Leyenda 044

LA LEYENDA

por Asiant Uriel

CAPITULO XLIV

EL RENACIMIENTO DE DOHKO DE LIBRA

       Santuario de Atena, Grecia
       Casa de Aries

       —¿Quién demonios eres tú, viejo? —preguntó Tiamat, dirigiéndose al diminuto anciano que acababa de irrumpir en la Casa de Aries—. ¿Cómo es que pelearás conmigo sí posees un cuerpo tan pequeño?

       El antiguo maestro levantó su mirada hacia el poderoso Khan del Dragón.

       —Sí, yo me encargaré de derrotarte —dijo con determinación—. Desde hace tiempo percibí que una energía maligna amenazaba con venir a la Tierra y ahora veo que no me equivoqué en lo absoluto. Sabía que llegarían en cualquier momento y por eso siempre he estado esperando en la Cascada de Rozan.

       Tiamat frunció el entrecejo y no pudo evitar sonreír levemente.

       —No entiendo ni una maldita palabra de lo que dices, enano —murmuró despectivamente—. Pero aunque poseas ese Chi tan poderosa es obvio que con ese cuerpo no podrás luchar contra mí. Te acabaré en un dos por tres.

       El antiguo maestro de Libra, cerró sus ojos y bajó la cabeza.

       —Las apariencias pueden engañar —dijo tranquilamente—. No debes creer en todo lo que vez o te llevarás una amarga sorpresa.

       El Khan lanzó una nueva carcajada.

       —Ahora me doy cuenta de que la edad te pudrió el cerebro, viejo. Estás completamente loco.

       El anciano giró su rostro hacia donde se encontraba el Santo de Aries, ignorando por completo las continuas burlas de Tiamat.

       —Por favor, confía en mi, Mu —le pidió—. El cosmos de Aldebarán desapareció hace unos momentos en la Casa de Tauro. Seguramente estos guerreros lo deben haber derrotado.

       Mu no deseaba dejar la Casa de Aries y abandonar al viejo maestro ahí, pero las palabras que le decía estaban cargadas de razón. Sí no hacían algo pronto, los invasores continuarían avanzando a través de las Doce Casas hasta finalmente llegar a donde se encontraba la diosa Atena. No podían permitirlo y por lo mismo no había opción.

       —De acuerdo, maestro —asintió finalmente—. Pero tenga cuidado, el poder de ese sujeto es incomprensible incluso para mí.

       Tiamat, mientras tanto, se cruzó de brazos mostrándose muy confiado. Estaba seguro de que aquel anciano había perdido completamente el juicio y que no era peligroso. Después de todo, aunque tuviera mucho poder no le serviría de nada teniendo ese cuerpo tan pequeño y marchito por el tiempo.

       —Por mí puedes huir, Mu —murmuró sarcásticamente, mirando al Santo de Aries con desprecio—. De todas formas no me costará nada de trabajo matar a este enano senil y luego ir por ti. De hecho, no me tomará más de cinco nanociclos acabarlo.

       El anciano maestro se volvió hacia Tiamat, quedando cara a cara con él.

       —¡Date prisa, Mu! —exclamó—. ¡Ve hacia delante!

       El Santo de Aries asintió con la cabeza y se dirigió hacia la salida del templo para ir tras los acompañantes de Tiamat. En cuanto Mu abandonó la Casa de Aries, el anciano maestro caminó unos pasos hacia el Khan

       —Es curioso, pero no he podido percibir ningún cosmos en ti —murmuró en tono pensativo—. Es como sí no existieras.

       El guerrero imperial sonrió levemente.

       —¿Así que ya te diste cuenta, viejo? —inquirió divertido—. Mis poderes se encuentra en otro nivel diferente. Sí… .

       —Eso es verdad —convino el anciano—. En realidad no esperaba menos.

       Tiamat dejó caer los brazos a ambos costados sin dejar de sonreír. En realidad, estaba intrigado por lo que aquel hombrecillo ya entrado en años estaba a punto de hacer. ¿En verdad era tan tonto como para pretender luchar contra él teniendo ese cuerpo tan insignificante? Quizás el viejecito quería jugar al héroe.

       —¿Cómo planeas derrotarme, viejo? —le preguntó desafiante—. ¿Usarás alguna técnica especial?

       —Mi nombre es Dohko —respondió el anciano—. Y como Mu, soy un Santo. El Santo de Oro de Libra.

       El guerrero imperial lo miró fijamente.

       —Yo soy Tiamat —declaró Tiamat con orgullo—. El Khan del Dragón y servidor del emperador N´astarith. Soy el mejor guerrero de todo el imperio de Abbadón. He aplastado a más oponentes de los que existen en este Santuario.

