Leyenda 007

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPITULO VII

LOS DISCÍPULOS DE ABAN, ALIADOS EXTRAORDINARIOS

       Armagedón (Cuarteles endorianos)

       En completo silencio, José Zeiva contemplaba la resplandeciente esfera azul de la Tierra más allá del laberinto de Devastadores Estelares que la rodeaban en el espacio. El mirar su mundo natal y las estrellas desde el espacio era una de las pocas cosas que le proporcionaban algo parecido a la paz.

       El emperador volvía a sentirse frustrado. Había pasado las dos últimas horas revisando inútilmente los registros históricos endorianos y no había encontrado la menor pista que pudiera ayudarlo a aclarar el misterio que existía sobre los Caballeros Celestiales y el Portal Estelar. De acuerdo con lo que sabía, los Celestiales eran una antigua orden de guerreros que fungían como guardianes de la paz y la justicia en los inicios de la antigua Alianza Galáctica. Sin embargo, la orden había desaparecido muchos años antes de que su llegada a Endoria y por ello muchos de los secretos de ellos se habían perdido para siempre.

       Decepcionado de su pésima suerte, José había regado todas las copias de los reportes en el suelo de la habitación. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no advirtió que alguien más había entrado en sus cuarteles.

       —¿En qué piensas, José? —le preguntó una voz familiar.

       El emperador de Endoria se volvió por encima de su hombro para descubrir al intruso.

       —Jesús —murmuró lentamente—. ¿Qué es lo que haces aquí?

       —He venido para hablar sobre un asunto que nos concierne a ambos —repuso Jesús mientras se acercaba—. Me di cuenta de la manera en que reaccionó N´astarith cuando se enteró de que todavía quedan Caballeros Celestiales con vida —hizo una pausa y se detuvo frente a José—. ¿No te parece extraño?

       El emperador de Endoria desvió la mirada hacia el espacio una vez más para mirar la Tierra.

       —Si, es verdad, parecía como sí temiera algo ¿A qué te refieres exactamente? —le inquirió con la mirada perdida.

       Unos cuantos pasos le bastaron al príncipe meganiano para colocarse al lado de José y disfrutar de aquella maravillosa vista.

       —Hablo de los Caballeros Celestiales —giró su cabeza y esperó a que José desviara la mirada hacia él—, y a la relación que guardan con la leyenda de Dilmun.

       El emperador de Endoria clavó la mirada en el oscuro visor del casco de batalla que Jesús portaba. Como príncipe de una raza tan antigua como la meganiana, era obvio que su viejo camarada conocía mejor algunos secretos del pasado.

      —Está bien, Ferrer. ¿Qué es lo que tienes que decirme?

       Como respuesta, el príncipe meganiano sacó de su cinturón un diminuto proyector holográfico. Accionando el interruptor, Jesús hizo aparecer delante de José el holograma de un hombre.

       —¿Conoces a este sujeto?

       El emperador de Endoria se inclinó unos centímetros hacia la proyección y la estudió atentamente.

       Reino de Papunika.

       La densa nube de polvo alrededor de Galford comenzó a asentarse lentamente. Leona no podía terminar de entenderlo. El poder de Dai ahora era más fuerte desde la vez que habían luchado en contra de Baran. Era como si el chico se hiciera más poderoso a medida que usaba el poder del misterioso símbolo del dragón. Estaba segura de que sí Poppu hubiera estado ahí, también se habría sorprendido.

       Lilith estaba harta de la pelea. Le irritaba tener que aceptar que habían subestimado las fuerzas del pequeño Dai. Cansada de la situación y ansiosa por volver a Armagedón, bajó los brazos y avanzó decidida a terminar con la batalla.

       La silueta de Galford comenzó a divisarse en medio de la densa nube. Por increíble que pareciera, todavía estaba de pie. Sostenía su espada con firmeza como sí de ella dependiera para mantenerse sobre sus dos piernas. Tenía la cabeza agachada y sus ropas estaban ligeramente desgastadas. Las paredes y columnas situadas detrás de él habían desaparecido por completo tras la explosión.

       Dai fijó la mirada en el meganiano y bajó las manos. No podía ser. Aquel ataque había sido su última esperanza.

