Leyenda 053

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPITULO LIII

PREPARATIVOS DE GUERRA

       Armagedón (Cuarteles endorianos)

       José Zeiva y Luis Carrier llevaron a Zocrag, Mantar y a algunos shadow troopers hasta una enorme puerta acorazada de gran tamaño. El otrora emperador endoriano dio un largo suspiró de resignación y la abrió con una llave triangular. Entró en una habitación completamente oscura y buscó el interruptor a ciegas para que todos pudieran pasar. Finalmente el grupo llegó hasta una sala donde había dos cilindros de metal, de metro y medio de ancho, que iban del suelo al techo.

       —Ábrelos —ordenó Mantar.

       José desvió su mirada hacia el almirante abbadonita por un momento y luego introdujo una secuencia de números en un teclado de seguridad. Acto seguido, los cilindros empezaron a elevarse hacia el techo lentamente.

       Tras los cilindros había dos tanques de cristal, cada uno con el cuerpo de un biodroide en su interior. Zocrag se acercó unos pasos para examinar a aquellos androides sofisticados creados por los científicos endorianos. La cabeza del primero tenía la forma de un halcón y era desconcertante. Daba la impresión de que ambos estaban hechos de un material metálico, y al mismo tiempo parecían estar vivos. Seguramente debía tratarse de alguna especie de material biomorfico.

       —Es increíble que a pesar de no tener una tecnología tan avanzada como la de Abbadón, los científicos de Endoria hayan podido crear esto —murmuró Zocrag sin dejar de examinar a los biodroides—. Una vez que modifique su programación, estos guerreros serán una excelente adquisición para las fuerzas imperiales de Abbadón.

       José reflexionó un poco antes de hablar. Ciertamente, la idea de que N´astarith se quedara con aquellos biodroides en los que había invertido tanto tiempo y esfuerzo no le agradaba para nada. Sin embargo, dada la precaria situación en la que se hallaba, no había mucho que pudiera hacer para evitarlo, salvo tratar de inventar alguna excusa razonable.

       —Según me dijeron mis científicos, el primero de ellos ya se encuentra listo para iniciar operaciones, pero no así el segundo —comenzó a argumentar tratando de oírse convincente—. Todavía hay que ajustar sus circuitos lógicos y hacer algunos otros arreglos. Quizás este listo para iniciar operaciones en algunos ciclos solares.

       —Zocrag decidirá sí se encuentran listos o no —sentenció Mantar volviéndose hacia él—. El gran N´astarith quiere que estos biodroides entren en operación cuanto antes.

       José lanzó una mirada de furia contra el almirante abbadonita. Deseaba con toda el alma desenfundar su espada y atravesarle el corazón para verlo morir frente a sus ojos. Pero sí en verdad deseaba sobrevivir debía ser paciente y esperar. Ya llegaría el momento oportuno de ajustarle las cuentas a ese cretino.

       —¿Lo antes posible? —repitió, enarcando una ceja—. ¿A qué se debe eso?

       —Una expedición está a punto de partir en busca de otra de las doce gemas y el emperador desea probarlos para evaluar sus habilidades —respondió Mantar—. Es probable que algunos de los miembros de la Alianza Estelar intenten interferir y queremos darles una sorpresa.

       —Es un gran honor servios, Mantar —afirmó Luis, sumándose a la conversación—. Les aseguro que estos biodroides les serán de mucha utilidad en vuestros planes.

       José se volvió hacia su primo con una mirada de desprecio. Sabía que lo único que pretendía con aquella actitud tan servil era ganarse la simpatía de Mantar y de N´astarith para luego escalar alguna posición política. Ahora que él ya no era emperador de Endoria, seguramente Luis haría todo lo posible por ascender de puesto por su cuenta y quizás un día, quien sabe, ocuparía su cargo como comandante en jefe de las fuerzas endorianas, desplazándolo.

       —No necesitas lamerle las botas, Luis —comentó José burlonamente—. Mantar es demasiado inteligente para tus juegos de adulación tan evidentes. No menosprecies su inteligencia.

       Luis frunció el entrecejo con malestar y llevó el rostro hacia su primo. No dijo nada, pero la expresión de su rostro hablaba por sí sola. Estaba verdaderamente furioso, sin embargo pudo controlar su ira y adoptó una actitud de benevolencia.

       —Que bromista eres, José —dijo, apenas forzando una sonrisa—. Creo que ésa era una de tus mejores cualidades.

       —Claro, bromista y asertivo —hizo una pausa y sonrió—. Mucha gente ya me lo ha dicho y créeme que lo encuentro más agradable a cada momento.

