Leyenda 059

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPITULO LIX

LAS GUERRERAS MÁGICAS

Espacio cercano al planeta Génesis.

       Los potentes motores a reacción de los VF-4 aceleraron cuando los pilotos pulsaron los mandos. Salieron propulsados hacia delante, en dirección al Megaroad-01 y dejando atrás a las naves enemigas. O eso fue lo que creyeron. Cuando los pilotos llegaron a la velocidad deseada, Black aunó fuerzas para mirar atrás de ellos. Las naves abbadonitas estaban cada vez más cerca.

       —Hiroshi, hay que acelerar más. Nos están alcanzando.

       —Pero sí ya vamos a velocidad máxima —Hiroshi parecía indispuesto.

       —¡Muévete, muévete, muévete!

       Al tiempo que los Lightnings supervivientes seguían avanzando hacia el planeta Génesis, se abría una gigantesca puerta en la parte inferior del destructor endoriano Juris-Alfa. Se abrió rápidamente y de aquella abertura surgió un enorme robot de cien metros de altura. Se trataba de Osiris, una poderosa máquina de guerra construida por los científicos endorianos.

       A diferencia de los robots con los que contaba el imperio de Abbadón, aquel gigante cibernético era controlado desde el interior de la cabeza por una tripulación de oficiales y técnicos altamente capacitados. Era en sí, una nave-robot.

       En el puente de mando de Osiris, el capitán Jasanth examinó las imágenes del Megaroad-01 que se veían en las pantallas de seguimiento. Cuando los técnicos que controlaban el movimiento del coloso le informaron que todo estaba listo para iniciar la batalla, el almirante endoriano encendió la pantalla visora para comunicarse con el comandante Zeiva.

       —Aquí el Osiris —dijo Jasanth con voz firme—. Tenemos el objetivo a la vista y procedemos a acercarnos. —Los capitanes de dos Devastadores Estelares informaron que ellos hacían los mismo, siguiendo las ordenes de José.

       —No nos llevará mucho tiempo —declaró uno de ellos.

       —Perfecto —repuso José Zeiva tranquilamente—. Mantengan alejada esa nave y a sus fuerzas hasta que nos hayamos apoderado de la gema estelar. Sí ofrecen demasiada resistencia no dudéis en destruirlos a todos.

       —Así hará, comandante —murmuró Jasanth mientras la pantalla visora se oscurecía.

Astronave Megaroad-01

       En el puente de mando de la fortaleza espacial, la almirante Misa Ichijo había contemplado el catastrófico desenlace de la batalla librada entre sus fuerzas de defensa y las impresionantes naves alienígenas a través de los continuos informes de los técnicos y las imágenes transmitidas por la Prometeo antes de ser destruida. La situación era grave y por consiguiente se había convocado a una reunión de emergencia con todos los oficiales del Megaroad-01.

       —Almirante, dos naves enemigas se han separado del resto de la flota y se dirigen directamente hacia nuestra posición —informó Emily, tratando de mantener la calma—. También detectamos la presencia de un tercer objeto con forma humanoide que se acerca rápidamente. Aparentemente se trata de alguna especie de robot gigantesco.

       ¿Un robot gigantesco? Misa no pudo disimular una expresión de sorpresa al escuchar aquello. Por lo que se podía apreciar a simple vista, esos alienígenas estaban muy bien preparados para la guerra y aunque aquella no era la primera vez que los terrícolas se enfrentaban a una raza de extraterrestres hostiles, sí era la primera en que se encontraban en una situación de completa indefensión. La almirante Ichijo guardo absoluto silencio mientras meditaba en sus posibles opciones.

       Retirarse era lo mismo que dejar que los extraterrestres se apoderaran del planeta Génesis, sí es que aquella era su meta. Por otra parte, sí su principal objetivo era atacar al Megaroad-01 como ya muchos empezaban a sospechar, entonces había llegado la hora de actuar con rapidez.

       —¿Un robot gigante? —repitió Hikaru, atónito—. Entonces no podemos perder más tiempo conversando. Hay que movilizar todos los LightningsVampiresKonigs Monsters y Destroids TomahawksDefenders y Phanlax con que contamos a bordo.

       —Me parece lo correcto, comandante —admitió el mayor Kageyama—. Debemos lanzar una contraofensiva a gran escala con todo nuestro armamento. Atacarlos con todo lo que tenemos.

