Crisis 18

CRISIS UNIVERSAL

por Acuario Káiser

CAPÍTULO XVIII

«PUNTO CERO»
1º PARTE

       Universo-19812002
       Planeta Lambda (Palacio real)

       A ella no la entusiasmaban los majestuosos vestidos que señalaban el rango que se le había concedido incluso antes de nacer. Tampoco su fausto peinado, ni las hermosas joyas que adornaban su preciosa corona o las aclamaciones de sus miles de súbditos durante los días de fiesta. Ese era el modo de pensar de la reina Miharu de Lambda y ni la década que llevaba gobernando la nueva Alianza o los innumerables consejos de su Gran Visir, le habían hecho cambiar de parecer. Miharu tenía todo el aspecto de una gran reina. Era hermosa, llevaba una gran diadema hecha de oro y una ondeante y elegante túnica bordada.

       Había guardias, ayudantes y consejeros por todas partes, lo cual le confirmaba que uno de los efectos colaterales de ser reina, y nada agradable, era precisamente nunca poder estar sola. Pero su vida no siempre había sido de ese modo tan llena de lujos y cuestiones políticas. Años atrás, ella había vivido tranquilamente en un lejano planeta llamado Tierra, y su mayor preocupación era cuidar de varios gatos callejeros que solían vivir en una vieja casa abandonada. Pero su vida dio un vuelco inesperado el día en que se topó con un singular gato que llevaba un símbolo en forma de «n» en la frente. Aquel felino no sólo lucía diferente, sino que realmente era diferente ya que podía razonar, hablar y también poseía asombrosos poderes psíquicos, como la capacidad de proyectar sus pensamientos y recuerdos. Miharu pensó que había enloquecido cuando escuchó al gato hablar, pero en realidad no estaba loca.

       Ese gato era en realidad una criatura extraterrestre llamada Eta, que había estado buscándola con ayuda de cinco jóvenes guerreros y las Sailor Senshi para revelarle su verdadero destino. Miharu era la reencarnación de la princesa de otro planeta llamado Lambda, un mundo alejado de la Tierra del que nadie conocía su existencia y al que debía volver para reconstruirlo y llevarlo a una nueva era de paz y prosperidad. Pero aunque Miharu aceptó su misión, la vida que llevaba en Lambda le hacía sentirse un tanto fuera de lugar y no era que echara de menos la Tierra, sino más bien la sencillez con la que había vivido por tanto tiempo en ese lugar.

       Cuando Warrior Australis arribó a la sala del trono con los guardias y sus prisioneros, hizo una genuflexión y bajó la cabeza en forma ceremonial. El Gran Visir de Lambda se fue aproximando sigilosamente al trono, contemplando al grupo de forasteros que Australis había traído consigo. El Gran Visir, un hombre alto y larguirucho, lucía una barbilla que terminaba en una afilada punta de la que brotaba una oscura barba.

       Casiopea observó aquel esplendoroso trono, finamente labrado en oro macizo y adornado con gemas preciosas, que se alzaba sobre una plataforma situada al final de un tramo de escalones adornados con brillantes. Encima de todos colgaba un candelabro que también parecía estar hecho de oro. Las paredes, el piso y el techo eran de roca blanca, tan pulida que emitían el reflejo fantasmagórico de las imágenes de cada persona en la sala del trono. Los consejeros y los ayudantes comenzaron a hablar entre ellos, sin apartar la mirada de los inesperados visitantes que estaban presentes rodeados por los guardias.

       —Majestad —dijo Warrior Australis—. He detenido a estos forasteros que entraron sin permiso en las instalaciones de nuestra Torre Punto Cero. La razón de traerlos ante su presencia es porque ellos aseguran que nuestro mundo se haya en un grave peligro… .

       —Warrior Australis —la interrumpió de pronto el Gran Visir, mientras se acercaba todavía más al trono de Miharu—. ¿Por qué molestas a nuestra excelentísima soberana con asuntos tan triviales? Sabes bien que todos los intrusos y demás infractores deben ser remitidos con el Magistrado correspondiente. Es lo que marcan las leyes de Lambda.

       —No, está bien —dijo Miharu, alzando una mano—. Confío plenamente en Warrior Australis desde hace mucho tiempo y si ella decidió traer a estos forasteros, debe ser por una buena razón. Quítenles los grilletes hasta no haber averiguado la razón de su presencia.

       Los guardias comenzaron a cumplir la orden y Casiopea decidió que, tal vez, aquel era un buen momento para intervenir.

       —Es correcto, majestad, estamos aquí por un asunto importante —dijo, dando un rápido paso al frente, pero los soldados cruzaron sus alabardas inmediatamente para impedirle avanzar más. La Celestial volvió la mirada por encima del hombro un instante y notó que sus compañeros se veían bastante incómodos con la precaria situación en la que se hallaban.

       —Hablarán únicamente cuando nuestra reina se los permita —profirió el Gran Visir de una forma que, desde luego, no daba pie a replicas—. Ustedes irrumpen sin permiso en nuestros dominios, quebrantaron las leyes con las que vivimos y encima se comportan de forma descortés ante nuestra reina. He de pedirles que guarden silencio mientras Warrior Australis nos cuenta todo.