       —Eres… muy bueno, chico —jadeó Galford con sarcasmo—. Pero para tu desgracia mi espada me protegió —alzó la mirada. Un delgado hilo de sangre corría por la frente—. No me imaginaba que un simple niño como tú pudiera lastimarme de esta manera.

       —¡No puede creerlo! —exclamó Dai en voz alta—. El Aban Slash no funcionó.

       —Eso es verdad, niño insolente —murmuró Lilith a sus espaldas—. Aunque tu nivel de poder alcance las 22,000 unidades, siento decirte que no será suficiente. Nuestro poder se encuentra más elevado. 

       El chico se volvió en redondo para encarar a la Khan. Aquella mujer tenía una mirada fría y, hasta cierto punto, diabólica.

       —¿Qué dices? —le inquirió Dai—. No entiendo nada de lo que estás diciendo.

       Lilith soltó una sonora carcajada y a continuación levantó mano derecha para atacar. Sus ojos destellaron con maldad.

       —Digo que valiente, pero… vas a morir.

       Leona se levantó del suelo rápidamente. Observó a Galford por un momento y luego se apresuró a llevar la vista hacia Lilith. 

       El chico alzó la espada y le dedicó una mirada feroz a la Khan de Selket. Sí lo que aquella mujer pretendía era intimidarlo, entonces necesitaría más que un conjunto de frases amenazantes para lograrlo.

       —No importa lo que hagas. No me vencerán.

       —Haz lo que quieras —le respondió la guerrera imperial con desdén—. Será lo mismo que antes. Me doy cuenta de que tu aura es muy poderosa y eres valiente, pero no eres rival para alguien como yo. Tus habilidades son inferiores y te lo demostraré. 

       Sin guardar la más mínima cautela, Dai se lanzó contra Lilith en una feroz acometida. Sujetando la espada con ambas manos, el chico se dispuso a ejecutar nuevamente el Daichizan.

       Leona volvió la vista hacia Lilith para observarla. Por increíble que pareciera, la Khan permanecía inmóvil delante de Dai, ofreciéndole un blanco perfecto. Era como si no le importara que estuviera a punto de ser atacada. Mantenía la misma postura y mirada malévola sin mostrar algún signo de temor. El chico frunció el ceño, pero continuó el avance sin titubear.

       —¡Daichi… .

       Antes de que Dai pudiera acercarse lo suficiente para descargar el mandoble, un rayo surgió de la nada y atravesó el hombro del chico, parándolo en seco en el aire.

       Tanto Leona como Galford abrieron los ojos enormemente. ¿En qué momento lo habían atacado? Ninguno de ellos habían visto absolutamente nada. Llena de angustia, la princesa de Papunika gritó el nombre del chico. Marine y los otros Sabios se quedaron mudos y sin entender lo que acababa de suceder.

       Dai se mantuvo suspendido en el aire por unos instantes con la mirada perdida. Al cabo de unos segundos, soltó la espada y se desplomó en el suelo. Al ver aquello, la Khan dejó escapar una leve sonrisa de satisfacción y bajó el brazo.

       —¡Lilith! —el grito de Galford llamó su atención.

       La Khan de Selket se volvió hacia el guerrero meganiano.

       —¡¿Cómo te atreves a interrumpir mi batalla?! —le preguntó furiosamente.

       —Déjate de tonterías, Galford. Esto no es un torneo, es una guerra y lo que cuenta es acabar con el enemigo.

       El meganiano apretó los puños hirviendo de rabia. Aparentemente, Lilith no sabía lo que era el honor.

       —¡Ese niño estaba peleando conmigo!

       Lilith lo miró con aburrimiento y luego desvió hacia el cuerpo inerte de Dai. En esos momentos, la princesa de Papunika ya estaba junto a él.

       —¡Dai! ¿puedes oírme? —le preguntó Leona—. ¡Dai!

       Pasados unos cuantos segundos, Dai abrió los ojos poco a poco. Afortunadamente, Lilith sólo había conseguido herirlo.

       —Leo… na… .

       —Si, aquí estoy. ¿Te encuentras bien?

       Un rictus de dolor se apoderó del rostro de Dai. Preocupada, Leona lo escudriñó con la mirada en busca de una herida. Finalmente, se percató de que el ataque de Lilith le había atravesado el hombro derecho.