       —Disculpe, mayor —replicó Hikaru, atrayendo la mirada de Misa—, pero el Megaroad-01 no es propiamente una nave de combate. Sí nos detenemos a sostener una batalla con esos alienígenas, entonces pondremos en peligro a las cincuenta mil personas que viajan a bordo. El desplazamiento de nuestros efectivos militares sería con la finalidad de establecer un perímetro de defensa mientras nos preparamos para salir de órbita.

       Cuando Hikaru terminó de hablar, el mayor Kageyama no pudo contenerse más.

       —Eso me parece una auténtica locura —dijo indignado—. No podemos retirarnos y dejarles el planeta. La misión del Megaroad-01 es encontrar nuevos mundos con un medio ambiente apropiado para vivir y luego prepararlos para la colonización. Hace tres años descubrimos el planeta Edén y ahora hemos encontrado a Génesis. Debemos defenderlo a toda costa.

       —No estará hablando en serio —intervino Emily, volviéndose hacia él—. Mayor, usted vio las imágenes transmitidas por el Prometeo. Nuestras armas son completamente inútiles contra ellos. Esos campos de fuerza que poseen las hacen invulnerables a nuestros ataques.

       —Eso es verdad —convino el comandante Hikaru, llevando su mirada de Emily a Kageyama—. Además, aún no hemos podido restablecer contacto con la Tierra desde que ese meteorito averió nuestra antena de comunicaciones. Estamos muy cerca del centro de la Vía Láctea, o sea, demasiado lejos para conseguir ayuda en caso de que las cosas salgan mal.

       Kageyama cerró los puños y apretó los dientes con fuerza. A pesar de que había visto con sus propios ojos el poderío de las fuerzas enemigas, aún creía que éstas podían ser vencidas sí se les atacaba con armas más potentes.

       —Lo que debemos hacer es lanzar un contraataque con el cañón principal. Estoy seguro de que con eso bastará para derrotarlos. El resto de nuestra flota ya se encuentra lista para la batalla, es sólo cuestión de dar la orden.

       El comandante Ichijo sacudió la cabeza. En su opinión, el plan de Kageyama era absurdo, un completo suicidio. Sí se quedaban a combatir con los alienígenas, realmente no existía ninguna garantía de que las cosas salieran bien. Pero, por el contrario, sí huían del planeta entonces existía la posibilidad de salvar la vida de todos aquellos que viajaban a bordo de la nave.

       —¡Eso es ridículo! —exclamó Emily de pronto—. No sabemos sí un disparo del arma principal afectarán sus escudos. No podemos arriesgarnos a pelear así nomás.

       —¡Claro que sí podemos! —insistió el mayor, decidido a no darse por vencido.

       Consciente de que solamente a Misa le correspondía la decisión final sobre retirarse o quedarse a combatir, Hikaru volvió la mirada hacia ella y le pidió su opinión.

       —¿Almirante?

       Misa Ichijo sabía que era el momento de volver a lo importante. Tomó aire, recuperó la compostura y anunció su decisión final.

       —Me parece que lo más importante en está situación es proteger la vida de las personas que viajan a bordo del Megaroad-01 —dijo con severidad—. Lo que haremos por el momento es retirarnos junto con nuestra flota hasta que podamos restablecer la comunicación con la Tierra.

       Kageyama estaba a punto de volver a insistir, pero una mirada aguda del comandante Hikaru lo hizo abandonar su propósito. «La almirante ha hablado —dijo la mirada—, fin de la discusión».

       —¡Almirante Ichijo! —gritó uno de los técnicos—. Señor, las naves enemigas se han separado. Cada una avanza en una dirección diferente y están soltando cazas de combate —se apartó para dejar que Misa, Hikaru y Kageyama vieran la pantalla de seguimiento. Los Devastadores Estelares estaban rodeándolos rápidamente mientras que Osiris y los cazas avanzaban directo hacia ellos—. Me parece que tratan de evitar que escapemos.

       —¿Tenemos tiempo para alejarnos antes de que nos rodeen? —preguntó Hikaru esperanzado.

       Emily consultó una de las computadoras antes de responder.

       —Negativo. Sí continúan moviéndose a esa velocidad, nos habrán rodeado en cinco minutos aproximadamente. No tenemos tiempo para alejarnos lo suficiente.

       Al oír aquello, Misa se tomó la frente y levantó la mirada al techo mientras todos los oficiales dejaban escapar un lamento colectivo. El fracaso en el intento de alejarse del planeta Génesis le convenció de que no había modo de evitar un enfrentamiento. Se volvió hacia Hikaru.

