Leyenda 084

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPÍTULO LXXXIV

LOS SEÑORES DE LA OSCURIDAD SE UNEN

         Megaroad-01

         Min Mei echó una nueva mirada por la ventana y suspiró. Habían pasado ya dos horas desde que estaba en aquel refugio y aún no tenía noticias sobre de lo que estaba pasando en la nave. Ella, al igual que el resto de los civiles que viajaban a bordo, sabía que habían sido atacados por naves alienígenas, pero de ahí en adelante no tenía idea de nada. Ningún militar se había tomado la molestia de ir a decirles lo que estaba ocurriendo, tan sólo habían rumores que corrían de boca en boca. Algunos afirmaban que las cosas marchaban bien y que de hecho las turbulencias experimentadas unos momentos antes eran producto de la completa destrucción del enemigo; otros por el contrario, sostenían que los alienígenos habían logrado derrotar a las fuerzas de defensa de la Megaroad y ahora se disponían a abordarlos.

         Fuera como fuera, Min Mei sabía que no podía hacer otra cosa más que esperar a que alguien apareciera por la puerta de entrada y les dijera que ya podían salir del refugio. Mientras los minutos transcurrían empezó a pensar en ella misma y en su vida. Ya habían transcurrido cuatro años desde que había abandonado la Tierra y sin embargo aún la acompañaba un terrible sentimiento de soledad. A menudo se despertaba por las noches sintiéndose triste y añorando los tiempos en que las cosas solían ser más simples. Era extraño, pero ni ella misma entendía porque sentía esas cosas y siempre trataba de distraerse pensando en otras cosas. «No tienes por qué preocuparte», le decían todos los que la conocían. «Tienes una carrera brillante y miles de admiradores que te aclaman cada vez que sales a cantar». Pero lo que nadie más sabía era que cuando se disponía a salir al escenario, ella sentía no tenía a nadie que le proporcionara un cálido abrazo cuando más lo necesitaba, alguien que se preocupara por ella y la cuidara.

         En una ocasión había tenido a alguien, un joven piloto de nombre Hikaru Ichijo que le había confesado su amor. Sin embargo ella se dejó envolver por el mundo de la fama y la farándula y aquella situación fue asfixiando poco a poco su relación con Hikaru hasta que el amor finalmente murió. Ahora todo había quedado en el pasado y ese viejo amor ya no era más que un bello recuerdo. Desde entonces había conocido a varios hombres, algunos agradables y otros realmente unos patanes, pero ninguno lo suficientemente bueno como para eclipsar a Hikaru.

         La figura de un enorme planeta de color esmeralda empezó a llenar el ventanal. Min Mei enarcó una ceja. Definitivamente, aquel mundo no era el planeta Génesis que ella había visto. Llevó la vista hacia un extremo de la ventana y divisó varios Lightnings que volaban cerca de la nave. No sabía lo que pasaba, pero al menos podía estar segura de que los alienígenos no habían abordado la Megaroad-01 como algunos histéricos aseguraban. Exhaló un suspiró y se recargó en el asiento donde estaba. No pudo seguir pensando en su vida, sin embargo, ya que la figura de una nave desconocida cinco veces mayor que la Megaroad apareció por la ventana.

         —¿Pero qué es eso? —musitó en voz baja mientras el resto de las personas en el refugio se congregaban cerca de las ventanas para ver aquella extraña y misteriosa astronave—. ¿Adónde vamos? ¿Qué es lo que está sucediendo?

         —No parece una de las nuestras —dijo alguien y su comentario fue seguido por el de otras personas.

         Min Mei volvió a mirar hacia el espacio y comprobó que los Lightnings aún estaban volando a un costado de la nave. Algo raro estaba pasando, de eso no había duda. Sin embargo mientras no supiera a ciencia cierta lo qué estaba ocurriendo, todo lo que podía hacer era esperar. Finalmente hundió la cabeza entre sus brazos y suspiró.

         Astronave Churubusco.

         Mientras Mariana conducía al grupo hacia la sección de los comedores, Asiont iba pensando en la extraña sombra con la que había discutido mientras viajaban por el espacio trans-warp. Por más que lo intentaba no podía relacionarla con nadie que hubiera conocido anteriormente, pero aún así algo en su interior le decía que ya había escuchado esa voz en alguna parte. No obstante, la identidad de aquella misteriosa sombra no era lo único que le inquietaba; también estaba todo ese asunto referente a la liberación de algo o alguien llamado Lilim y el guerrero Káiser.

         En la leyenda de Dilmun y las doce gemas se hacía referencia a un guerrero capaz de manipular el aureus con una habilidad excepcional, pero algunos de los Celestiales tenían serias dudas sobre la existencia de tal guerrero. Para la mayoría, todo ese asunto del Káiser se trataba de una alegoría que explicaba metafóricamente como los Caeletis de Dilmun habían derrotado a las fuerzas del mal. Sin embargo, para otros pocos, la leyenda realmente hablaba sobre un guerrero íntimamente unido al poder del aureus que había peleado y salvado al universo.

