Leyenda 054

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPITULO LIV

LA EXCLAMACIÓN DE ATENA

       Astronave Prometeo (A trescientos mil kilómetros del planeta Génesis)
Año 2016 d.C.

       El enorme crucero estaba volando en una misión de reconocimiento. El sistema de control y aviso con el que estaba dotado era capaz de rastrear un área de seis mil kilómetros cuadrados y detectar a más de cinco mil naves a la vez. Pero el sofisticado sistema de radar, como otros tantos sistemas de comunicación, no funcionaba bien.

       —Capitán, recibo un gran espacio en blanco en los monitores. El radar frontal no da señales y el lateral tampoco.

       El comandante Stuart, hombre tranquilo y reflexivo, se dirigió hacia la pantalla del radar principal y estudió la señal entrante. Una gran porción de la parte superior de la pantalla estaba apagada, pero era obvio que no se trataba de una falla en el aparato.

       —Oficial Marlene —dijo Stuar sin dejar de estudiar la pantalla—. ¿Qué es lo que sucede? ¿existe alguna perturbación electromagnética en el área?

       La primer oficial Marlene, una mujer joven y hermosa, consultó una de las computadoras cercanas antes de responder. Las señales que mostraban los instrumentos eran muy extrañas.

       —Negativo, señor. Estamos volando sin referencia, sin embargo el infrarrojo capta señales de un enorme cuerpo celeste delante de nosotros.

       El puente de mando estaba atestado de computadoras que llenaban las paredes, bancos de instrumentos, pantallas de radar, y otros equipos recolectores de datos. Los diferentes técnicos hablaban frenéticamente unos con otros, haciendo una prueba tras otra, apresurándose por calibrar los sistemas de navegación.

       Stuart ocupó su puesto y se acarició la barbilla. Pasados unos momentos, presionó un botón en el brazo de la silla para accionar el sistema de comunicación.

       —Megaroad-01, aquí el capitán Stuart del Prometeo, ¿me escuchan?

       —Afirmativo —se escuchó una voz por radio—. Los detectamos y su señal llega clara y fuerte. Cambio.

       —Megaroad-01, tenemos una perdida de la señal del radar —informó Stuart—. La totalidad de los equipos está empezando a funcionar mal. Nuestros sistemas de entorno se han bloqueado. No recibimos ninguna lectura. Cambio.

       —¿No detectan nada, Prometeo? —preguntaron desde el Megaroad-01—. Eso es algo extraño, ¿no estarán fallando sus instrumentos? Cambio.

       —Negativo. Los instrumentos funcionan bien. Vamos a investigar un poco más para ver si encontramos algo. Cambio.

       —De acuerdo, Prometeo. Avisaremos de esto a la qlmirante Ichijo. Cambio y fuera.

       La nave avanzó algunos kilómetros más. Entonces, justo cuando acababan de cortar la comunicación con el Megaroad-01, uno de los técnicos de navegación dio la voz de alerta.

       —¡Dios mío! ¡Es una nave alienígena gigantesca!

       Enfrente tenían un imponente Devastador Estelar abbadonita de veinticinco kilómetros de diámetro, una imagen majestuosa y a la vez aterradora.

       —¿Oficial Marlene? —murmuró Stuart sin dejar de mirar aquella nave desconocida como hipnotizado.

       —¿Sí, señor?

       —De la alerta roja y comuníquese con el Megaroad-01 enseguida —ordenó—. Quiero que todos nuestros Lightnings se preparen para entrar en acción inmediatamente.

       Astronave endoriana Juris-Alfa.

       —Cuatrocientos metros y acercándose con rapidez, señor —informó un técnico en un tono sin emoción—. La nave desconocida estará al alcance de nuestras armas en veinte ciclos y cinco cliks. Los rastreadores indican que acaba de activar sus sistemas de armamento.

       —¿Quiénes serán esos tipos? —murmuró José Zeiva, refiriéndose al Prometeo—. Un grupo de perdedores por lo que se puede apreciar a simple vista. Aparentemente su tecnología es algo avanzada, pero desde luego no se compara con la nuestra.

       Mientras el comandante José Zeiva continuaba estudiando la nave terrícola con la mirada, las puertas de acceso al puente se abrieron de repente para dar entrada a la Khan de la Naturaleza.

       —¿Alguna señal de la gema sagrada? —preguntó Liria a la vez que se acercaba.

       —Al parecer se encuentra cerca de aquí —respondió José, volviéndose levemente hacia la guerrera Khan—. Sin embargo eso es lo de menos por el momento. Nos acabamos de topar con una nave de procedencia desconocida.

       —¿Qué es lo que piensas hacer con ellos? —le inquirió Liria, aproximándose un poco más a la ventana frontal para mirar la nave—. No parece que sean una amenaza para nosotros. Ignorémoslos y asunto arreglado.

       José soltó una risita maliciosa.

       —Pero que cosas dices, Liria. Acabo de tener un pésimo día y esos infelices me servirán para descargar toda la furia que llevó dentro —hizo una pausa y se giró hacia sus oficiales—. Capitán, de la orden de destruir a ese cacharro inservible y luego rastree todo el sistema en busca de más naves enemigas.

       —Sí, señor.

