Leyenda 023

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPITULO XXIII

EL LADO OSCURO DE UNO MISMO

       Planeta Caelum

       Luego de caminar durante algunos minutos, Aristero, Tyria y Asiont finalmente se detuvieron a la salida del bosque. Frente a sus ojos, Asiont descubrió un gigantesco templo construido al pie de una elevada montaña cuya cima se perdía en la inmensidad de los cielos. Sorprendido, Asiont se volvió hacia Tyria y Aristeo.

       —¡Por el Gran Creador! —exclamó con voz fuerte—. No tenía idea de que existía un templo como este aquí en Caelum. Es increíble.

       Tyria dejó escapar una leve sonrisa y se volvió hacia él.

       —Este Santuario ha existido desde tiempos inmemoriales —le dijo mientras Aristeo reanudaba su camino—. Fue construido por Horus y los primeros Caballeros Celestiales hace más de diez mil ciclos estelares estándar.

       Asiont examinó aquel enorme templo con detenimiento. Nadie le había hablado nunca de su existencia. Él, como muchos otros, pensaba que el verdadero templo de los Caballeros Celestiales había sido destruido por los Khans tiempo atrás en Endoria.

       —¿Por qué nadie me había hablado de su existencia? —preguntó sin dejar de mirar el templo con asombro. Volvió el rostro hacia Tyria, quien le sonrió afablemente.

       —Únicamente los verdaderos Caballeros Celestiales son traídos a este santuario en Caelum, Asiont —respondió ella con tranquilidad—. Sí no te hubieras ido, lo habrías sabido a su debido tiempo.

       Aristeo guió a sus jóvenes acompañantes hasta la entrada del gigantesco templo. Una vez ahí, los invitó a que entraran. Las paredes estaban encaladas y muy limpias, brillaban bajo la mezcla de la claridad solar, realmente era un sitio increíble. Se encontraban en una sala rectangular de techo muy alto. El suelo componía un complicado mosaico simétrico.

       Mientras avanzaban hacia el interior, Asiont llevó su mirada de lado a lado y descubrió varias estatuas talladas en roca con la figura de distintos Caballeros, todas ella de espaldas a la pared y colocadas paralelamente a las columnas. Volvió la vista al frente y contempló una enorme figura de Horus que se alzaba al fondo de la cámara.

       A diferencia de las demás estatuas, la gigantesca imagen de Horus estaba colocada sobre un gran pedestal de piedra blanca que mostraba un rectángulo negro de manera vertical que le pareció alguna especie de puerta.

       Aristeo caminó hasta el centro de la habitación donde se detuvo y luego se volvió hacia su discípulo y Tyria.

       —La misión de los Caballeros Celestiales es guardar la paz y la justicia —empezó a decir, estudiando detenidamente el rostro de Asiont—. Espero que no lo hayas olvidado con el tiempo, muchacho.

       —No, maestro —respondió Asiont seguro de sí—. Le aseguro que no lo defraudaré.

       Aristeo le sostuvo la mirada sin mostrar ninguna emoción.

       —La galaxia se encuentra en un grave peligro como lo mencionaste. Sí el emperador N´astarith llega a apoderarse de las doce gemas podría controlar un poder que la Existencia todavía no ha conocido plenamente. La tarea que te espera a ti y a tus camaradas no será nada fácil. Los guerreros Khans han demostrado ser muy superiores a los Caballeros Celestiales ya que sus poderes exceden los límites conocidos. No es mi intención desanimarte, pero aunque entrenes aquí y te conviertas en un verdadero Celestial, eso no será ninguna garantía de que puedas derrotarlos. Llaga era uno de los mejores Caballeros Celestiales que conocía y aun así, fue fácilmente vencido por un Khan.

       —¿Llaga? —repitió Asiont—. Se refiere al mismo Celestial que estaba encargado de proteger la gema que se encontraba en este universo, ¿no es así?

       Aristeo asintió con el rostro ensombrecido.

       —Así es, me refiero al mismo. Esos guerreros conocen a la perfección nuestras técnicas y manera de pelear y todo esto se debe a que algunos de ellos eran discípulos nuestros que se convirtieron al mal. La mayoría de ellos pertenecen al grupo de renegados que condenamos al exilio eterno después de la rebelión que Azarus encabezó en el planeta Adur hace algunos ciclos estelares.