       —Comandante, coordine nuestras defensas. Quiero que todos los LightningsKonigs Monsters y Destroids con que contamos se preparen para enfrentar al enemigo. Tal parece que tendremos que abrirnos camino luchando —hizo una pausa y se dirigió hacia Emily—. Oficial Zuno, active el sistema de la barrera. Esperemos que éste pueda resistir.

       Emily asintió con la cabeza y se volvió apresuradamente hacia su consola mientras el resto de los técnicos iniciaban los preparativos para coordinar la batalla.

       Luego de declarar la alerta roja en toda la nave y dar aviso a los pilotos, Emily Zuno hizo una pausa en su trabajo y alzó la mirada para contemplar el espacio frente a ella. Mucho antes de que Osiris estuviera al alcance de las armas del Megaroad-01, su enorme estructura de cien metros ya se veía a lo lejos.

       —Black, Hiroshi, Charles —musitó mientras pensaba en sus amigos—. Por favor, Dios, que regresen con bien.

       Hikaru, por su parte, miró a su esposa a los ojos para asegurarse de que comprendía lo que estaba diciendo. Una batalla contra aquellos enormes platillos blindados de veinticinco kilómetros dejaría la nave herida de muerte. Cuando comprendió que no había otro camino, asintió.

       —De acuerdo.

       El comandante Ichijo empezó a dirigirse hacia una de las consolas del puente. En el camino se cruzó con Kageyama, quien hasta entonces había permanecido en silencio. Y mientras se cruzaban, el mayor Kageyama sonrió con malicia. «Se lo dije».

Palacio de Céfiro.

       Odrare se acercó al rey Ferio mientras reía en un susurro apenas audible. Aún cuando el soberano de Céfiro poseía una gran habilidad con la espada y mucho valor como guerrero, no era un rival apropiado para un guerrero como él.

       —Eres un tonto —murmuró el Khan con desdén—. Necesitarás más que una simple espadita para acabar conmigo. Parece que todavía no te das cuenta de cual es el alcancé de mis poderes.

       Cuando Lantis vio que aquel enemigo estaba a punto de eliminar a Ferio, supo enseguida que sólo tenía unos cuantos segundos para actuar. Aprovechando el descuido del Khan del Minotauro, rodó por el suelo con rapidez y luego retomó su espada mágica. A continuación se puso de pie nuevamente con un salto.

       —¡Nuestra  batalla todavía no termina, Odrare! —dijo en voz alta, atrayendo la atención del guerrero imperial—. Aléjate de él ahora mismo y no te atrevas a hacerle daño.

       Odrare giró su rostro hacia donde estaba Lantis y sonrió divertido. En realidad no esperaba que el guerrero de la espada luminosa tuviera deseos de enfrentarlo otra vez. Aquella había sido una verdadera sorpresa para el Khan.

       —¿Tú de nuevo? —masculló—. Veo que no aprendiste la lección, estúpido.

       —Por el contrario, Odrare —murmuró Lantis con tono desafiante—. Ahora comprendo a la perfección el alcance de tu poder —agitó su espada en el aire con violencia—. No te daré ninguna oportunidad esta vez.

       Ferio alzó ambas cejas con sorpresa al escuchar las palabras de Lantis. ¿En realidad podría derrotar a ese misterioso guerrero de armadura negra? Por el bien de Céfiro esperaba que sí, aunque en el fondo guardaba sus dudas.

       El Khan del Minotauro miró a Lantis directo a los ojos. Había una chispa de furia en la mirada del valeroso espadachín de Céfiro que Odrare interpretó como una clara invitación a luchar con él nuevamente, una invitación que estaba dispuesto a aceptar. Bajó el hacha y se volvió hacia él mientras reía divertido.

       —Muéstrame lo que eres capaz de hacer —le desafió—. Te reto.

       Sin que mediara palabra de por medio, Lantis se arrojó directamente contra el Khan del Minotauro decidido a eliminarlo con su espada. Por unos instantes, el guerrero de Céfiro corrió hacia su enemigo con un solo pensamiento en mente: Acabar con él.

       Odrare, por su parte, vio venir al guerrero de Céfiro y sonrió malévolamente. Trazó un circulo en el aire con uno de sus brazos con el que liberó un extraño remolino de energía que se abalanzó sobre su atacante a la velocidad del rayo.

       —¡Labyrinth of perdition!

       Lantis abrió los ojos y gritó con todas sus fuerzas, pero no pudo hacer nada para salvarse. El remolino de energía lo atrapó en una fracción de segundo y lo llevó volando hacia atrás dando vueltas. Entre tanta agitación su espada mágica salió despedida por los aires y cayó al suelo.