       —No creí que ese mocoso siguiera con vida —comentó Lilith—. Pero afortunadamente, eso es algo que podemos remediar. Tengo que admitir que a pesar de su debilidad es admirable que aún quiera pelear contra nosotros.

       La guerrera de Selket alzó la mano nuevamente.

       —Espera, Lilith —le dijo Galford a sus espaldas—. El chico ya no puede defenderse y la verdad no ganas nada con matarlo. Lo mejor será que dejemos este mundo. Ninguno de ellos es un peligro real para nuestros planes. Creo que incluso tú estarás de acuerdo conmigo, ¿no?

       La Khan suspiró con hastío.

       —Eres un tonto que no ves más allá de lo evidente —se volvió en redondo para encarar al meganiano—. Cuando obtengamos las doce gemas, N´astarith se convertirá en el amo del universo, y luego conquistará todos los mundos existentes  —guardó silenció y se giró nuevamente hacia Leona y Dai—. Pero antes de eso debes matar a todos aquellos que nos desafían. El chico no es peligroso por su poder, sino por su forma de ser.

       Galford observó a Lilith fijamente y se apresuró a desviar la mirada, molesto con la situación. De pronto, la voz de Dai atrajo la atención de ambos guerreros.

       —¡Nunca! —gritó el chico, poniéndose en pie lentamente—. Pase lo que pase, yo siempre estaré del lado de los seres humanos. No permitiré que se salgan con la suya —guardó silencio y levantó la espada; la hoja estaba cubierta totalmente de fuego.

       —¡Espera, Dai! —exclamó Leona, preocupada—. Aún estás muy débil para pelear.

       Dai aparentó no oírla y avanzó hacia la Khan, decidida a vencerla y continuar la pelea que había dejado pendiente con Galford. Sí se le podía achacar un defecto a Dai, éste era su terquedad a la hora de luchar.

       Lilith le dirigió una mirada llena de desprecio. A juzgar por su expresión llena de ferocidad, era obvio que todavía sentía ganas de combatir y de derrotarlos. Por unos segundos, recordó los rostros de los Celestiales a los que había asesinado a lo largo de tantos años. A pesar de todo el dolor que lograba infringirles durante las batallas, muchos de estos seguían mostrando una gran ferocidad como lo hacía Dai en ese momento.

       —Niño tonto —se burló—. Aún no quieres entender que no eres rival para mí. Mi Poison Hell no te mató inmediatamente, pero ha dejado tu cuerpo envenenado. No tardarás mucho en morirte… .

       —¡Ya cállate! —le interrumpió Dai en un tono sumamente áspero—. No me interesa lo que digas, yo seguiré peleando hasta la muerte.

       La Khan frunció el entrecejo. Era un chico muy valiente o de plano no sabía lo que hacía. Galford por el contrario, no pudo sentir otra cosa que admiración por Dai. «Realmente es muy valiente», pensó.

       Krokodin dio un paso al frente. El sonido de las explosiones todavía podía oírse a lo lejos. Isótopo sonrió confiadamente y se cruzó de brazos. Realmente no le importaba cuantos guerreros lo desafiaran. Estaba seguro de que podría vencerlos a todos.

       —Hoy me siento generoso —comentó el imperial—. Como no ganó nada sí me pongo a jugar con la basura, he decidido dejarlos ir, ¿qué les parece?

       El Rey de las Fieras sintió como la sangre le hervía en las venas. Apretó el mango de su hacha y la agitó con violencia atemorizando a Poppu.

       —¡¿Qué fue lo que dijiste?! —le preguntó irritado—. ¡No estés bromeando!

       —Lo que oíste, lagartija —replicó el meganiano con una enorme sonrisa—. Te estoy dando permiso para que te largues. No me interesa hacerme un cinturón con tu piel.

       Krokodin se removió con enojo. ¿Quién se creía ese tipo para burlarse así de él? Sin pensarlo dos veces, se echó a correr hacia Isótopo decidido a vencerlo. Alzando su enorme hacha, el Rey de las Fieras se dispuso a cercenarle la cabeza, pero antes de que el filo del arma tocara el cuello del imperial, éste desapareció en el aire para evadir el golpe mortal.