       Santuario de Atena, Grecia
       Salón del Gran Maestro

       El recinto se había convertido en un verdadero campo de batalla entre los guerreros imperiales y los campeones de los diferentes universos. Shadow Troopers, Khans, Santos, androides de batalla, Celestiales y demás luchadores libraban feroces combates cuerpo a cuerpo en un amasijo de formas humanas.

       Aicila, la Khan de la Arpía, deseaba poner fin a su duelo personal con su adversario. Extendió ambas manos y liberó poderosas ráfagas de aire huracanado en contra de Kanon, el Santo de Géminis.

       —¡Maldito! —le espetó la Khan, presionando el ataque—. ¡Aquí morirás!

       Pero Kanon no pensaba de la misma forma. Concentrando toda la fuerza de su infinito cosmos, el Santo dorado utilizó nuevamente su Galaxian Explosion para contener los fuertes vientos huracanados de Aicila.

       —Lo lamento, pero no creo que puedas vencerme tan fácilmente.

       Aicila no podía creerlo, mucho menos aceptarlo. El cosmos de Kanon era fuerte, demasiado fuerte. Cuando había luchado contra Aldebarán en el templo de Tauro, no había experimentado tantos problemas como lo que tenía ahora. Sólo había una explicación posible: Kanon era un guerrero mucho más poderoso de lo que ella había pensado al principio.

       Kanon, por su parte, estaba intrigado por la naturaleza del poder de su adversaria. No podía sentir ningún cosmos en ella y eso lo desconcertaba enormemente. Aun así, no necesitaba saber demasiado para darse cuenta de que la Khan de la Arpía era una oponente extremadamente peligrosa.

       —Mejor date por vencida, mujer —dijo en voz alta—. Mi Galaxian Explosion puede detener todos tus vientos huracanados sin ningún problema.

       —Quizás sea cierto —replicó la imperial—. Pero es hora de terminar con este empate.

       Aicila frunció el ceño con ira y comenzó a concentrar todo su poder para imprimirle mayor fuerza a sus vientos huracanados. Dando un potente grito, la Khan lanzó el más poderoso de todos sus ataques.

       —¡Death Fly of the Dark!

       Un violento viento huracanado de mayor intensidad emanó de sus manos y se dirigió velozmente hacía Kanon. El Santo de Oro abrió sus ojos enormemente al mirar aquello, mientras sus cabellos se alzaban hacia atrás con fuerza.

       —¡No es posible! —gritó.

       Kanon llevó sus manos hacia delante para ejecutar nuevamente la Galaxian Explosion. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, el fuerte viento huracanado lo arrastró por el suelo para finalmente lanzarlo por los aires.

       —¿Qué te parece esto, hablador? —se burló la Khan.

       El cuerpo de Kanon se fue a estrellar contra una de las paredes en donde se incrustó y tras unos segundos, cayó al suelo quedando inmóvil. El impacto había sido terrible.

       Aicila creyó que el Santo de Oro ya no podría continuar con la batalla, así que se dio la media vuelta y decidió ir a apoyar a sus soldados para eliminar de una vez por todas a Lance, Ranma, Dai, Astroboy y los demás.

       Sombrío se detuvo frente al trono del Gran Maestro, ubicado al fondo del templo, y accionó su escáner visual para buscar la gema sagrada. Tras una fracción de segundos, el aparato le indicó que ésta se encontraba justo bajó sus pies. De alguna manera la gema había viajado en el tiempo hacia al pasado, a alguna remota época en donde aquel monumental templo todavía no existía.

       El Khan se hincó en el suelo y alzó una mano. Con un rápido movimiento hundió su puño en el piso y al cabo de unos segundos, extrajo su mano llevando consigo la gema sagrada «Lamed».

       —¡Sí! —exclamó mirando la joya—. ¡El emperador me recompensará enormemente!

       Pero antes de que el Khan del Lobo pudiera cantar su victoria a los cuatro vientos, la cadena de Andrómeda se enroscó rápidamente en su muñeca haciéndolo tirar su trofeo al suelo.

       —¡Con un demonio! —gritó preso de la rabia mientras el objeto de su júbilo rodaba por el piso.

       —Ignoro que estás haciendo, pero no te dejaré llevarlo a cabo —sentenció Shun de Andrómeda tirando de la cadena con fuerza.

       Sombrío observó al Santo de Bronce por encima de su hombro y le lanzó una mirada de puro odio. Aparentemente, aquel no era su día de buena suerte.

       —¡No me molestes, mugroso insecto!

       —Sólo lo haré sí te rindes ahora mismo —advirtió Shun con un tono severo—. No me interesa quitarte la vida así que sí te rindes, no te haré ningún daño.

       Sombrío soltó una sonora carcajada. ¿Qué clase de guerrero tan patético era ese? Indudablemente debía tratarse de algún perdedor.

       —¡Escucha, imbécil! ¡Vas a tener que conseguirte un buen dentista sí no te largas!

       —Veo que tienes deseos de pelear, ¿no es así?

       Sombrío lanzó una rápida mirada de soslayo a la gema sagrada que estaba en el suelo. Debía quitarse de encima a aquel odioso Santo para luego ir por ella y finalmente escapar volando hacía la nave que lo había traído a ese universo.

       —Bien —sonrió, relajando los brazos—. Me rindo. Tú ganas.

       —¿Hablas en serio? —le preguntó Shun, evidentemente incrédulo.

