Leyenda 137

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPÍTULO CXXXVII

SOBRESALTO Y CAOS

          En el momento de preparar una trampa efectiva para varias personas que dicen luchar por ideales como el heroísmo y el sacrificio, no una de esas cuyo único resultado acaba siendo una mediocre batalla por obtener algún tesoro como una pequeña gema, se debe incluir en ella ciertos elementos muy concretos que permitan tener el resultado deseado.

          Lo primero es ofrecer un cebo casi irresistible. Lo ideal sería la «solución mágica» al principal dilema que aqueja a todos aquellos que libran una desesperada batalla que parece perdida. Conviene enfatizar que dicha solución ayudará a salvar millones de vidas y eso acallará cualquier sospecha que pudiera suscitarse, aunque sólo servirá por poco tiempo.

          El segundo es asegurarse de que no puedan recibir ayuda. También lo ideal sería que fuera un lugar donde se sintieran seguros, preferiblemente el sitio donde se refugian para así garantizar una sorpresa total. Una buena elección podría ser el planeta donde se ocultan de sus enemigos porque suponen de manera ingenua que ahí sería el último lugar donde los buscarían.

          Dado que siempre suele ser buena idea, el tercer elemento sería buscar gente que esté dispuesta a vender su lealtad o que no crea en el supuesto ideal por el que los demás afirman estar luchando y se preste a traicionarlos a cambio de beneficios personales, como seguridad y riqueza. Un ejemplo de este tipo de persona podría ser, por ejemplo, un general unixiano inconforme y receloso hasta de su jefe inmediato o un almirante amargado y codicioso. El que dichas personas también pueda ser usadas como apoderados de confianza para matar a quienes luchan por un ideal es un beneficio adicional que se acomoda perfectamente a la situación.

          El cuarto elemento es una fuerza de combate totalmente abrumadora, dispuesta a arrasar el planeta entero. El quinto y último elemento es un grupo de personas con anhelos de venganza y que puedan usarse como apoderados de confianza para matar a las víctimas. Dicho anhelo de venganza debe ser tan absoluto que quien lo experimente quiera, de ser necesario, morir en el intento, para asegurarse que su enemigo no sobreviva.

          Un ejemplo modélico de una trampa ideal para héroes es lo que ocurre en Adur.

          —¡Sailor Star Maker! —gritó Sailor Star Healer con todas sus fuerzas y corrió instintivamente hacia su compañera caída, aun cuando sabía que era demasiado tarde para acudir en su ayuda. El grito de horror que profirió Sailor Moon se ahogó entre los dedos que cubrían su boca.

          —Miserables —gruñó Piccolo entre dientes. Estaba a punto de lanzarse contra N´astarith, pero se contuvo cuando Uriel se adelantó al grupo para increpar a Azmoudez por su traición. Piccolo aprovechó el instante para evaluar mentalmente la situación, discernir cuantos enemigos estaban rodeándolos en ese momento y qué tipo de poder poseían. Cuando se percató de que había al menos otros cuatro Khans detrás del oscuro señor de Abbadón y otros cinco guerreros más que todavía se mantenían ocultos, comprendió que atacar ciegamente sería una estupidez.

          —¿Por qué lo hiciste, Azmoudez? —quiso saber Uriel, asqueado con la situación—. Yo te hubiera confiado mi vida, te consideraba casi un hermano y me pagas con un acto como este. No lo entiendo, ¿Qué fue lo que te pasó para que me traicionaras de esta manera tan vil? ¿Por qué lo hiciste? Dime por qué.

          —La verdad no fue fácil —le contestó Azmoudez—. Pero cuando las guerras son inútiles, la victoria consiste en seguir con vida. Sobrevivir es el objetivo fundamental —hizo una pausa y le dedicó una fría sonrisa—. Lo único cierto es que nadie puede vencer el poder de Abbadón, pero tú eres demasiado obstinado para reconocer que abrazaste la causa equivocada.

          —¡Eres un miserable cobarde! —exclamó Uriel, irritado—. Sólo te importa salvar tu propia vida y nada más. Te juro que esto no se quedará así, Azmoudez. He de ver que pagues por esta traición.

          Azmoudez le miró con indiferencia.

          —Uriel, el problema contigo es que dejaste ser práctico. Te dejaste envolver por el estúpido idealismo que predican dentro de la Alianza Estelar y perdiste de vista la realidad. ¿Cuántos de los nuestros debían morir para que comprendieras que la guerra estaba perdida? —dirigió su mirada hacia Sailor Jupiter y por un instante pareció apenado—. Lo siento, pero no quiero perder mi vida por una causa en la que ni siquiera creo. Jamás tuve la intención de ser un héroe como muchos de ustedes lo hacen. ¿Acaso no se dan cuenta que sólo perderán sus vidas inútilmente? ¿Y todo para qué? ¿Para luchar por gente a la que ni siquiera les importamos? ¿Por el simple hecho de sacrificarnos? Claro que no, eso son sólo tonterías.

          —Azmoudez y su hermano Azrael eligieron sabiamente —dijo N´astarith sin ocultar la satisfacción que le producía el momento—. A cambio de su valiosa contribución, les he prometido amnistía y podrán volver a Uníx cuando esto termine para comenzar la reconstrucción con todo nuestro apoyo. Ustedes también podrían haber salvados sus vidas sí se hubiesen abstenido de no intervenir en nuestro camino, pero ahora deberán pagar el precio de su falta de visión.