       De pronto, el imperial giró su rostro hacia la entrada de la Casa de Aries por tercera ocasión. Alguien más acababa de entrar nuevamente y se trataba de Shiryu. La constelación de Shiryu era la del Dragón. Su armadura sagrada estaba formada por placas de orichalcum, aglutinadas como escamas. La pieza del brazo derecho traía un pequeño escudo circular, símbolo de la propia armadura del Dragón. Shiryu era un joven bien parecido, con apariencia de cierta forma opuesta a la truculencia del Dragón. Tenía largos cabellos negros a la altura de la cintura, recordando a un galante Wakamusha, como eran llamados los antiguos jóvenes samuráis.

       —Maestro, ¿qué sucede aquí? —preguntó Shiryu, dirigiéndose a Dohko—. ¿Dónde se encuentra Mu?

       Tiamat escudriñó detenidamente al recién llegado, evaluándolo con la mirada. Al igual que los Santos dorados, éste también poseía una aura de gran poder. «Cuantos sujetos poderosos», pensaba el Khan con una mezcla de interés y diversión.

       El anciano maestro de Libra desvió la mirada hacia su joven discípulo por un momento.

       —Shiryu, ¿por qué has venido aquí? —le preguntó extrañado.

       —Shunrei me dijo que había vuelto al Santuario, maestro —respondió Shiryu—. Ella también mencionó que usted no deseaba que tomáramos parte en una nueva batalla, pero eso no lo entiendo ¿Por qué nosotros no podemos luchar ahora que el Santuario ha sido invadido?

       —Es el deseo de Atena —explicó Dohko—. Ella piensa que ya lucharon demasiado y están muy lastimados. Quiere que ustedes vivan en paz.

       —No entiendo cómo podremos vivir en paz sí el Santuario es destruido —replicó Shriryu—. Tampoco entiendo por qué usted tiene que pelear.

       El anciano maestro de Libra cerró los ojos y agachó la cabeza levemente.

       —Shiryu, no quiero que ustedes mueran —murmuró, provocando el desconcierto de su discípulo—. Los guerreros que han invadido el Santuario son muy poderosos, quizás todos los Santos mueran durante esta batalla.

       —Esa es una buena razón para luchar, maestro —le aseguró Shiryu valientemente.

       Indiferente a la conversación entre Dohko y su pupilo, Tiamat levantó ambos puños a la altura del hombro y luego desplegó una intensa aura de luz que provocó un vendaval.

       —A mí no me interesan sus problemas —declaró con firmeza, atrayendo la atención de ambos—. Como no tengo tiempo que perder los mataré a los dos rápidamente.

       Sin pensarlo dos veces, Shiryu se colocó entre su maestro y el Khan del Dragón dispuesto a combatir. Su largo cabello flotaba hacia atrás entre torbellinos de polvo y partículas de rocas que saltaban en todas direcciones.

       —No te lo permitiré, quien quiera que seas. Lucharé contigo.

       Dohko abrió los ojos enormemente y extendió una mano.

       —¡No, Shiryu! ¿Qué pasará con Shunrei si tú mueres? Luchar por la justicia es ciertamente noble, pero también hay que pensar en la persona que amamos.

       Shiryu se volvió un momento por encima del hombro hacia aquel hombrecillo que había sido como un padre para él y le sonrió afablemente.

       —Maestro, le agradezco sus palabras, pero admito que no lo entiendo del todo porque todavía soy un hombre sin experiencia —Shiryu llevó su rostro de regreso al Khan que aguardaba frente a él—. Yo soy Shiryu, el Santo del Dragón.

       Tiamat rió divertido.

       —Pero que agradable coincidencia —dijo en un tono cargado de ironía—. Yo soy Tiamat, el Khan del Dragón. Será interesante saber cual de los dos dragones es el más poderoso.

       El Santo de Bronce frunció el entrecejo y asintió con la cabeza. Entonces, de repente, un poderoso cosmos de color verde esmeralda empezó a rodear todo su cuerpo.

       —Te mostraré el mayor secreto del dragón —advirtió. Alzó su brazo derecho hacia atrás y atacó, liberando un poderoso rayo de luz que tomó la forma de un enorme dragón de color esmeralda—.¡Rozan Shou Ryu Ha! (Dragón ascendente)

       La poderosa energía en forma de dragón se abalanzó directamente sobre el Khan. Pero antes de que el Rozan Shou Ryu Ha pudiera alcanzarlo, Tiamat levantó una mano vuelta hacia delante y detuvo el ataque de Shiryu sin ninguna dificultad.