       Sombrío asintió con la cabeza.

       —Sí, esto no vale la pena —le extendió una mano—. Reconozco que eres el más fuerte de los dos. Ahora retira tu cadena y yo no pelearé más. Te lo juro.

       El Santo de Andrómeda escrutó al imperial con la mirada. Un sentimiento de duda se apoderó de él. Realmente era bastante extraño que se rindiera tan fácilmente luego de haber proferido tantas amenazas. Bajó la mirada y observó que su cadena aun continuaba tensa. Eso sólo podía significar una cosa: Sombría le estaba mintiendo.

       —No te creo.

       —¿Qué cosa?

       —Mi cadena de Andrómeda puede detectar el peligro —explicó—. Ella todavía sigue tensa y eso quiere decir que aún percibe cierto peligro en ti. De seguro tratas de engañarme para luego atacarme a traición.

       El Khan sonrió cínicamente y se encogió de hombros.

       —No pueden decir que no lo intente —extendió la palma de la mano que había levantado y disparó una potente descarga de energía—. ¡Muere!

       Shun ni siquiera tuvo tiempo de meter las manos. La ráfaga de luz lo embistió por el pecho y lo lanzó con fuerza hacia atrás, derribándolo.

       —¡Shun! —gritó Saori.

       Sombrío quedó libre. Se dio la media vuelta y se dirigió hacia la gema estelar.

       —Perdedor —musitó alegremente.

       Pero antes de que pudiera tomarla de nuevo, Eclipse aterrizó frente a sus ojos y la cogió rápidamente.

       —»El que la encuentra primero, primero se la queda» —dijo con gesto burlón.

       Sombrío apretó los dientes y cerró los puños con rabia creciente. Ese espía estaba muerto.

       —¡Dame esa gema! —gritó.

       Eclipse sabía que sí se detenía a luchar con el Khan perdería; de modo que se dio la media vuelta y salió huyendo con la gema entre sus manos.

       —¡Ábranla que lleva bala!

       —¡Ven acá, gusano! —le gritó el Khan, persiguiéndolo.

       A sabiendas de que sí perdía la gema era hombre muerto, Sombrío se detuvo, extendió sus manos con las palmas vueltas hacía delante y lanzó varias ráfagas contra Eclipse con la firme intención de matarlo. Una de ellas golpeó el suelo a los pies del espía, explotando y obligándolo a volar por los aires sin control.

       —¡Te lo merecías, insecto! —exclamó Sombrío.

       Eclipse cayó sobre uno de los soldados imperiales que andaba por ahí, tirándolo al piso y despojándolo de su arma. La gema rodó por el suelo nuevamente, quedando a los pies de un enorme androide de batalla imperial.

       Sombrío se dispuso a ir por ella, pero antes de que pudiera dar un solo paso, la cadena de Andrómeda atrapó su tobillo por detrás y lo hizo caer al suelo.

       —¡No puede ser! —exclamó el Khan, volviendo el rostro hacia Shun de Andrómeda.

       —Ahora que me he dado cuenta de que esa extraña piedra es muy importante para ti, no te dejaré tomarla. Tendrás que vencerme antes.

       Con un poderoso salto el Khan se liberó de la cadena que lo aprisionaba y se puso en guardia nuevamente. Estaba harto de Shun y deseaba darle una páliza, pero antes de eso debía tomar la gema estelar.

       —Debo ir por la gema —susurró para sí, mirando la gema de reojo—. Sólo tengo una oportunidad.

       De pronto, la densa neblina que utilizaba para atacar comenzó a emanar de su cuerpo y tras unos instantes, lo hizo desaparecer de la vista de todos. Shun abrió los ojos y se mantuvo alerta; no sabía exactamente lo que estaba pasando, pero supuso que se trataba de alguna nueva estrategia de su enemigo.

       —No te servirá de nada —murmuró él cerrando los ojos—. Mi leal cadena puede encontrar a cualquier enemigo no importa donde se encuentre. Así sea a millones de años luz.

       —Sí, claro, inventa otra cosa —se escuchó decir a Sombrío.

       Las cadenas de Shun comenzaron a moverse por sí solas de lado a lado como lo hubieran hecho un par de serpientes que han sido dominadas por la flauta de un encantador. Finalmente, se detuvieron apuntando en una dirección determinada.

       —¡Ahora! ¡Nebula Chain! (Cadena Nebular).

       Las cadenas salieron disparadas y golpearon a Sombrío sorpresivamente, haciéndolo aparecer nuevamente. El Khan del Lobo cayó por los suelos con una de las hombreras de su armadura perforada.

       —No puedo creer lo que está pasando —murmuró el Khan con la mirada perdida en el techo—. Mi madre me dijo que habría días como este, pero preferí ignorarla.

       Entretanto, Astroboy ubicó la gema sagrada desde el aire y se dispuso a ir por ella. El único obstáculo en su camino era el enorme androide imperial que estaba cerca de ésta, disparando ráfagas en distintas direcciones.

       Volando rápidamente, el pequeño Astroboy se lanzó contra el androide imperial disparando sus cañones láser constantemente. Los disparos golpearon al androide varias veces, llamando su atención y provocando que éste devolviera el ataque.