       Tras unos cuantos segundos, Ferio observó con impotencia como el cuerpo de su amigo Lantis caía pesadamente en los prados del jardín del palacio. Esta vez el espadachín mágico de Céfiro había sido completamente derrotado.

       —¡Que grupo de perdedores son todos ustedes! —se burló el Khan imperial, atrayendo la furiosa mirada del rey Ferio—. Hasta ahí llegó ese debilucho.

       —¡Maldito seas, Odrare! —le espetó Ferio desde el suelo, apretando los puños con rabia creciente—. ¡Te arrepentirás de esto! ¡Te lo juro!

       El guerrero imperial volvió la mirada hacia él para burlarse.

       —No me hagas reír. ¿Qué podrías hacerme?

       Cerca de ahí, Lafarga había sido testigo de todo lo ocurrido y todavía no podía dar crédito a sus ojos. La batalla había durado sólo unos cuantos segundos y ahora Lantis, uno de los mejores espadachines que conocía, acababa de ser derrotado fácilmente.

       —Debo hacer algo para salvar al rey Ferio —masculló entre dientes mientras observaba su espada a pocos metros de él—. Sin tan sólo pudiera… .

       —Prepárate para ser eliminado ahora mismo, orgánico —La voz de Blastar llamó su atención a su costado derecho—. Está vez no fallaré en mis ataques.

       Lafarga se volvió hacia biodroide y lo observó con los ojos inyectados de furia. Sin su espada para defenderse, no podía hacer absolutamente nada contra él. Sólo tenía una oportunidad, y ésta era esperar a que su enemigo le disparara para tratar de esquivar el ataque y así ir por su arma. Era un plan arriesgado, pero no tenía otra salida.

       De pronto, Blastar extendió su mano derecha y disparó cuatro descargas con la punta de sus dedos. Lafarga espero hasta el último momento antes de saltar en el aire, esquivando los haces láser por muy poco. Acto seguido, el comandante de la guardia de Céfiro corrió hacia donde estaba su espada, pero cuando ya estaba a punto de tomarla, un viento gélido alcanzó su antebrazo derecho, congelándoselo e impidiéndole cumplir con su cometido.

       —¡Mi brazo! —exclamó Lafarga mientras contemplaba la gruesa capa de hielo que ahora cubría su mano.

       —¿Te olvidaste de mí? —le preguntó Adnalo de pronto—. Sí así lo hiciste, lo lamento mucho, papi.

       Lafarga llevó su rostro hacia la Khan de los Hielos y maldijo su suerte. ¿Cómo podía ser tan estúpido como para olvidarse de la guerrera que había eliminado a todos sus leales soldados? Ahora estaba seguro de que todo estaba perdido. A continuación Adnalo levantó una mano con la palma vuelta hacia delante y le arrojó una corriente de aire frío que lo aventó violentamente hacia atrás.

       Malabock extendió sus manos hacia delante y atacó a Guru Clef con una lluvia de poderosas descargas eléctricas. Sin embargo, Clef repelió todos los ataques como un escudo mágico que había formado a su alrededor. Las ráfagas de Malabock se estrellaron en el escudo sin provocar ningún daño.

       —Me impresionas, muchacho —dijo Malabock al tiempo que dejaba de lanzarle rayos—. El poder de tu magia es asombroso. Esto hace que nuestro duelo valga la pena.

       Guru Clef hizo desaparecer su escudo y frunció el entrecejo con desconfianza.

       —¿Qué es lo que han venido a hacer al reino de Céfiro? —le inquirió con un tono firme—. ¿Acaso quieren conquistarlo? Sólo así puedo entender la razón de este ataque.

       Malabock soltó una risita malévola en un susurro apenas audible. Sus ojos destellaron con una mezcla de fascinación y maldad.

       —En realidad hemos venido a este mundo por una de las gemas sagradas de los Titanes desde una dimensión diferente —explicó el hechicero—. Eones atrás, un Caballero Celestial de nuestro universo dispersó doce gemas en doce universos diferentes y una de ellas se encuentra aquí, en este mundo.

       —¿Una gema dices? ¿otra dimensión? —Celf alzó ambas cejas. Por unos instantes, intentó recordar sí alguna vez había visto alguna clase de gema que le pareciera sospechosa en el pasado, pero no tuvo éxito—. Ignoro de qué me estás hablando, Malabock. Esa gema que mencionas no existe en el reino de Céfiro.

       Malabock cerró un puño con fuerza y apretó los dientes con furia. En realidad creía que el mago de Céfiro lo estaba tratando de engañar con una vil excusa.