       El Santo del Dragón descubrió que su puño ni siquiera había tocado la palma del guerrero imperial, sino que se mantenía a unos centímetros de ésta como sí una especie de fuerza invisible estuviera protegiéndola.

       Tiamat soltó una risita burlona en un susurró apenas audible.

       —¿Este es el mayor secreto del dragón? —preguntó a manera de burla—. Tu técnica es muy poderosa, pero a mi no me impresiona —alargó el brazo y cerró la mano, atrapando el puño de su contrincante—. No me vencerás con un simple golpe, muchacho —Empujó el puño de Shiryu hacia atrás, lanzándolo violentamente de espaldas contra una pared—. Te confieso que esperaba un poco más de ti.

       El cuerpo de Shiryu se estrelló con fuerza y cayó boca abajo en el suelo. La diadema de su armadura se le cayó de la cabeza y rodó por el piso hasta que se detuvo a unos pocos centímetros.

       Dohko se giró hacia su joven discípulo, llamándolo varias veces.

       —¡No, Shiryu! ¡¿Te encuentras bien?! ¡Shiryu!

       El Santo del Dragón se incorporó lentamente dispuesto a seguir el combate.

       —Detuvo a mi Rozan Shou Ryu Ha con una sola mano —murmuró para sí—. Es muy poderoso, sólo había visto a Shaka hacer algo similar durante la batalla de las Doce Casas.

       Tiamat bajó lentamente el brazo con el que había detenido el ataque de Shiryu, dejándolo colgar a un costado de su cuerpo. Sus ojos ardían con expectación.

       —¿Ese es todo tu poder, Shiryu? —le preguntó desafiante—. Admito que tu Rozan Shou Ryu Ha es una técnica impresionante, pero para enfrentarme debes hacer arder tu energía a un nivel superior. De lo contrario no me harás ni un rasguño.

       Encolerizado, Shiryu dio un paso al frente inmediatamente.

       —¡De acuerdo! —exclamó—. ¡Te daré lo que pides!

       Sin embargo, antes de que pudiera atacar de nuevo, la voz de su viejo maestro lo detuvo.

       —Espera, Shiryu, este sujeto es muy fuerte, demasiado quizás. —A continuación avanzó hasta colocarse delante de su pupilo—. Yo pelearé con él.

       Una expresión de incertidumbre se apoderó del rostro de Shiryu. ¿Cómo podría su maestro enfrentar a aquel sujeto que había logrado detener su Rozan Shou Ryu Ha con una sola mano? Shiryu sabía que su maestro había sido el Santo de Libra en el pasado y que también su cosmos era de los más grandes entre los Santos dorados, pero también estaba consciente de que ya estaba demasiado viejo como para sostener un combate cuerpo a cuerpo.

       De pronto, un intenso brillo de luz que venía de Tiamat lo sacó de sus pensamientos.

       —Acabaré con los dos de un solo golpe —sentenció el Khan mientras llevaba sus manos a un costado de su cuerpo para terminar de formar una esfera luminosa—. Usaré el Drako Fire y lo exterminaré.

       Tanto Shiryu como Dohko se pusieron tensos a ver aquello, no estaban seguros del alcance del poder de Tiamat, pero por alguna razón presentían que sí esa esfera de luz los alcanzaba quedarían muy lastimados en caso de que pudieran sobrevivir.

       El Khan sonrió malévolamente mientras sentía como la satisfacción lo invadía, luego de acabar con ese par de Santos iría por el camino escalonado tras Mu para terminar de ajustarle las cuentas, y más tarde se reuniría con Aicila y los demás para ir por la gema sagrada.

       De repente un intenso resplandor iluminó el techo del templo de Aries. Shiryu y Tiamat alzaron sus miradas conjuntamente intrigados con aquel misterioso suceso.

       Una especie de enorme balanza dorada apareció en las alturas, brillando como el mismo sol y lanzado rayos de luz en distintas direcciones. La balanza descendió lentamente frente a Dohko, iluminándole el rostro y cautivando la atención de Shiryu y Tiamat.

       —¡Es el ropaje dorado de Libra! —exclamó el Santo del Dragón sorprendido.

       El guerrero imperial, por su lado, abrió los ojos enormemente y permaneció atónito.

       —¿El ropaje dorado de Libra? —repitió desconcertado mientras cientos de ideas cruzaban por su mente. ¿Acaso esa extraña balanza era una armadura como la de Mu?, y sí así era, ¿cómo podría usarla Dohko sí su cuerpo era tan pequeño?

       Finalmente, Tiamat decidió permanecer a la expectativa y ver que ocurría. Después de todo, podía percibir las presencias de los demás Khans y guerreros meganianos y sabía que estos seguían recorriendo el camino escalonado de piedra blanca que conducía a la cima.