       —Tiene razón, maestro —convino Asiont—. Cuando estuve peleando en el planeta Noat, Astrea reconoció a una Khan que nos atacó. Durante la lucha, Astrea mencionó que ya la conocía de tiempo atrás. Seguramente ella era parte de ese grupo de renegados que expulsaron de la orden.

       El viejo Maestro bajó la cabeza y repuso con tristeza.

       —¿Así que ya te enteraste, Asiont? —murmuró con voz sombría—. Lo más irónico de esta situación es que algunos de ellos fueron mis alumnos. Sin embargo, han pasado por tantas cosas que creo que ya no los reconocería.

       Asiont estudió disimuladamente a su mentor. ¿Acaso podré hacer algo sí realmente son tan poderosos?, pensó.

       —Percibo ciertas dudas en tu corazón —señaló Aristeo—. Cuando se lucha por lealtad a nuestros principios no hay cabida para las dudas. Recuerda muy bien eso.

       Asiont asintió herido por la observación.

       —Lo sé, Maestro, pero es que no puedo entender cómo es que las personas alguna vez estuvieron en la Orden, puedan estar luchando para el imperio de Abbadón. Me cuesta trabajo aceptarlo.

       El Maestro Celestial miró a Asiont e inclinó la cabeza coronada de cabellos blancos hacia él.

       —Bien, Asiont —Se giró hacia la estatua de Horus y señaló el rectángulo negro en la enorme base que sostenía la imagen del fundador de la orden—. Por esa puerta existe un camino que conduce a una caverna. Sí logras atravesarla con éxito llegarás a un enorme cámara . Ahí te esperaré para dar inició a la instrucción.

       Asiont echó un vistazo a la estatua de Horus más allá del hombro de Aristeo. La enorme estatua tallada en roca medía cerca de diez metros de alto.

       —¿Qué hay en la cueva? —preguntó Asiont intrigado.

       Aristeo bajó el rostro sombríamente y cerró sus ojos.

       —Únicamente tú puedes saberlo.

       El joven frunció el entrecejo con incertidumbre, totalmente contrariado. A juzgar por la respuesta de su antiguo maestro, era obvio que éste no iba a decirle nada más al respecto. Decidido, y con la firma intención de convertirse en un Caballero Celestial, echó a caminar rumbo a la puerta.

       —Asiont, espera —le dijo Tyria de pronto.

       Asiont se detuvo un momento y volvió su rostro hacia la joven Celestial para mirarla.

       —Sólo quería desearte suerte —murmuró la chica un poco sonrojada.

       Él dejó escapar una sonrisa en señal de agradecimiento.

       —Gracias, Tyria —musitó antes de retomar su camino.

       Astronave Churubusco.

       Andrea condujo a Ranma, Dai, Hyunkel y los otros hasta uno de los sectores más interesantes de la gigantesca astronave: la sección donde se daba adiestramiento a los soldados de la Alianza.

       —Aquí es donde entrenan nuestros soldados —anunció Andrea con orgullo, señalando una enorme habitación cerrada—. Esta habitación puede simular diferentes condiciones para mejorar el entrenamiento.

       Ranma y Ryoga se acercaron a una gruesa ventana para contemplar el interior de aquella habitación

       —¿Simular?, vaya ¿cómo que puede hacer? —preguntó Ranma.

       La reina dejó escapar una leve sonrisa maliciosa y caminó hacia la ventana con una mano en la cintura.

       —Bueno, la verdad es que puede hacer varias cosas. Las paredes están blindadas y han sido construidas con el material más duro que conocemos a fin de resistir los impactos —hizo una pausa y dejó transcurrir el tiempo necesario para que la observaran boquiabiertos—. Su interior cuenta con sofisticados mecanismos que nos permiten aumentar o disminuir la fuerza de gravedad, el aire o la temperatura. Para permitir entrenar a la mayor cantidad de gente posible, la habitación está dividida en cinco secciones independientes entre sí.

       —Increíble —farfulló Ryoga—. ¿Crees que nosotros podríamos entrenar ahí?

       —Debes tener cuidado, Ryoga —intervino Mariana, llamando la atención del chico—. Si se exceden en el entrenamiento podrían morir. La habitación puede aumentar el peso de cada uno hasta unas seiscientas veces o incluso más.

       Moose tragó saliva con dificultad.