       Luis soltó una risita burlona, tratando de aparentar que los irónicos comentarios de su primo no le afectaban en lo más mínimo. A pesar de lo que pudiera pensarse, Luis siempre sabía como disimular para dar la apariencia de que se encontraba por encima de la política. Era, en una palabra, maquiavélico.

       —Sí, pero los tiempos cambian, José, no lo olvides.

       Mantar sonrió discretamente. Luis Carrier era sumamente ambicioso y quizás podría aprovecharse de eso en un futuro no muy lejano.

       «Estos terrícolas son todos iguales», pensó. «Ahora veo por qué el emperador ha podido manipularlos tan fácilmente desde hace tiempo».

       Santuario de Atena, Grecia
      Salón del Gran Maestro

       La cadena dorada de Kadena avanzó velozmente a través del Diamond Dust de Hyoga hasta que inesperadamente dejó de atacar y se detuvo en el aire. El meganiano abrió sus ojos enormemente sin poder creerlo; su arma había quedado estática, justo a unos pocos centímetros de tocar el rostro del Santo de bronce.

       —¡Maldito seas! —exclamó Kadena con rabia—. Pero sí crees que con ese truco lograrás vencerme, Cisne Hyoga, estás muy equivocado.

       —El que está equivocado eres tú —replicó Hyoga sin perder la compostura—. Te recomiendo que veas tu cadena dorada con más detenimiento.

       Kadena frunció el entrecejo con desconfianza. Tras un breve momento de reflexión, acercó una de sus manos al rostro para examinar la cadena dorada que sostenía. El meganiano quedó completamente desconcertado; los eslabones estaban cubiertos por una ligera capa de hielo.

       —Mi cadena esta parcialmente congelada —murmuró—. No puede ser posible —alzó la mirada y sus ojos destellaron con rabia creciente—. Así que por esto es que dejó de atacarte.

       Hyoga avanzó un paso inmediatamente, mostrándose muy confiado.

       —Así es, mi aire congelado ha inmovilizado completamente tu cadena de oro y esa es la razón por la que no puede moverse. Ahora será tu turno, invasor —hizo una pausa y extendió su puño nuevamente—. ¡Diamond Dust! (Polvo de Diamante)

       Está vez el ataque de Hyoga arrastró al meganiano hacia atrás hasta que finalmente despedido hacia una de las columnas donde se estrelló con fuerza, dejando un enorme boquete tras de sí.

       El rostro de Kadena se contrajo en una mueca de dolor. No sólo había sido el impacto, sino que tras recibir ese segundo ataque, su pierna derecha había empezado a congelarse paulatinamente. Incapaz de soportarlo por un momento más, se dejó caer al suelo y se sujetó la pierna con ambas manos.

       —Mi pierna… —chilló amargamente; de pronto alzó el rostro y lanzó una mirada hostil en contra del Santo del Cisne que se acercaba—. ¡Maldito seas, infeliz!

       —Te darás cuenta que es inútil que sigas luchando. Mejor date por vencido —le dijo Hyoga, soltando una sonrisa de absoluta confianza—. Sólo malgastas tus energías.

       Kadena bajó el rostro y empezó a reír desquiciadamente en un susurro apenas audible. Quizás estaba en desventaja, pero todavía no se consideraba derrotado.

       —Yo soy un guerrero de la Casa real de Megazoar y tengo mi orgullo —se levantó tambaleándose, pero sin alzar la mirada todavía—. No seré derrotado y menos por un miserable gusano rastrero como tú.

       Antes de que Hyoga pudiera anticiparlo, el guerrero meganiano juntó ambas manos y las levantó por encima de su cabeza, emitiendo un fuerte resplandor luminoso.

       —¡Mis ojos! —exclamó Hyoga, llevándose las manos el rostro con ansiedad—. ¡No puedo ver!

       —¡Esa es la idea! —festejó Kadena—. ¡Ahora me las pagarás!

       Hyoga se frotó los ojos desesperadamente. Sí no hacía algo, pronto perdería la ventaja que mantenía sobre su adversario. Cegado completamente, retrocedió algunos pasos mientras trataba de hilar alguna idea.

       Kadena no perdió el tiempo y agitó su larga cadena dorada en el aire mientras concentraba todas sus energías. Una vez que el hielo que cubría los eslabones se derritió, el Meganiano arremetió contra el Santo de bronce hiriéndolo en el hombro con la punta de su arma.

       —¡Estúpido! —exclamó un triunfante Kadena—. ¿Creíste que ya me tenías, no?

       Hyoga maldijo su suerte. Durante los entrenamientos, sus maestros le habían insistido una y otra vez que nunca debía confiarse durante una batalla. Ahora estaba pagando las consecuencias de su error.