       —Por supuesto —repuso Casiopea, tratando de poner buena cara.

       Warrior Australis comenzó por exponer que ella y sus guardias estaban patrullando los alrededores de las instalaciones cercanas a la Torre Punto Cero, después relató que había encontrado a los forasteros en el interior y concluyó contándoles cómo estos les habían contado acerca de un terrible peligro que amenazaba al planeta Lambda y a sus vecinos. La reina Miharu escuchó pacientemente y en silencio hasta que Warrior Australis hubo terminado de hablar.

       El Gran Visir sacudió la cabeza.

       —Mentiras y embustes —dijo a medida que descendía por las escaleras—. Estos forasteros no son bienvenidos en Lambda. Parafraseando a los grandes sabios de nuestro pasado, los llamaré «Artífices del miedo», porque sólo han venido a sembrar la desconfianza y el terror en los mundos de nuestra Alianza.

       —¡Oye, trágate tu sabiduría! —replicó Ankiseth, conteniéndose para no saltar sobre el Visir y ahorcarlo con su propia barba—. Nosotros no vinimos a este lugar con malas intenciones como quieres hacerlo ver. Estamos aquí porque… .

       Warrior Australis se volvió rápidamente hacia Ankiseth, casi tocándole la cara con una daga, mientras le decía:

       —La reina no les ha concedido permiso de hablar todavía.

       El Caballero Dorado del Escorpión apartó el arma de un manotazo y comenzó a forcejear con los guardias hasta que Casiopea lo sujetó de un brazo y le aconsejó en voz baja:

       —Tranquilízate, por favor. Hay una forma de arreglar esto.

       —Sí, dándole una paliza a estos tipos —susurró el Caballero Dorado.

       —No estamos aquí para buscar problemas, guapo —le indicó Casiopea en un tono conciliador—. Sí comenzamos una pelea, nunca nos ganaremos su confianza y eso dificultará nuestra misión.

       Ankiseth cedió de mala gana y retrocedió lentamente, observando al Gran Visir y a los guardias con actitud desafiante, dando a entender que se oponía a recibir ese trato que consideraba injusto.

       El Gran Visir decidió retomar la palabra.

       —¿De dónde han venido realmente? Estaban tratando de sabotear nuestro suministro de energía, ¿no es cierto? Sabemos que La Alianza de Lambda ha despertado la envidia y los celos de algunos antiguos partidarios del conquistador Kohr que aún permanecen en nuestro mundo. ¿Qué relación guardan con ellos?

       Zafet dio un paso al frente antes de que el Visir pudiera formular otra acusación.

       —Me parece que todo esto es un gran malentendido —dijo, alzando levemente la mano mientras giraba la muñeca en una discreta invocación del poder mental de los Guardianes—. Nos permitirán hablar y nos tratarán de ahora en adelante sin amenazas y en condiciones de igualdad.

       —Tus habilidades psíquicas no me afectan, muchacho —sonrió, inexorable, el Visir—. Debiste creer que éramos unos estúpidos a los que podrías manipular fácilmente usando un poco de telepatía, pero has cometido un error. Los habitantes de Lambda sabemos comunicarnos entre nosotros usando la mente desde hace mucho tiempo.

       Zafet entrecerró los ojos.

       —No tienes derecho a tratarnos como si fuéramos criminales.

       Los guardias erigieron sus alabardas, apuntando al cuello del Guardián de Plata.

       —Tengo todo el derecho de hacerlo —aseguró el Gran Visir—. Entraron sin autorización en una zona restringida con propósitos no aclarados, y eso es un crimen según las leyes de Lambda.

       —Miserable mentiroso —masculló Ankiseth, cerrando un puño con fuerza y frunciendo el ceño de tal forma que Casiopea se vio en la necesidad de hacerlo retroceder—. Tal vez deberíamos olvidarnos las cortesías y enseñarle algunas cosas a este sujeto y sus matones.

       —Gran Visir —lo llamó la reina Miharu—. Sí no le molesta, ahora quisiera escuchar la versión de estos forasteros. Ya hemos oído a Warrior Australis y deseo saber qué razones darán para entrar en la Torre Punto Cero.

       El Visir se volvió orgullosamente hacia la reina para hacer una reverencia.

       —Majestad, casi puedo asegurarle que se trata de un ardid fraguado por nuestros enemigos, pero sí tanto le interesa, entonces debo sugerirle que me permita interrogar personalmente a estos delincuentes. No es necesario que usted se rebaje tratando con gentuza como esta.

       —¿Gentuza? —rugió Alfa. Estaba harta de tener que soportar a ese pomposo e insufrible Visir—. ¿Cómo se atreven a insultarnos? Ahora mismo le voy a dar unas lección, viejo idiota.

       La Golden Warrior se movió amenazadoramente hacia los guardias con la firme intención de hacerlos a un lado para llegar hasta el Visir. Cuando comenzó a forcejear con los soldados que le impedían pasar, uno de estos la sujetó del cuello por detrás y le obligó a ponerse de rodillas. Warrior Australis extrajo nuevamente su daga del cinturón y la apuntó contra la cara de Alfa.