       Por unos instantes, Astro y el androide de batalla se enfrascaron en un violento intercambiaron de disparos. Pero, a diferencia de Astroboy que esquivaba los rayos volando hábilmente, el androide imperial era un blanco fijo que no tardó mucho en explotar en una bola de fuego y fierros retorcidas.

       Dos soldados imperiales se dieron cuenta de lo ocurrido y apuntaron sus armas contra Astroboy, que en ese momento descendía en el suelo para tomar la gema. Sin embargo, antes de que pudiera disparar, la espada de Hyunkel y un láser disparado por Lance los aniquilaron.

       —La tengo —murmuró Astro tomando la gema—. Se parece mucho a la que había en mi mundo.

       El diminuto robot estaba tan interesado en aquella extraña joya que no advirtió la presencia de Aicila a sus espaldas. Con una ráfaga de aire huracanado, la imperial lo arrojó contra una de las columnas al pie de la cual se desplomó mientras la gema volvía a rodar por el piso.

       Eclipse, mientras tanto, abrió los ojos y lo primero que vio fue a otro de los androides de batalla que se dirigía hacia él. Aquel enorme armatoste medía dos metros de altura y llevaba un par de brazos cortos rematados en cañones que lucían verdaderamente amenazadores.

       El androide imperial abrió fuego contra el espía.

       —Unidad de carbono enemiga localizada… ¡Destruir!

       Justo cuando los disparos estaban a punto de golpearlo, un campo de energía lo rodeó para protegerlo. Eclipse había apretado los párpados esperando el amargo final, pero cuando se dio cuenta de que los segundos transcurrían y que aún seguía con vida, supo que alguien lo había salvado.

       —¿Lance? —musitó alzando el rostro y abriendo un ojo.

       —Veo que recuerdas mi nombre —sonrió él desde las alturas—. Cuando vi que estabas a punto de formar parte de las bajas, decidí ayudarte. Espero no arrepentirme de esto… .

       Mientras aun charlaban, el androide imperial se dio cuenta de la presencia de Lance gracias a sus detectores de calor. Alzó la cabeza y los brazos dispuesto a abatirlo.

       —Unidad de carbono enemiga localizada… .

       Pero antes de que pudiera efectuar un solo disparo, una ráfaga de aire frío lo congelo en el acto. Debilitada por el hielo que la recubría, la estructura del enorme androide de batalla se partió en varios pedazos y se desmoronó.

       Lance y Eclipse llevaron sus miradas hacia el sitio de donde había venido el milagroso ataque que los había salvado; se trataba de Hyoga, el Santo del Cisne.

       —¡No estén perdiendo el tiempo! —les dijo el Santo, bajando los brazos—. Debemos cambiar de estrategia.

       Tiamat ya estaba harto de los continuos ataques de Dohko, Casiopea, Shiryu, Aioria, Cadmio y Dai. A pesar de que los había golpeado y herido anteriormente, estos no desistían en sus intenciones y seguían combatiéndolo con el mismo coraje.

       Sin embargo, cuando el Khan se dio cuenta de la presencia de la gema sagrada, supo que la situación había cambiado completamente; no podía desperdiciar más tiempo luchando con ellos. Era momento de terminar con el combate.

       —De acuerdo, amigos —comenzó a decirles en tono amenazador—. Creo que ya estuvo bueno de tener que soportar vuestras tonterías. Es una verdadera pena que tengan que morir, pero así son las guerras.

       Dai levantó su espada enseguida.

       —¡Cállate! —le gritó—. ¡Esto aún no termina!

       Tiamat le dirigió una mirada burlona.

       —¿Así? ¿Y qué harás, mocoso?

       Como respuesta, el chico comenzó a correr hacia él mientras el misterioso símbolo del dragón aparecía en su mano derecha, brillando intensamente. Esta vez iba a arriesgar el todo por el todo.

       Cadmio y los otros se dieron cuenta de las intenciones de Dai y le gritaron que no atacara solo, pero el chico no los escuchó y siguió adelante con su plan. Shiryu dudaba seriamente que aquel pequeño niño pudiera lastimar a Tiamat con su poder, pero aun así, decidió permanecer a la espera y ver que pasaba.

       Finalmente Dai colocó su espada en posición para hacer el Aban Slash y cuando estuvo a escasos metros del Khan, dio un brinco en el aire para atacarlo con todas sus fuerzas. Lo iba a golpear con todas su poder.

       —¡Aban Slash! (Corte de Aban)

       Esta vez la espada de Dai se partió en mil pedazos al momento del impacto. Un violento estallido de luz cegadora cubrió por completo la figura del Khan imperial y del chico. Cuando todo volvió a la normalidad y la explosión del ataque desapareció, Cadmio y los otros descubrieron, como suponían, que Tiamat estaba ileso.

       Dai se quedó paralizado del estupor. Había usado todas sus fuerzas, su espada se había roto en pedazos y ni siquiera había logrado rasguñarlo. El chico paso del furor al desánimo total.

       —Niño tonto —le espetó Tiamat—. Ese tipo de ataque seguramente te servirá para derrotar enemigos de bajo nivel, pero no a alguien como yo —hizo una pausa y le dio una fuerte patada en el estómago que lo lanzó volando—. ¡Hazte a un lado!

       A continuación, Casiopea se lanzó por los aires para atrapar a Dai en sus brazos antes de que éste cayera al suelo.