       —¿Seiscientas veces? —murmuró sin dar crédito a lo que había oído.

       Leona se acercó hasta tocar con sus manos las gruesas ventanas.

       —No entiendo muy bien lo que dices, Andrea —dijo mirando el sitio con curiosidad—. Aún hay cosas que no comprendemos, pero si entendí bien, esa habitación sirve para entrenar a sus guerreros y soldados, ¿o es así?

       La reina de Lerasi asintió.

       —Así es, princesa Concerniente a tu pregunta, Ryoga. Creo que si pudiesen entrenar ahí. Siempre y cuando no se excedan con la gravedad y la temperatura.

       En ese momento la figura de un hombre apareció flotando de espaldas frente a la ventana. Alguien estaba entrenando en la habitación.

       —Madre, ¿acaso ese no es Cadmio?

       Andrea echó una rápida mirada al interior del cuarto de entrenamiento para averiguar la identidad del desconocido. Efectivamente se trataba de Cadmio.

       —¿Está loco o qué? —exclamó Mariana—. Está con una gravedad aumentada doscientas veces.

       En el interior del inmenso cuarto de practicas, Cadmio se encontraba entrenando duramente con varios androides de batalla. A pesar de que ahora pesaba unas doscientas veces su peso normal, el Celestial podía moverse con gran agilidad de un lado a otro esquivando los haces láser que los androides les disparaban.

       —¡Miren como se mueve! —exclamó Ryoga que todavía no podía creerlo—. A pesar de que la gravedad está aumentada puede pelear como si nada.

       Mariana no lo pensó ni un segundo más y apretó el botón de un comunicador ubicado en la pared.

       —¡Cadmio! ¿acaso estás loco o qué? —le reprendió algo molesta.

       Al escuchar la voz de la joven princesa de Lerasi, el Celestial se volvió hacia la gruesa ventana con una expresión de pocos amigos.

       —¡No me molesten! —vociferó irritado.

       —Únicamente conseguirás que te maten —insistió Mariana.

       Cadmio enarcó una ceja molesto por las palabras de la princesa. Iba a repetirle que se callará cuando de pronto uno de los androides, de forma circular, se acercó por su retaguardia sin que éste se diera cuenta y le disparó una descarga láser que lo derribó por los suelos.

       —¡Cadmio! —gritó Mariana angustiada.

       —¡Lo va a matar! —declaró Dai.

       Sin detenerse a reflexionar un solo momento, el pequeño Caballero del Dragón desenfundó su espada y atravesó la ventana rompiéndola en mil pedazos.

       Viendo el grave peligro que Dai corría al entrar al cuarto de entrenamiento con la gravedad aumentada, Andrea intentó detenerlo, pero ya era demasiado tarde.

       —¡No, Dai! ¡No lo hagas!

       Lejos de poder controlar su caída como en veces anteriores, Dai se estrelló pesadamente en el suelo. Aquella era una sensación nueva para él. Todo su cuerpo le pesaba de una manera increíble y por consiguiente apenas podía moverse.

       —Pero, ¿qué me sucede? —murmuró Dai mientras su cuerpo resentía el súbito cambio de gravedad. Parecía que sus miembros se hubiesen vuelto de piedra. Para colmo de males, uno de los androides de batalla se dirigió hacia él.

       —¡Dai! —gritó Leona con desesperación para luego volverse hacia Andrea—. ¡Hagan algo!

       El androide que había derribado a Cadmio se acercó para rematarlo. Sin embargo, antes de que pudiera apuntar a su víctima, el Caballero Celestial consiguió volver en sí.

       —¡Maldita chatarra! —le espetó furioso mientras conseguía levantarse con dificultad.

       El robot no perdió el tiempo y disparó una poderosa descarga en contra del Celestial. Tras echar un breve vistazo hacia su costado, Cadmio contempló como Dai se debatía en el suelo intentando levantarse sin conseguirlo.

       «¡Maldición! —pensó—. Tengo que ayudarlo».

       Levantó sus manos y disparó una descarga de energía para bloquear el ataque del androide. Un estallido de luz se percibió cuando ambas ráfagas se encontraron entre sí. A escasos metros de la explosión de luz; Dai apretó fuertemente los puños y por fin consiguió levantarse con algo de trabajo.

       Cadmio no dijo nada. «¡Imposible!», estaba pensando. «¡Imposible!».