         Con el paso de los siglos algunos empezaron a afirmar que en tiempos de oscuridad y peligro, el guerrero Káiser aparecería otra vez para salvar al universo. Asiont sacudió la cabeza. Estaba tratando hilar una relación entre aquella sombra, N´astarith, Lilim y el guerrero legendario cuando la dulce voz de Sailor Mercury interrumpió el curso de sus pensamientos.

         —¿Te ocurre algo malo? —le preguntó gentilmente, volviendo el rostro por encima del hombro—. Desde que llegamos has estado muy callado y pensativo. Espero que no estés pensando en más venganzas, ¿eh?

         —¿Cómo crees? —murmuró él con una sonrisa discreta—. Lo que sucede es que me sucedió algo raro mientras veníamos de regreso y estaba pensando en eso.

         —¿Algo raro dices? —Sailor Mercury se detuvo para esperar a Asiont y luego empezó a caminar junto a él—. ¿Qué pasa ahora? Quizá pueda ayudarte.

         —Cuando estaba en el Águila Real 47 vi una sombra misteriosa que me dijo algunas cosas que me desconcertaron mucho. Habló sobre alguien llamado Lilim y sobre un guerrero legendario que se menciona en la leyenda de las doce gemas.

         —Una sombra —Mercury se tomó la barbilla mientras pensaba.

         —Sé que tal vez te parece una locura, pero sé que era real. Lo más extraño de todo es que hablaba como sí supiera todo lo que hay en mi interior. Sabía sobre mis sentimientos más profundos y mis pensamientos.

         —Es curioso, pero recuerdo que Sailor Mars me comentó algo sobre una extraña energía cuando volábamos por el espacio dimensional —comentó Mercury en tono reflexivo—. Dijo que apenas había podido sentirla ya que era muy débil. Quizá se trate de la sombra que dices que viste. ¿Qué otras cosas te dijo?

         —Bueno, mencionó a N´astarith y a las gemas estelares.

         —¿Crees que se trate de alguno de los guerreros de Abbadón? —preguntó ella.

         —Puede ser, aunque no estoy muy seguro de ello. También tengo que admitir que su voz me parecía algo familiar, como sí ya la hubiera escuchado antes en alguna parte.

         Sailor Mercury lo miró con algo de preocupación.

         —¿Te era familiar?

         —Sí, pero no puedo relacionarla con nadie que conozca. Humm, estoy empezando a creer que tal vez sí sea uno de los Khans; después de todo algunos de ellos fueron mis compañeros cuando me entrenaba para ser un Caballero Celestial.

         —¿Algunos eran tus compañeros de entrenamiento? Vaya, eso me recuerda que aún hay muchas cosas que tienes que contarnos —murmuró Mercury, volviendo la vista al frente. Mariana condujo al grupo por unas escaleras eléctricas que llevaban hacia abajo—. Quizás sería buena idea que comentáramos todo esto con Sailor Mars. Estoy segura de que ella podría decirnos de donde provenía esa sombra.

         —Tal vez tengas razón —dijo Asiont en tono pensativo—. Sí era un Khan puedo entender que hablara de N´astarith y de las gemas, pero aún no acabo de comprender el por qué mencionó que sólo podía haber un guerrero Káiser.

         —¿Guerrero Káiser? ¿Es el guerrero legendario que mencionaste?

         —De acuerdo con la leyenda de las doce gemas, es un guerrero con una habilidad de manipular el aureus muy superior a la de cualquier otro ser vivo. Según se dice, no hay nadie capaz de derrotarlo en todo el universo.

         —¿Y no sabes dónde está ahora? —preguntó Ami con una sonrisa—. Tal vez podría ayudarnos a luchar con N´astarith y sus guerreros. Sí dices que salvó al universo entero, entonces debe ser un guerrero de buen corazón.

         —En realidad nadie sabe sí existe de verdad —respondió Asiont encogiéndose de hombros—. Una vez escuché decir que el guerrero Káiser volvería a aparecer cuando el universo se encontrara en peligro otra vez.

         —¡Mira! —exclamó la Sailor—. Parece que ya llegamos.

         Asiont dirigió su mirada hacia una puerta blanca, la cual se abrió en cuanto Mariana tocó un panel de control ubicado en una pared contigua. En el interior de la sala de comedores se encontraban Ranma, Shilbalam, Shampoo, Moose, Sailor Venus, Hyoga, Saori, Aioria, Marin, Shaina, Milo, Mu y Dohko.

         —Princesa Mariana —dijo Hyoga.

         —Hola, Hyoga —repuso Mariana con una sonrisa—. Les presento a algunos amigos míos que estaban ausentes cuando todos ustedes llegaron. Ellos son Sailor Moon, Sailor Mercury, Sailor Mars, Sailor Jupiter, Hikaru Shidou, Umi Ryuzaki, Fuu Huonouji, Marine, Sailor Uranus, Sailor Neptune, Tuxedo Kamen y Asiont.