       —Les he dicho que no pueden hablar hasta que la reina lo autorice —dijo Australis para satisfacción del Visir—. Una sola palabra más, niña, y tendré que mandarte a los calabozos.

       Maurus, el autodenominado Señor de la Muerte, contempló la escena en silencio, y sin mover un dedo para intervenir. A pesar de que provenía del mismo mundo que Alfa, lo cierto era que no sentía interés por lo que sucediera con aquella pobre Golden Warrior. Por el momento estaba más concentrado en las energías que rodeaban el cuerpo del Visir, las cuales no lograba identificar a pesar de los amplios conocimientos que poseía sobre misticismo y hechicería. ¿Magia? ¿Chi? ¿Una mezcla de ambos tal vez?

       —Warrior Australis, por favor, no lo hagas —Casiopea se dio cuenta que la situación estaba llegando demasiado lejos y decidió intervenir—. Esto no es necesario en verdad. Les ruego que disculpen a mis compañeros, pero les aseguro que atravesamos por momentos difíciles.

       Casiopea miró a Australis con toda la sinceridad que podía expresar. La Warrior parecía dudosa, pero el rostro del Visir permaneció inescrutable, como si nada que pudieran hacer o decir fuera lo suficientemente convincente para persuadirlo de abandonar su intransigencia. Se palpaba una gran tensión en el ambiente y Miharu parecía darse cuenta porque su expresión se turbó.

       —Majestad —dijo Zafet—. Usted parece ser una persona bondadosa y justa. Alguien así debe obrar basada en la justicia y ya que escuchó el argumento de una de sus guerreras de élite, sería correcto que conociera lo que digamos de primera mano.

       —Insensato —espetó el Visir—. Majestad, yo puedo inspeccionar los pensamientos y recuerdos de todos estas personas. Le aseguro que si intentan esconderme algún secreto lo tomaré a la fuerza, incluso sí es necesario causarles algún tipo de daño.

       —Creo que deberíamos dejarlos explicar sus razones —dijo Warrior Australis, sorprendiendo malamente al Visir—. Después de todo no es justo castigar a una persona sin antes darle una oportunidad para defenderse.

       Dio un paso atrás, y apartó la daga del rostro de Alfa. Los guardias volvieron la mirada hacia su reina, quien asintió con la cabeza mostrando su acuerdo, y enseguida retiraron sus alabardas para que Casiopea pudiera pasar. La Celestial caminó hasta situarse a un metro de las escaleras que conducían al trono e inclinó ligeramente la cabeza para expresar su respeto.

       —Alteza, permítame presentarme, por favor —empezó a decir—. Soy Casiopea, hija del rey Eolo y la reina Flos del planeta Francus, y una Caballero Celestial. Hemos venido a su planeta debido a una crisis que amenaza con destruirnos a todos.

       —¿Una crisis? —murmuró Miharu, desconcertada—. ¿En que parte de la galaxia se encuentra el planeta Francus? Jamás he oído hablar de ese mundo, pero es posible que nuestros Maestros de la Ciencia lo conozcan.

       —En realidad es imposible que alguien de ustedes sepa algo sobre mi planeta natal, alteza, ya que éste se halla ubicado en una realidad paralela. También debo decirles que ninguno de nosotros pertenece a este universo.

       —¿Cómo dices? —inquirió Miharu—. Lo lamento, pero no entiendo nada.

       —Este universo, como el mío, es el resultado de una posibilidad —explicó Casiopea mientras la reina la escuchaba con atención—. Tomemos de ejemplo una simple moneda; sí la arrojamos al aire, el resultado puede ser una de sus dos caras. Sí el lado es sello, significa que la posibilidad de que sea cruz ha sido eliminada. Pero hasta ese instante las posibilidades eran exactamente las mismas. Sin embargo, en otro mundo, el resultado podría haber sido que la moneda cayera mostrando la cara que exhibe la cruz. Cuando ocurre tal cosa, los mundos se van diferenciando unos de otros. El ejemplo de la moneda sirve para hacerlo más claro, alteza, pero en realidad, las posibilidades ocurren a nivel de las partículas elementales, aunque de la misma forma. Esta es la explicación para la existencia de una red de innumerables universos paralelos.

       —Me parece haber oído antes esas ideas —comentó Warrior Australis en tono pensativo—. Algunos Maestros de la Ciencia han especulado durante mucho tiempo sobre la existencia de un Multiverso, pero la mayoría lo ha considerado siempre una teoría científica.

       —No es una teoría nada más —le aseguró Casiopea—. El Multiverso es bastante real y nosotros somos la prueba de estas realidades paralelas. Cada universo se halla separado de los otros por momentos vibracionales en el tiempo y eso permite que todos coexistan al mismo espacio.

       El Visir levantó su mano y acarició su barba mientras fruncía el ceño.

       —Sólo han dicho locuras hasta el momento. Sí nos basamos en lo que ustedes están diciendo, entonces deberíamos creer que puede haber otro planeta Lambda en alguna realidad alternativa, ¿cierto?

       —Es una posibilidad —aceptó Casiopea—. Pero hemos venido porque… .