       Kadena, por su parte, estaba satisfecho con lo ocurrido. No podía creer que Hyoga pudiera ser tan estúpido, pero a fin de cuentas ese exceso de confianza le había permitido inclinar la balanza de la lucha a su favor.

       —Esta vez nadie te salvará, Cisne —sentenció con seguridad—. Acabaré contigo de una buena vez.

       El guerrero de Megazoar iba a atacar al Santo nuevamente cuando una ráfaga láser lo golpeó en la espalda seguida por una llamarada de poder mágico. Los ataques no eran muy poderosos, pero aun así, habían logrado lastimarlo. Volvió el rostro hacia atrás por encima del hombro y reconoció a Poppu y a Astroboy que ya volvían al ataque

       —¿Otra vez ustedes? ¡Largo de aquí o los exterminaré! —les espetó con la intención de atemorizarlos—. ¡No me fastidien!

       —Ah, claro que vamos a fastidiarte —se escuchó decir a Eclipse—. ¡Vamos a fastidiarte y luego a derrotarte!

       El meganiano llevó una mirada encolerizada hacia su costado derecho y descubrió a Eclipse, Lance, Ranma, Hyunkel y Ryoga que se acercaban. Al parecer todos estaban decididos a intervenir en la lucha.

       El Santo del Cisne no podía ver nada, pero sin duda aquellas voces debían pertenecer a los guerreros de los que Seiya le había hablado momentos antes de iniciar la batalla contra Kadena. El Santo del Cisne tenía una nueva oportunidad; juntó ambas manos y las levantó por encima de su cabeza mientras concentraba toda la fuerza de su cosmos.

       En tanto, Kadena apretó los dientes con furia. Extendió una mano con la palma orientada hacia Lance, Hyunkel y Eclipse y les disparó una ráfaga de energía.

       —¡Ya muéranse de una buena vez!

       Lance vio la descarga que se dirigía hacia él y se llevó la mano derecha a su antebrazo izquierdo. Tecleó una rápida secuencia en la computadora de su armadura de batalla y enseguida un campo de fuerza se formó alrededor de los tres, rebotando el disparo hacia arriba.

       Kadena chasqueó la boca con irritación. Echó una rápida mirada a su alrededor en busca de ayuda, pero para su desgracia, todos sus compañeros de armas estaban ocupados peleando.

       Hyunkel, mientras tanto, ya estaba listo para lanzarse sobre él cuando de pronto, la voz del Santo del Cisne atrajo la atención de todos.

       —¡Aguarden! —exclamó, todavía con las manos en alto—. Yo lo venceré.

       Una sonrisa malévola atravesó el rostro del meganiano. Aunque Hyoga tuviera más poder que él, en ese momento se encontraba ciego y eso le proporcionaba una gran ventaja en la batalla.

       —Eres un ingenuo, Hyoga —se burló, desplegando el poder de su aura—. Ahora que no puedes ver, te atravesará el corazón con mi cadena dorada antes de que puedas hacer algo para defenderte. No importa lo fuerte que seas.

       Pero Hyoga continuó invocando la fuerza de su cosmos, ignorando por completo las amenazas de su adversario. Un aura blanca que brillaba como la misma luz lo rodeó completamente.

       —Mira bien esto, Kadena —dijo firmemente—. Esta es la técnica más poderosa de mi maestro Camus de Acuario.

       —¡Debemos ayudarlo! —exclamó Ranma, volviéndose apresuradamente hacia Lance, Eclipse y Hyunkel—. No importa lo fuerte que sea, sí no puede ver no podrá luchar adecuadamente y será derrotado.

       —Es cierto —convino Eclipse dando un paso al frente—. Vamos todos.

       De pronto Hyunkel alzó un brazo, indicándoles que no intervinieran.

       —Déjenlo luchar solo.

       —¿Qué dijiste? —preguntó Ranma tratando de creer que no había escuchado bien.

       —¿Acaso se te botaron las tuercas, Hyunkel? —inquirió Eclipse—. Ya sé que él nos pidió que no interviniéramos en la pelea, pero… .

       —Él sabe lo que hace —aseguró el Caballero Inmortal—. Sí ese guerrero no pudiera luchar por sí solo, no se hubiera atrevido a enfrentarlo nuevamente.

       En tanto, el Kadena observó a Hyoga y supuso que sí lo dejaba concentrar más poder sería muy arriesgado enfrentarlo, aun cuando estuviese ciego. Ciertamente, el aura que el Santo de bronce poseía superaba la suya por bastante. Sólo tenía una oportunidad para derrotarlo y ésta era atacarlo antes de que terminara de reunir sus fuerzas.