          —Olvídalo, N´astarith —repuso Dohko—. Ya deberías entender que no todos estamos dispuestos a hacernos a un lado cuando las cosas se tornen complicadas. Nosotros nunca dejaremos de luchar sin importar la adversidad. Incluso estamos dispuestos a ofrendar nuestras vidas con tal de superar el poder de las tinieblas.

          —Será mejor que cuiden su lengua —les advirtió Azrael sin dejar de apuntar con su estoque llameante la garganta de Cadmio—. No les conviene hacer enfadar al emperador N´astarith y a sus guerreros. Puedo asegurarles que tendrán una muerte rápida y con el menor dolor posible sí no ponen resistencia.

          —Sí, no los hagan enojar —murmuró Cadmio y luego sopló hacia las llamas que brotaban de la espada de Azrael.

          Totalmente furiosa, Sailor Jupiter se irguió para mirar a Azmoudez y avanzó unos pasos al frente. Los ojos de la Inner Senshi brillaban con furia y eso provocó la satisfacción de N´astarith.

          —Nunca imagine que detrás de ese rostro amable se ocultara un ser despreciable y mentiroso. ¿Cómo pudiste traicionar a todas las personas que confiábamos en ti? Eso nunca te lo voy a perdonar.

          Azmoudez esbozó una desagradable sonrisa.

          —Comprendo que estés molesta, Sailor Jupiter, pero deberías tratas de entender mis razones en vez de actuar precipitadamente. Creo que podrás recordar que una vez te dije que la Alianza Estelar se había convertido en el verdadero origen del caos que impera en esta galaxia. Sé que lo que hago puede parecerte terrible, pero si pudieras deshacerte de esos pensamientos absurdos y ver que el idealismo es un mal negocio que… .

          —¡No lo escuches, Sailor Jupiter! —interrumpió Seiya—. La verdad es que pecamos de ingenuos por creer las mentiras de Azmoudez, pero eso no volverá a suceder de nuevo. Tal vez lograron atraernos a esta trampa, pero se arrepentirán porque les haré pagar por todas sus maldades.

          N´astarith miró con desdén al Santo de Pegaso.

          —Es una verdadera lástima porque no lograrás hacer nada, Seiya. Mientras nos encontramos aquí en Adur, una flota de naves terrestres está a punto de atacar la Churubusco. No sólo ustedes desaparecerán, sino que también los principales miembros del Consejo de Líderes serán eliminados.

          —Eso no pasará y te mostraremos lo equivocado que estás, N´atarith —Seiya levantó los puños en un gesto retador—. No importa cuantos sean ustedes porque al final serán los que pierdan. Aquellos que tienen fe en sí mismos no necesitan nada más para salir adelante. 

          Cuando Asiont se puso de pie, Sailor Star Healer aún abrazaba con fuerza el cuerpo de su compañera fallecida. Sabía lo que era sentir un dolor así, pasar el punto en el que uno sabe que todo ha acabado. Saulo, Casiopea, Areth y los demás estaban listos para entrar en combate y lo necesitaban. Pese a la terrible amenaza que afrontaban, Asiont no podía dejar de pensar en laChurubusco y en sus tripulantes. No podía imaginar una manera de avisarles sobre lo que estaba pasando y esa sensación lo llenaba de angustia. Podía sentir la oscuridad que impregnaba el ambiente como una daga de hielo clavándose en su espalda.

          —Tenemos que alertar a la flota antes de que sea tarde —murmuró y después llevó su mirada hacia donde estaban Cadmio y Azrael. Una gota de sudor resbalaba por su frente y tuvo la impresión de que N´astarith daría la orden que los mataran a todos en cualquier momento. Había llegado el momento de entrar en acción. Se acercó a Saulo para hablarle en voz baja—. ¿Crees que puedas ayudar a Cadmio? Necesitamos distraer a Azrael.

          —Dalo por hecho —musitó el príncipe de Endoria.

          —Genial —dijo Areth—. Entonces, yo me haré cargo de… .

          —De quedarte atrás —le indicó Asiont—. No hagas nada imprudente.

          —¿Crees que podamos salir de esta? —inquirió Saulo.

          —»Si hoy caigo y mi espada pierde su filo, miraré al Cielo para pedirle fuerzas —citó Casiopea—, para que mi luz sea lo último en morir y con esto logre estar de pie para seguir mi camino». No pierdas la confianza, Saulo.

          —Genial, espero que lo graben en mi lápida como recordatorio.

          —Ah, no creí que serían tan idiotas como para caer en esta trampa —murmuró Tiamat con una sonrisa divertida—. Fue demasiado simple engañarlos con el cuento del testamento de Azarus, pero era algo predecible dado su estupidez de que creer que existe una manera de vencernos. Espero que entiendan esto de una buena vez.  

          Uriel apartó de su mente cualquier humanidad que pudieran poseer sus enemigos, y eso incluía a Azmoudez y a Azrael. «Tendré que matarlos también —se dijo—, no hay opción». Luego de presenciar el asesinato de Sailor Star Maker y de escuchar las razones de Azmoudez para traicionarlos, una oleada de rabia se había apoderado de él. Tenía que hacerles pagar a N´astarith y a sus esbirros por todo lo que les habían hecho. Corriendo como un loco, se lanzó al ataque con la consigna de «matar o morir» a pesar de los gritos de advertencia de Piccolo para que no lo hiciera. Uriel levantó el brazo acumulando una gran cantidad de energía aúrica en su mano derecha con la que atacó a Tiamat… .