       —Creo que ustedes son espías —le interrumpió el Visir—. Sólo existe un universo y sólo existe un planeta Lambda. No vamos a tomar por cierto algo que ni siquiera nuestros Maestros de la Ciencia han aceptado. Cualquiera puede venir ante nuestra reina y afirmar que un visitante de una realidad alternativa o del futuro.

       —Nosotros no mentimos —declaró Ryu con vehemencia—. En realidad venimos de otros universos diferentes a este. Sé que es difícil de creer, pero deben hacerlo.

       —Prueben entonces la existencia de ese Multiverso —los retó el Visir—. Claro, existe una manera simple de comprobar si están diciendo la verdad y ésta es que me dejen hurgar en sus mentes para conocer sus recuerdos y sus sensaciones. Les advierto que si tratan de ocultarme algo, lo que sea, lo tomaré violentamente incluso si eso les ocasiona locura.

       —¿Qué cosa? —preguntó Casiopea, horrorizada.

       —¿Crees que por el simple hecho de bloquear mi telepatía también podrás volvernos locos? —replicó Zafet sonriendo fríamente—. Podemos proyectar un círculo mental colectivo e incluso dejar que la reina Miharu vea con sus propios ojos a través de nuestros recuerdos.

       —¿Y que nuestra reina vea únicamente lo que ustedes desean? —El Visir negó con la cabeza—. No, mientras no hayan aceptado que lea sus mentes nada de lo que digan tiene valor. Lo haremos a mi modo y no se diga más.

       —Nunca te dije que nos negaríamos —rebatió Zafet de inmediato—. Tú serías parte del círculo mental. ¿Qué mejor modo de comprobarlo que a través de un círculo mental que permita proyectar todos nuestros recuerdos? ¿Y qué mejor modo de garantizarlo que contigo siendo parte de él?

       El Visir esbozó una sonrisa burlona.

       —Como si no pudieran haberse puesto de acuerdo para sostener una mentira entre todos juntos, ¿verdad? Cada uno se someterá a la prueba de manera individual y así veré sí existen o no contradicciones. Ahora, retiren las defensas de sus mentes y prepárense para la prueba.

       —Típico de los burócratas que siempre buscan retrasar a todos de algo urgente, y más cuando su universo y sus vidas están en peligro —murmuró Zafet—. De acuerdo, ambos proyectaremos nuestros recuerdos ante la reina. ¿Le parece justo de esa manera o prefiere seguir con esa actitud intransigente?

       —No —contestó el Visir con tono testarudo—. La reina no necesita ver lo que hay dentro de mi mente porque yo soy una persona de su entera confianza. Sí dicen la verdad no tienes nada de que preocuparte de que revise tu mente.

       Su tono decía claramente: «Harán lo que yo ordeno o se acabo»

       —Aunque si usted es una persona de la entera confianza de su alteza, nada debería impedirle abrir su mente de la misma forma que nos lo pide —dijo Zafet—. Hay un refrán terrestre que dice «quien nada debe, nada teme». Quizá debiera aplicarse al caso.

       El Visir comenzó a acercarse al Guardián.

       —»Y Agnuz el sabio le dijo a las naciones de los mundos bajos: No busquéis maldad entre vuestros vecinos, no sea que ésta arraigue en vuestra propia casa». El Libro de las Estrellas, pasaje 12.

       Cort, harto de aquella discusión, apartó fácilmente a Alfa y avanzó.

       —Creo que ya hemos desperdiciado mucho tiempo hablando —murmuró el saiya-jin, pasando a un costado de Zafet y deteniéndose justo delante del Gran Visir, quien lo miró con desdén—. Sí quieres leer una mente, puedes comenzar con la mía. Estoy preparado para tu prueba.

       —¿Te has vuelto loco, Cort? —le preguntó Ankiseth—. ¿Vas a permitir que te lean la mente así nada más? Piensa un poco, hombre.

       El guerrero saiya-jin volvió la mirada por encima del hombro.

       —Así como cualquiera de ustedes, yo tampoco quisiera tener a este sujeto tan desagradable dentro de mi mente —hizo una pausa, encaró de nuevo al Gran Visir y después inclinó la cabeza lentamente—. Pero sí está es la única forma para que nos crean, entonces debe hacerse.

       —Bien, no te muevas —le indicó el Visir—. Esto no te dolerá… demasiado.

       Aquellas habitaciones eran una reproducción casi exacta de las que mantenía en su torre tenebrosa en Dominia, tanto en el interior como en el exterior. El aspecto de aquella oscura edificación era lúgubre y sobrecogedor por donde se mirara; incluso se habían colocado unas gárgolas horrendas hechas de piedra para adornar las puertas de los accesos. Sin embargo, a pesar de todo eso, el nigromante no se sentía muy cómodo con la idea de permanecer en un mundo que le resultaba tan extraño como desconcertante. De haberle dado a elegir, probablemente hubiera elegido quedarse en Dominia, pero para infortunio de Arlakk todas las decisiones de Lord Kyristan jamás tomaban en cuenta el sentir de los Amos del Mañana.