       —No me interesa lo que digas, insecto —le espetó iracundo—. Nosotros sabemos que está aquí y no nos iremos hasta obtenerla —hizo una pausa y alzó sus manos hacia arriba—. Ahora vas a conocer mi verdadero poder.

       De repente, dos columnas de fuego emergieron de las palmas de Malabock y se alzaron hacia los mismos cielos. Moviéndose en perfecta sincronía, ambas llamaradas se unieron en el aire y, tras una fracción de segundo, crearon a un enorme demonio de fuego con forma de hombre.

       Guru Clef retrocedió un paso hacia atrás, claramente impresionado. La magia de aquel hechicero de túnicas oscuras era muy poderosa. El gigante de fuego, por su parte, se acercó al mago de Céfiro amenazadoramente y enseguida levantó uno de sus puños con la intención de aplastarlo. Clef reaccionó a esto extendiendo su báculo mágico al frente para formar una nueva barrera defensiva.

       —¡Cresta! (Escudo)

       Al ver eso, el demonio de llamas comenzó a golpear el escudo de Clef con sus puños en un intento por atravesarlo. Los puñetazos del gigante cayeron una y otra vez sobre la barrera como una incesante lluvia que amenazaba con destrozarla en cualquier momento.

       Guru Clef apoyó una rodilla en el suelo y comenzó a jadear por el agotamiento. Poco a poco podía sentir como sus fuerzas se iban esfumando conforme el gigante atacaba. Estaba en serios problemas.«Tengo que defenderme», pensó. «Sí esto sigue así me matará».

       —Solamente un poco más —murmuró Malabock malévolamente.

       —¡Guru Clef! —gritó una voz de súbito.

       Malabock alzó una ceja con incertidumbre.

       —¿Eh? —El oscuro hechicero volvió la mirada hacia el sitio de donde había venido el grito. Tres chicas jóvenes acababan de entrar corriendo a los jardines del palacio.

       —¡Guru Clef! —gritó Umi por segunda vez, llamando al mago de Céfiro con desesperación.

       —¿Ese es Guru Clef? —murmuró Fuu, a espaldas de Umi—. Se ve algo diferente desde la última vez que estuvimos aquí. Tal parece que decidió crecer un poco.

       —¿Quiénes son ustedes, mocosas del demonio? —les preguntó Malabock con insolencia—. ¿Acaso han venido a interferir en mi duelo?

       Guru Clef alzó la vista y contempló el bello rostro de Umi a través de la barrera mágica. Por unos instantes, pensó que tal vez estaba alucinando a consecuencia del agotamiento y por ello parpadeó con ansiedad. Cuando finalmente se dio cuenta de que aquella visión no era un espejismo, Clef no pudo dejar escapar una enorme sonrisa.

       —Umi… eres tú —musitó débilmente—. No puedo creerlo, pero en verdad eres tú.

       Umi ladeó la cabeza. Aunque el sujeto que estaba bajó la barrera mágica se parecía bastante a Guru Clef, no pudo pasar por alto el detalle de su estatura y rostro. A diferencia del mago de Céfiro que ella recordaba durante su última estancia en Céfiro, este nuevo Clef era mucho más alto y sus facciones eran mucho más definidas. Sin lugar a dudas se trataba de una persona mayor. «¿Acaso Clef habrá crecido?», pensó. «Se ve muy guapo».

       —¡Umi, sal de aquí ahora! —exclamó Guru Clef de pronto—. ¡Corres mucho peligro al igual que tus amigas!

       —¿Qué fue lo que sucedió aquí? —Hikaru recorrió con la mirada todo el jardín. Aparentemente, había habido una cruenta batalla en los alrededores y aquellos guerreros de armaduras negras, que no alcanzaba a identificar todavía, seguramente tenían algo que ver. De pronto, cuando sus ojos finalmente se toparon con el cuerpo de Lantis, la joven nipona no pudo evitar gritar con todas sus fuerzas—. ¡No! ¡Lantis!

       Sin importarle la presencia de los invasores, Hikaru se apresuró a reunirse con el espadachín de Céfiro. Arrodillándose junto a él, le levantó la cabeza y los hombros y los sostuvo como pudo entre sus brazos.

       —Lantis —murmuró.

       Preocupada por la terrible destrucción que había por todas partes, Fuu también buscó a Ferio con la mirada desesperadamente. Su corazón palpitaba de preocupación y podía sentir como la angustia le recorría las venas. Cuando finalmente localizó al rey de Céfiro a los pies de Odrare, sintió deseos de correr hacia él para socorrerlo. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, Ferio extendió una mano para detenerla.

