

       A unos pasos de donde ambos chicos charlaban, Cadmio los observaba de discretamente. Mientras los veía sonreír no pudo evitar llevar su mente hacia el pasado, a la época de cuando era más joven y entrenaba duramente para convertirse en un Caballero Celestial. Recordó las veces que Astrea le sugería sonreír a menudo, las veces que ella le animaba a seguir adelante y lo confortaba en sus fracasos.

       Apretó los puños y llevó la vista hacia la ventana del puente observando su tenue reflejo, los Khans pagarían por la muerte de su amada, eso era algo que se había jurado a sí mismo y estaba deseoso de cumplir.

       —Señor, el comandante Antilles nos informa que la flota ha terminado de reunirse y espera nuestras instrucciones —anunció el primer oficial en voz alta sacándolo de sus pensamientos—. ¿Qué le digo?

       El Celestial se volvió hacia el oficial para darle instrucciones.

       —Dígale que coloque sus naves atrás de la nuestra y que se preparé a seguirnos una vez que el punto de salto dimensional se formará.

       Ochanomizu enarcó una ceja.

       —¿Punto de salto? Ah, vamos se refiere al túnel que nos llevará hasta su universo, ¿verdad?

       —Así es, profesor —afirmó Ranma interviniendo en la discusión—. Ahora viajaremos al universo donde habitan los amigos de Cadmio.

       Ochanomizu parecía más emocionado que antes.

       —Es todo un acontecimiento —expresó.

       Cadmio alzó los ojos y meneó la cabeza negativamente. Que sujeto, pensó.

       Viendo aquello, Astroboy se volvió hacia Ryoga con una pregunta.

       —Oye, Ryoga, ¿Cadmio siempre está enojado?

       Ryoga no pudo disimular una sonrisa.

       —¿Enojado? —repitió irónico—. Que va, ahora es cuando está de buenas, Astro, tú no lo has visto realmente enojado.

       Por un momento, Astroboy no supo que decir y llevó su mirada hacia donde estaba Hyunkel. Al igual que Cadmio, aquel misterioso joven de cabello gris no hablaba mucho y permanecía distante, lejos de lo demás. «Quizás todos sean así», pensó contrariado.

       Este de Siberia.

       El hielo era tan extenso y carente de color que contrastaba con la oscuridad del cielo nocturno, de modo que sobre la tierra sólo reinaba el color blanco: infinito y eterno.

       El frío era tan extremoso que no cualquiera podía soportarlo, aunque claro, el clima de la región no era ningún obstáculo para Hyoga, quien había pasado buena parte de su vida en medio de esos parajes tan desolados mientras se preparaba para ser un Santo de Bronce.

       Caminó por la nieve. La ventisca amainó, y sus huellas quedaron grabadas en la nieve. Cuando miró hacía el altar de hielo que había enfrente de él no pudo evitar sentir algo de nostalgia y tristeza. Su visita a Siberia no era por azar o accidente, sino que obedecía a un propósito en especifico; el visitar el altar de su difunta madre.

       Cuando al fin llegó hasta el altar, junto ambas manos y bajó la cabeza en señal de respeto mientras el aire frió agitaba sus rubios cabellos levemente.

       —He vuelto, mamá —murmuró—. En verdad me haces mucha falta, sin embargo tu recuerdo me ha dado la fuerza para seguir adelante y te agradezco por ello… .

       De pronto guardó silencio, abrió los ojos y volvió la vista hacia el horizonte como buscando algo más allá de las montañas. Era extraño, pero por alguna razón podía sentir un extraño e inusual cosmos en dirección al Santuario de Atena.

       —¿Qué es este misterioso cosmos? —preguntó en voz alta—. Es muy poderoso y esta lleno de maldad.

       China
       Cinco Picos

       La cascada de Rozan lucía igual que la última vez que la había visitado, pero esta vez había un detalle que le era imposible pasar por alto, su antiguo maestro ya no estaba sentado frente a ella.

       Shiryu volvió la mirada de un extremo a otro buscándolo, pero fue inútil, sencillamente ya no estaba. De pronto sus ojos se posaron en la dulce Shunrei, quien oraba de rodillas en un apartado rincón a orillas de un acantilado.

       —Shunrei, ¿en dónde esta el maestro? —le preguntó Shiryu, acercándose.

       La chica abandonó sus rezos y se volvió hacia él sin poder ocultar la alegría que le daba verlo de nuevo por ahí. Se puso de pie y corrió a su encuentro.

       —¡Shiryu! —gritó alegremente—. ¡Has vuelto!

       El joven le devolvió la sonrisa y abrió los brazos para recibirla.

       Shunrei rodeó el cuello de Shiryu con ambas manos y recargó la cabeza contra su pecho mientras unas cuantas lágrimas de felicidad escurrían por sus ojos.

       —Que bueno que viniste, Shiryu —musitó.

       Shiryu bajó al mirada y le acarició la cabeza con ternura.

       —Shunrei, ¿dónde esta el maestro?

       La chica se apartó un poco y repuso:

       —El maestro ha vuelto al Santuario, Shiryu, pero no quiso decirme la razón

       —¿Al Santuario? —repitió extrañado—. ¿Estás completamente segura?

       Ella asintió.

       —Sí, dijo que debía cumplir con su destino.

       Shiryu llevó la mirada hacia el horizonte y sintió aquella presencia maligna en dirección al Santuario. Al cabo de un momento, se volvió hacia Shunrei y dijo:

       —En ese caso yo también iré hacia el Santuario, tengo que averiguar que es lo que sucede.

       —¡No, Shiryu! —exclamó Shunrei, tomándolo de las ropas—. No vayas, por favor.

       Shiryu frunció el entrecejo, extrañado. No tenía ni la más remota idea de que lo que estaba sucediendo, ni del porque su viejo maestro había dejado la cascada de Rozan. Sin embargo no tenía que ser un genio para saber que todas las respuestas a sus preguntas estaban en el Santuario.

       Continuará… .

Deja un comentario