       Armagedón.

       Gracias a la oportuna intervención de los Khans y de algunos meganianos fieles a Abaddón como Isótopo, la insurrección meganiana dentro de Armagedón fue rápidamente sofocada. Poco a poco, las tropas abbadonitas se fueron haciendo con el control total de la estación imperial.

       Paulatinamente, las zonas dominadas por los meganianos fueron cayendo después de intensos combates. Los grandes contingentes de soldados de Megazoar fueron hechos prisioneros o aniquilados por completo pese a la gran resistencia que algunos habían ofrecido en espera de que la situación pudiera inclinarse a su favor. Algunos meganianos utilizaron sus últimos momentos de vida detonando decenas de bombas electromagnéticas con el único fin de dañar las computadoras de la estación, y aunque muchos sistemas electrónicos resultaron dañados, las bombas no tuvieron el efecto deseado debido a los muros blindados de la base.

       Entretanto, en el espacio, el grueso de las naves de guerra meganianas —que permanecían orbitando la estación imperial mientras la alianza entre Megazoar y Abbadón existía— habían podido huir del sistema solar, pero no sin antes sufrir graves daños y severas pérdidas ocasionados por Devastadores de N´astarith. Las naves de ataque abbadonita, equipadas con proyectiles fotónicos, habían destruyeron la nave insignia de la flota meganiana.

       Durante su retirada, los meganianos habían perdido cuatro cruceros y seis destructores además de 13,000 hombres de sus mejores tropas; los endorianos habían perdido al menos tres cruceros y 2,000 soldados. La armada de N´astarith, por el contrario, no había sufrido ningún percance gracias a sus impenetrables campos de fuerza.

       En la sala del trono imperial, N´astarith aguardaba en silencio, escuchando pacientemente mientras Bal de Gárgola le ponía al tanto de lo había podido obtener de la mente de Galford. De esta manera, el oscuro señor de Abbadón se enteró por completo de la aparición de Asiont, de las Sailors Senshi y de la traición de Jesús Ferrer y Josh.

       Mantar, que permanecía al lado de su emperador, reacción con furia una vez que Bal concluyó su relato.

       —¡Malditos meganianos! —estalló enardecido—. Esto era de esperarse de ellos.

       —Eso es verdad —convino Belcer, entrando en la conversación—. Yo nunca me fié de ellos. Ahora una de las gemas sagradas se encuentra en poder de esos malditos de la Alianza Estelar.

       Sarah de Basilisco, por su parte, lanzó una mirada discreta hacia donde estaba N´astarith, quien no parecía perder la calma pese a los recientes acontecimientos adversos.

       —No os preocupéis —murmuró N´astarith—. Recuerden que tenemos un agente infiltrado en la Alianza. Me aseguraré que él recupere la gema que se perdió. Por lo que me cuentas, Bal, esas tales Sailors Senshi no son muy poderosas. Sí esa es la clase de aliados con los que los Celestiales pretenden enfrentarnos no tenemos de que preocuparnos.

       El Khan de la Gárgola asintió con la cabeza mientras sonreía levemente.

       —Sí, señor mío.

       Mantar llevó sus ojos hacia el rostro de N´astarith con una última duda en mente.

       —¿Qué noticias tiene de Allus, mi señor? —preguntó—. ¿Acaso también murió?

       El señor de Abbadón rió en un susurró apenas audible mientras las distintas miradas se posaban en él.

       Tierra.

       Sólo había destrucción hasta donde se podía ver. En kilómetros a la redonda el suelo estaba erosionado y no había señales de vida por ninguna parte. En el centro de la explosión sólo había un inmenso cráter donde aparentemente no había nada, salvó algunos cuantos escombros.

       De pronto, una mano emergió de entre ellos y poco después la figura de un hombre surgió a la superficie mientras algunas rocas saltaban por los aires. Con algo de trabajo, Allus por fin consiguió salir de entre la tonelada de piedras bajo la que había quedado sepultado luego de la gran explosión que su poder y el de Francisco habían producido conjuntamente.

       —No pensé que ese miserable tuvieran tanto poder —masculló para sí con dificultad—. Realmente me sorprendió como ese ataque tan poderoso. —Sonrió desquiciado luego de mirarse las manos—. A pesar de que soy un Kha Khan, ese fastidioso logró herirme con su técnica del Sacrificio.

       De repente un hilo de sangre escurrió por su frente.