         —¡¡Amigas!! —Sailor Venus corrió hacia donde estaban Usagi, Rei, Makoto y Ami y cuando estaba a unos pasos de ella, saltó para abrazarlas a todas—. ¡¡Ya estaba comenzando a sentirme sola!! ¡¡Que bueno que volvieron!!

         —Ay, Sailor Venus —murmuró Sailor Moon—. Yo también te extrañé.

         Mientras las Sailor Senshi y las Guerreras Mágicas conversaban entre sí, Asiont se acercó a Saori y a los Santos dorados. Las energías aúricas que emanaban de todos ellos eran realmente poderosas y Asiont no pudo menos que sentirse sorprendido. A lo largo de toda su vida había conocido Caballeros Celestiales con grandes poderes, pero ninguno que poseyera un aura parecida a la de esa joven llamada Saori Kido.

         «El aura de esa chica despide una gran paz y una enorme sensación de tranquilidad», pensó. «Mariana mencionó que se trataba de una diosa, pero ¿en verdad es eso posible? Hum, esas dos chicas de allá portan mascarás, ¿por qué será?».

         —¿Tú eres Asiont, cierto? —le preguntó Saori, mirándole.

         —Así es, señorita Saori. Soy un Caballero Celestial y debo decirle que me siento honrado de contar con vuestra ayuda. Supe que los guerreros de Abbadón atacaron su mundo y quiero decirle que lamento eso.

         —Yo soy Hyoga, el Santo del Cisne —dijo Hyoga, ofreciéndole una mano a Asiont.

         El Celestial respondió con un fuerte apretón de manos.

         —Es un placer conocerte, Hyoga, ¿me podrías presentar a tus amigos?

         Armagedón (Sala del trono)

         Siendo como era, desconfiada, fría y calculadora, Astarte sabía que el involucrar a personas ajenas a los intereses del imperio de Abbadón era como usar una espada de doble filo. Después de todo, ¿qué pasaba sí ese tal Ban o Asura decidían traicionarlos llegado el momento y luego se apoderaban del Portal Estelar? El nuevo plan de N´astarith se escuchaba muy bien en un principio, pero la Khan de la Sirena era de la opinión de que no debían de perderse de vista los riesgos.

         Otro que también tenía sus dudas al respecto era Malabock. El hechicero negro no estaba muy convencido de que el plan de N´astarith fuera el más acertado. Aún cuando habían derrotado a tres Khan y vencido a algunos guerreros meganianos, los Caballeros Celestiales y sus aliados no habían podido hacer mucho para impedir que se apoderaran de las gemas del portal Estelar y por ello no veía la necesidad de que alguien más se inmiscuyera en sus asuntos.

         —Es un plan brillante, mi señor —afirmó Malabock con expresión muy seria—. Pero no veo la necesidad de usar la ayuda de nadie más. Ciertamente, los Caballeros Celestiales y sus aliados no son una grave amenaza para nosotros y nuestro gran imperio. Estoy seguro de que podríamos eliminarlos fácilmente sí así nos lo ordena.

         N´astarith permaneció en silencio.

         —Opino igual que Malabock, mi señor —dijo Astarte, causando que algunas de las miradas de sus compañeros se posaran sobre ella—. Lilith, Sepultura y Belcer fueron descuidados y esa fue la principal causa de su derrota. Gracias a nuestro lazo telepático ahora conocemos todas las habilidades de los Celestiales, los Santos, las Guerreras Mágicas, las Sailor Senshi y los demás inútiles que se han unido a la Alianza —hizo una pausa y se volvió hacia los otros guerreros como buscando su apoyo—. No necesitamos la ayuda de nadie más para vencer a esos insolentes.

         La oscura figura del amo de Abbadón se volvió hacia el trono imperial y luego se sentó en él de nueva cuenta. Una vez que todas las miradas de los presentes se volcaron sobre N´astarith, éste alzó una mano.

         —Descuiden, amigos —susurró tranquilamente—. Estoy seguro de que ustedes matarían a los Celestiales o a cualquiera de las otras molestas alimañas que se les han unido recientemente. Sin embargo, ¿quién de vosotros no guarda sus mejores cartas para el final? ¿Qué general no espera hasta el último momento para enviar a sus mejores tropas? En términos más simples, ¿por qué razón molestarnos cuando alguien más puede hacer el trabajo por nosotros? Sabemos que existen personas que con gusto matarían a algunos de nuestros enemigos. ¡Perfecto! Que lo hagan y mientras nosotros nos ocupamos de otras cosas más importantes.

         —Pero, mi señor —replicó Bal al momento—. ¿Qué haremos sí Asura o el tal Ban deciden traicionarnos? No podemos darnos el lujo de arriesgarnos, no ahora que el triunfo está tan cerca.

         —No te preocupes por ese detalle, Bal —dijo N´astarith—. Una vez que hayan cumplido con su trabajo nos desharemos de ellos. No tengo la intención de compartir la gloria de la victoria con nadie más.