       Dos de los androides de batalla se dirigieron hacia el chico para continuar la rutina de entrenamiento. Al ver aquello, Cadmio alzó su mano para lanzar una nueva descarga de energía convirtiendo a uno de los androides en chatarra, pero desafortunadamente el otro estaba fuera de su alcance.

       —¡Cuidado, mocoso! —le gritó Cadmio.

       —¡Ponte a salvo! —añadió Ranma a gritos.

       Dentro de la habitación, Dai se mantenía de pie con la cabeza agachada sin moverse. Justo cuando el robot estaba a punto de atacarlo, el chico levantó el rostro para encararlo. La mirada de Dai había sufrido una transformación, esta vez el símbolo del Dragón había aparecido en su frente despidiendo una luz sumamente brillante.

       Cadmio miró la escena sin acabar de entender lo que sucedía, el aura de aquel niño se había incrementado de golpe. Como poseído por una fuerza extraña, el chico recogió su espada y se preparó a recibir al androide.

       —¡Aban Slash! (Corte de Aban).

       Un poderoso haz de energía surgió del giro horizontal que el chico había trazado con su espada. En cuestión de segundos todos los androides de batalla desaparecieron en un mar de chispas y llamas.

       Cadmio abrió los ojos enormemente sin dar crédito a lo que acaba de ver. Dai había conseguido eliminar a todos los androides con un solo ataque y no sólo eso, de alguna forma había incrementado su aura de golpe inexplicable.

       —No, eso no puede ser —musitó Cadmio lentamente—. Ese chico incrementó su aura de golpe. No puedo creerlo.

       En ese momento la gravedad de la habitación volvió a la normalidad y las puertas de acceso se abrieron. Leona, Mariana y Poppu entraron apresuradamente para auxiliarlos.

       —¡Dai! —gritó Leona con desesperación.

       El símbolo de la frente de Dai desapareció paulatinamente y su mirada volvió a la normalidad. En cuanto escuchó la voz de la princesa; el chico se volvió hacia ella con una expresión de cansancio en el rostro.

       —Leo… Leona —murmuró antes de desmayarse por el esfuerzo.

       —¡Dai! ¡Vamos amigo, no te des por vencido! —le gritó Poppu mientras Leona se arrodillaba en el suelo para sostener al chico en sus brazos.

       Mariana se acercó hasta donde estaba Cadmio algo apenada.

       —Que bueno que estás bien —hizo una pausa y bajó la cabeza—. Lo que sucedió fue mi culpa, lo siento.

       El Celestial frunció el ceño.

       —La verdad es que la culpa fue mía, no debí distraerme.

       Mariana alzó el rostro, bastante compungida. ¿Cadmio mostrándose amable? No podía ser.

       —¿Qué?

       Él asintió.

       —Sí hubiera cometido ese error durante una batalla real ya estaría muerto.

       Mariana dejó escapar una leve sonrisa.

       —Si, pero que bueno que estás bien.

       Ranma, Ryoga y Shampoo se acercaron hasta donde estaban Leona, Poppu y Dai.

       —¿Cómo está él, princesa? —le preguntó Ranma refiriéndose a Dai.

       —Parece que sólo fue el esfuerzo —se apresuró a responder Leona—. De todas formas lo ayudaré… Bejoma.

       Enseguida, una luz rosada muy intensa emanó de la mano de la soberana de Papunika.

       —¿Qué está haciendo, Ranma? —inquirió Shampoo.

       Ranma se encogió de hombros despreocupadamente.

       —Como quieres que lo sepa.

       Dai abrió los ojos lentamente.

       —Leo… Leona, ¿qué sucedió?

       La princesa de Papunika dejó escapar una leve sonrisa, pero antes de que pudiera decir algo, la voz de Cadmio resonó en el aire.

       —Eso es lo que yo quisiera saber, muchacho. No pensé que tuvieras esa clase de poder. Quizás me equivoque al menospreciarte.

       Dai no supo que contestar. Unos segundos después Hyunkel, Eclipse y Andrea se sumaron al grupo.

       —Menos mal que todos están bien —dijo Andrea con tranquilidad—. Que bueno que aprendan a llevarse bien, porque vamos a necesitar de mucho trabajo en equipo.

       —¿De qué estás hablando? —preguntó Poppu.

       Eclipse dio un paso al frente.