       —¿Eh? ¿A dónde se fue? —preguntó Krokodin mirando a sus alrededores.

       Poppu abrió los ojos y alzó ambas cejas. ¿Acaso se trataba de algún tipo de magia que él no conocía? Su sorpresa fue mayor cuando se dio cuenta como Isótopo aparecía justo detrás del Rey de las Fieras.

       —¡Krokodin, cuidado! —gritó con todas sus fuerzas.

       Pero fue inútil. Antes de que su poderoso aliado pudiera hacer algo para evitarlo, Isótopo extendió ambas manos con las palmas orientadas hacia delante y le descargó un potente rayo de energía en la espalda que lo arrojó de frente. Aterrorizado, Poppu contempló como el enorme cuerpo de Krokodin surcaba los aires. Totalmente sin control, el imponente Rey de las Fieras se estrelló en un gigantesco muro reduciéndolo a escombros.

       —¡Krokodin! —gritó Poppu completamente fuera de sí.

       Eso no era posible. En tan sólo unos segundos, el imponente Rey de las Fieras había quedado fuera de combate. Totalmente furioso, Poppu se volvió para descargar toda su frustración contra Isótopo.

       —¡Miserable! —le espetó—. No te saldrás con la tuya.

       El meganiano dejó escapar una sonrisa de confianza y bajó las manos. Realmente le causaba placer humillar a sus enemigos.

       —Pero si ya lo hice, insecto. Cuando llegamos a este mundo tenía el temor de encontrar sujetos poderosos, pero parece que no es el caso. Me dan lástima lo sujetos como ustedes porque no tienen verdadero poder..

       Poppu apretó los puños con furia.

       —¿De qué demonios estás hablando? ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones?

       Isótopo se cruzó de brazos.

       —Nosotros hemos venido en busca de una de las doce gemas estelares. Estas joyas son la clave para acceder al máximo poder de los universos. Todos tendrán que hacer lo que les mandemos. Seremos sus dioses para siempre.

       —¡Eso jamás sucederá! —vociferó una voz en las alturas.

       Totalmente intrigados, Poppu e Isótopo alzaron la vista conjuntamente. Al fin, Lance había llegado hasta el castillo de Papunika.

       —No importa lo poderosos que sean, ustedes nunca ganarán —declaró Lance con voz firme mientras descendía en el campo de batalla—. Y eso es porque nunca lograrán destruir el anhelo de libertad que existen dentro de todos los seres .

       Al ver a aquel joven en armadura, Isótopo enarcó una ceja. Ese sujeto no pertenecía a aquel mundo.

       —¿Qué? —preguntó el guerrero imperial—. ¿Quién rayos eres tú, entrometido?

       Lance se colocó entre ambos contendientes y levantó el visor de su casco para develar su identidad.

       —Mi nombre es Lance, soy un miembro de la Alianza Estelar.

       Isótopo alzó ambas cejas con sorpresa. ¿Un miembro de la Alianza en aquella realidad? Eso era imposible.

       —¿Cómo rayos llegaste hasta este universo? —le preguntó ansiosamente.

       —Eso no te incumbe, imperial. No dejaré que se apoderen de las gemas estelares. Nosotros los detendremos.

       Poppu cayó sentado. ¿Quién era aquel guerrero? Suponiendo que efectivamente fuera un guerrero. La armadura que portaba era muy extraña, y por la forma en que había llegado, estaba claro que no se trataba de un sujeto ordinario.

       —Oye ¿quién eres tú? —preguntó algo de temeroso.

       El hombre de armadura miró a Poppu por encima del hombro.

       —No te preocupes, soy un amigo —hizo una pausa, sonrió confiadamente y volvió la vista hacia el guerrero imperial—. He venido a ayudarlos a pelear.

       Isótopo escudriñó a Lance de arriba abajo. Realmente no se parecía en nada a los legendarios Caballeros Celestiales de los que había oído hablar. Su apariencia era muy diferente. Quizás sólo era un guerrero de la Alianza Estelar que pretendía amedrentarlo con mentiras.

       —Miserable insecto —le insultó molesto—. ¿Cómo fue que llegaste hasta este universo? ¡Dímelo antes de que te haga mil pedazos!