       Se sentía fatigado y apoyó ambas manos sobre una mesa, intentando relajarse al tiempo que ordenaba sus ideas. Todavía le ardía la piel a consecuencia del terrible castigo que Lord Kyristan le había impuesto, pero sabía que el dolor y el cansancio tarde o temprano se irían. Ahora lo que tenía que hacer era descansar para más tarde elaborar un plan que le permitiera redimirse ante los ojos de su amo. Se quitó el sombrero y luego procedió a sentarse en su trono.

       El interior de la habitación estaba lleno de pergaminos, libros y pociones que despedían humo y burbujeaban continuamente produciendo espuma. La mayoría de todos esos objetos estaban acomodados en repisas, pero también los había esparcidos por el suelo de una forma que a simple vista parecía desordenada.

       —Maestro, ¿se siente cansado? —preguntó una voz femenina, profunda y lejana que surgía de algún punto en la oscuridad—. ¿Qué le ha pasado? ¿Le ocurrió algo malo durante la última misión?

       Arlakk se recostó pesadamente en su sillón y cerró los ojos.

       —Las cosas no han marchado del todo bien, Delif. Cometí un descuido y nuestro amo se encargó de recodarme lo doloroso que pueden resultar algunos errores.

       —¿Acaso nuestros planes se han visto comprometidos?

       —Por fortuna no es el caso, Delif. Sí eso hubiese pasado no quiero imaginar lo que nuestro amo me hubiera hecho. Lo único bueno fue que Eron no se hallaba presente para burlarse como acostumbra hacerlo.

       —Maestro, tenemos visitas —alertó Delif cuando tres siluetas femeninas aparecieron inesperadamente por el umbral de la puerta. Delif esperaba, como cada día, que Arlakk le concediera permiso de golpear a Sue y su hermana, Mary. Las dos eran verdaderamente insoportables—. ¿Desea que me deshaga de estas insolentes?

       Arlakk contempló con el rabillo del ojo a las Hermanas Nightmare y a la delgada chica rubia que las acompañaba de cerca. Sin decir una palabra, el nigromante dio un respingo quejoso y enseguida se llevó una mano al rostro inmediatamente, como sí la presencia de aquellas mujeres le ocasionara algún tipo de malestar.

       —Calma tus tendencias asesinos, querida Delif —la calmó Mary Nightmare, mientras avanzaba hacia el trono de Arlakk, contoneándose—. Sólo hemos venido a conversar con nuestro nigromante favorito.

       —Les advierto que no es un buen momento para sus tonterías —dijo Arlakk en tono cansino, desviando la mirada para ocultar su frustración—. No me interesa lo que vengan a decirme, así que mejor váyanse de aquí y déjenme solo.

       Mary soltó una risita y comenzó a sentarse de forma seductora sobre uno de los brazos del trono, esbozando un rostro risueño que no consiguió alterar la fría expresión que sostenía el Amo del Mañana. La chica rubia, por su parte, comenzó a inspeccionar uno por uno los distintos objetos que había en la habitación, mientras que Sue se cruzaba de brazos y apoyaba su espalda contra una columna.

       —Oh, querido Arlakk, tu palabras nos hieren —repuso Mary, haciendo pucheros como si fuese una niña pequeña—. Aunque seamos malas, también tenemos nuestro corazón. ¿No te das cuenta que vinimos a verte porque nos preocupa lo que Lord Kyristan te hizo?

       —Sí, por supuesto —se mofó el hechicero—. Sí van a mentir al menos usen otra excusa que sea más creíble, pequeñas arpías. —Extendió una mano hacia la joven rubia que había comenzado a tomar algunos frascos de la mesa—. ¡Hey, tú! ¡No toques mis dientes de dragón!

       Ella alzó un frasco y lo contempló haciendo un mohín. Contenía unos cuantos colmillos largos y afilados. La rubia se encogió de hombros y devolvió el frasco a su sitio para luego caminar hacia otra parte de la habitación.

       —Muy bien, dejemos a un lado las formalidades —murmuró Sue, inclinándose hacia delante y dejando caer los brazos a los costados—. En realidad estamos aquí para saber sí tú o tus amigos conocen a la persona con la que nuestro amo y tu señor Kyristan se reúnen ocasionalmente a puerta cerrada.

       Por unos instantes, el nigromante no respondió. No pasaba un día sin que se preguntara eso justamente. ¿Quién era la otra persona con la que Lord Kyristan y el Destructor del Multiverso hablaban de vez en cuando? Incluso había investigado un poco junto al resto de los Amos del Mañana y todos habían llegado a la conclusión de que se trataba de algún individuo perteneciente a otra realidad, pero lo que sí le pareció extraño fue que ni las Hermanas Nightmare o aquella rubia supieran quién era. ¿Se trataría de un ser tan poderoso como Kyristan?

       —Creí que ustedes lo sabrían, pero parece que mi suposición fue incorrecta.

       —Antes de venir contigo lo hablamos con ese inútil de Breakout, pero él tampoco sabe de quien podría tratarse —explicó Sue Nightmare—. Creímos que tal vez Saajar pudiera saber algo al respecto, aunque a juzgar por lo que Shetani nos contó hace poco, tal parece que no es así.