       —¡Muere, Hyoga! —exclamó el meganiano, lanzándose al ataque con su poderosa cadena de oro—. ¡Este será el golpe final!

       El Santo del Cisne mantuvo su mente en completo silencio y aunque no podía ver, pudo saber donde se encontraba su enemigo gracias a su percepción. Bajó los brazos violentamente y descargó una poderosa ráfaga de aire helado en contra de Kadena.

       —¡Aurora Execution! (Ejecución Aurora)

       Kadena abrió los ojos de par en par con horror, pero no pudo hacer nada para salvarse. La Aurora Execution lo interceptó en el aire y lo golpeó con una fuerza devastadora, lanzándolo hacia atrás mientras su armadura y cadena dorada estallaban en cientos de diminutos fragmentos que se esparcieron por el aire.

       El cuerpo del guerrero meganiano fue a caer a lo lejos, barriendo el suelo con la espalda hasta que finalmente se detuvo en la base de un pilar, quedando inmóvil. Kadena levantó el rostro levemente y tras un espasmo, murió.

       —¿Lo derrotó? —preguntó Ryoga con los ojos bien abiertos—. Ni siquiera pude ver nada. Todo ocurrió en un momento.

       —Su velocidad es increíble —murmuró Lance en tono pensativo—. Sí no me equivoco, quizás está a la par de un Caballero Celestial.

       —¿Qué cosa? —exclamó Eclipse, volviendo la vista hacia él—. ¿Significa que usted si pudo ver lo que realmente ocurrió?

       Lance negó con la cabeza.

       —Me temo que no —respondió con sinceridad—. Yo no soy un verdadero Caballero Celestial como mi hermano o Casiopea —hizo una pausa y bajó la mirada—. Siempre subestime la fuerza del aura y por esa razón supuse que podría crear armas lo suficientemente fuertes como para luchar contra aquellos que la usaran. Ahora veo que me equivoqué. La fuerza del aura es infinita.

       Hyunkel levantó su espada en lo alto.

       —Ya habrá tiempo para filosofar sobre todo eso —murmuró—. Tenemos visitas.

       Lance frunció el entrecejo con desconfianza. Volvió la mirada hacia el agujero en la pared por donde había entrado al templo y descubrió todo un escuadrón de Shadow Troopers abbadonitas y androides de combate que comenzaban a llegar para unirse a la lucha. Ahora todo se complicaba.

       Entretanto, en otra parte del templo, Seiya alzó ambas manos y comenzó a realizar una serie movimientos en el aire, invocando la fuerza de su cosmos. A diferencia de Tiamat, en Sombrío si podía sentir un aura y eso lo tranquilizaba un poco.

       —Prepárate, miserable —le advirtió al Khan del Lobo—. No tendré consideraciones contigo.

       Sombrío sonrió con bastante desdén. A pesar de que él no era tan fuerte como Tiamat o Aicila confiaba en que podría manejar fácilmente a aquel fanfarrón Santo de bronce que se atrevía a desafiarlo.

       —Habla todo lo que quieras, gusano —se burló—. Voy a darte una paliza que jamás olvidarás en toda tu patética vida. Voy a patear tu maldito trasero de aquí al fin del universo.

       El Santo de Pegaso frunció la mirada con determinación y extendiendo el puño derecho contra el Khan del Lobo, liberó su poderoso ataque de meteoros.

       —¡No creo que sea tan fácil! ¡Pegasus Ryuu Sei Ken! (Meteoro Pegaso)

       Moviendo sus brazos de lado a lado con extraordinaria velocidad, Sombrío consiguió bloquear todos los ataques de Seiya sin ninguna dificultad. Por increíble que pareciera, el guerrero imperial se movía de una manera que parecía ser capaz de predecir la trayectoria de todos los meteoros.

       —¿Ya acabaste con tus tontos ataques, estúpido? —se burló—. Sí eso es lo mejor que puedes hacer entonces veo que no debo preocuparme de nada.

       «No puede ser», pensó Seiya. «No le hice ni un rasguño».

       —Creo que ahora será mi turno —sentenció el Khan, dando un paso al frente. De pronto, se arrojó contra Seiya y  comenzó a acosarlo con cientos de golpes a la velocidad de la luz—. ¡Claw Lupus!

       El Santo de Pegaso optó por imitar a su adversario. Moviendo sus puños de lado a lado, empezó a bloquear todos los ataques del imperial con una gran habilidad fuera de serie. «No puedo creerlo», pensó Sombrío mientras atacaba. «Está conteniendo todos mis golpes de la misma manera que yo lo hice con sus meteoros».