       —Es que parece ser que vamos a tener que esperar a que los imperiales abran otra puerta dimensional para poder entrar en acción.

       El rostro de Cadmio sufrió una transformación.

       —¿Qué rayos estás diciendo? Se supone que conseguiste los datos necesarios para encontrar las gemas restantes, ¿no es así?

       El Espía Estelar dejó escapar una sonrisa y se encogió levemente de hombros.

       —Bueno, no exactamente, amigo, lo que pasa es que para averiguar el universo que atacarán debemos esperar a que usen el Portal Estelar. Mientras tanto podemos tomar un descanso.

       Ranma, Ryoga, Moose y Shampoo se miraron entre sí.

       —¿Eso quiere decir que vamos a tener que esperar hasta que esos guerreros hagan algo para poder actuar? —preguntó Ryoga algo impaciente—. No es justo.

       Ranma bajó la cabeza; cerró sus ojos y se sumió en sí mismo.

       «No puede ser —pensó—. ¿Acaso significa que no podremos salvar a Akane todavía?».

       Dai parpadeó varias veces tratando de entender las palabras de Eclipse. Ciertamente, aquella idea de esperar a que el enemigo hiciera la primera jugada no era su estilo.

       —No puede ser —dijo—. ¿Cuánto tiempo vamos a tener que esperar?

       Leona volvió la mirada hacia Dai para contemplarlo en silencio y después de un breve instante dijo:

       —Esperen, podemos utilizar el tiempo a nuestro favor.

       Shampoo enarcó una ceja extrañada con las palabras de la princesa.

       —¿A qué te refieres?

       Leona sonrió. Al parecer había encontrado el lado bueno de la situación.

       —Bueno, según tengo entendido esos guerreros son muy poderosos, ¿no es así?

       Todos se miraron entre sí sin decir nada. Finalmente, Cadmio asintió.

       —Si, así es.

       —Bueno, pues mientras esperamos a que el enemigo ataque de nuevo, podríamos aprovechar el tiempo para perfeccionar nuestras habilidades y volvernos más fuerte.

       Eclipse asintió con la cabeza. Realmente la idea de la princesa de Papunika era bastante interesante.

       —Tienes razón —dijo Ranma rompiendo el silencio—. Sí nos dedicamos a entrenar, entonces podremos hacerles frente la próxima vez.

       Dai asintió con una enorme sonrisa en el rostro.

       —¡Es verdad! —exclamó con júbilo.

       Cadmio meneó la cabeza negativamente.

       —Necesitarían mucho tiempo —les dijo—. Y desgraciadamente eso es algo con lo que no contamos.

       Ranma y sus amigos bajaron la cabeza con resignación. Mariana suspiró, lo que Cadmio decía tenía algo de verdad, pero no por eso iba a dejar que les bajara los ánimos a los chicos.

       —De todas formas lo haremos —comenzó a decirles—. No todos los aliados de Abbadón son guerreros poderosos. El entrenamiento podría servirles de algo, además si entrenan con la gravedad aumentada se volverán más fuertes.

       Hyunkel dio un paso al frente.

       —De acuerdo. Dai y yo entrenaremos primero.

       Poppu apareció cerca del hombro de Hyunkel.

       —No se olviden de mí. Todavía debo perfeccionar mis hechizos.

       Cadmio miró a Ranma y a los otros en silencio. Finalmente se cruzó de brazos y dijo:

       —De acuerdo, formaremos grupo de entrenamiento y empezarán a practicar con la gravedad aumentada cinco veces —hizo una pausa y se volvió hacia Mariana—. Espero no estar desperdiciando mi tiempo.

       Mariana dejó escapar una leve sonrisa. Realmente Cadmio no es tan malo, pensó.

       —Bien, Ranma —continuó Cadmio—. Tú y tus amigos entrenarán en una sección diferente.

       Ranma asintió.

       —Si, no te arrepentirás —hizo una pausa y se volvió hacia Ryoga esbozando una sonrisa maliciosa—. Bien, P-Chan, esto va a ser muy difícil.

       Ryoga le devolvió la mirada y sonrió.

       —Ya lo creo, Ranma, ya lo creo.

       Planeta Caelum.

       La oscuridad envolvió a Asiont a medida que penetraba en la misteriosa caverna. Al principio le fue imposible divisar el camino a seguir, pero conforme su visión comenzó a acostumbrarse a la oscuridad pudo caminar tranquilamente.