       —Y entonces pensamos en ti, querido Arlakk —añadió Mary en tono juguetón.

       —Tú eres alguien bastante curioso —dijo Sue secamente—. Pensamos que podrías compartir un poco de información a cambio de algo. El amo sigue ocultándonos algunas cosas y eso despierta la curiosidad en todas nosotras.

       —Mi maestro no tiene por que ayudarlas —murmuró Delif desde la oscuridad—. Lo mejor que pueden hacer es marcharse y no venir a molestarnos nunca más.

       Mary llevó su sonriente rostro hacia las sombras de donde surgía la voz.

       —Cariño, nosotras si te queremos más de lo que piensas.

       Delif comenzó a andar, pero Arlakk, con una mirada, le contuvo antes de que atacara a las Hermanas Nightmare y comenzara una pelea.

       —Desafortunadamente, me encuentro en las mismas condiciones de ignorancia que ustedes y ninguno de los Amos del Mañana podría aclarar sus dudas porque nosotros no conocemos a esa persona. Yo habría jurado que ustedes estaban mejor informadas que los Amos del Mañana.

       La chica rubia tomó un frasco que contenía una pócima de color rosado.

       —Quienquiera que sea debió llegar incluso antes que Zuskaiden porque nadie lo ha visto fuera de Lord Kirystan y nuestro amo —comentó ella con aire casual, contemplando el frasco—. Tal parece que su Chi no es demasiado fuerte o alguno de nosotros ya lo habría sentido.

       —¿Y Lord Kyristan no les ha mencionado algo de esa persona? —indagó Sue.

       Arlakk se acarició el mentón al tiempo que pensaba.

       —Recuerdo que en una ocasión mencionó algo sobre un individuo que venia de otra realidad y que sería de mucha ayuda, pero no entró demasiado en detalles. Pienso que debe ser como uno de ustedes.

       —No, no es como nosotros —sentenció Sue Nightmare—. El amo jamás nos daría el mismo trato que le concede a ese sujeto. Según nos contó Breakout antes de irse, los drones Beta están terminando de fabricar una armadura que posee ciertas especificaciones que nos han hecho pensar que será para ese individuo.

       —Yo tengo la idea de que tal vez no sea un «él», sino un «ella» —opinó Mary, pero la rubia la observó con los ojos entornados, como si estuviese a punto de soltarle una fresca por insistir en una idea tan idiota—. ¿Qué dije? A lo mejor es una chica… .

       —Así que una armadura —murmuró Arlakk, uniendo las puntas de sus yemas e ignorando por completo a la hechicera Mary—. ¿Y qué tiene eso de especial? Sí no mal recuerdo, se han fabricado varias armaduras computarizadas de ataque para varios de ustedes. Los discípulos de Shetani usan corazas diseñadas especialmente para cada uno de ellos.

       Sue frunció el ceño.

       —Parece que sabes menos de lo que suponíamos. El amo solicitó que la armadura se forjara en adamantium puro y es por eso que su fabricación todavía no ha finalizado a pesar de que ya llevan tiempo trabajando en ella. Los drones Beta reportan que apenas están terminándola.

       —¿Adamantium puro? —musitó Arlakk, dubitativo. «El adamantium es el metal más poderoso que existe porque es virtualmente indestructible», pensó. «¿Por qué habrán decidido crear una armadura con ese metal precisamente? Estas arpías tienen algo de razón en sospechar. Ni siquiera ese lunático de Zuskaiden porta una armadura de adamantium puro».

       Sue se percató enseguida de que Arlakk realmente no sabía mucho respecto al misterio del extraño desconocido. Tenía pensando tentarlo con alguno de los miles de objetos mágicos que habían hurtado a lo largo de sus aventuras por el Multiverso, pero no tenía ningún sentido hacerlo sí no iban a recibir nada de información a cambio. La hechicera consideró que pese a todo, sus palabras habían despertado un creciente interés del nigromante por saber más y eso, tal vez, podía serles útil en lo futuro.

       —¿Qué otra cosa saben? —inquirió el nigromante.

       —Bueno —dijo Mary, pero Sue alzó su mano para indicarle que no hablara más.

       —¿Qué ganaríamos con decirte lo que sabemos? —preguntó la rubia tras esbozar una sonrisa vacua. Miró al nigromante y añadió—: Sí la situación fuese al revés, de seguro ya estarías exigiendo alguna chuchería mágica para decirnos algo.

       —No molesten a mi Maestro —intervino Delif, recelosa.

       Antes de que el nigromante pudiera decir otra cosa, se oyó un débil pitido desde uno de los compartimientos en el cinturón de la joven de cabello dorado. Ésta sacó el comunicador y lo activó mientras los demás observaban en silencio. Un holograma de una silueta femenina apareció. Era un mujer translucida por cuyo cuerpo corría una serie de datos alfanuméricos que iban de arriba hacia abajo y viceversa.

       —Es tu turno de actuar, Carla Star —dijo la holoimagen—. El amo desea que sirvas de apoyo en el planeta Lambda junto con Laya, pero la operación estará en manos de nuestro agente presente en ese universo. Transmitiré la información que necesitas desde mi banco de datos.