       Finalmente, Sombrío intento propinarle un potente golpe en el rostro a Seiya, pero lo que no contaba es que éste lograría hacerse a un lado justo a tiempo y atraparía su puño. Sujetando fuertemente el brazo del Khan, el Santo de bronce dio un salto en el aire y dando un espectacular giro, arrojó violentamente a Sombrío contra la pared.

       El cuerpo de Sombrío se estrelló de cabeza, dejando su silueta en uno de los muros del templo. Tras una fracción de segundo, el Khan del Lobo cayó hacia abajo, pero antes de estrellarse en el suelo consiguió reaccionar a tiempo. Apoyándose en el suelo con una mano evitó la caída y ganó el impulso suficiente para dar una vuelta en el aire y lanzarse nuevamente contra Seiya.

       Pero el Santo de bronce sabía perfectamente que el estrellarse con una pared no detendría a Sombrío de modo que antes de que éste hubiera detenido su caída así que ya se había arrojado sobre él, dispuesto a descargarle un puñetazo.

       Como sí se tratara de un par de caballeros medievales en duelo, cada contrincante le asestó un golpe a su oponente en el momento en que ambos se encontraron en el aire.

       Sombrío consiguió golpear a Seiya en el rostro mientras que éste lo hacia en su abdomen, rasgando una parte de su armadura del averno. Luego de esto, con un prodigioso salto, ambos adversarios se colocaron en extremos contrarios dándose la espalda mutuamente y dejando un vasto espacio entre sí.

       —Eso fue muy divertido —murmuró Sombrío, volviéndose hacia Seiya—. Confieso que no esperaba encontrar un guerrero que pudiera bloquear todos mis golpes de esa manera. Veo que el derrotar a los Celestiales me sirvió mucho como práctica.

       —Sí, puedo ver que posees mucha experiencia —dijo Seiya, girando sobre sus talones—. Pero se necesita más que eso para decidir una batalla.

       El Khan sonrió burlescamente y luego bajó su mirada para examinarse la armadura.

       —Vaya, lograste quebrar una armadura del averno sólo con tu puño —murmuró en tono pensativo—. Creo que tendré usar mi mejor técnica para vencerte —hizo una pausa y alzó el rostro mientras una densa neblina empezaba a surgir en torno e él—. La Nebula Lupus.

       —¿La Nebula Lupus? —musitó Seiya, enarcando una ceja.

       De pronto la cortina de niebla cubrió completamente a Sombrío y un segundo después, el guerrero imperial desapareció en ella sin dejar huella.

       Seiya abrió enormemente los ojos e inmediatamente volvió la mirada en todas direcciones en espera de que su oponente apareciera de un momento a otro para atacarle. Súbitamente, una densa neblina brotó de sus pies y lo cubrió rápidamente, impidiéndole toda visibilidad.

       —¿Qué es esto? —exclamó desconcertado—. Parece una especie de neblina.

       —Veamos sí ahora puedes detener todos mis golpes, Seiya —se escuchó decir a Sombrío—. ¡Claw Lupus!

       Antes de que el Santo de bronce pudiera advertirlo, cientos de golpes a la velocidad de la luz empezaron a alcanzarlo desde diferentes direcciones. A causa de la densa neblina que lo cubría, Seiya no podía ver los golpes hasta que ya era demasiado tarde.

       —¿Qué es esto? —se preguntó en voz alta—. ¿En donde demonios estás?

       Inesperadamente, el Santo se giró hacia un extremo y lanzó un puñetazo al aire con la intención de contraatacar, pero no le dio a nada y a cambio recibió dos impactos más. La incertidumbre se apoderó de él.

       De pronto la risa siniestra de Sombrío se dejó escuchar por todos lados.

       —No te servirá de nada, Seiya. Esta neblina es producida por mi aura y por lo tanto no podrás ubicar mi presencia. Me das lástima ya que debes estar muy confundido.

       Seiya apretó los dientes y crispó los puños con rabia. Nunca se había enfrentado a una situación como esa y no sabía que táctica utilizar. De repente, un fuerte golpe en la quijada lo hizo alzar el rostro hacia atrás y antes de que pudiera recuperarse, recibió una certera patada en el estómago que lo lanzó por los aires.

       —Eso fue todo —declaró Sombrío, emergiendo de la neblina—. Ahora iré por la gema de una buena vez por todas.

       Astronave Churubusco.

       Saulo y Uriel condujeron al emperador Zacek, Lis-ek, Zaboot y a los gobernadores Uller, Bantar y Elnar hasta el centro de comandancia militar habilitado a bordo de la enorme astronave.