          Y erró el disparo.

          La ráfaga pasó volando a unos centímetros de la cabeza del Khan del Dragón e impactó con fuerza en una pared causando una violenta explosión. Cyntial se cubrió el rostro con los brazos para protegerse de la lluvia de esquirlas y llamas. Tiamat extendió una mano y disparó varias veces. Dos impactos seguidos explotaron en el abdomen de Uriel, arrojándolo hacia atrás ante la mirada de todos.

          —¡Uriel! —exclamó Casiopea.

          —¡¡Ataquen!! —gritó el Khan del Dragón, desatando el infierno.

          Astronave Churubusco.

          En la habitación que servía de camarote para los militares meganianos, Josh estaba sentado solo en un rincón pensando en que haría ahora que Jesús Ferrer había muerto. El general Strenuss dormía; Josh también lo había hecho, pero sólo por un momento, y sus sueños no habían resultado agradables. Cuando se despertó hubo de afrontar el silencio. El chico contempló la oscuridad, deseando poder vivir otra vida que no fuera la suya, pero las sombras seguían acosándolo. Se encontró pensando en Jesús Ferrer y en Kaila, y algo pareció romperse dentro de él. ¡Echaba tanto de menos a su familia! Al principio creía que lo podría ir superando con el tiempo, pero no había sido así. Todo se lo recordaba y si intentaba cerrar los ojos para quitar esos recuerdos de su mente, se encontraba con el rostro de Jesús, preocupado y lleno de dudas, suspendido en la oscuridad.

          Los ojos se le llenaron de lágrimas y pensó que tal vez debería haber acompañado a Jesús a Niros y haber muerto también. Quizá lo mejor sería que abandonara la Churubusco y se alejara de todo, pero… pero no tenía a donde ir. Nunca tendría un lugar al que podría llamar nuevamente «hogar».

          Se llevó una mano al interior de su ropa y extrajo el medallón que Jesús Ferrer le había obsequiado hace algún tiempo. Presionó un botón y un holograma de Jesús, Kaila, Kim y él mismo apareció frente al rostro del chico.

          Josh observó el holograma y después, deprimido, lo apagó. Se quedó inmóvil, cabizbajo y con la mirada fija en la oscuridad.

          La reina Andrea cruzó el puente de mando en dirección al puesto donde debía encontrarse con el almirante Cariolano. Mientras atravesaba aquella enorme habitación de alta tecnología pudo escuchar a varios oficiales y técnicos que se quejaban sobre el mal funcionamiento de los escáneres de espacio profundo. Andrea se acercó como no queriendo a una consola de control donde tres técnicos manipulaban un teclado y presionaban varios botones de manera frenética. Estaba retrasada en su cita con Cariolano, pero su intuición le decía que era mejor averiguar que ocurría.

          —¿Qué es lo que está pasando? —preguntó Andrea a uno de los tres técnicos.

          —Hemos perdido las comunicaciones, majestad, pero eso no es lo más grave del asunto. Los escáneres de espacio profundo no captan otra cosa más que interferencia. Hemos avisado de esto al almirante Cariolano, pero parece que está convencido de que se trata de una simple falla temporal y nos ha ordenado manejar esto con la más absoluta discreción.

          Andrea los miró boquiabiertos.

          —¿Qué rayos le sucede al almirante? ¿Acaso se volvió loco? Dios mío, olviden esa orden y pongan la flota en alerta máxima —Se disparó una alarma, una luz roja que ascendía al tiempo que sonaba una sirena—. ¿Pueden comunicarse con alguna otra nave de la flota? Necesito hablar con un oficial superior ahora mismo. ¿Dónde está el teniente River?

          Todos los oficiales intercambiaron miradas. Quedaba claro que a la reina no le habían informado que la mayor parte de los oficiales de alto rango habían recibido una licencia por parte de Cariolano para ir a descansar y sólo unos pocos aún continuaban laborando en sus puestos.

          —No se encuentra, majestad, se fue a descansar.

          —¿Qué dijiste? —exclamó Andrea con una mueca de perplejidad—. ¿Por qué hizo eso? ¿Dónde está el almirante Cariolano? Encuéntrenlo de inmediato.

          —Majestad, disculpe, pero estoy recibiendo una lectura en los escáneres de corto alcance —dijo un técnico que permanecía frente a una pantalla—. Un grupo de naves se acerca rápidamente a nuestra posición. La configuración indica que se trata de un grupo de cazas terrícolas. Seguramente debe tratarse de las fuerzas del general MacDaguett que regresan del otro lado del planeta.

          USS Enterprise.

          Desde la pantalla visora que tenían delante, el rostro de MacDaguett les dirigía una mirada expectante a través de la imagen transmitida por la antena del puente de la nave de guerra que se acababa de integrar a la flota. El general MacDaguett lucía su expresión hosca de costumbre mientras aguardaba ordenes junto con toda su tripulación.

          —A partir de este momento las naves bajo mi comando pasan a estar bajo sus ordenes, general Scott. Estamos listos para entrar en combate en el momento en que usted dé la señal.

          —Enterado, general MacDaguett —repuso Scott—. En estos momentos nuestros EA-6B Prowler de contramedidas electrónicas deben haber interferido los sistemas de rastreo en el planeta y en las naves enemigos. Los E-2C Haweye se encuentran rastreando el movimiento de los cazas de la Alianza Estelar en el área y nos han confirmado que tenemos el campo limpio. Parece que la interferencia ha creado un caos mayor al esperado.