       Aioria apretó los dientes y cerró los puños con desesperación. A su juicio sólo quedaba una opción real para vencer a Tiamat, y ésta era usar la técnica más poderosa a la que los Santos de Oro podían recurrir.

       —No tenemos elección —dijo, llevando el rostro hacia sus camaradas—. Hay que usar la Exclamación de Atena para derrotarlo. No hay otra forma de hacerlo.

       —¡No, Aioria! —exclamó Dohko, fuera de sí—. La Exclamación de Atena ha sido prohibida desde los tiempos mitológicos debido a su poder destructivo. No podemos usarla.

       —¿La Exclamación de Atena? —repitió Shiryu sin entender a que se referían.

       Cadmio y Casiopea no dijeron nada, pero ambos se hicieron la misma pregunta en su mente: ¿Acaso de trataba de alguna especie de técnica secreta?

       —Pero maestro, sí no usamos la Exclamación de Atena, entonces no podremos ganarle —insistió Aioria—. Este enemigo es demasiado poderoso para continuar arriesgándonos.

       Dohko sabía que tenía que pensar rápidamente. ¿Debía acceder al plan de Airoria o negarse? Ciertamente, aquel guerrero de nombre Tiamat era increíblemente fuerte y ninguno de los ataques usados en su contra había funcionado. Era una situación crítica a la que nunca se había enfrentado.

       —En este caso estoy completamente de acuerdo con Airoria, maestro —la voz de Milo de Escorpión lo volvió a la realidad—. Sí la Exclamación de Atena no lo detiene, entonces nada en este mundo podrá hacerlo.

       El Santo de Libra volvió el rostro hacia Milo por encima de su hombro.

       —Tienen razón, pero… .

       Cadmio ignoraba por completo la razón por lo que los Santos de Oro estaban discutiendo, pero no había tiempo que perder. Sí iban a hacer algo, debía hacerlo ya.

       —Oigan, sí de verdad pueden usar una técnica especial que acabe con ese maldito, háganlo de una vez.

       Milo y Airoria se miraron entre sí y asintieron con la cabeza casi al mismo tiempo. Casiopea, quien aún sostenía a Dai en brazos, volvió la mirada hacía donde estaba Dohko para ver su reacción.

       El Santo de Libra, por su parte, clavó la mirada en Tiamat y recordó las veces que éste había resistido sus continuos embates. Aunque no le gustara sabía que no había otro camino, debía aceptar el plan de Aioria y usar la técnica prohibida.

       —¿Qué es lo que intentan hacer ahora esos inútiles? —murmuró el Khan del Dragón mientras Milo, Airoria y Dohko adoptaban una posición con la cual formaban un triángulo usando sus manos—. Ahora están incrementando sus auras a la misma velocidad.

       —Sus cosmos están creciendo —observó Shiryu arrastrando las palabras.

       Dohko cerró sus ojos y se sumió en sí para liberar el máximo poder de sus cosmos; de repente abrió los ojos y dijo:

       —¡Prepárate, Tiamat! ¡Está vez recibirás la Exclamación de Atena!

       Moviéndose en perfecta sincronía, los tres Santos de Oro crearon con sus manos una brillante esfera de energía que lanzaron en contra del Khan del dragón.

       En ese momento, Shiryu comprendió que sí de verdad querían vencer a aquel enemigo, entonces todos debían atacar al mismo tiempo. Combinar sus poderes en un solo ataque.

       —¡Vamos! —gritó, instando a los Celestiales a combatir—. ¡Rozan Kou Ryuu Ha! (Dragón Naciente).

       Cadmio asintió con la cabeza y llevó su mirada hacia donde estaba el imperial. Extendió sus brazos a ambos costados para luego juntar sus muñecas con las manos orientadas hacia delante, lanzando una cegadora ráfaga de luz.

       —¡Dyaus!

       El invencible Khan del Dragón abrió sus ojos enormemente cuando vio todo lo que se le venía encima. Sin perder tiempo, levantó los brazos y rápidamente contraatacó con su Hell Destruction.

       —No crean que podrán vencerme tan fácilmente… .

       Un pequeño temblor se dejó sentir cuando todos los ataques se encontraron entre sí en el aire, desatando una increíble lucha de poderes. Tiamat habría podido esquivar aquellos ataques sin dificultad con un salto, pero quería demostrarles a sus enemigos que podía contener sus poderes y regresárselos.

       Dohko, Shiryu, Cadmio, Milo y Aioria estaban haciendo un verdadero esfuerzo por ganar. Por unos instantes parecía que el ataque del Khan iba a vencer, pero poco después ocurría lo contrario y la balanza se inclinaba a favor de los defensores del Santuario.

       Finalmente, Cadmio y lo otros desplegaron toda la fuerza de sus auras y liberaron una poderosa energía que le permitió imprimir un mayor vigor a sus ataques. Tras unos segundos, el rayo de Tiamat comenzó a retroceder lentamente hasta que finalmente se deshizo en una lluvia de astillas luminosas.

       —¿Qué? —gritó Tiamat, desconcertado—. ¡No puede ser!

       Los ataques combinados continuaron su camino hasta golpear el cuerpo de Tiamat, desatando una atronadora explosión que cimbró todo el Salón del Gran Maestro. Algunos fragmentos de la armadura del guerrero imperial salieron volando por los aires.