       El centro de comandancia era una enorme sala totalmente abarrotada de avanzados aparatos que no dejaban de pitar, parpadear, oscilar y escanear. Del suelo al techo, la amplia sala daba cabida a amplias pantallas y consolas de comunicación, técnicos provistos de auriculares trabajando en las computadoras, mapas estelares, y un panel holográfico militar para seguir las posiciones enemigas sobre una enorme mesa de cristal iluminada desde abajo.

       El almirante Cariolano, el general Vercingétorix del planeta Vretan y la princesa Mariana de Lerasi ya estaban en el interior, analizando los movimientos de los ejércitos imperiales. También se encontraban el comandante Antilles, el general MacDaguett de la Tierra y algunos otros representantes militares y políticos de diferentes mundos pertenecientes a la Alianza Estelar.

       El rostro de MacDaguett reflejaba una mezcla de indignación y tristeza. Aunque no era capaz de describir la actitud del general terrestre, Uriel supo enseguida que estaba representando un papel, que intentaba convencer al resto de los militares y políticos a bordo que aquellos que apoyaban su idea de atacar Armagedón eran unos incompetentes.

       Saulo se acercó al panel militar en compañía de Zacek y los demás para evaluar la gravedad de la situación.

       —¡Por el Gran Creador! —gritó el príncipe endoriano al ver lo que había ocurrido en los últimos megaciclos—. ¿Están todos confirmados?

       —Sí, señor. Estos emplazamientos están plenamente confirmados. También nos han llegado informes de varios ataques sobre sitios aislados, principalmente bases militares.

       —¿Hacia que dirección se dirigen? —preguntó Uriel.

       Cariolano se acercó y utilizó el mapa holográfico de la galaxia para ilustrar su exposición.

       —Al parecer, su plan consiste en que el ejército que atacó a Querube va rumbo al centro de la galaxia para dirigirse a continuación hacia el planeta Arquilia. Una segunda flota parece que seguirá avanzando por el norte, mientras que en estos momentos un tercer ejército se dirige hacia Noat para ocuparlo.

       Mariana, conservando la calma, llevó la mirada hacia una de las muchas pantallas de rastreo mientras el almirante Cariolano proseguía.

       —De hecho, son pasillos de ataque, y a medida que atraviesan una zona determinada envían naves caza, robots y guerreros Khan para atacar objetivos específicos. Nos han informado desde Virodunum que las naves enemigas que estaban en Svarog se desplazaron enseguida hacia Unix y atacaron el cuartel de la Alianza ubicado ahí. Es evidente que han efectuado un reconocimiento y que llevan tiempo planificando este ataque —Cariolano les concedió un momento para que todo su auditorio asimilara la información, antes de explicarles las consecuencias—. Sí calculamos el tiempo que les toma conquistar un sistema estelar y avanzar hasta otro, los mundos más importantes de la galaxia que aún permanecen libres caerán en los próximos veinte ciclos solares.

       —La situación es grave —señaló Mariana—. Sí no actuamos pronto corremos el riesgo de perder la guerra. Esta vez el imperio de Abbadón ha ido demasiado lejos.

       —¿Qué noticias hay de nuestras fuerzas? —preguntó Uriel.

       La expresión desmoralizada de Cariolano fue más reveladora que sus palabras.

       —Seguimos evacuando de las bases al mayor número de soldados posibles, pero ya hemos sufrido muchas bajas. Prácticamente es imposible luchar contra ellos debido a sus condenados escudos.

       —Maldita sea —murmuró Mariana y golpeó la mesa de cristal con el puño—. No sólo saben donde atacarnos, también tienen una orden de prioridades. Están moviéndose siguiendo una pauta.

       —Así es, princesa —convino Vercingétorix—. Es una ofensiva muy bien planeada. Tal parece que conocen a la perfección todos nuestros movimientos.

       Saulo exhaló un profundo suspiro.

       —No están aniquilando.

       Era una forma muy fea de describir lo que estaba sucediendo, que puso los pelos de punta a los que estaban en la comandancia, pero a nadie se le ocurrió un término más preciso.

       —Tranquilízate, Saulo —le dijo Zacek colocando una mano en su hombro—. Aún podemos hacer mucho. No debemos darnos por vencidos anticipadamente.

       El príncipe endoriano llevó el rostro hacía Zacek y asintió con la cabeza. Sin embargo, a pesar de las palabras de apoyo del emperador zuyua, los recientes acontecimientos lo torturaba. Millones de personas morían a cada momento y no podían hacer nada para ayudar.

       MacDaguett decidió tomar la palabra.