       Lance suspiró y le sonrió con fingida arrogancia.

       —Sí no me equivoco esta es la parte donde debo suplicar, ¿no? —una especie de compuerta se abrió en su antebrazo izquierdo y mostró un pequeño cañón—. Disculpa sí no me atemorizan tus bravuconadas, pero de tanto escucharlas ya no me causan miedo.

       Isótopo apretó los puños y clavó unos ojos en Lance que eran puro odio.

       —¿Cómo te atreves, sabandija? ¡Te mataré!

       Con la velocidad del rayo, Lance alzó el brazo y disparó una descarga láser contra Isótopo. Éste dejó escapar una leve sonrisa antes de desaparecer usando su velocidad. El rayo pasó de largo y se estrelló contra una vivienda, convirtiéndola en escombros.

       —¡No puede ser! —bramó Lance sorprendido—. Logró esquivar mi ataque.

       Isótopo apareció por atrás de él.

       —Nunca me ganarás usando esas armas inútiles.

       Lance se giró sobre sus talones e intento golpearlo con el puño, pero fue inútil. Con una rapidez extraordinaria, Isótopo atrapó su mano, le retorció el brazo por la espalda y lo derribó poniéndole su rostro en el suelo.

       Poppu estaba aterrado. Ni siquiera aquel guerrero de extraña armadura podría vencerlo. Lance se removió en el suelo inútilmente tratando de liberarse.

       —¡Vamos! ¡Dime cómo llegaste hasta aquí! —le ordenó el meganiano mientras tiraba de su brazo—. Te juro que sí no me dices te arrancaré el brazo.

       El grito de Lance desgarró el aire. Aquel guerrero tenía una fuerza increíble. Por unos instantes, Lance deseó con todas sus fuerzas que su hermano Cadmio estuviera ahí.

       —¡Maldito! —Isótopo ya estaba perdiendo la paciencia—. No quieres hablar, ¿eh?

       Poppu titubeó, pero sabía que tenía que actuar con rapidez. ¿Debía ayudar al desconocido o quedarse ahí sin hacer nada? La armadura que portaba Isótopo lo protegía de la magia así que sus hechizos no iba a servir de mucho. Desesperado, el joven mago hizo lo primero que se le vino a la mente.

       —¡Oye déjalo! —el grito distrajo al meganiano por un momento.

       Isótopo desvió la atención hacia Poppu y lo fulminó con la mirada.

       —¡No interfieras, estúpido! Sí me sigues molestando tú serás el siguiente.

       Un semblante de terror se apoderó del rostro del hechicero. Temeroso bajó la cabeza y suspiró. Era el fin.

       De pronto, un poderoso estruendo resonó en todo el campo de batalla. Usando sus fuerzas, Krokodin había conseguido liberarse de los pesados escombros que lo mantenían prisionero.

       —¡No es posible! —exclamó Isótopo—. ¡Ese lagarto sigue con vida!

       Una sonrisa de alivio iluminó el rostro de Poppu. Todavía quedaban algunas esperanzas. Para sorpresa de Isótopo, el enorme lagarto no tenía un solo rasguño.

       —Suelta a ese muchacho inmediatamente —ordenó el Rey de las Fieras.

       El meganiano observó a Krokodin por un instante y luego desvió la mirada hacia Lance. Finalmente, el imperial soltó el brazo del Celestial y se apartó con unos cuantos pasos.

       Lance se llevó una mano a su hombro lastimado y alzó una mirada de agradecimiento hacia Krokodin.

       —No sé quien seas, amigo, pero gracias.

       Krokodin asintió con la cabeza antes de responder.

       —Este no es el momento para agradecerlo, muchacho. Primero hay que acabar con ese tipo.

       Lance se levantó para inmediatamente colocarse al lado del Rey de las Fieras.

       Poppu, por su parte, hizo lo mismo en el extremo contrario.

       Isótopo los miró de arriba abajo y les sonrió burlonamente.

       —Tontos, no tienen idea de mi poder. Ahora mismo voy a hacer que se arrepientan.

       Una poderosa aura de energía rodeó por completo el cuerpo del meganiano. Como consecuencia, algunos fragmentos de rocas comenzaron a levitar en tornó a él. De pronto, poderosas ráfagas de aire comenzaron a emanar de Isótopo levantando toneladas de polvo.