          —¿Cómo empezará el ataque, general? —quiso saber MacDaguett.

          —Hemos enviado a los bombarderos BS-2 Spirit y a los cazas FS-117s Black Night por delante con la misión de atacar blancos específicos de acuerdo con la información proporcionada por los Hombres de Oscuro. A continuación las naves dispararán sus mísiles contra el enemigo mientras el resto de los cazas procede a destruir los sistemas de armamento y los motores. También se encargarán de cualquier caza enemigo que encuentren en el área. Al mismo tiempo, una flotilla de BS-52 Stratofortress bombardearán ciudades y sistemas de defensa en el planeta.

          —Es un buen plan —murmuró MacDaguett—. Dado que el enemigo cree que la flota a mi cargo está realizando maniobras de ejercicio, no podrán darse cuenta de lo que ocurre hasta que sea demasiado tarde.

          Scott asintió.

          —Esa es la idea, general. Cuando vean que las naves que se acercan son terrestres supondrán que son las mismas que estaban haciendo las maniobras. Como la nave insignia enemiga estará desprotegida es prioritario asestar golpes rápidos a las demás naves que se encuentran en el área.

          —Comprendido, general —dijo MacDaguett.

          La pantalla se oscureció. El general Scott volvió la cabeza hacia su primer oficial que aguardaba a un costado.

          —¿Está todo listo para el ataque?

          —Sí, señor, aunque debo informarle que la almirante Mel Tagi Hi desea hablar con usted antes de iniciar la batalla. Parece que no está de acuerdo en la forma en que la operación ha sido planeada.

          Scott dejó escapar un suspiro de fastidio.

          —Maldita sea, abran un canal de comunicación, pero sólo audio.

          El oficial de comunicaciones tecleó los controles y tras unos instantes la voz de la almirante Tagi Hi se escuchó con claridad dentro del puente.

          —General Scott, ¿me escucha?

          —Fuerte y claro, almirante Tagi Hi —contestó Scott—. ¿Qué es lo que desea comunicarme? Espero que sea algo importante porque estamos a punto de iniciar el ataque.

          —General, creo que este ataque podría ser un grave error. He mantenido conversaciones con la almirante Alondra y las dos estamos de acuerdo en que lo mejor seria abortar la misión antes de iniciar la batalla.

          —¿Y por qué debería hacer eso, según usted, almirante?

          —Porque las acciones precipitadas no conducen a nada bueno, señor. De momento la investigación del asesinato del Canciller Sergei no ha terminado y sería un grave error que nos adelantáramos.

          Scott ya estaba harto y no dudaba en manifestarlo en su tono de voz.

          —Tomo nota de sus preocupaciones, almirante. Ahora le pido que cumpla con sus ordenes y llevé sus naves al combate siguiendo el plan de batalla. Usted obedecerá lo que le digo o de lo contrario haré que la retiren de su puesto y la acusen de insubordinación.

          —Pero… no puede… .

          —Es todo, almirante. Scott, fuera.

          Astronave Megaroad.

          Hikaru Ichijo acababa de atravesar la puerta de acceso del puente de mando cuando Emily logró aislar la interferencia que bloqueaba las comunicaciones. Misa se encontraba conversando con Kim, Kageyama y Shammy cuando Emily anunció que las comunicaciones estaban funcionando nuevamente.

          —¿Qué era lo que pasaba? —le preguntó Misa a Emily—. ¿Encontraste el problema?

          Emily asintió con la cabeza.

          —Es una señal de origen desconocido que se está transmitiendo constantemente por todo este sector. Su fuente de origen parece venir de algún punto localizado en la línea de horizonte del planeta sobre el cual orbitamos. Decidí aplicar una señal de fase inversa para lograr bloquearla y ahora podremos comunicarnos con la Churubusco.

          —Dime que ya funciona el sistema de radar —dijo Kim esperanzada.

          —Todavía no, lo lamento.

          —Almirante —la llamó uno de los técnicos—. Se acercan múltiples naves en vector de aproximación. Las imágenes captadas por los sistemas indican que se trata de cazas pertenecientes a la flota de naves que se encuentra realizando maniobras de ejercicio del otro lado del planeta.

          —Trataré de hacer un acercamiento —Los dedos de Emily volaron por el teclado. Una de las pantallas mostró una imagen amplificada de los cazas FS-117s Black Night que volaban a toda velocidad hacia la Megaroad—. Almirante, mire, esas naves se acercan a velocidad de ataque y nos iluminan con sus radares.

          —¿Qué? —exclamó Misa y clavó la mirada en la pantalla. El primer pensamiento que le vino a la mente era que los iban a bombardear. Dudó por un instante, sin saber sí se había vuelto paranoica o estaba en lo cierto. Cuando vio que aquellos FS-117 negros volaban a toda velocidad, algo en su interior le indicó que tenía que seguir su instinto—. ¡Nos van a disparar! ¡Abran fuego!

          —¡Todas las estaciones disparen! —exclamó Kim.

          Unos cuantos segundos después, todos los cañones de la Megaroad estaban abriendo fuego contra los cazas terrestres y los mísiles que estos acababan de lanzar hacia la enorme nave. Algunos de los FS-117 lograron maniobrar con éxito y evadir los disparos, pero otros fueron alcanzados por las ráfagas láser y se convirtieron en nubes expansivas de gas súper caliente y fragmentos metálicos negros.