       «Aquí no hay nada —pensó malhumorado—. Sólo rocas, algo de maleza, pero nada más que oscuridad».

       Después de caminar por un largo rato, Asiont comenzó a desesperarse. «¿Dónde estará la salida?», pensó.

       Sin saber a donde dirigirse, se giró hacia unas rocas para sentarse a descansar un momento. De pronto escuchó una voz que resonó en toda la caverna.

       —Al fin llegas, te he estado esperando.

       Rápidamente, Asiont se puso de guardia. Ahí, frente a él, una oscura silueta lo contemplaba tranquilamente protegiendo su identidad gracias a las sombras.

       —¿Quién eres? —le inquirió Asiont con desconfianza—. ¿Acaso un amigo de Aristeo?

       —¿Amigo de Aristeo? —se burló la figura sombría—. Yo no tengo nada que ver con ese viejo cobarde.

       Asiont enarcó una ceja e intento acercarse, pero el desconocido alzó su mano para indicarle que no avanzará más.

       —No te acerques. Desde aquí puedo darme cuenta de que no eres más que un estúpido.

       El rostro del joven esbozó una mirada de sorpresa.

       —¿Qué dijiste? —preguntó a la defensiva—. ¿Acaso me llamaste estúpido?

       La sombra asintió tras soltar una risita despectiva.

       —Así es. Eres un fracasado, fallaste en convertirte en un Celestial —hizo una pausa y dio un paso al frente—. Y fallaste al proteger a Astrea..

       —¡Canalla! ¿Cómo te atreves? —replicó Asiont con irritación.

       La sombra pareció no oírle.

       —Vaya, que valiente. Veamos que puedes hacer —hizo una pausa y se colocó en guardia—. Ahora debes sentir como la ira fluye por tus venas… ¡Ven!

       Asiont no lo pensó un instante más y rápidamente se acercó a su encuentro.

       La sombra no lo hizo esperar demasiado y lanzó un certero puñetazo contra el rostro de Asiont, pero éste lo bloqueo fácilmente con su antebrazo. Demasiado fácil, pensó.

       Justo en ese momento, se dio cuenta de que una sonrisa atravesó el rostro de su enemigo. En un abrir y cerrar de ojos la sombra desapareció de su vista. Asiont miró hacia todos lados en su busca, pero cuando al fin se percató de que estaba detrás de él fue demasiado tarde; su enemigo lo derribó con una potente patada.

       —¡Vamos! —le gritó la sombra—. ¡Pelea, cobarde!

       Enardecido y cegado por la furia, Asiont se levantó para abalanzare sobre su enemigo decidido a vencerlo. Durante unos instantes ambos contrincantes intercambiaron golpes y patadas a una velocidad impresionante. Asiont intentaba tomar la ofensiva y lo cierto era que el desconocido estaba retrocediendo poco a poco. Parecía que el aprendiz de Celestial lo estaba obligando a ceder terreno ante él, pero en realidad era la sombra quien controlaba el combate. Asiont no estaba dispuesto a perder la pelea así que presionó el ataque, lanzando golpes constantemente al tiempo que contrarrestaba todos sus contraataques sin dejar de buscar una abertura en su defensa.

       De pronto ambos adversarios se separaron de un salto y retrocedieron a extremos opuestos.

       «Realmente este sujeto es muy fuerte —pensó Asiont—. Su manera de pelear es muy similar a la mía».

       —¿Qué te ocurre, perdedor? —le gritó la sombra con arrogancia en su voz—. Eres un cobarde. No es de extrañarse que José Zeiva te derrotara tan fácilmente.

       —¿Cómo sabes todo eso? —jadeó Asiont verdaderamente sorprendido—. ¿Acaso Aristeo te envió a espiarme?

       La sombra rió con hilaridad.

       —Veo que no puedes ocultarlo. Estás temblando de miedo.

       «¡Ya estuvo bien!», pensó Asiont, apretando fuertemente los puños.

       —¡Hasta aquí me llegaste! —le espetó furioso.

       Esta vez Asiont se lanzó sobre su adversario con una implacable ofensiva, deseoso de terminar el combate cuanto antes. Atacó con ferocidad y determinación, pero por extraño que pareciera, la sombra conseguía seguir el ritmo que le marcaba.