       —¡Tengan cuidado! —advirtió Lance.

       Poppu cerró los puños y se protegió el rostro con los brazos. El vendaval provocado por los poderes del meganiano era tan intenso que podía  hacerlos perder el equilibrio y lanzarlo a lo lejos.

       Desde su posición, Isótopo sonrió malévolamente mientras pequeñas descargas eléctricas empezaban a rodear su cuerpo.

       Armagedón (Cuarteles endorianos)

       —No, ¿quién es él? —preguntó José, intrigado.

       —Su nombre es Aristeo y, según tengo entendido, fue el último dirigente de la orden de los Celestiales antes de que ésta desapareciera veinte ciclos estelares antes de nuestra llegada al planeta Endoria.

       Jesús le concedió otro momento, y luego apagó el proyector holográfico y se lo guardó en su cinturón.

       —¿Viniste aquí a darme clases de historia? —preguntó José con irritación—. Buscando en los registros que tengo en la habitación hubiera podido saber eso.

       Jesús lo miró fijamente.

       —Pero lo que tus registros no dicen es que Aristeo fue el último guardián del Portal Estelar y que además participó en un experimento que se realizo con ese artefacto hace más de treinta ciclos estelares. Un experimento que nos fue ocultado por los barones, un experimento que fue borrado de los registros.

       José soltó una estridente carcajada.

       —¿De dónde sacaste esa idea? Creo que únicamente estás desvariando… .

       —Los barones dijeron que no conocían la existencia del Portal Estelar aún cuando encontramos el artefacto bajó las ruinas del palacio real de Endoria, ¿lo recuerdas? —lo interrumpió Jesús—. Creo que N´astarith no mandó exterminar a los Caballeros Celestiales solamente porque se oponían a sus planes, sino también por lo que sabían, por lo que sabían acerca de esa maldita máquina.

       —Ya entiendo, dices que N´astarith está preocupado por esos Celestiales que quedan con vida porque quizás saben algo sobre el Portal Estelar —repuso José interesado—. Bien —añadió—. Pero eso no es razón para creer que los barones nos ocultaron el hecho de que se realizó ese supuesto experimento.

       —¿Ah no? —Jesús desestimó el argumento con un gesto de la mano—. ¿Cómo explicas que no haya ni un solo registro que relacione directamente a los Celestiales con el Portal Estelar sí Aristeo era su guardián?

       Su respuesta pilló por completo al emperador endoriano. José reflexionó unos instantes, frotándose la barbilla con una mano. El argumento era bueno, quizás por ello recelaba de éste.

       —Creo que nuestros amigos han estado jugando en ambos lados —observó Jesús.

       José se golpeó la palma con el puño.

       —Esos bastardos —murmuró con desprecio—. ¿Así que esos infelices han estado haciendo tratos con N´astarith a nuestras espaldas? ¿Pero cómo sabes lo del experimento?

       —Fue gracias al embajador Sarenth —repuso Jesús de inmediato—. Hace poco tuvimos una conversación muy interesante.

       —¿El embajador endoriano? —José frunció la frente—. ¿El mismo que murió hace treinta ciclos solares en ese extraño accidente?

       El príncipe meganiano meneó la cabeza.

       —No fue un accidente, aunque no tengo modo de demostrarlo. Creo que Sarenth fue asesinado.

       El emperador de Endoria lo miró con escepticismo.

       —¿Asesinado?

       —Como bien sabes, Sarenth fue el último embajador del imperio endoriano en mi mundo. Durante su breve estancia en Megazoar, el embajador se reunió conmigo en varias ocasiones. Me dijo que temía por su vida y que estaba dispuesto a decirme la verdad sobre lo que sucedía ende Endoria a cambio de otorgarle protección.

       Hizo una pausa y miró a José, que al fin dio señales de estar impresionado.

       —Ahora entiendo el interés que tenía los barones en retirar a Sarenth como nuestro embajador en Megazoar —dijo lentamente José—. Sabían que tenía miedo y que podía hablar… .

       Jesús Ferrer asintió con un gesto sombrío.