         —Es un plan excelente, mi señor —declaró una voz.

         Al instante, todos llevaron sus miradas hacia la entrada del elevador. Portando el casco de su armadura en una mano y caminando tranquilamente, Tiamat se fue abriendo paso entre sus compañeros de armas, que lo miraban bastante sorprendidos. Aicila, por su parte, estaba totalmente desconcertada; ignoraba la razón del por qué su odiado rival había retrasado tanto su llegada, pero ahora empezaba a sospechar que tal vez N´astarith tenía algo que ver en eso.

         Con su armadura del averno totalmente restaurada y luciendo más reluciente que nunca, el Khan del Dragón continuó su camino hasta llegar frente al trono imperial de Abbadón donde finalmente se detuvo.

         —Ahora no me cabe la menor duda de que usted es el más indicado para regir no sólo este universo, sino la existencia entera.

         —Te estábamos esperando, Tiamat —murmuró N´astarith—. Veo que has reparado tu armadura del averno completamente. Me imagino que ahora debe ser mucho más poderosa de lo que era antes.

         —Así es, mí señor.

         —También supongo que debes estar muy ansioso por enfrentar nuevamente a los Caballeros Celestiales y a los Santos del santuario, ¿verdad? —N´astarith se recostó pesadamente en su trono y luego sonrió como sí pudiera ver lo que estaba pensando Tiamat—. Sí. Paciencia, mi amigo, te aseguro que tu momento llegará pronto.

         El Khan del Dragón inclinó la cabeza y luego se colocó a un costado de N´astarith.

         —Ahora que estamos todos reunidos, iré a buscar al Rey Ban y a emperador Asura para convencerlos de que nos ayuden —anunció el amo de Abbadón—. Mientras hago todo esto, Tiamat se encargará de ponerlos al corriente sobre el ataque que estamos planeando en contra de las naves de la Alianza concentradas en el sistema Adur —Guardó silencio y a continuación cerró los ojos para entrar en estado de profunda meditación. Al instante siguiente, un aura de color negro cubrió totalmente a N´astarith.

         Castillo de Roca del Mal.

         El Castillo de Roca del Mal era la fortaleza desde la cual Ban, jefe supremo de nuevo y mejorado Ejército del Espíritu del Mal, dirigía la cruenta guerra había lanzado contra los reinos de la humanidad. Para quien quiera que lo contemplara aún de lejos, el castillo era una visión realmente estremecedora. Tenía la forma de una gigantesca estatua de Ban tallada en roca y era tan enorme como una montaña. En su interior había cientos de guerreros y monstruos listos para defender la fortaleza en contra de cualquier intruso que se atreviera a poner un pie ahí.

         En la sala del trono, Ban escuchaba pacientemente a Saborea detrás de una cortina de seda blanca, casi transparente. Desde que había oído hablar sobre los misteriosos guerreros que habían atacado el país de Papunika con ayuda de una isla voladora, el Rey del Mal había dado la orden de no hacer ningún movimiento hasta no conocer la identidad de aquellos forasteros y sus propósitos.

         Frente a Ban se encontraba la elite del Ejército del Mal: Saboera, líder del Batallón de los Magos, Myst, líder del Batallón de las Sombras, Baran, líder del Batallón de los Dragones, Kilban, heraldo de Ban y finalmente, Hadora, comandante en jefe de todo el ejército. Cada uno tenía diferentes razones para seguir a Ban en su lucha contra los humanos, pero en el fondo todos, a excepción de Baran, anhelaban una sola cosa en concreto: el poder para dominar.

         —Según mis informantes aún no hay noticias de los forasteros —anunció Saboera con las manos entrelazadas—. Pero puede confiar en mí, gran Rey Ban, tengo soplones por todas partes. No tardaremos mucho en saber en donde se ocultan.

         —Tal parece que se están escondiéndose por algo —especuló Kilban en tono pensativo—. Quizás estén planeando su siguiente movimiento en alguna parte. Lo que aún no entiendo es por qué atacaron el país de Papunika y no otro reino más importante.

         —¡Ah! Es una pérdida de tiempo quedarnos aquí sin hacer nada —bramó Hadora exhibiendo sus puños. Baran le miró discretamente, pero no dijo nada—. Poderoso Ban, le suplico que olvidemos todo ese asunto de los forasteros y sigamos adelante con nuestros planes.

         —Veo que eres más torpe de lo que pensaba —dijo Kilban a manera de burla.

         —¡¿Qué cosa has dicho?! —replicó Hadora, volviéndose violentamente a hacia Kilban.

         —Esos forasteros parecen poseer alguna clase de magia muy poderosa. Sí esto es así, debemos saber cuáles son sus verdaderas intenciones antes de hacer cualquier movimiento. Tenemos que asegurarnos que no van a interferir con nuestros planes.

         —¡¡Sólo perdemos el tiempo!!