       Aicila, Shun, Sombrío, Talión, Hyunkel y los demás dejaron de pelear para ver lo que había ocurrido al otro extremo del templo. Una sonrisa de satisfacción iluminó el rostro de los Santos dorados y los Celestiales. Nadie podía creerlo, pero por fin habían podido anotarse una victoria en contra de aquel poderoso Khan.

       —¡Resiste eso, maldito! —festejó Cadmio mientras Casiopea descendía a sus espaldas cargando a Dai en sus brazos.

       Mientras Cadmio seguía festejado su aparente triunfo, la nube de humo y escombros comenzó a asentarse lentamente dejando entrever la silueta del Kha Khan. Para sorpresa de algunos, éste todavía estaba de pie.

       —¿Lo habremos derrotado? —se preguntó Dohko.

       Cuando la cortina de polvo por fin desapareció todos pudieron ver nuevamente a Tiamat, que por imposible que pareciera aún continuaba con vida. A pesar de que parte de su armadura del averno había sido golpeada y destrozada, el guerrero imperial parecía no tener ninguna herida de gravedad.

       —Ese ataque sí me dolió en verdad —murmuró con severidad—. Estoy realmente impresionado. Nunca imagine que un grupo de perdedores como ustedes pudieran hacer una técnica como esa —hizo una pausa y frunció el entrecejo—. Veo que los he subestimado, pero eso no volverá a ocurrir.

       —No, no puede ser —murmuró Cadmio casi paralizado por la sorpresa.

       —Usamos todo nuestro poder y sólo logramos dañar su armadura —balbuceó Shiryu negándose a aceptar la realidad.

       —¡Esto no puede ser verdad! —dijo Milo a gritos—. ¿Acaso eres inmortal? ¡Nadie puede resistir la Exclamación de Atena y seguir con vida!

       Tiamat frunció el entrecejo y soltó una risita en un murmullo apenas audible.

       —Sí, en eso tienes razón, pero mientras ustedes estaban concentrando sus cosmos para atacarme yo usé mis habilidades telepáticas para hurgar en sus mentes —hizo una pausa y se tocó la frente con el dedo índice—. Gracias a eso supe que esa técnica posee un poder destructivo comparable al llamado Big-Bang de la creación del universo, aunque en menor escala. Consecuentemente, por este terrible poder destructivo, la llamada Exclamación de Atena fue prohibida por su diosa Atena desde los tiempos mitológicos, ¿no es verdad?

       —¡Eres un maldito! —le espetó Cadmio furioso.

       —Usando el poder de mi Hell Destruction pude restarle bastante fuerza a sus ataques —prosiguió Tiamat—. Sí hubiese recibido directamente la Exclamación de Atena quizás hubiera quedado sumamente lastimado y sin posibilidades reales de seguir peleando, ¿es una suerte, no?

       —¡Rápido! —exclamó Airoria—. ¡Debemos usar la Exclamación de Atena nuevamente!

       Sin embargo, Tiamat no estaba dispuesto a dejar que la usaran otra vez. Aunque se consideraba el más fuerte entre los Khans, ya había recibido mucho daño peleando con los Santos del Santuario y no podía darse el lujo de arriesgares a ser derrotado.

       —Olvídenlo, amigos —siseó, dando un rápido paso adelante—. No les permitiré que intenten hacer esa técnica de nuevo.

       Concentrando su poder, el Khan del Dragón se lanzó rápidamente contra Aioria y le propinó un fuerte rodillazo en el abdomen que lo lanzó hacía una pared. Aprovechando el ataque contra el Santo de Leo, Shiryu atacó a Tiamat por la espalda.

       El guerrero de Abbadón, que ya había anticipado esa acción, se dio la media vuelta y extendió una mano abierta contra el Santo del Dragón, deteniendo su puño a escasos centímetros de su palma.

       —¿Pero qué? —exclamó el Santo del Dragón.

       Tiamat advirtió que Shiryu estaba desconcertado y le asestó una fuerte patada en el rostro que lo arrojó hacia atrás. Cadmio, que había presenciado todo, cerró los puños con coraje, luego desplegó su aura con fuerza y finalmente se lanzó sobre el Khan, lanzándole ráfagas de luz con las manos como poseído por un frenesí destructivo.

       El guerrero imperial se volvió hacia él y en cuestión de segundos, los dos empezaron a librar una encarnizada batalla cuerpo a cuerpo. Intercambiando golpes y patadas a gran velocidad, ambos contrincantes comenzaron a elevarse en el aire hasta que finalmente el imperial decidió la batalla con un fuerte codazo en el rostro de Cadmio que lo lanzó contra Milo.

       Casiopea lo había visto todo. El combate había durado poco y ahora Cadmio, el hombre más fuerte que había conocido, acababa de sucumbir ante aquel enemigo. Seguramente ella y Dohko serían los siguientes.

       Astronave Megaroad-01.

       El ambiente en el vestuario de pilotos de la enorme astronave era de alegría. El capitán Hiroshi entró y se dio cuenta de que la mayoría de los hombres estaban contemplando a través de los televisores el concierto de la famosa Lynn Min Mei con motivo del descubrimiento del planeta Génesis.