       Los ataques y contraataques se sucedían a una velocidad impresionante. En cierto momento de la pelea, Asiont advirtió que la sombra perdió el equilibrio y lo golpeó en el rostro con un potente puñetazo arrojándolo al suelo. Asiont saltó hacia arriba para dejarse caer con una patada sobre el rostro de su adversario, pues vio la ocasión de poner fin al combate; pero la sombra se levantó rápidamente esquivando el golpe a tiempo.

       La sombra al fin se había puesto a la defensiva y Asiont no quería darle la ocasión de que retomara la iniciativa. Finalmente el aprendiz de Celestial consiguió romper su defensa; una lluvia de golpes y patadas cayó sobre la sombra que incapaz de defenderse cayó agotadamente a los pies de Asiont.

       —¡Ahora sí, maldito! —le amenazó Asiont, tomándolo de la ropa y luego colocándolo de espalda a la pared con fuerza—. ¿Dime quién eres tú?

       La sombra dejó escapar una leve sonrisa.

       —Mírame bien —le dijo la sombra acercando su rostro a escasos centímetros del aprendiz Ben-Al—. Yo soy… ¡Tú mismo!

       ¡No puede ser!, pensó Asiont, pero era verdad. La cara del misterioso guerrero era la suya. Sin embargo había algo más de fondo; a pesar de la inmensa sorpresa que sentía, Asiont pudo percibir cierto brillo de maldad en los ojos del misterioso guerrero que tenía enfrente.

       —Eso no es cierto, ¿cómo es eso posible?

       —Aunque lo niegues —replicó la sombra—. Soy tú mismo. Todos tus temores y odios reprimidos. Pensaste que eras bueno ¿no?, pero mírame sólo eres pura venganza… .

       —¡Cállate! —le gritó Asiont apretando fuertemente el puño—. Sólo dices tonterías.

       La oscura figura dejó escapar una sonrisa.

       —Si, sabes que es cierto. Deseas convertirte en un Caballero Celestial únicamente porque quieres vengarte de los Khans por la muerte de Astrea.

       Asiont se dispuso a golpear a su reflejo.

       —¿No me escuchaste? ¡Dije que te calles!

       Faltó un centímetro para que el puño de Asiont tocara el rostro de su sombra.

       —No… —titubeó con tristeza mientras retiraba su puño—. Tienes toda la razón. Siento un gran deseo de venganza, pero debo aprender a desterrarlo de mi corazón. Un Caballero Celestial es un guerrero que lucha por justicia, no por venganza —Bajó la mirada y apretó los puños—. Sí Astrea me viera en este momento se avergonzaría de mí…. sin embargo, ya no me queda nada, únicamente el combate.

       —Si, lo sé —repuso la sombra.

       Algunas lágrimas escaparon del rostro de Asiont, pero cuando levantó la mirada la sombra había desaparecido. ¿Acaso todo habrá sido una ilusión?

       Asiont limpió sus ojos y se levantó para continuar el camino. Durante todo el trayecto restante, el joven fue atormentado con voces desconocidas. Era como si sus peores temores se volvieran realidad. Por instantes la idea de salir huyendo cruzó por su mente, pero a pesar de ello el recuerdo de Astrea le dio las fuerzas necesarias para seguir adelante.

       Finalmente, Asiont divisó una luz al final del largo camino, era la salida. Un enorme salón en forma de cúpula rodeado por siete columnas separadas por siete puertas cerradas se abrió ante él.

       —Bienvenido, Asiont —dijo calmosamente la voz de Tyria.

       —¿Tyria? ¿Eres tú? —Asiont aún no podía creer que lo de la cueva había quedado atrás—. Gran Creador… ¿qué fue todo eso?

       Aristeo apareció por un extremo.

       —Tus peores temores ocultos. Todo mundo llega a rehuir la soledad porque a veces nos muestra parte de un rostro que quisiéramos olvidar, el de nuestros temores, miedos y odios reprimidos. Un Celestial debe estar consciente de sus peores temores y más aun de sus odios. La mente debe estar en silencio antes que nada.

       Tyria ofreció a Asiont una copa con agua.

       —Gracias, Tyria —repuso el joven y probó el agua con desesperación.

       Aristeo caminó hasta quedar frente a frente con su discípulo.