       —Vaya, estoy más débil de lo que me imagine en un principio. No puedo creer que Franscisco pudiera reunir un poder como ese —bajó el rostro para examinar de cerca su cuerpo. Su armadura del averno estaba parcialmente destrozada—. Ese estúpido viejo sacrificó su vida en vano tratando de derrotarme —alzó la vista para contemplar el cielo—. Es hora de volver a Armagedón con el emperador.

       Allus cerró los ojos, hundiéndose en sí mismo y, tras un instante, desapareció de la faz de la Tierra.

       Santuario de Atena, Grecia
       Casa de Aries

       —Esta es mi armadura —declaró el anciano maestro—. El ropaje sagrado de Libra.

       Tiamat no pudo hacer otra cosa que esbozar una sonrisa burlona. ¿Cómo alguien tan pequeño iba a ponerse ese ropaje dorado? Ahora no tenía la menor duda; el viejo estaba chiflado. Levantó un brazo para señalar a Dohko.

       —Muéstrame tu fuerza, anciano decrépito.

       Dohko alzó la mirada y observó al Khan directamente a los ojos. La mirada del antiguo maestro estaba cargada de una gran determinación para luchar.

       De pronto, los ojos del anciano maestro de Libra comenzaron a emitir un fuerte resplandor mientras un aura de color dorado empezaba a rodear su cuerpo por completo. Súbitamente, la piel arrugada de Dohko comenzó a cuartearse ante las miradas perplejas de Shiryu y Tiamat.

       —¿Qué demonios sucede? —preguntó el guerrero imperial, completamente desconcertado—. ¿Qué está haciendo ese condenado viejo?

       De repente, la figura de un joven de veintitantos años, con un tigre dibujado en su espalda, emergió del cuerpo de Dohko tal como lo haría una mariposa que deja su capullo para remontar el vuelo de la primavera.

       —Maestro, ¿es usted? —preguntó Shiryu dudoso.

       El joven se volvió lentamente hacia el Santo del Dragón.

       —Así es, Shiryu —asintió Dohko—. Hace tiempo yo recibí de la diosa Atena la técnica Misopheta Menos, la técnica de los dioses que sirve para aparentar la muerte. Desde ese entonces, mi corazón sólo latió cien mil veces por año.

       —Ya entiendo —murmuró Shiryu—. Cien mil veces es el promedio de latidos de una persona normal en un día.

       A continuación la balanza dorada se fragmentó en varios pedazos y poco a poco Dohko quedó envestido con el ropaje sagrado de Libra. Tiamat, a su vez, alzó uno de sus  brazos para protegerse los ojos del resplandor que se produjo cuando el antiguo maestro de Libra se colocó su armadura dorada. «Ese madito viejo aumentó de poder», pensó mientras fruncía los labios, dejando sus dientes al descubierto. «Ahora está en condiciones de darme pelea».

       —Por favor, Shiryu, ve tras Mu y ayúdalo. Tienes que proteger a Atena hasta el final.

       El Santo del Dragón estaba perplejo y la verdad no sabía qué decisión tomar. ¿Debía hacer lo que su maestro le pedía o quedarse a combatir a su lado aunque éste no quisiera? Tiamat era un guerrero muy poderoso que había logrado detener su Rozan Shou Ryu Ha fácilmente; sin duda sería una batalla difícil aunque Dohko fuera el Santo de Libra. Sin embargo, proteger a Atena era la misión de todos los Santos y eso lo sabía él mejor que nadie.

       —Maestro, por favor, tenga mucho cuidado —murmuró Shiryu.

       Dohko se volvió por encima del hombro hacia su discípulo y le sonrió afablemente.

       —No te preocupes, Shiryu, cuenta conmigo para proteger a Atena.

       El Khan del Dragón ladeó el rostro ligeramente para observar a Shiryu.

       —No podrás hacerlo, muchacho —advirtió, llamando la atención del Santo del Dragón—. No te permitiré que abandones este templo con vida.

       Shiryu se colocó en guardia, pero la voz de su maestro, que ya comenzaba a desplegar su aura para pelear contra el Khan, atrajo su mirada.

       —¡Vete, Shiryu!

       Shiryu así lo hizo. Se dio la media vuelta y corrió hacia la salida del templo rápidamente. Al ver eso, Tiamat levantó una mano mostrando la palma abierta con la intención de dispararle, pero la poderosa aura que Dohko estaba desplegando lo obligó a cambiar de su idea.

       —¿Con que este es tu poder, Dohko? —le preguntó.

       El Santo de Libra sonrió desafiante. A continuación se arrojó sobre el guerrero imperial al tiempo que lanzaba su golpe más poderoso. Una enorme aura dorada recubrió el cuerpo de Dohko de arriba a abajo.