Now that I’ m sure I found (Estoy segura que encontré)

The man in my life (Al hombre de mi vida)

I spend the days alone (Pasé mis días en soledad)

Chasing a dream (Jugando a soñar)

Why do hope and pray (¿Por qué la plegaria y la esperanza)

That he will care? (A él le importarán?)

He never stops to see (Él nunca se detuvo a ver)

I’ m even there. (Que yo siempre estaba ahí)

       Al doblar la esquina, se encontró con que los hombres del Escuadrón Táctico 23 estaba charlando animadamente con los del Escuadrón Táctico 24. El nombre oficial de las escuadras, «Times» y «Wolf» respectivamente, aparecía dibujado en las camisetas y en las chaquetas. Había incluso un par de tatuajes.

       El capitán de escuadrón Wolf y mejor amigo de Hiroshi, Joseph Black, estaba sentado en un alejado rincón apartado de los demás. Los dos habían pasado tanto tiempo entrenándose y cubriéndose las espaldas, tanto en el espacio como en la tierra, que cada uno sabía automáticamente dónde estaba el otro.

       —¿En dónde te habías metido, haragán? —preguntó Hiroshi—. No me cuentes, querías estar solo para pensar bien las cosas, ¿a que sí?

       Black sentía como sí se acabara de tragar una espada, pero intentó parecer tranquilo.

       —Siempre tan asertivo, Hiroshi. He estado pensando bien las cosas y creo que ha llegado el momento de formalizar las cosas. Me casaré con Emily.

       —¿Casarte? —preguntó Hiroshi.

       —Sí, ya lo he pensado bien y creo que es lo mejor… —Black percibió un atisbo de acusación en la voz de su amigo. Cada vez que hablaban acerca de matrimonio, Hiroshi le daba el mismo consejo: vive la vida sin asumir compromisos.

       —Creí que ibas a dejarla, muchacho —gruñó Hiroshi.

       En ese preciso momento entraban los hombres de otro equipo de vuelo. Vieron a Black y a Hiroshi y se dirigieron hacía ellos. Uno de ellos, Charles Senegal, era el principal rival de Joseph tanto en lo militar como en lo relacionado con el amor.

       —Pero sí es nada menos que el gran Black —dijo uno de los pilotos del Escuadrón Táctico 25—. Ya me enteré de que no te dieron el ascenso. Cuanto lo siento, perdedor.

       —Es cierto, amigos —afirmó Charles—. Nuestro buen amigo Black no es más que un sucio perdedor.

       —Eh, ¿cuál es tu problema, Charles? —le inquirió Hiroshi con sequedad, poniéndose de pie—. Todo el tiempo estás molestando a los demás con esa maldita actitud de superioridad.

       Charles soltó una risita despectiva.

       —Vaya, «Hiroshima». No es extraño que los perdedores se asocien entre sí.

       Black se levantó bruscamente de su silla y quedó cara a cara con Charles.

       —Pues yo no he visto que hagas algo para considerarte el mejor. Ni siquiera eres líder de escuadrón. Eres bastante inepto y además creo que eres todo un retrasado mental.

       Charles aparentó que los insultos de Black no lo incomodaban y siguió.

       —Me enteré que estás saliendo como Emily, pero no sé porque pierdes el tiempo. Ya que me asciendan a líder de escuadrón, ella se dará cuenta que hay mejores pilotos de Lightnings que tú, perdedor.

       Black cerró los puños. Estaba a punto de golpear al hombre que tenía enfrente cuando fueron interrumpidos.

       —¡Muévanse! —les gritó uno de los muchos pilotos que corrían a toda velocidad por un pasillo—. Acabamos de recibir nuevas ordenes. Hay un grupo de naves alienígenas que se dirige hacía nosotros. Una de nuestras naves ya hizo contacto visual con ellas y debemos ir a apoyarla. La Almirante Ichijo ha declarado la alerta general.

       —¿Zentraedis? —preguntó Hiroshi.

       El piloto negó con la cabeza.

       —No lo sabemos todavía, pero hay una reunión de emergencia en la K-609.

       Charles se volvió hacía sus compañeros adoptando una falsa actitud de gallardía.

       —Es hora de que el poderoso escuadrón Executor se encargue de darles la bienvenida a esos alienígenas.

       Charles se dirigió hacia el pasillo con sus hombres. Antes de dejar el vestuario, el piloto del escuadrón Executor se volvió hacía Black e Hiroshi y los señaló.

       —Nos veremos afuera, perdedores.

       Una vez que aquel pedante gusano se fue, Hiroshi colocó su mano en el hombro de Black en señal de apoyo.

       —Tranquilo, Emily jamás le hará caso a un engreído como ese.

       Black asintió con la cabeza.

       —Eso no es lo que me preocupa ahora.

       Diez minutos más tarde, Black e Hiroshi se encontraban fuera de la sala de reuniones. Después de respirar hondo, Black abrió la puerta y los dos capitanes entraron rápidamente. Todos los pilotos reunidos estaban sentados en pupitres escuchando la información que les proporcionaba el comandante Hikaru Ichijo. Éste era uno de aquellos pilotos héroes de la guerra con una raza extraterrestre llamada zentraedi y, por lo mismo, alguien muy respetado entre las tropas.