       —¡Ferio! —exclamó Fuu asustada—. ¿Qué ha pasado aquí?

       —¡No vengas, Fuu! —le suplicó a gritos—. ¡Escapa de aquí, por favor!

       —¿Qué clase de tonterías estás diciendo? —le reprendió la chica—. Por ningún motivo pienso dejarte aquí, Ferio.

       —Fuu… .

       Adnalo arqueó una ceja a Blastar con una cara de perplejidad.

       —¡O sea! —exclamó con disgusto—. ¿Quiénes son esas niñas con esos vestiditos de segunda mano? Además, son rete cursi para hablar.

       Al escuchar aquello, Hikaru depositó el cuerpo de Lantis con sumo cuidado en el suelo. Limpió las lágrimas que escurrían por sus mejillas y finalmente se levantó para luego volverse hacia la Khan de los Hielos. Su voz sonaba severa.

       —¿Cursi? —repitió ella, frunciendo el entrecejo con coraje—. ¿Cómo se atreven a lastimar a nuestros amigos?

       —¡Ay, que espinosa! —murmuró Adnalo indignada—. Mira, niña, mejor vete a tu casa antes de que hagamos trizas como a ellos.

       —Eso es verdad —convino Odrare, atrayendo la atención de las tres chicas—. Apártense de nuestro camino, niñas. Sus niveles de poder de combate son bastante bajos. De hecho, podría matarlas con mi aliento si quisiera.

       Hikaru dio un paso adelante inmediatamente.

       —¿Cómo pueden ser tan crueles? —Aquella no había una pregunta sino un reclamo.

       —Hacemos lo que nos plazca —respondió el Khan del Minotauro con prepotencia—. Ahora lárguense de aquí o las mataremos también, escuinclas babosas.

       Al oír aquello, Umi tomó una piedra del suelo y la arrojó fuertemente contra Odrare. Lo hizo sin miramientos y con la firma intención de darle en el rostro a aquel enorme patán. El imperial sólo ladeó la cabeza para evitar el proyectil.

       —¿Así que tienes ganas de pelear conmigo, niña? —le inquirió Odrare en tono amenazante—. Bien, entonces te aplastaré como a una hormiga. Será muy divertido ver que dices una vez que hayas sentido mi asombroso poder.

       Un violento escalofrío le recorrió el cuerpo a Guru Clef cuando vio que el imponente Khan del Minotauro estaba a punto de atacar a Umi. Ciertamente estaba muy debilitado por los ataques del monstruo de Malabock, pero aun así, tenía que tratar de ayudarlas.

       Sin pensar un instante en su propia seguridad, Clef desapareció el escudo mágico que lo protegía y dirigió su báculo mágico hacia Hikaru, Fuu y Umi. Acto seguido, un rayo de energía mágica se abalanzó sobre ellas.

       De repente una especie de pequeña armadura cubrió el pecho de Hikaru, Umi y Fuu respectivamente. Después de eso, una especie de guante blanco que exhibía una enorme joya en la palma apareció en sus manos izquierdas; por último, sus zapatos fueron remplazados por otros que hacían juego con las armaduras.

       —Hemos recuperado nuestras armaduras —murmuró Hikaru lentamente.

       —Es cierto —asintió Umi, mirándose la armadura que cubría su pecho—. Al igual que nuestra magia.

       Los imperiales contemplaron aquel extraño suceso con cara de no entender nada. De pronto, Malabock soltó una histérica carcajada y llevó su mirada de inmediato hacia donde estaba el mago de Céfiro.

       —Eres un torpe, Gúru Clef —le espetó—. Desperdiciaste tus últimas fuerzas en otorgarles poderes mágicos a esas mocosas. ¿Crees que ellas te salvarán de nosotros? De verdad que eres un pobre iluso.

       —El que está equivocado eres tú, Malabock —replicó Clef seguro de sí—. Hikaru, Umi y Fuu no son unas niñas ordinarias. Ellas ya han salvado este mundo en dos ocasiones… y eso es porque son las Guerreras Mágicas de la leyenda.

       Odrare se detuvo de pronto y llevó el rostro hacia donde estaba Clef para mirarlo. ¿Había dicho las Guerreras Mágicas de la leyenda? ¿Acaso estaba hablando de la misma leyenda que existía en su propio universo referente a las doce gemas? No, eso era imposible. Seguramente se trataba de una simple coincidencia.