          Astronave Churubusco (Puente de mando)

          —¿Qué están haciendo esos de la Megaroad? —inquirió Andrea sin dirigirse a nadie en concreto. En la lejanía podía verse como la Megaroad intercambiaba disparos con los cazas de la flota terrícola de MacDaguett—. Comuníquense con ellos y averigüen qué está ocurriendo.

          —Eso no será necesario, majestad —dijo una voz a espaldas de Andrea.

          La reina se volvió hacia atrás y lo que vio la dejó helada. En el arco de la puerta de acceso estaba su primo Rodrigo Carrier siendo amenazado por… Cariolano. Andrea no podía creer lo que sus ojos estaban mirando. Su visión se ahogaba. La escena rayaba en lo irreal. El almirante enarbolaba una pistola con la cual apuntaba el cuello de Rodrigo.

          Uno de los oficiales hizo el ademán de desenfundar su pistola, pero se detuvo al advertir que Cariolano clavaba todavía más la punta del arma en el cuello del comandante Rodrigo. Éste creyó que estaba a punto de morir y cerró los ojos mientras se estremecía.

          —Ni siquiera lo piense, teniente. Ahora todos pongas sus armas en el suelo y háganse para atrás. ¡Obedezcan!

          Los oficiales volvieron la mirada hacia la reina que les indicó con un gesto que hicieran lo que Cariolano les ordenaba. Uno por uno todos depositaron sus armas a los pies del almirante y luego retrocedieron.

          —¿Qué está haciendo, almirante? —inquirió Andrea pese a imaginar la respuesta.

          —No creyeron en realidad que una alianza como esta podría enfrentar la voluntad de N´astarith, ¿verdad? —Cariolano tomó la pistola de Rodrigo y la usó para encañonar a Andrea—. Nadie puede hacerlo, contra el poder de Abbadón nadie obtiene la victoria. La única forma de sobrevivir es sirviendo a N´astarith. Relájese, majestad, todo terminará dentro de unos ciclos.

          Andrea frunció el entrecejo.

          —¿A qué se refiere con qué todo terminará en unos ciclos?

          Cariolano no respondió.

          Entonces, antes de que Andrea pudiera articular otra frase, el puente de mando se sacudió como nunca y los paneles de visualización se fundieron al blanco. Las alarmas ladraron de inmediato. Un panel de navegación escupió chispas a la cara de un oficial, prendiendo fuego a su uniforme y añadiendo sus gritos al caos general. Otra consola estalló matando a su operador al instante.

          —¿Qué demonios está sucediendo? —gritó Andrea—. ¿Qué fue eso?

          —¡Nos están atacando, alteza! —respondió un técnico que se había sujetado de su consola de control—. ¡Los escuadrones terrícolas nos disparan!

          —¿Y los escudos? —inquirió la reina exigiendo con su tono una respuesta inmediata.

          —¡Han sido desactivados! —repuso un oficial mientras consultaba los controles y las pantallas—. No podemos levantar los escudos. Alguien ha deshabilitado los sistemas defensivos empleando un código de máxima seguridad que nos impide reactivarlos. No tenemos escudos ni… armas.

          Andrea se volvió de inmediato hacia el almirante Cariolano y comprendió lo que ocurría.

          —¡Usted!

          —Fin del camino, alteza.

          Planeta Adur.

          Sailor Jupiter y Sailor Venus corrieron hacia donde había caído Uriel y se pusieron de cuclillas con la intención de ayudarlo mientras que Shiryu las protegía de las ráfagas empleando su escudo del dragón. El grito de Tiamat había provocado una lluvia de disparos que volaban en todas las direcciones posibles y la única manera de protegerse era cubriéndose tras algo. Uriel abrió los ojos y alargó un brazo para sujetar la muñeca de Sailor Jupiter con fuerza.

          —Todo esto es mi culpa… por favor, perdónenme. Yo… ayudé a convencerlos de venir aquí… .

          —No hables, estás herido —le recomendó Sailor Venus mientras examinaba el cuerpo de Uriel. Los disparos le había atravesado el tronco—. Te ayudaremos, pero no debes moverte hasta que consigamos ayuda.

          Los Shadow Troopers y los androides de combate descargaron sus armas a la vez que los gnomulones inorgánicos lanzaban ráfagas petrificadoras. Al mismo tiempo, los soldados de las sombras y los hechiceros del Ejército del Mal iniciaron su ataque junto a la Guardia de Acero de Hadora. Agazapándose y poniéndose al cubierto, Lance disparó sus armas con rápidos movimientos y abatió a un enemigo tras otro, lanzando ráfagas que siempre alcanzaban su objetivo con increíble precisión. Rina y Ameria se agacharon, de forma que los disparos no les pasaron cerca. Ranma, Ryoga, Shampoo y Moose corrieron a refugiarse tras unos pilares mientras que Saulo decidió ir hacia donde estaba Azrael. Piccolo dio un potente salto para mejorar su posición, levantó los brazos para reunir energía rápidamente y después los bajó bruscamente lanzando una potente descarga.

          Uno de los gnomulones quedó perplejo y horrorizado por un instante. Algunos de los Shadow Troopers trataron de correr segundos antes de que el rayo de luz los convirtiera a ellos y a sus aliados gnomulones en una bola de fuego y restos que se esparcieron en todas direcciones. Piccolo alargó el brazo y disparó otra vez para destruir un androide imperial de batalla y a un grupo de hechiceros del batallón de Saboera.