       Black e Hiroshi se sentaron en los sitios que les habían guardado y permanecieron en completo silencio. Hikaru explicó que el grupo de naves desconocidas se aproximaba rápidamente hacia el Prometeoy el planeta Génesis y que no habían tenido éxito en comunicarse con ellas.

       —Como saben, todavía no hemos podido restablecer el contacto con la Tierra, así que es prioritario evitar cualquier enfrentamiento con ellos. Hasta ahora no han demostrado ser hostiles y por lo mismo debemos proceder con extrema cautela.

       Cuando el comandante Ichijo hizo una pausa en su exposición, Hiroshi levantó la mano para hacerle una pregunta referente a los tripulantes de aquellas naves.

       —Disculpe, señor, pero ¿no se tratará de los zentraedis nuevamente? Quizás ya cambiaron el modelo de sus naves y por eso no los reconocemos.

       —No existe evidencia suficiente que nos haga suponer eso, capitán. Estas naves son completamente diferentes a las mostradas por los zentraedis anteriormente. Sí se trata de ellos sólo el tiempo nos lo dirá.

       Cuando la conferencia termino, todos los pilotos se dirigieron a sus aviones. En cuanto se acercaron lo suficiente a los hangares de alta seguridad, las enormes puertas se abrieron a su paso. En el interior había doscientos VF-4 Lightning III, los mejores aviones de combate, rodeados por técnicos que hacían los ajustes de última hora.

       —Ahora recuerden —dijo Black a sus hombres antes de que se dispersaran—. Sólo vamos a inspeccionar. Sí nos encontramos con algo demasiado malo lo dejamos y nos retiramos. Muy bien, a volar —los hombres rompieron filas y se encaminaron a sus aviones. Mientras sus botas crujían en contacto con el suelo metálico, Black preguntó por encima de su hombro—. Capitán Hiroshi, ¿está listo para esta misión?

       —Afirmativo, capitán —sacó una foto del bolsillo del pecho y le dio un prolongado beso—. Esta misión se la dedicó a mí adorada y hermosa chica. Te apuesto a que puedo derribar a más enemigos que tú, Blackye.

       —Eso lo veremos, Hiroshi —gritó Black mientras se introducía en la cabina—. Recuerda bien eso.

       —De acuerdo, capitán —respondió Hiroshi.

       Los pilotos se ajustaron los cinturones, revisaron todos los controles, pusieron en marcha sus rugientes motores y rodaron por la pista.

       Sistema Estelar Adur.

       El Águila Real 5 emergió de la puerta dimensional y enseguida tomó rumbo hacia la armada de naves aliadas que se escudaba constantemente tras el tercer mundo del sistema, el planeta Kibou. Después de identificarse ante la astronave Churubusco y algunos cazas que patrullaban la zona, la nave de Andrea prosiguió su camino en completa calma.

       —Tal parece que alguien consiguió ayuda de más —comentó Andrea mientras miraba la flota de cazas Tao a través de la ventana frontal del puente—. Hay varias naves que no reconozco, por ejemplo esos platillos de color amarillo.

       —Eso es verdad, Andrea —convino Rodrigo, fijándose en el mismo detalle que su prima—. Quizás el príncipe Saulo o Cadmio hayan vuelto y consiguieron ayuda para la flota. Con un poco más de naves podremos montar una buena ofensiva.

       —¿Aquí es donde viven? —preguntó Sailor Moon, acercándose—. Jamás imagine algo como esto. El espacio es muy hermoso.

       —Hay muchas naves —murmuró Sailor Mars claramente impresionada por la visión—. Debe haber cientos, quizás miles.

       —Es curioso que con tantas naves no hayan podido vencer al enemigo —comentó Sailor Uranus con un cierto tono de desprecio en su voz—. Esto me parece más extraño a cada momento.

       —Ahora vayamos hacia la astronave Churubusco —ordenó Andrea a los pilotos—. Espero que las cosas todavía marchen bien como hasta ahora.

       En tanto, en otra parte de la nave, Asiont y Sailor Mercury recorrían uno de los pasillos mientras charlaban. Habían estado conversando acerca de diferentes teorías científicas y sobre los viajes espaciales.

       —Su tecnología es realmente muy avanzada —comentó Mercury, fascinada.

       Asiont sonrió

       —El Águila Real es en parte tecnología aduriana. Los adurianos no son una raza propiamente guerrera, pero sus aportaciones fueron muy importantes para el desarrollo de estas naves… .

       —Veo que sabes bastante —señaló Mercury, sonriendo.

       Asiont la admiró de perfil.

       —Supongo que he aprendido algo a lo largo de los ciclos estelares —hizo una pausa—. Pero creo que ya he hablado suficiente, ¿no crees? Cuéntame algo sobre ti. ¿Tienes a alguien especial allá en tu mundo? ¿alguien que te está esperando?

       La chica se volvió para mirarlo y pasado un momento bajó la cabeza.

       —Hace tiempo hubo alguien, pero….  —alzó la mirada—. Bueno, la verdad creo que no soy muy buena para los relatos personales. ¿Por qué la pregunta?

       Asiont percibió en sus venas un ligero aumento de ritmo cardíaco. Tosió un poco para ocultar su nerviosismo y luego se apresuró a desviar la mirada en otra dirección mientras la Sailor lo observaba como quien estudia a un espécimen raro.

       —Simple curiosidad, eso es todo.

       Continuará… .

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