       —¿Con qué las Guerreras Mágicas, eh? —murmuró el Khan del Minotauro burlonamente—. No me digan ¡Dios poderoso! ¿Qué vamos a hacer ahora? —se volvió hacia Malabock mientras Hikaru le lanzaba una mirada cargada de furia—. Veamos lo que son capaces de hacer estas niñas. Ordénale a tu demonio de fuego que acabe con ellas.

       El oscuro hechicero asintió con la cabeza y luego alzó un brazo para indicarle a su monstruo cual era su siguiente blanco.

       —¡Mátalas, mi creación!

       La demoniaca figura de fuego emitió una especie de gruñido como respuesta y a continuación se volvió hacia las tres jóvenes Guerreras Mágicas con la intención de eliminarlas. Al ver a aquel gigante de llamas acercarse, Hikaru se dispuso a enfrentarlo, pero antes de que pudiera hacer algo, Umi le tomó del hombro para detenerla.

       —Espera, Hikaru, ese monstruo fue quien lastimó a Clef. Por favor deja que yo me encargue de él.

       Hikaru la miró completamente extrañada.

       —¿Qué dices, Umi? ¿acaso quieres pelear sola con esa cosa?

       Umi no respondió. Sin embargo, ello no fue necesario. Su sola mirada le bastó a Hikaru para acceder a su petición.

       —¡Esa tonta quiere pelear con mi demonio de fuego! —exclamó Malabock a carcajadas—. Pronto se dará cuenta de su estupidez, aunque lo malo es que será demasiado tarde.

       —Es verdad —convino Odrare confiadamente—. No tiene la menor oportunidad de derrotarlo.

       La Guerrera Mágica de larga cabellera azul miró fijamente al demonio de llamas que rugía con fuerza y después alzó un brazo para señalarlo con el dedo índice.

       —Ahora me las pagarás, maldito demonio.

       El monstruo infernal lanzó un nuevo gruñido y se abalanzó directamente sobre Umi. Al ver eso, Clef, Ferio, Hikaru y Fuu abrieron enormemente sus ojos y contuvieron la respiración.

       —¡Umi ten cuidado! —exclamó Hikaru.

       Umi, por su parte, levantó su brazo derecho al cielo y luego abrió la mano. Una columna de agua comenzó a brotar de su palma a una velocidad increíble. Tras un instante, la Guerrera Mágica cerró su mano y la llevó violentamente hacia atrás.

       —¡Mizu No Ryu! (Dragón de Agua)

       Llevando su palma hacia delante, Umi lanzó una potente corriente de agua —que eventualmente tomó la forma de un enorme dragón chino—contra el demonio de llamas que la atacaba.

       —¡No puede ser! —ladró Malabock.

       En una fracción de segundo, el dragón de agua de Umi atravesó el pecho del demonio llameante y lo hirió mortalmente. El monstruo lanzó un terrible alarido de muerte antes de desaparecer en el aire.

       —¡Buen trabajo, Umi! —la felicitó Hikaru alegremente—. Así se hace.

       Umi se volvió un instante hacia ella por encima de su hombro y le sonrió con confianza. Sus poderes tenían la misma fuerza de la última vez que habían estado en Céfiro.

       Odrare, mientras tanto, activó el escáner visual que llevaba para medir el poder de aquellas Guerreras Mágicas. Como había supuesto, sus niveles de ataque habían aumentado desde que Guru Clef las había bañado con aquella descarga mágica de luz.

       —Esto es realmente sorprendente —murmuró cuando el aparato finalizó su función—. Su nivel de lucha ha aumentado considerablemente —hizo una pausa y sonrió malévolamente—. Sin embargo, como me lo imagine, sus poderes son de naturaleza mágica y por ello no representan un peligro para nosotros.

       Adnalo llevó su mirada hacia su compañero de armas con cara de no entender nada.

       —O sea, ¿qué quieres decir con todo ese parloteo, papi? —le preguntó con cierto tono meloso.

       El Khan del Minotauro la miró con aburrimiento. Siempre había oído decir que Adnalo tenía hueca la cabeza y ciertamente, ahora lo estaba comprobando.

       —Significa que no pueden hacernos nada gracias a nuestras armaduras.

       —¡Ah! ¡Cierto!

       Al mismo tiempo, Hikaru Shidou se acercó a los Khans decidida a enfrentarlos.

       —No sé la razón por la que atacaron Céfiro, pero me encargaré de derrotarlos. Este sitio significa mucho para nosotras y no dejaré que lo destruyan. Aquí fue donde nos conocimos y nos hicimos grandes amigas.

       —Habla todo lo que quieras, niña —le dijo Odrare—. No podrán derrotarnos. Aún cuando no tuviéramos armaduras que nos protegieran de la magia, sus niveles de ataque son muy bajos como para temerles.