       —De acuerdo —asintió la chica rubia—. Iré ahora mismo.

       Universo-19812002
       Planeta Lambda (Palacio real)

       La sorpresa y el dolor sacudieron la cabeza de Cort, mientras una mirada se abría pasó dentro de lo más profundo de su mente. Puso los ojos en blanco y, en una reacción casi automática, empezó a levantar barreras en torno a sus recuerdos más íntimos. La habilidad del Visir era realmente poderosa.

       —¡No te resistas! —exclamó el Visir—. ¡He de verlo todo!

       Cort dudó, apretando los dientes y se exigió dejar al descubierto la totalidad de sus recuerdos y pensamientos ante la mirada del Visir, quien destilaba desagrado a más no poder y comenzó a explorar más y más dentro de los sentimientos del saiya-jin. Era algo en verdad insoportable.

       —¡Maldición! —gritó Cort mientras comenzaba a sacudirse como una bestia atrapada en una jaula. La mente del Visir se abría camino por la psique de Cort como si estuvieran abriéndole la cabeza con la punta de una afilada espada. En cuestión de segundos, tanto Cort como el Visir visualizaron los rostros de Sett, Son Gokuh, Ezined, Son Gohan, Lorna y Yakumo. Las oleadas de dolor se intensificaban cruelmente una detrás de la otra. Era tanta la presión que provocó la caída del saiya-jin hacia atrás, al tiempo que se tomaba la cabeza, gritando con todas sus fuerzas. El Visir aprendió la historia de la vida de Cort, de cómo éste había conocido a Yakumo y que había tenido una hija con ella. Pero dejó todo ese lado cuando halló el recuerdo que contenía el encuentro con Calíope y, al fin, pudo contemplar la Gran Biblioteca de Celestia con lujo de detalles.

       La codicia brilló en los ojos del Visir y la maldad se asomó en una sonrisa.

       —¡Déjalo ya! —exclamó Casiopea.

       —Es suficiente, Visir —ordenó la reina Miharu—Libérelo, por favor.

       —Pero, majestad, no he terminado —objetó el Visir, pero la fría mirada de Miharu le convenció de interrumpir el sondeo mental—. Pero si usted insiste.

       Cort sufrió una última convulsión, se tambaleó y finalmente decayó completamente sin sentido. Los brazos de Ryu lo sujetaron de los hombros en el último instante y lo acomodaron sobre el suelo con cuidado. Cort oía las voces como si vinieran de algún lugar alejado, pero su cuerpo no le obedecía.

       —Se ha extralimitado, Visir —alegó Warrior Australis—. Poco ha faltado para matarlo y lo sabe. No tenía que hacerlo sufrir tanto.

       —Pero vive, ¿o no, Australis? —replicó el Visir, encogiéndose de hombros como sí no le importara en lo más mínimo lo que sucediera con el saiya-jin—. No debió resistirse tanto a mi sondeo mental.

       —¿Qué fue lo que descubrió, Visir? —le preguntó la reina.

       —Sí, díselos —dijo Ankiseth en tono triunfal—. Dile que venimos con el objetivo de salvar este y otros muchos universos de la destrucción que se avecina.

       Se produjo un tenso silencio que se apoderó del ambiente.

       —No —acabó diciendo el Visir—. No encontré nada que indique la existencia de un Multiverso o de un peligro que amenace a Lambda. No sé de dónde han venido, pero es obvio que nos han estado engañando y lo más probable es que sean partidarios de nuestros enemigos.

       —¿Qué has dicho? —exclamó Casiopea con incredulidad, casi enmudecida por la sorpresa mientras fingía no ver la expresión iracunda en los rostros de Ankiseth y sus demás compañeros—. Tiene que haber una equivocación en todo esto.

       A continuación el Visir se volvió hacia sus guardias y les hizo una seña.

       —¡Llévense a estos miserables al calabozo!

       Pero eso no iba a ser tan fácil. Al tiempo que los soldados levantaban sus alabardas, Ankiseth conjuró la fuerza de su poderoso Cosmos y un aura de luz intensa rodeó al Caballero Dorado del Escorpión. En forma simultánea, Ryu, Zafet y Alfa se colocaron en guardia. Casiopea vaciló por un segundo, pero inmediatamente después supo lo que tenía que hacer; levantó las manos para defenderse en un claro gesto de apoyo a sus compañeros.

       —¿Acaso pretenden resistirse?  —inquirió el Visir—. Sólo están empeorando su situación.

       —Por supuesto que vamos a resistirnos —respondió Ankiseth con una sonrisa—. Tú estás mintiendo. No sé qué intenciones traes entre manos, pero si hurgaste dentro de la mente de Cort, entonces sabes que realmente venimos de otros universos con una misión específica.

       El Visir lo miró con desprecio.

       —No sé de lo que estás hablando.

       —Al contrario, yo pienso que lo sabes, feo —replicó Casiopea, desafiante—. No tenemos intención de luchar contra ustedes, pero nos defenderemos sí pretendes acusarnos de algo que no hemos hecho —La Celestial hizo una pausa y dirigió su mirada hacia la reina Miharu—. Majestad, le aseguro que su Visir miente.