       —Como todos ustedes saben —dijo con un tono imperioso—. He estado hablando secretamente con el presidente William Wilson y algunos representantes del Congreso Mundial de la Tierra desde hace 24 horas —Cada frase parecía estar calculada para dejar en mal lugar a Saulo y a Uriel—. Estamos de acuerdo que podríamos poner un fin a las hostilidades sí convencemos a N´astarith de negociar una tregua.

       Era otra de las actuaciones mal disimuladas de MacDaguett. Trataba de convencer a todos de que su plan era una opción inevitable. Zacek se dio cuanta de la manipulación, pero estaba demasiado interesado en la idea como para criticar al terrícola.

       —¿Rindiéndonos, general? ¿Esa es la opción que propone? Condenaríamos a millones de inocentes.

       —Sí me permite que le sea sincero, emperador Zacek, ya imaginaba que usted tampoco aceptaría esa idea. Pero sí no reaccionamos con rapidez y esta guerra continua, ya no quedarán muchos inocentes que proteger. En mis conversaciones con… .

       —Príncipe —interrumpió Areth, que acababa de entrar a la comandancia.

       —Eso puede esperar, niña —le espetó MacDaguett, aunque en teoría no tenía autoridad para hacerlo.

       —Se trata de Megazoar —continuó la Celestial—. Ha desaparecido. Los imperiales lo han destruido por completo.

       La noticia tardó unos cuantos segundos en ser asimilada por todos.

       —No es posible —murmuró Uriel, rompiendo con el silencio que había causado la noticia.

       —Pero sí los meganianos son aliados de Abbadón.

       —Debe tratarse de un error —opinó Vercingétorix—. El planeta Megazoar no pudo haber desaparecido del universo.

       Areth se explicó con mayor precisión.

       —Lo sabemos por un grupo de refugiados que acabamos de encontrar. Al parecer una estación de batalla muy similar a Armagedón junto con una armada de naves enemigas se situaron sobre el planeta y estuvieron abriendo fuego durante varios ciclos. Al final, la estación utilizó una descarga de antimateria para destruirlo por completo.

       —¿Una estación similar a Armagedón? —murmuró Saulo pensando en todo lo que ello implicaba—. No puede ser cierto.

       —Señores, debemos negociar un acuerdo —insistió MacDaguett mostrándose muy nervioso. Para asegurarse que su propuesta conseguía la aprobación, no dudo en recurrir a un golpe bajo—. Un contraataque como el que están planeando ahora, sólo provocaría más muertes como ocurrió en Marte.

       Uriel se volvió bruscamente hacia el general terrestre y quedó cara a cara con él.

       —Ahora no estamos hablando de eso.

       —¿Qué es lo que está sucediendo? —preguntó Cariolano sin dirigirse a nadie en particular—. El emperador Francisco Ferrer ha sido uno de los aliados más importantes de N´astarith, ¿por qué los abbadonitas iban a destruir su mundo de repente?

       —Quizás tuvieron una seria diferencia y decidieron romper la alianza entre sus imperios —aventuró Vercingétorix—. Esa me parece la única explicación posible. Pero si los abbadonitas cuentan con otra estación de batalla similar a Armagedón, entonces creo que tenemos un serio problema.

       —Concuerdo plenamente con eso —murmuró Elnar—. Eso explicaría porque el enemigo se mueve tan rápido de sistema a sistema. Sí tienen varias estaciones de batalla podrían mover a sus fuerzas de un lado a otro sin mucho problema.

       Saulo tomó aire. La situación se presentaba bastante difícil, pero era hora de hacer algo más que hablar. Demorar en tomar una decisión sólo significaba brindarle más tiempo a N´astarith para adueñarse de la galaxia. Sin embargo, mientras no encontrarán la forma de atravesar o desactivar los escudos de las naves imperiales, no podía lanzar una contraofensiva como la que proponía Uriel.

       —Príncipe —entró un soldado Lerasino—. Acabamos de recibir un informe de que el asalto final al planeta Arquilia ya ha comenzado. El rey de Arquilia mandó un mensaje antes de que se interrumpieran las comunicaciones donde nos dice que su hija, la princesa Io, y un batallón de sus mejores tropas se dirigen hacia aquí con la intención de unírsenos.

       La puerta de acceso se abrió otra vez. Uno de los oficiales del puente de mando entró con una noticia que era pura dinamita.

       —Nuestra última información es que se han detectado dos nuevas aberturas dimensionales en el Sistema del Gran Sol Amarillo.

       —¿Tienen el código trans-warp para determinar el destino? —preguntó Cariolano con impaciencia.

       —No, señor, eso es precisamente lo que queríamos informarle. De alguna manera el enemigo ha interferido las perturbaciones cronales en el campo cuántico y esto nos imposibilita para obtener las coordenadas trans-warp. En pocas palabras, no hay forma de saber hacia que dimensiones se dirigen.