       —En Céfiro las batallas se determinan por la fuerza del corazón —replicó Hikaru.

       —¿Ah sí? Entonces demuéstralo.

       La Guerrera Mágica frunció el entrecejo con coraje y luego se lanzó contra el Khan del Minotauro. Trazó un rápido arco horizontal con su mano derecha y lo atacó con una poderosa llamarada.

       —¡Hanou No Ya! (Flecha de Fuego).

       Odrare permaneció inmóvil en su lugar. Quería demostrarle a las Guerreras Mágicas la veracidad de sus palabras. El Hanou No Ya de Hikaru atravesó el aire a una velocidad asombrosa y se abalanzó sobre el cuerpo del Khan del Minotauro.

Santuario de Atena..

       —¡Las naves ya vienen hacia aquí! —advirtió Lance con un grito—. Llegarán al Santuario en aproximadamente dos ciclos.

       Cadmio echó una nueva mirada a la nave imperial que se acercaba. La enorme envergadura del gigantesco platillo ya se veía con toda claridad.

       —El Devastador imperial llegará antes. Tenemos que hacer algo o… .

       —¡La nave imperial ya viene! —El grito de Astro previno a todos.

       Saori no pudo ocultar la sorpresa que le causó ver aquella nave extraterrestre de proporciones colosales. Por alguna razón dedujo que sí esa cosa llegaba a atacar el Santuario era casi seguro que lo borraría de la faz de la tierra en unos cuantos segundos.

       Seiya y Shiryu dieron unos pasos en dirección a la nave.

       —Esa cosa es enorme, es gigantesca… —murmuró Shiryu como hipnotizado—, debe medir más de veinte kilómetros.

       —No importa el tamaño, sí es necesario la atacaremos —declaró el Santo de Pegaso.

       —No servirá de nada —les dijo Hyunkel de pronto—. Por alguna extraña razón, esos enormes platillos están protegidos por una clase de barrera de fuerza que nos impiden dañarlas.

       —¡No estarán hablando en serio! —repeló Aioria furioso.

       —Lamentablemente sí, Santo de Oro de Leo —murmuró Casiopea con evidente preocupación—. Hemos usado todo tipo de armas contra ellas y nada puede dañarlas. Escapar es nuestra única opción.

       Poppu estaba seriamente preocupado. Quizás lo mejor sería salir volando el Santuario antes de que la nave imperial llegara hasta ellos. Volvió la vista por donde se suponía aparecerían las Águilas Realesy luego se removió con impaciencia.

       En ese momento, Dai vislumbró a dos mujeres que se dirigían corriendo hacia donde estaban ellos. Al principio creyó que eran alguna clase de guerreros ya que cubrían sus rostros con una extrañas máscaras, pero cuando una de ellas gritó el nombre de Seiya, decidió esperar a ver que sucedía.

       —¡Seiya!

       —¡Shaina! ¡Marin! —exclamó Seiya, volviéndose hacia ambas.

       Los distintos guerreros llevaron sus miradas hacia las dos jóvenes que se acercaban.

       —Seiya, ¿te encuentras bien? —le preguntó Shaina con preocupación—. Hace poco percibí la presencia de unos cosmos muy poderosos recorriendo las Doce Casas y no sólo eso; el poder de Atena que antes protegía el Santuario ahora ha desaparecido.

       Eclipse, por su parte, sonrió maliciosamente y arqueó una ceja a Ranma y Ryoga.

       —Vaya, por lo que veo ese tal Seiya también tiene sus admiradoras. ¿No lo creen?

       El Santo de Pegaso se explicó brevemente.

       —Han pasado muchas cosas y ahora no tenemos tiempo para entrar en detalles, pero debemos abandonar el Santuario cuanto antes. Una enorme nave se dirige hacia aquí para destruirlo.

       —¿Abandonarlo? —repitió Marin, extrañada—. ¿Qué es lo que ha sucedido?

       —¡Por favor, Marin! —Aioria agarró a Marin por el brazo—. Haz lo que dice Seiya.

       Marin giró el rostro hacia el Santo dorado, pero no tuvo tiempo para decirle lo aliviada que se sentía de verlo con vida. La masa negra de la nave alienígena cruzaba el cielo, casi por encima de sus cabezas.

       —¡Oh no! ¿Qué vamos a hacer ahora? —murmuró Leona.

       —Tratar de esperar a que ocurra un milagro —Lance la miró—. Sí no, dense todos por muertos.

Continuará… .

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