         —Kiruban tiene toda la razón —declaró Ban, y sus ojos se iluminaron con un brillo rojizo—. Esos forasteros están planeando algo y yo deseo saber qué es. Ahora que la mitad del Ejército del Mal ha sido derrotado, no podemos darnos el lujo de cometer ningún tipo de error.

         Baran llevó su mirada hacia el oscuro rey Ban para observarlo. Se podían decir muchas cosas del nuevo rey del mal, pero estúpido no era. Tal y como había dicho Kilban, primero había que conocer las intenciones de los forasteros antes de continuar con la destrucción de los humanos. Sin embargo, a él no le interesaba tanto el saber más sobre los misteriosos guerreros y la isla voladora que usaban, sino averiguar el paradero de Dai. De acuerdo con lo que Saboera le había dicho anteriormente, el chico se había ido con un par de extraños y desde entonces no se le había vuelto a ver en ninguna parte. En secreto, había despachado a sus sirvientes para que buscaran a Dai por toda la Tierra, pero hasta el momento ninguno de ellos había tenido éxito.

         Hadora iba a decir que se olvidarán de los forasteros o al menos eso estaba pensando cuando unas extrañas flamas brotaron del piso frente a Ban. Al ver eso, los diferentes cabecillas del Ejército del Mal reaccionaron con confusión y se alejaron unos pasos hacia atrás. Ban, por su parte, frunció el entrecejo con extrañeza mientras las flamas crecían de tamaño y arrojaban una corriente de aire que desprendió la cortina de seda.

         —Pero ¿qué demonios? —murmuró Saboera.

         Finalmente, la oscura e imponente figura de N´astarith tomó forma dentro de las llamas. Envuelto en su capa negra, el señor de Abbadón miró a Ban buscando sus ojos. Tal y como el Amo de las Tinieblas se lo había informado anteriormente, el Rey del Mal tenía un enorme poder maligno que podría usar en su provecho si es que lograba manipular las cosas hábilmente.

         —Saludos, mi nombre es N´astarith y provengo de otra dimensión.

         —¿N´astarith? —musitó Saboera mientras el pánico más absoluto se adueñaba de él.

         Hadora apretó los puños con fuerza y unas enormes garras afiladas brotaron de sus nudillos en el acto. A pesar de que no estaba mirando al comandante en jefe ni a ningún otro de los líderes del Ejército del Mal presentes, N´astarith podía percibir todo lo que estaba ocurriendo a sus espaldas gracias a sus agudos sentidos y a su intuición.

         —¡¿Quién diablos te crees que eres para irrumpir así en el Castillo de Roca del Mal, insolente?! —rugió Hadora con violencia—. ¡¡Será mejor que hables ahora mismo o te mataré!!

         —No he venido a pelear, sino a hablar de algo que les será de gran interés —declaró N´astarith calmadamente, lanzando una rápida mirada por encima del hombro—. Sí quisiera dañarlos ya lo habría hecho en lugar de estar aquí hablando tan tranquilamente.

         —¿Qué es lo que deseas, extraño? —inquirió Ban, alzándose de su trono—. Será mejor que lo que tengas que ofrecernos sea algo bueno porque de lo contrario te advierto que no saldrás vivo de aquí.

         N´astarith frunció los labios dejando entrever sus dientes. No le hacía mucha gracia que alguien a quien consideraba inferior lo amenazara, pero dado que quería ganarse su confianza, pasó por alto aquellas palabras y extendió sus manos al frente. De pronto, una flama surgió de las manos del emperador de Abbadón y mostró la figura de Dai en su interior.

         —¿Te interesa este mocoso?

         —Es ese niño llamado Dai —observó Ban sin ocultar su sorpresa.

         «¡Dino!», pensó Baran alzando ambas cejas. «Así que este tipo sabe donde está».

         —Hace unos días mis emisarios estuvieron en este mundo buscando algo que me pertenece —anunció N´astarith y luego hizo desaparecer la llamarada—. Sin embargo, mis enemigos también estuvieron aquí y con ayuda de ese infernal mocoso intentaron frustrar mis planes. En estos momentos, Dai se encuentra en mi dimensión apoyando a mis enemigos y, debo decirlo con humildad, se ha convertido en una verdadera molestia.

         —¿Con qué tú eres el líder de los forasteros que atacaron el reino de Papunika? —concluyó Kilban, acercándose a N´astarith junto con Myst—. ¿Qué es lo que quieres de nosotros?

         —Es algo realmente muy simple, mi amigo —respondió el señor de Abbadón, ladeando el rostro para mirar a Kiruban—. Quiero que ustedes me ayuden a liquidar a ese mocoso infernal y a sus amigos para que ya no nos molesten nunca más.

         —Interesante —murmuró Ban con serenidad—. Pero ¿por qué deberíamos ayudarte? Tú mismo dijiste que Dai se encuentra ahora en tu dimensión, así que ya no existe ningún obstáculo para que yo lleve a cabo mis planes de dominación. Lo que ocurra con Dai de aquí en adelante ya no es mi problema.