       —Ahora, el verdadero entrenamiento está por comenzar. Estas siete columnas representan los siete cielos. Junto a cada columna hay una puerta. Tú comenzarás en el tercer cielo.

       Aristeo se dio la vuelta y se dirigió hacia una de las siete puertas colocadas al lado de los pilares. Cuando el líder de la orden la abrió, Asiont no pudo creer lo que veían sus ojos. Detrás de aquella puerta había un océano de arena que se percibía en todas direcciones bajo un cielo intensamente azul.

       —Es un desierto —murmuró lentamente, contemplando aquel árido mundo ocre con curiosidad. Se volvió hacia Aristeo—. ¿Cómo es esto posible?

       El Maestro lo miró en silencio y al cabo de un instante dijo:

       —El poder de aureus protege este templo y gracia a él es posible viajar hacia cualquier parte de este planeta —hizo una gesto con la mano indicándole que se acercara—. Ven.

       Al pasar por la puerta, Asiont pudo sentir como su cuerpo se hacía más y más pesado. Finalmente llegó un momento en que no pudo seguir adelante y cayó apoyándose en una rodilla.

       —¿Qué sucede? —jadeó Asiont con dificultad—. Mi cuerpo… es como sí estuviera cargando una enorme piedra.

       —Es debido a la gravedad —la voz de Tyria sonó calmada y tranquila—. Aquí la fuerza de gravedad aumenta conforme nos adentramos en el desierto. En este punto la gravedad es unas cien veces la del planeta Tierra.

       Asiont estaba realmente sorprendido, pero su asombro fue mayor cuando de dio cuenta de que tanto Aristeo como Tyria podían moverse como sí nada en ese extraño lugar donde además apenas y se podía respirar ya que el aire estaba enrarecido y hacía un calor extremoso. Levantó la vista como pudo y contempló tres ardientes soles suspendidos en el cielo.

       —Es hora de entrenarte como es debido —declaró Aristeo con voz firme—. Durante los siguientes ciclos lunares te dedicarás enteramente a entrenar tu cuerpo, mente y espíritu.

       Asiont frunció el ceño con incredulidad.

       —Disculpe mi insolencia, Maestro, pero no cuento con tanto tiempo y… .

       —En esta habitación el tiempo transcurre de una manera diferente, Asiont —le interrumpió Aristeo—. Por cada ciclo solar que pasa en este desierto, afuera del templo transcurre solamente un megaciclo. Pero eso no es todo, el tiempo no pasa para quienes nos encontremos aquí dentro.

       —¡Es increíble! —murmuró Asiont, levantándose lentamente—. Pondré todo de mi parte.

       —Bien, es hora de comenzar —dijo Tyria mientras se colocaba junto a Aristeo.

       Asiont respiró hondo. Al fin el momento que había estado esperando durante tanto tiempo había llegado.

       Durante los siguientes seis días, mientras los lideres de la Alianza Estelar buscaban en secreto el apoyo de más gobiernos para aumentar sus fuerzas. Los ejércitos de Abbadón habían consolidado su dominio sobre la mayor parte de la galaxia. Ciertamente, el tiempo para la Alianza Estelar se estaba agotando segundo a segundo.

       El sol se ocultó detrás de la Tierra y Armagedón quedó sumido dentro de la noche.

       N´astarith aguardaba en la imponente sala del trono. Vuelto hacia una enorme ventana que daba al espacio, contemplaba las estrellas y el tenue movimiento de los cazas imperiales que patrullaban el espacio. A sus espaldas se encontraban Tiamat, Mantar, Sepultura y Sombrío

       —Los generadores han sido restaurados, mi señor —dijo Mantar, concluyendo su informe a la ominosa figura del emperador,—. En este momento estamos cargando el Portal Estelar nuevamente. No tardaremos en usar nuevamente el Portal Estelar

       N´astarith guardó silencio, y Mantar temió no haber sido escuchado.

       —Es extraño que no hayamos tenido noticias de la Alianza. Seguramente están tramando algo —hizo una pausa y se volvió hacia Tiamat y los otros—. Es hora de que te encargues personalmente de la misión, Tiamat.

       —Si, mi señor —gruñó el Khan del Dragón, y sus ojos rojos destellaron.

       —Y ten paciencia —añadió N´astarith—. Irás en compañía de Sepultura y Kali en la siguiente expedición. Sí.

       Continuará… .

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