       —¡Rozan Hyaku Ryuu Ha! (100 dragones del Rozan).

       El puño de Dohko tomó por sorpresa al Khan del Dragón y lo golpeó fuertemente en la barbilla, obligándolo a alzar el rostro hacia arriba de manera violenta. Tiamat se tambaleó y dio algunos pasos hacia atrás. Más allá del golpe, el Khan estaba sorprendido por la fuerza y velocidad con la que ese Santo luchaba. Sencillamente era increíble.

       Tras un momento, bajó la cabeza y sonrió como un desquiciado mientras un fino hilo de sangre brotaba de su boca. Esta vez iba a empezar una verdadera batalla. Se limpió la sangre con el puño y, dando un fuerte, grito liberó su poder.

       A unos cien kilómetros de la Tierra donde existía el Santuario de Atena, dos naves Águila Real aparecieron, dejando tras de sí un túnel luminoso que se desvaneció al cabo de unos instantes.

       Casiopea se acercó a la pantalla visora del puente y sonrió al reconocer que el Águila Real 32 —la nave de Cadmio— había conseguido seguirlos hasta aquel universo.

       —Cadmio es muy persistente —murmuró divertida.

       Leona llevó su mirada hacia la ventana frontal y vislumbró el pequeño planeta azul que se hacía más grande conforme se acercaban a él.

       —¿Es ahí a donde vamos? —preguntó dirigiéndose a Lance y Eclipse.

       Con sólo ver el hermoso rostro de la princesa real de Papunika, Lance pudo sentir como su mente se nublaba rápidamente y su ritmo cardíaco se aceleraba.

       —Eh, sí —rió nerviosamente—. Eso creo.

       Leona lo miró intrigada y no pudo menos que devolverle la sonrisa.

       El Espía Estelar suspiró y se llevó una mano a la frente.

       —Genial, estamos a punto de librar una batalla mortal y este torpe se pone nervioso por la presencia de una chica —murmuró en voz baja para sí—. ¿Qué seguirá después?

       En ese momento, el oficial de comunicaciones del puente se levantó de su puesto para hacer un anunció importante.

       —Una transmisión proveniente del Águila Real 32.

       A continuación, el interior de la pantalla visora del puente se transformó y la figura de Cadmio apareció en ella con los rostros de Ranma, Dai, Poppu y Ryoga tras de sí.

       —Casiopea, ¿qué demonios estás haciendo? —le inquirió Cadmio apenas la vio.

       La Celestial sonrió levemente y avanzó hacia la pantalla.

       —Tratando de ayudar, por cierto, gracias por la distracción.

       El rostro de Cadmio se transformó furiosamente.

       —Que distracción ni que nada —le espetó molesto—. Regresa de inmediato.

       —Aquí vamos otra vez —se escuchó decir a Eclipse—. «Ustedes son unos débiles».

       Cadmio le lanzó una mirada asesina y levantó el bazo para señalarlo.

       —¡Tú cierra la boca, mercenario! —le gritó—. Es más, ya ni deberías estar aquí.

       De pronto, la princesa Leona se acercó hasta el campo de transmisión y entró en la discusión.

       —¡Oye, amargado! ¡No le grites a Eclipse!

       Cadmio no podía soportar que hubiera alguien que le hablara de esa manera. Comenzó a acercarse a la pantalla, parecía que iba a golpearla de no ser porque Astroboy, Ranma, Ryoga, Dai y Poppu lo sujetaron de los brazos y las piernas para impedirle que avanzara más.

       —¡Chiquilla insolente! —exclamó arrastrando tras de sí a todos—. ¡Esto no es un juego!

       —¡Claro que no, amargado! —replicó Leona sin cambiar de tono—. ¡Vamos a ayudar te guste o no!

       En ese momento, Dai reconoció a su amiga, a la princesa de Papunika por lo que soltó a Cadmio y se acercó hasta la pantalla corriendo. Una sonrisa de satisfacción le iluminó el rostro.

       —Leona, no debiste venir, esto es muy peligroso.

       La soberana de Papunika le sonrió afablemente, olvidándose momentáneamente del Celestial y la discusión.

       —Dai, que bueno que estás bien.

       El chico cerró los ojos y se tomó la nuca con la mano mientras sonreía alegremente. De repente Cadmio le soltó un manotazo en la cabeza, apartándolo del campo de transmisión.

       —Fuera del camino, niño —exclamó—. Esto no es un teléfono público.

       El Celestial iba a retomar la discusión cuando Moose apareció por debajo de su barbilla, mirando la pantalla en todas direcciones como buscando algo.

       —¡Shampoo! ¿Dónde estás, amor mío? ¡Shampoo!