         N´astarith, totalmente tranquilo y hasta divertido, ya tenía preparada una respuesta.

         —Es verdad, Dai se encuentra ahora en mi dimensión luchando al lado de mis enemigos, pero no se quedará ahí para siempre y lo sabes perfectamente. En cuanto sepa todo lo que está ocurriendo en su precioso hogar, volverá lo más rápido que pueda y cuando lo haga, mis enemigos vendrán junto con él para ayudarlo a luchar contra ustedes. Tal vez piensas que exagero, pero me parece que cuando mis enemigos apoyen a Dai usando los adelantos tecnológicos de que disponen, todos ustedes serán derrotados de la manera más miserable que pueda existir. Piensa en eso.

         Ban lo pensó. Sí lo que ese individuo de piel gris y ojos rojos aseguraba resultaba ser cierto, entonces su tan ambicionado plan para dominar el mundo corría el riesgo de no concretarle. De acuerdo con lo que sabía, la aldea aledaña al castillo real de Papunika había sido destruida en unos segundos por una mortal lluvia de fuego que salía de la isla voladora. Sí los enemigos de N´astarith poseían armas parecidas, resultaba obvio que iban a tener serios problemas cuando Dai volviera a luchar contra ellos. Frente a tales artefactos, el Ejército del Espíritu del Mal no podrían hacer gran cosa y acabaría siendo destruido en poco tiempo. También sabía que aún cuando él y sus mejores aliados pudieran escapar a la destrucción, las pérdidas y la derrota le obligarían a posponer sus planes al menos otros diez años.

         El Rey del Mal cerró los ojos un instante y bajó la cabeza mientras pensaba. No le agradaba mucho la idea de aliarse con aquel tipo llamado. N´astarith, pero por el momento parecía la acción más conveniente a seguir para evitar riesgos. Quizás de esa forma podría apropiarse de alguna arma que más adelante podría usar para dominar el mundo entero o adquirir algún conocimiento que le permitiría fortalecer a su ejército. También veía la posibilidad de derrotar a Dai de una buena vez y para siempre. Aunque, desde luego, resultaba lógico pensar que N´astarith también tuviera sus propios planes y eso hacía que Ban recelara un poco de la alianza que le proponían.

         «Humm, sí Dai consigue la ayuda que este sujeto asegura, mis planes para destruir la Tierra y descubrir el mundo de la oscuridad se verían seriamente amenazados», pensó Ban. «Quizás sería buena idea hacerle creer que acepto su propuesta y así conseguir algún arma que pueda usar para destruir a los humanos».

         —A cambio de tu valiosa ayuda, yo podría proporcionarte armas como las que nunca has imaginado en tu vida —dijo N´astarith alzando un puño—. Con ellas conquistar este primitivo planeta sería cosa de niños, Ban.

         Hadora, por su parte, desconfiaba totalmente de las intenciones del oscuro señor de Abbadón. Para el comandante en jefe del Ejército del Mal, aquel individuo no era más que un asqueroso charlatán que debía ser aniquilado ahí mismo sin miramientos. La idea de derrotar a Dai sonaba tentadora, pero para él no era una razón suficiente como para aceptar que necesitaban aliarse con N´astarith.

         —No necesitamos tu ayuda —sentenció con severidad—. Poderoso Ban, no veo por qué tenemos que seguir escuchando a este sujeto. Nosotros solos podemos conquistar la Tierra y derrotar a los humanos.

         Al escuchar aquello, N´astarith volvió el rostro por encima del hombro con el entrecejo fruncido y cuando lo hizo una llama maléfica iluminó sus ojos. Mientras trataba de contener su creciente ira, el emperador de Abbadón cerró un puño con fuerza y lo ocultó bajó los pliegues de su capa. Tan sólo Baran se dio cuenta de ese pequeño detalle.

         —Tranquilízate, Hadora —le dijo Ban alzando la mirada—. Creo que después de todo podemos hacer un trato. Sí eliminamos a Dai ya no habría ningún impedimento para apoderarnos de la Tierra. Ciertamente, la oferta de este hombre llamado N´astarith es muy tentadora.

         El comandante en jefe del Ejército del Mal abrió los ojos completamente.

         —¿Quiere decir que… .

         —Así es, Hadora, he decidido aceptar su ofrecimiento y brindarle nuestra ayuda.

         —Pero, poderoso Ban, ¿está seguro de eso? —se apresuró a preguntar Saboera.

         —Él tiene razón en lo que dice, Saboera —dijo Ban con suavidad—. Sí Dai consigue regresar a este mundo con ayuda externa, nuestros planes se verían en peligro. Lo mejor será derrotarlo de una vez por todas con ayuda de N´astarith.

         Seguro de que su plan estaba marchando a la perfección, N´astarith sonrió confiadamente y echó una rápida mirada hacia el rostro enardecido de Hadora, que para ese momento estaba haciendo grandes esfuerzos por tragarse la rabia que sentía. No había que ser un gran observador para darse cuenta de que la decisión de Ban le había molestado enormemente.