          Bal de Gárgola y Cyntial de Serpiente de Mar habían presenciado la escena desde el sitio donde se encontraban mirando la batalla. Estaban un tanto sorprendidos por el poder mostrado por Piccolo y comprendían perfectamente que había que neutralizarlo antes de que pudiera seguir eliminando Shadow Troopers, androides de combate o gnomulones inorgánicos.

          —Llegó el momento de intervenir, Cyntial —murmuró Bal sin quitarle la vista de encima a Piccolo, quien acababa de hacer pedazos otro androide—. La fuerza de ese guerrero es algo superior a lo que nos había dicho y mostrado Nauj-vir. ¿Qué te parece sí te haces cargo de él? Estoy seguro que a pesar de su increíble fuerza no debe representar ningún reto para cualquiera de nosotros.

          —Hazte cargo tú si lo deseas, Bal —resopló Cyntial—. Prefiero encargarme de los malditos santos del santuario antes de que Tiamat acabe con ellos frente al gran N´astarith y se lleve toda la gloria.

          —Esperen un momento. Piccolo es mío —dijo una diminuta figura cuyo rostro estaba oculto bajo una capucha—. No escapé de la Zona de la Muerte y acepté ayudarlos sólo para contemplar el espectáculo. Piccolo me humilló en el pasado y les aseguro que lo que más deseo es matarlo con mis propias manos.

          Bal esbozó una sonrisa mientras la diminuta presencia pasaba caminando junto a él hasta detenerse frente al campo de batalla. Explosiones distantes iluminaron el rostro siniestro del Khan de la Gárgola y resonaron por todas partes.

          —De acuerdo, Garlick, sí es lo que deseas, ve por él.

          La diminuta figura se bajó la capucha revelando a un alienígena de ojos saltones, colmillos, largas orejas puntiagudas extrañamente flexibles y vestido con una túnica negra como la noche.

          —Créeme que lo haré y con mucho gusto —Garlick soltó una risita y se quitó la capa que rodeaba su cuello—. Piccolo, está vez nada impedirá que te mande al infierno junto con el hijo de Gokuh.

           Azrael alzó su espada llameante, no para decapitar a Cadmio sino para colocarle la punta en el cuello antes de hundirla hasta el suelo. Sería una ejecución rápida. Cadmio se estremeció de dolor cuando sintió arder su piel por acción del fuego que brotaba de la hoja. Azrael se dio la vuelta de pronto y usó su espada para bloquear el enorme halcón de llamas que se abalanzaba sobre él desde el puño de Saulo. Aprovechando la distracción, Cadmio se puso de pie, con una quemadura en su cuello, asestando una fuerte patada que empujó a Azrael. Tras alejarse de su enemigo, Cadmio se dio la vuelta para alejarse rápidamente. Pero Azrael no iba a permitir que escapara y desenfundó velozmente su otra espada. La segunda hoja llameante dejó un surco ardiente en la espalda del Celestial, que lanzó un grito desgarrador, temiendo que Azrael lo decapitara en cualquier momento.

           Azrael se preparó para asestar otro golpe sobre Cadmio, pero Saulo ya estaba encima del general acosándolo con veloces puñetazos y rápidas patadas. Azrael tenía la ventaja de contar con dos hojas llameantes, pero había estado más interesado en terminar con Cadmio que no previó que Saulo lograría acercarse lo suficiente para impedirle usar las espadas apropiadamente. El príncipe de Endoria había logrado poner a Azrael a la defensiva y no iba a desaprovechar aquella oportunidad. Los dos antagonistas lanzaban ataques y los esquivaban con la celeridad del rayo, atacando y defendiéndose al mismo tiempo.

          —Vas a tener que esforzarte más, traidor —murmuró Saulo mientras se hacía a un lado para evadir una estocada en ascenso—. Para ser ciego peleas mucho mejor de lo que pensaba.

          —Y aún no has visto ni la mitad de mis habilidades —afirmó Azrael. La hoja que sostenía en su mano derecha comenzó a flamear con mayor fuerza—. Incrementaré la fuerza de mi propia aura para poder utilizar el Corte Llameante del Dragón. Te advierto que nadie ha logrado sobrevivir a esta poderosa técnica.

          Saulo lo miró con firmeza.

          —Entonces me corresponde ser el primero en lograrlo.

            Mientras luchaban, Azrael consiguió detener cada uno de los ataques de Saulo y se preparó para retomar la ofensiva. Estaba a punto de utilizar el Corte Llameante del Dragón cuando Cadmio se acercó por la espalda, obligándolo a medio volverse sólo para escuchar cómo el Celestial formaba un Sha-Ma-Sha entre sus manos.

          —¿Acaso piensas que podrías sorprenderme? —murmuró Azrael con una sonrisa—. El hecho de que no pueda ver no significa que ignore lo que ocurre a mis espaldas. Puedo escuchar tus pasos, los latidos de tu corazón e incluso el crujir de tus huesos cuando te mueves. En otras palabras, sé exactamente que estás concentrando una gran cantidad de energía para arrojármela.

          Cadmio le miró con recelo y luego soltó una risita.

          —¿Te ríes? —inquirió Azrael con desconcierto—. El miedo debe estar afectándote. 

          —En realidad me causa gracia descubrir que tu ceguera no sólo es física sino también mental. Hay que ser un ciego para no darse cuenta de que lo que N´astarith está haciendo está mal y que sólo traerá más sufrimiento para todos. 