       Cadmio frunció el entrecejo y bajó los ojos asesinando al chico mentalmente. Alzó el rostro y luego lo bajó violentamente, golpeando con su barbilla la cabeza de Moose.

       El chico de anteojos sólo pudo ver como las estrellas y uno que otro cometa inundaban su mirada mientras se desmoronaba en el suelo.

       Casiopea abrió los ojos de par en par y se llevó la mano a la boca, asustada.

       —¡Cadmio, eres un salvaje! —le gritó—. Estás loco.

       Eclipse por su lado, soltó una risita.

       —¿No me digas que apenas te estás dando cuenta? —le preguntó.

       Cadmio oyó eso y llevó la mirada de regreso al Espía Estelar, iba a decirle que se callara por segunda vez cuando de pronto Ranma lo empujó levemente, metiéndose al campo de transmisión de la pantalla.

       —¿Ya saben donde esta Akane, verdad?

       Leona negó con la cabeza lentamente.

       —No, aún no sabemos nada de eso y… .

       —¡¿Cómo que no saben nada?! —le interrumpió, visiblemente alterado—. ¡Ella podría estar en peligro y… .

       No termino la frase porque una mano se colocó sobre su mejilla y lo empujó a un lado. Enseguida, Ryoga apareció en el centro de la pantalla de la nave de Casiopea.

       —Ya saben donde está Akane, ¿verdad? —repitió la preguntó, esperanzado.

       Leona y Casiopea se miraron extrañadas, finalmente fue la segunda quien decidió responder.

       —No, lamentablemente aun no… .

       En ese momento, Ranma volvió a aparecer en el campo de transmisión y sujetó a Hibiki por las ropas para sacudirlo violentamente.

       —¡Ryoga! ¡¿Quién te crees que eres?!

       —Eh, muchachos —les dijo Leona tratando de calmarlos—. No creo que… .

       Pero fue inútil, lejos de tranquilizarse, Ryoga se volvió contra Ranma y con un violento manotazo hizo que lo soltara.

       —¿Dé que hablas? —le espetó—. Yo sólo quiero saber el paradero de Akane.

       —Eso no te incumbe —replicó Ranma listo para golpearlo—. Ahora me las pagarás, Ryoga.

       Hibiki, por su parte, alzó el puño hacia atrás para preparar un contraataque.

       —Eso lo veremos.

       Pero en el preciso momento en que ambos chicos se lanzaron el inevitable puñetazo, al pobre de Poppu se le ocurrió parase en medio de ellos para mirar por la pantalla.

       —Oigan, ahí está… .

       No terminó de hablar, los puños de Ryoga y Ranma lo impactaron por ambos costados de la cara y lo noquearon enseguida.

       —Sí yo nomás quería ver —balbuceó el mago antes de desmayarse.

       Ryoga y Ranma bajaron las miradas al unísono para ver cómo Poppu caía como una tabla. No habían pasado ni dos segundos cuando ambos comenzaron a echarse la culpa mutuamente de lo ocurrido.

       —¿Ya viste lo que hiciste, Ryoga?

       —¿Yo? ¡Fuiste tú, Ranma!

       De repente, una ráfaga de luz los golpeó por el lado derecho de la pantalla de la nave de Casiopea, sacándolos del campo de transmisión en medio de gritos.

       —Ya estuvo bueno de juegos —declaró Cadmio, apareciendo por la pantalla—. Casiopea, no estoy jugando, regresa de inmediato.

       La Celestial lo miró con gesto impasible. Iba a negarse cuando el capitán de la nave se acercó hasta ella.

       —Disculpen que interrumpa su charla —les dijo a todos—. Pero creo que deben saber que nuestros instrumentos detectan la presencia de diez Devastadores Estelares en el planeta a donde nos dirigimos.

       Todos sin excepción se quedaron perplejos con la noticia. Diez Devastadores Estelares eran demasiados, era bastante obvio que N´astarith no estaba dispuesto a que nadie interviniera en sus ambiciosos planes.

       Finalmente fue la princesa Leona quien rompió con aquel silencio sepulcral, exponiendo en voz alta los pensamientos de todos.

       —¿De manera que hay diez de esas naves como la que atacó mi castillo? —preguntó con la esperanza de que el capitán de la nave se hubiera equivocado—. ¿Esta seguro?

       El capitán cerró los ojos y bajó la cabeza asintiendo sombríamente.

       —Me temo que así es.

       —No puede ser —exclamó Astro desde el otro lado de la pantalla—. Con tantas naves es seguro que acabarán con ese planeta, debemos hacer algo.