       —¡No puede ser! —exclamó Cariolano—. Sin esas coordenadas no podremos evitar que se apoderen de las demás gemas sagradas. La reina Andrea y Cadmio aún no ha vuelto. ¿Qué es lo que haremos ahora?

       Todos los presentes dejaron escapar un lamento colectivo. Tras tantas decepciones, ésta era posiblemente la peor.

       —Me parece que todo ha terminado —murmuró Saulo sin poder ocultar su frustración—. Creo que no nos queda otro camino más que el de negociar. Iniciaré los preparativos.

       Una sonrisa maliciosa atravesó el rostro de MacDaguett. Sin embargo, antes de que éste pudiera cantar victoria, el emperador Zacek tomó la palabra para ofrecer una nueva esperanza.

       —Espera un poco, Saulo, quizás no haya manera de saber hacia que universos se dirigen las fuerzas imperiales usando la tecnología, pero sí por otros medios.

       Todas las miradas se giraron bruscamente hacia el emperador de los Zuyua.

       —¿De qué habla, emperador? —preguntó Cariolano—. ¿Existe otra manera?

       La emperatriz Lis-ek intervino.

       —Sí, nosotros como Guerreros Kundalini podemos usar nuestras habilidades astrales para averiguar hacia qué universo se dirige el enemigo.

       Todos se quedaron mirando fijamente a Lis, tratando de entender lo que ella decía.

       —¿Habilidades astrales? —repitió MacDaguett, incrédulo.

       —Así es —afirmó Zacek—. En el pasado he usado esa habilidad para encontrar otras dimensiones y puedo decirles que nunca me ha fallado.

       —¡Eureka! —exclamó Mariana—. Eso es genial, ¿pueden hacerlo de una vez?

       El almirante Cariolano seguía teniendo sus dudas así como el resto de los militares presentes.

       —No estoy muy seguro. ¿Y sí se equivocan y enviamos a nuestras naves a un universo diferente?

       —Eso no pasará —le aseguró Uller—. Sí Zacek encuentra el universo correcto por medio de su forma astral, tenga por seguro que todo saldrá bien. Tengan un poco de fe.

       El comandante Antilles, por su parte, no se tragó ni un apéndice de lo que Zacek y el hombre de hielo afirmaban, pero prefirió no opinar. Después de todo, ni él ni sus hombres correrían peligro en todo ese asunto y a él sólo le interesaba entrar en batalla para luego volver a su mundo.

       —No creo que vayan a hacer caso de ese ridículo plan —estalló MacDaguett, dirigiéndose a todos—. Toda esa tontería de usar los cuerpos astrales para localizar un universo es una locura.

       Pero Saulo no pensaba así. Se volvió hacia Zacek y se aclaró la garganta.

       —Como Caballero Celestial sé perfectamente de lo que hablas, Zacek —MacDaguett le lanzó una mirada asesina, pero Saulo continuó—. Correremos el riesgo. ¿Qué es lo que necesitas?

       Armagedón.

       Cerca de la estación, dos pequeñas flotas imperiales estaban a punto de atravesar un par de puertas dimensionales para ir en busca de las gemas sagradas. La primera escuadra estaba formada por siete Devastadores Estelares y había sido puesta bajo las ordenes de un Khan llamada Odrare. La segunda, estaba conformada por dos Devastadores y tres destructores Endorianos.

       José Zeiva, comandante de la segunda flota de ataque, iba en una de las naves endorianas acompañado por Kali y Liria. Mientras contemplaba por una ventana como su nave se aproximaba a una de las colosales puertas dimensionales pensó en su amigo Jesús. ¿Qué motivo habría sido tan poderoso como para hacerlo traicionar a N´astarith y ayudar a los miembros de la Alianza Estelar? Sencillamente no lo entendía, pero de lo que sí podía estar seguro era de que Ferrer aún continuaba con vida y que no tardaría mucho en aliarse a la Alianza Estelar para cobrar venganza por la muerte de Francisco.

       Por otro lado, estaba la reaparición de ese joven llamado Asiont al que había dado por muerto. ¿Cómo era posible que un sujeto a quien él mismo había derrotado ahora fuera tan poderoso cómo para vencer a un Khan? Otro misterio para su larga lista

       —No importa lo que suceda de aquí en adelante —murmuró mientras el súper acorazado endoriano Juris-Alfa avanzaba hacia la puerta dimensional—.  Estoy seguro de que los Caballeros Celestiales no podrán detenernos. Sólo es cuestión de esperar a que N´astarith consiga reunir todas las gemas y entonces podré cumplir mi sueño de regir la Tierra.

       Continuará… .

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