          —Sólo sigues diciendo tonterías —replicó Azrael—. No entiendo cómo puedes creer que en verdad podrán vencer a N´astarith. Sólo hay que mirar a tu alrededor para saber que nadie podrá vencerlo. La galaxia casi ha caído a sus pies, los Celestiales han sido derrotados e incluso los guerreros de otros universos carecen de la fuerza necesaria para ganar. 

          —Y como no puedes vencerlo entonces lo mejor es unírsele, ¿no? Es más fácil tomar la salida del cobarde.

          Azrael se arrojó sobre Cadmio, buscando con sus espadas el pecho del Celestial.

          —Veremos cuantas ganas de hablar te quedan cuando haya terminado contigo y tus amigos.

           Azmoudez miró hacia donde estaba Uriel y murmuró una maldición cuando comprobó que aún continuaba vivo. Los Shadow Troopers y los gnomulones inorgánicos continuaban atacando. Decidió ir y rematar personalmente a Uriel y quizá luego podría capturar a Sailor Jupiter para llevársela de ahí, pero en el camino de topó con el Santo de Aries, las Guerreras Mágicas y algunas Sailor Senshi.

          —Será mejor que te quites de mi camino, Mu —amenazó Azmoudez mientras que Zura, Axe, Arrow, Isótopo e Etzal surcaban los aires lanzando ráfagas de energía contra todo aquello que se moviera—. No intervengas en mis asuntos o tendré que liquidarte con mis propias manos.

          Mu lo miró.

          —Ni siquiera lo pienses, Azmoudez. No te permitiré hacerle daño a nadie.

          —Sí así lo quieres entonces no tengo opción.

          El Santo Dorado decidió aceptar el reto. Cruzó ambos brazos al frente para luego extenderlos a los costados creando el Crystal Wall. De inmediato, la cortina de luz dorada y transparente se materializó entre él y Azmoudez. Cuando el muro se extendió no fue éste lo que más llamó la atención, sino el sonido que producía. Era como una resonancia con lentas variaciones y poder creciente.

          El general se arrojó contra el santo de oro, decidido a derrotarlo. Extendió las manos hacia delante e hizo acopió de todo su poder. Una esfera de fuego rodeó su puño derecho mientras que el izquierdo quedaba envuelto por una bola de agua turbulenta.

          —Eso no te servirá de nada… ¡¡Yin-Yang!!

          Las corrientes de fuego y agua que emergieron de los puños de Azmoudez se mezclaron entre sí a medida que avanzaban velozmente por el aire. Entonces, en el momento en que el ataque impactó el Crystal Wall, se produjo un intenso resplandor seguido de un chirrido violento. Al instante siguiente, el Yin-Yang rebotó en la pared de luz y se volvió contra Azmoudez, golpeándolo de lleno con toda la fuerza destructiva del ataque. El impacto lo mandó a volar de espaldas contra una de las columnas y después cayó al suelo.

          Azmoudez alzó el rostro y observó que el muro de luz delante de Mu estaba intacto. No le había hecho el menos rasguño. Era algo imposible.

          —El Yin-Yang se ha vuelto contra mí —se levantó con algo de trabajo y añadió—: ¡¿Qué demonios fue eso?! ¿Cómo es posible que esa técnica pudiera contener mi poderoso ataque?

          El muro de luz continuaba emitiendo aquella única, profunda y armoniosa rapsodia de resonancias. Hikaru miró a Mu, preguntándole con la mirada sí era natural que el Crystal Wallemitiera ese sonido. Pero antes de que el santo pudiera percatarse de la inquietud de Hikaru, la reina de orialhalkon avanzó hacia ellos.

          —Yo me haré cargo de esto —anunció Alvinas, extendiendo la mano derecha con la palma vuelta hacia el Santo de Aries—. No existe un material más duro que el orihalkon. Mi ataque destruirá esa defensa sin mayor problema… ¡¡Las Mil Agujas!!

          Una lluvia de afiladas agujas salió proyectada desde la mano de la Reina de orihalkon y chocó contra el reluciente muro de luz. Fue inútil. En cuanto las picas tocaron la barrera de luz se dejó escuchar un chirrido aún más agudo que los anteriores y regresaron por donde habían venido, atravesando el cuerpo de Alvinas con una velocidad asombrosa. Embestida por su propio ataque, la Reina de orihalkon fue lanzada por el aire.

          —¿Es que no lo comprenden? —murmuró Mu con serenidad—. No podrán destruir el Crystal Wall tan fácilmente. Esta técnica funciona como un espejo que hace que cualquiera de sus ataques se vuelva contra ustedes. Sí siguen insistiendo, sólo se lastimarán.

          —No puede ser —musitó Alvinas.

          —Ese guerrero es bastante hábil —observó Hym.

          —¡Maldito seas, Mu! —vociferó Azmoudez—. Aún no te he mostrado todo mi poder, insolente. ¿Crees que me impresionas con tus trucos baratos? Ahora sabrás lo que es sentir angustia y miedo. Te mostraré la fuerza de mi técnica secreta Sendero de luz.

          —Un momento, Azmoudez, no te entrometas en esto —dijo Tiamat mientras avanzaba tranquilamente hacia el muro de luz—. Mu y yo somos viejos amigos y tenemos deudas que saldar desde hace tiempo. Ahora, hazte a un lado y encárgate de todas esas mocosas que están por allá.