       Miharu se alzó de su trono.

       —¿Y por qué habría de hacerlo? Nunca los habíamos visto en Lambda y el Gran Visir ha estado a mi lado por muchos años. ¿Por qué debería creerles a ustedes y dudar de una persona que ha contribuido en la reconstrucción de La Alianza de Lambda?

       —Majestad, si me permite el atrevimiento, creo que deberíamos analizar este caso con mayor cuidado.

       Todo mundo se giró hacia Warrior Australis, de modo que siguió hablando.

       —Desde que los aprese en las instalaciones de la Torre Punto Cero, he estado percibiendo sus auras y no he detectado indicios de maldad en ninguno de ellos.  —El Visir le lanzó una mirada asesina, pero Australis no le hizo caso—. En el pasado, yo y los otros Warrior hemos lidiado con los aliados de Kohr, las Sombras y los Dark Soldiers y todos estos han despedido energías negativas. Es por eso que le pido que analicemos este caso con prudencia.

       —Admito que tu percepción es buena, Australis —dijo el Visir forzando una sonrisa—. Pero todo esto podría ser un truco fraguado por los partidarios de Kohr. Es por eso que prefiero enviarlos al calabozo lo antes posible. Yo me ocuparé de hacer la investigación a fondo y le aseguro que llegaremos a la verdad.

       Warrior Australis se volvió para mirar al Visir.

       —Sí no le molesta, quiero hacerme cargo de esto personalmente. Son mis prisioneros y yo me ocuparé de la investigación correspondiente. Aceptaré su declaración de que no son sujetos de fiar, Visir, pero yo misma haré mis pruebas mentales con ellos. Usted tiene asuntos más importantes en que ocuparse para desperdiciar el tiempo en unos cuantos prisioneros.

       La mueca burlona del Visir desapareció. Estaba indignado de que Warrior Australis quisiera tomar el asunto en sus propias manos cuando él había declarado que el caso estaba finalizado. No podía permitir que aquella molesta Warrior analizará la mente de los prisioneros o terminaría averiguando la verdad. Tenía que usar su autoridad superior para imponerse. Era el momento de colocar a esa presuntuosa Australis en su lugar y mostrarle quien mandaba.

       —Warrior Australis, tengo que decir que tu idea… .

       —Es estupenda —dijo la reina con entusiasmo, interrumpiendo al Visir, quien abrió su boca con una mezcla de asombro e indignación—. Me parece bien que sea Australis quien se ocupe de esto, ¿no le parece, Gran Visir? Después de todo, usted siempre está tan ocupado.

        —Desde luego que sí, majestad —siseó el Visir con una sonrisa fingida, arrastrando las palabras para esconder su enojo—. Creo que es lo más apropiado.

        La reina asintió con la cabeza, dando por terminada la audiencia.

        —Confío en que me informarás pronto, Australis.

        —Por supuesto, majestad —repuso la Warrior mientras asentía y los guardias conducían a Casiopea, Cort y los otros hacia la salida del salón—. Le aseguro que llegaremos al fondo de todo esto.

        Cuando abandonó el salón del trono, el Gran Visir caminó a paso veloz hacia un solitario pasillo cercano a las escaleras que bajaban al vestíbulo y se detuvo frente a un muro. El plano del palacio real especificaba claramente que las paredes de aquella sección estaban hechas de piedra sólida, recubiertas con mármol y pulidas hasta alcanzar la brillantez de un espejo.

        Los planos estaban equivocados. No todas las paredes eran sólidas, y no todas ellas estaban hechas del mismo tipo de material.

       Detrás de uno de los muros había una habitación escondida en donde el Visir solía realizar otro tipo de actividades que nada tenían que ver con La Alianza de Lambda o los mandatos de la reina Miharu. Cuando pasó a través de la puerta corrediza que simulaba ser una pared, el Visir accionó un comunicador holográfico y esperó con la cabeza inclinada.

        —Mi señor, los intrusos de los cuales me advertiste se hallan en Lambda.

        —Estoy al tanto de la situación, Visir —repuso el holograma de una figura oscura—. No pueden descubrir el funcionamiento de la Torre Punto Cero. Los intrusos deben morir cuanto antes.

        —Creí que prefería que los capturamos con vida.

        —Ya no es necesario. Tenemos suficientes prisioneros de los cuales extraer información.

        —Como desee, amo —asintió el Gran Visir, pero el holograma se desvaneció. Un umbral de luz se formó sobre una de las paredes y del interior surgieron Carla Star seguida por una enorme criatura humanoide, de andar lento y aspecto resplandeciente. El Visir se cruzó de brazos—. Los intrusos están con Warrior Australis, pero ella no será ningún problema, ¿verdad?

         La criatura, cuyo cuerpo estaba compuesto de pura energía de polaridad negativa, ladeó ligeramente la cabeza y el cuerpo como si le costara un poco de trabajo entender las palabras del Visir, quien sonreía siniestramente. Al final, el monstruo habló.

        —Laya destruirá a los enemigos del amo. ¡Laya querer comida!

       Continuará… .

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