       Cadmio titubeó, más que la enorme cantidad de naves enemigas, le preocupada la clase de guerreros que N´astarith hubiera enviado en aquella misión. Temiendo lo peor, cerró los ojos intentando captar alguna presencia poderosa.

       —No… no puede ser —murmuró al cabo de un momento.

       Hyunkel, quien hasta ese momento había permanecido indiferente a todo, abandonó la pared donde estaba recargado y se acercó a Cadmio para averiguar lo que sucedía.

       —¿Qué ocurre? —preguntó—. ¿Qué sentiste?

       El Caballero Celestial abrió los ojos y se giró hacia Hyunkel.

       —Percibo muchas auras poderosas reunidas en un solo lugar —explicó—. ¿Qué diablos sucede en este planeta?

       Dai y Poppu se quedaron atónitos al escuchar las palabras de Cadmio. Eso de buscar las gemas sagradas ya era de por sí una lucha difícil como para que ahora las cosas se les complicaran todavía más.

       —¿Muchas auras? —repitió Dai en un intento por que alguien le explicará el problema con mayor precisión—. ¿Quieres decir que hay muchos guerreros de N´astarith?

       Cadmio llevó la mirada al rostro del chico.

       —No, no todas son auras malignas —informó—. Sin embargo, existen algunas que son realmente poderosas —hizo una pausa y reflexionó un poco—. De hecho estoy seguro de que percibí dos que ya había sentido antes.

       Ranma y Ryoga se miraron entre sí extrañados. Finalmente fue Saotome quien tomó la palabra.

       —Explícate —exigió—. ¿Qué quieres decir con eso de que ya las había sentido?

       —Creo que dos de los guerreros que atacaron el Instituto de Investigaciones Robóticas en el mundo de Astroboy se encuentran aquí —respondió Cadmio—. De hecho hay más guerreros meganianos presentes, pero no siento la presencia del príncipe David Ferrer.

       Astroboy dio un paso al frente inmediatamente.

       —¿Hablas en serio? —preguntó—. Debemos hacer algo cuanto antes.

       Cadmio asintió con la cabeza y se giró rápidamente hacia la pantalla visora para encarar a Casiopea una vez más.

       —Esto se ve peligroso, Casiopea, será mejor que regreses —le dijo intentando disuadirla.

       Ella sonrió dulcemente y negó con la cabeza.

       —Olvídalo, corazón, yo también puedo percibir lo que sucede y no puedo dejar que vayan solos —argumentó—. Necesitarán toda la ayuda posible.

       Cadmio se mordió el labio inferior levemente y maldijo su suerte, aquello no podía ser peor para él. Sin embargo, el ir por la gema sagrada era más importante que sus deseos. Hizo una rápida inspiración en el aire y dijo:

       —Esta bien, iremos todos.

       Casiopea se giró hacia el capitán de su nave.

       —Continúen el avance como hasta ahora —ordenó—. A toda velocidad —se volvió hacia la imagen de Cadmio que aguardaba frente a ella—. ¿Tienes algún plan?

       El Caballero Celestial asintió sombríamente.

       —Activa los sistemas de camuflaje y vayamos hacia el sitio donde están todas esas presencias —dijo con aparente tranquilidad—. Aunque nos duela no podemos hacer nada por este planeta.

       —¡¿Cómo puedes decir eso?! —le reclamó Astroboy—. ¿No ves que toda esa gente… .

       —¿Y qué demonios quieres que hagamos, tonto? —estalló Cadmio girando el rostro hacia el robot—. Sus naves miden veinticinco kilómetros de ancho y están rodeadas por un campo de fuerza que las hace invulnerables a todas nuestras armas.

       El pequeño robot crispó los puños furioso al igual que Ranma y Ryoga, quizás lo que más les dolía era que en el fondo Cadmio tenía razón. No había manera de derrotar a los enormes Devastadores, al menos no en ese momento.

       —Astroboy, Cadmio tiene razón —murmuró el profesor Ochanomizu—. Aunque nos cueste aceptarlo, no hay manera de luchar con esos platillos.

       —Ya lo sé —dijo él bajando la mirada al suelo—Sólo que esto es irritante.

       Cadmio también se sentía mal, sólo que no lo demostraba. Volvió la mirada hacia la pantalla una vez más.

       —Síguenos, Casiopea.

       —De acuerdo —asintió ella.

       La pantalla se oscureció. Cadmio respiró hondo y se dirigió hacia su puesto donde tomó asiento. Echó una rápida mirada de soslayo a Ranma, Dai y los demás y se recostó en el sillón.

       —A toda velocidad, capitán —ordenó—. Activen los sistemas de camuflaje y que el Creador nos proteja.

       Continuará… .

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