         «Este sujeto no me inspira nada de confianza», pensó Baran con la mirada puesta sobre el emperador de Abbadón. «Estoy seguro de que el rey Ban tampoco confía en él, tan sólo finge aceptar para tratar de ganar algún provecho».

         —Es una decisión inteligente, Ban —dijo N´astarith al fin—. Ahora reúne a tus mejores hombres y yo abriré la puerta que los llevará hasta mi universo. Una vez que estemos ahí te explicaré mi plan con más cuidado.

         —Me parece bien, estaremos esperándote.

         N´astarith asintió con la cabeza y desapareció en una llamarada roja que surgió del piso nuevamente. Una vez que su nuevo aliado se hubo marchado, Ban se dirigió a sus distintos comandantes para darles ordenes.

         —Bien, ya escucharon, debemos prepararnos para hacer un largo viaje.

         —Poderoso Ban —dijo Hadora—. ¿Está seguro de esto?

         El Rey del Mal alzó una mano.

         —Descuida, Hadora, sí este N´astarith trata de pasarse de listo con nosotros lo destruiremos. No me importa que clase de armas posea, sabes perfectamente que mi furia es incontenible.

         —Poderoso Ban, sí me lo permite quisiera pedirle otra oportunidad para tratar de convencer a mi hijo para que se nos una —murmuró Baran al momento, llamando la atención de Kilban y Hadora—. Sí logró hacerlo, sería un aliado poderoso en caso de que N´astarith intentara algo en contra nuestra.

         Ban reflexionó unos segundos antes de hablar.

         —Humm, de acuerdo, Baran, te daré una nueva oportunidad. Espero que está vez sí tengas éxito y logres convencer a Dai. De esta forma no necesitaríamos más la ayuda de nuestro nuevo aliado, ¿crees que podrás lograrlo?

         —Dai se convertirá —sentenció Baran con frialdad y luego inclinó la cabeza—. O morirá.

         Estados Unidos de América (Arlington, Virginia)

         Situado justo enfrente de la Casa Blanca al otro lado del río Potomac, el Pentágono era uno de los edificios más importantes del país. Aquella estructura pentagonal era el centro de la burocracia de más alto nivel de las fuerzas armadas de Estados Unidos y estaba organizada como una pequeña ciudad.

         En una sala subterránea preparada para la estrategia, el general Walter Scott, el secretario del espacio Arnold Eagan y el secretario de defensa Roger Barneer examinaban con cuidado los mapas estelares del sistema Adur en una enorme pantalla holográfica. Los terrícolas estaban hablando entre sí cuando un holograma de Mantar apareció a un costado de ellos.

         —¿Cómo va todo? —preguntó el almirante abbadonita.

         —El plan sigue su marcha, lord Mantar —repuso el general Scott—. En estos momentos el presidente Wilson y nuestros diplomáticos están preparando una moción para censurar al Canciller Sergei. Una vez que la moción sea sometida a votación, no tendremos mayores obstáculos en eliminar a Sergei y proponer la elección de un nuevo Canciller.

         —He estado en conversaciones con los senadores de varios países y todos me han asegurado que votarán para que Wilson se convierta en Canciller —anunció el secretario Roger Barneer—. Una vez que ocurra esto, el vicepresidente Jush tomará las riendas de nuestra nación y entonces podremos declarar a la Alianza Estelar como una organización enemiga de la Tierra y de la libertad. Esto nos servirá más adelante como pretexto para organizar el ataque.

         —Me parece bien, Berneer —murmuró Mantar con tranquilidad—. Sin embargo, debo recordarles que no pierdan de vista los detalles menores. Es muy importante que convenzan a la opinión pública de que nosotros somos sus amigos y que la Alianza realmente pretendía imponer un gobierno alienígeno en la Tierra.

         Scott lanzó una rápida mirada a sus compatriotas y sonrió.

         —Las masas son estúpidas, lord Mantar. Todo es cuestión de repetir las mismas mentiras una y otra vez y el mundo se las creerá. Hace veinte años logramos anexarnos los territorios de Centroamérica, México y Canadá. Hubo alguna leve agitación, pero ésta se apagó antes de un mes gracias a la propaganda.

         —Será necesario crear alguna situación que justifique el ataque —El holograma tembló—. Nuestros espías en la Alianza pronto se reunirán con el general MacDaguett para coordinar los últimos detalles. Espero que para ese entonces los agentes de MID ya hayan sembrado bastante confusión.

         —Así será, lord Mantar —murmuro Eagan mientras el holograma se desvanecía ante ellos.

         En el instante subsiguiente, el general Scott se volvió hacia Eagan para hablarle.

         —Me parece que Alexander puede ser un problema a futuro. No estoy muy convencido de que llegado el momento nos apoye.

         —Tal vez sea cierto, pero ¿qué podría hacernos? —repuso Eagan despreocupadamente—. Para cuando se dé cuenta de lo que sucede será demasiado tarde. Además, siempre queda el recurso de acusarlo de traición; él siempre simpatizó mucho con los de la Alianza Estelar.