          —¿Qué? —inquirió Azmoudez con malestar—. Pero yo… .

          —Dije que te hicieras a un lado —Tiamat lo miró de reojo—. No me obligues a quitarte a la fuerza y haz lo que te digo. Quiero que elimines a esas Sailor guerreras y a las otras niñas que están con ellas. No debe costarte mucho trabajo.

          Mu miró fijamente a Tiamat, pero no hizo el menor movimiento.

          El Khan del Dragón caminó hacia él, levantó una mano formando un puño y acto seguido se escuchó primero un fuerte chirrido y después el sonido de cristal rompiéndose. El Crystal Wallse agrietó para luego desmoronarse en pedazos que se desvanecían a medida que tocaban el suelo.

          —Ahora terminaremos lo que comenzamos en el sSntuario, Mu.

          Un halo de luz dorada envolvió la figura de Mu de pies a cabeza.

          —Me encargaré de hacerte pagar por la muerte de Shaka.

          Tiamat enarcó una ceja con desconcierto.

          —¿Quién?

          —El Santo de Virgo que mataste en el santuario —respondió Mu.

          —De haber sabido que matar a un simple humano te causaría tanto dolor habría matado más.

          Convencido de que Tiamat se encargaría de aquel molesto santo de oro, Azmoudez se volvió hacia donde estaban Hikaru, Umi, Fuu, Sailor Pluto, Sailor Saturn, Sailor Star Healer y la reina Kakyuu. Las Guerreras Mágicas se prepararon para darle pelea y una por una fueron haciendo aparecer sus magnificas espadas hechas de mineral mágico. Sailor Pluto fue la primera en dar un paso al frente, mostrándose desafiante en tanto que Sailor Star Healer sacaba su broche con forma de estrella.

          —Tal parece que deberé hacerme cargo de ustedes —murmuró Azmoudez con cierta frustración en la voz—. No crean que disfruto esto, pero, bueno, lo pondré de esta manera un poco simple: son ustedes o soy yo.

          —No esperaba menos de un cobarde que traiciona a los demás —replicó Sailor Pluto—. Creo que finalmente todo cobra sentido. Tus diferencias con los Celestiales, tu actitud hostil hacia todo lo que tuviera que ver con la Alianza Estelar y tu amistad con Sailor Jupiter.

          Azmoudez esbozó una sonrisa.

          —Eres bastante observadora e inteligente, Sailor Pluto, pero debo informarte que estás equivocado en lo que se refiere a mi amistad con Sailor Jupiter. Tal vez en un principio me acerqué a ella para obtener información, pero ella me simpatiza.

          —Perdóname sí no te creo nada de eso.

          —No lograrás engañarlos de nuevo —murmuró Sailor Saturn.

          —En realidad no me interesa lo que piensen porque pronto dejarán de existir.

          —Tampoco pienso que eso sea verdad —aseveró Sailor Pluto y a continuación atacó—. Death… Scream (Grito… Mortal)

          Usando su báculo, la Outer Senshi mandó una esfera de luz en contra de Azmoudez. Éste alargó los brazos y detuvo el ataque con las manos, aunque la potencia del Death Screamconsiguió empujarlo algunos centímetros hacia atrás. Destellos púrpuras y rojos brotaron violentamente por entre los dedos de Azmoudez. Y al final se fueron extinguiendo a medida que la esfera de luz se iba encogiendo hasta desaparecer en su totalidad.

          —Una técnica interesante, pero ya deberían saber que no es nada ante mí.

          —No puede ser —exclamó Sailor Pluto, sin dar crédito a sus ojos.

          Azmoudez levantó los puños iluminados de poder.

          —Está vez será mi turno y no fallaré. Acabaré con todas al mismo tiempo empleando mi técnica secreta Sendero de luz.

          —No te lo permitiré —dijo la reina Kakyuu con calma—. No dejaré que mates a ninguna de estas valerosas jóvenes. Reconozco que posees un gran poder, pero sí hemos de morir… —hizo una pausa y levantó una mano en lo alto—… sí todas debemos morir, entonces lo haremos juntas… ¡¡Kinmoku Star Power, Make Up!! (¡¡Poder Estelar de Kinmoku! ¡Transformación!)

          Entonces, ante las miradas llenas de asombro e incredulidad de todos, las ropas de Kakyuu comenzaron a cambiar en medio de un halo de luz celestial y estrellas resplandecientes. La transformación continuó hasta que aparecieron los atuendos propios de una sailor senshi. Kakyuu había dejado de ser una delicada y frágil reina para convertirse en la guerrera conocida como Sailor Kinmoku.

          —¡La reina Kakyuu también es una Sailor Senshi! —señaló Sailor Pluto.

          Azmoudez no pudo ocultar su sorpresa.

          —No tenía idea de que esa chica fuera también una Sailor guerrera, pero eso no cambia nada en lo absoluto. Ninguna de ustedes logrará salir con vida de este planeta. Más vale que se preparen porque no tendré ninguna consideración.

          —Creo que nos estás subestimando demasiado —repuso Sailor Kinmoku y luego extendió sus manos con las palmas vueltas hacia delante—. Starlights Royal Straight Flush!

          Poderosos rayos emergieron de las manos de Sailor Kinmoku tan rápido que Azmoudez no tuvo tiempo de comprender lo que pasaba, sólo pudo levantar las manos para capturar el poder deslumbrante que se abatía sobre él.

Continuará… .

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