         Astronave Churubusco (Sala de comedores)

         Mientras Mariana se encargaba de presentar a los Santos con las Sailor Senshi y las Guerreras Mágicas, Asiont se dedicó a contemplar a Sailor Mercury. Había algo en aquella joven, algo más allá de su belleza externa, que le atraía. Miró sus manos, sus ojos azules, su forma de sonreír. Era una chica elegante a pesar de su juventud y su inteligencia se ponía de manifiesto con cada movimiento.

         «Tengo que admitir que Ami es una chica muy madura», pensó. «Lo que no termina de convencerme es que aún no quiera contarme nada sobre ella. Tal parece que es muy reservada respecto a ciertos temas, aunque eso aumenta mi curiosidad«.

         Seguida de cerca por Mu, Hyoga, Milo y Aioria, Saori Kido se acercó hasta donde estaban las Inner Senshi y las Guerreras Mágicas. Sailor Moon, por su parte, se sintió invadida por un repentino nerviosismo cuando vio a Saori y a los Santos acercarse.

        —Ay, mucho gusto —dijo Usagi en forma jovial—. Yo soy Sailor Moon, ellas son mis amigas, él es mi novio y… ¡Ay, que pena! ¡No sé qué más decir!  

         Saori sonrió.

         —Encantada de conocerlas, yo soy Saori Kido —contestó con una ligera inclinación de la cabeza. 

         «Esta joven posee una energía llena de amor y de bondad», pensó Saori, fijando su aguda mirada en los ojos de Sailor Moon. «Puedo darme cuenta de que siente un gran amor por todas sus amigas y por su mundo».

         Saori estaba por decir algo más cuando de repente, Eclipse, Casiopea, Ryoga, Astroboy, Dai, Leona, Hyunkel, Poppu, Seiya, Shiryu, Shun, Sailor Saturn, Zaboot, No. 18 y los Guerreros Zeta aparecieron frente a todos en medio de un fuerte resplandor de luz que obligó a algunos a cubrirse los ojos.

         Cuando finalmente pudo ver, Asiont quedó impresionado del poder que estaba percibiendo. Frente a él había sujetos con auras tan poderosas como las que tenían los Santos Dorados. Sin embargo, ese detalle pasó a un segundo término cuando vio a Casiopea y al resto de sus amigos a salvo.

         —¡Casiopea! —exclamó el joven Celestial con alegría.

         —¿Eh? Asiont, que bueno que volviste —repuso Casiopea, sonriente—. Temía que algo malo te hubiera pasado. ¿Cómo te fue en compañía de Uriel y las Sailor Senshi?

         —Es algo un poco largo de contar, pero en términos generales te diré que cuando llegamos a nuestro destino ya era demasiado tarde, los guerreros de Abbadón lograron llevarse la gema —contestó Asiont y luego echó una mirada hacia donde estaba Eclipse—. ¿Cómo se ha portado ese mercenario?

         —Aunque no lo creas ha hecho todo lo posible por ayudarnos, de hecho estoy empezando a creer que tal vez le agradamos en cierta forma.

         —¡¡Princesa Leona!! —exclamó Marina fuertemente—. ¿Está bien? ¿A dónde fueron?

         Leona lanzó una rápida mirada hacia los Guerreros Zeta y suspiró.

         —Será mejor que te sientes, Marina —le dijo—. Hay mucho de que conversar.

         —¡Sailor Saturn! —exclamó Michiru.

         —Sailor Uranus, Sailor Neptune —repuso Hotaru, volviéndose hacia sus amigas—. Que bueno que ya volvieron, tenemos mucho de que hablar.

         Eclipse, por su parte, sonrió de ver que habían vuelto sanos y salvos y luego se giró hacia Ryoga para hablarle. Cuando lo hizo, notó que el chico de la pañoleta amarilla tenía la mirada puesta en algún punto del infinito y que se sonreía de vez en cuando como sí estuviera recordando alguna clase de hecho fortuito o una broma. Eclipse frunció el ceño en una expresión de desconcierto.

         —¿Y a ti qué te sucede? Sí está bueno el chiste, quisiera oírlo.

         —¡¡Ya sé que deseo quiero pedir!! —exclamó el chico, alzando los puños.

         El espía lo miró con una ceja arqueada.

         —¿Deseo? ¿Acaso se te botó la canica? Ya no estamos en el planeta de Dende.

         —Sí, quiero pedir que… —Guardó un momento de silencio y luego empezó a mirar para todos lados como sí estuviera buscando algo. Cuando al fin se dio cuenta de que ya no estaba en el planeta Namek sino en la Churubusco, se llevó las manos a la cabeza y empezó a gritar como un verdadero histérico—. ¡¡No puede ser!! ¡¿Cómo fue que no me di cuenta?! ¡¡Mi única esperanza se ha perdido para siempre!!

       Continuará… .

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