       —El embajador me dijo que muchos de los registros históricos de Endoria fueron alterados por ordenes secretas de los barones. Existe alguien detrás de ellos, alguien que los controla, alguien a quien le interesaba que no supiéramos de la relación existente entre los Celestiales y el Portal.

       —¿De qué hablas? —preguntó José con cierta irritación—. Yo soy el emperador de Endoria. Los barones sólo reciben ordenes de mí.

       Jesús suspiró cansadamente.

       —Empiezo a creer que no. Sospecho que muchos de esos barones que conforman el senado de Endoria obedecen ordenes de alguien más. Eso explicaría muchas cosas, como la guerra entre nuestros imperios.

       —Me cuesta trabajó creer eso. Sí lo que dices es verdad, entonces muchas de nuestras decisiones han sido manipuladas a favor de un desconocido. Alguien que se esconde tras los barones .

       Jesús reflexionó en silencio antes de responder.

       —Sarenth estaba dispuesto a contarme todo, pero antes de que pudiera hacerlo murió en ese accidente. No se necesita ser muy inteligente para darnos cuenta de que todo este misterio gira en torno al Portal Estelar.

       José no se mostraba muy convencido.

       —No lo creo, quizás todo esto no sean más que coincidencias. ¿Sospechas de alguien?

       Jesús lo miró fijamente.

       —No, aún no. Tengo mis sospechas, pero sólo son especulaciones. De lo que sí estoy seguro es de que N´astarith está al tanto de todo esto.

       José y Jesús se miraron en silencio por unos instantes sin sospechar que eran observados desde las sombras por alguien.

       Reino de Papunika.

       Dai se sujetó el hombro. El dolor que experimentaba era verdaderamente inaguantable. Sentía como si su cuerpo se quemara por dentro. Aún así, no podía darse por vencido. Había muchos que todavía dependían de él: Leona, Poppu, Fuam y los demás. No podía dejarse morir así nada más.

       La Khan de Selket lo miró. Todavía le costaba trabajo creer que el chiquillo quisiera pelear con ella una vez más. Sencillamente no podía entenderlo.

       —Date por vencido, Dai —murmuró Lilith con desprecio—. Nunca podrás ganarme. Existe tanta diferencia entre nosotros como entre un dios y un gusano.

       Dai le lanzó la más feroz de sus miradas.

       —¡Ya cállate de una vez! —sujetó la espada con ambas manos y ejecutó un veloz mandoble—. ¡Daichizan! (Corte de Tierra)

       Un arco de llamas abandonó la espada de Dai y se abalanzó sobre Lilith. La Khan sonrió y extendió una mano para detener el ataque. El arco llameante golpeó la palma de la guerrera imperial y desapareció aparentemente sin provocarle ningún daño.

       —Niño tonto. ¿Ya te olvidaste que nuestras armaduras son a prueba de cualquier hechizo mágico?

       Dai se sintió morir en ese momento. Sólo le quedaba una opción. Con sus últimas fuerzas sujetó la espada con la hoja orientada hacia abajo y la llevó a un costado de su cuerpo.

       —No importa que muera, jamás me daré por vencido —sentenció mientras la hoja se iluminaba con una poderosa energía—. Tal vez me mates, pero te aseguro que te haré al menos una herida.

       Lilith reconoció de inmediato la pose de Dai. Sin duda iba a ejecutar nuevamente la técnica que había usado en contra de Galford.

       —Ya veo, piensas usar nuevamente el Aban Slash —comentó tranquilamente—. Sin duda es una técnica excelente. Combinas la energía mística con la velocidad, pero no tienes la fuerza necesaria para hacerme una herida fatal.

       Dai apretó los dientes y frunció la mirada con desesperación.

       «Con sólo verlo una vez ya conoce el Aban Slash«, pensó mientras apretaba los dientes. «Maldición».

       —Es una verdadera lástima, niño —empezó a decir Lilith al tiempo que levantaba la mano—. Pero tu suerte se ha terminado y… .

       No alcanzó a terminar la frase. Justo cuando acababa de levantar el brazo para atacar de nuevo, la guerrera de Abbadón se percató de que una parte de la armadura que le cubría la mano con la que había detenido el último ataque de Dai estaba ligeramente resquebrajada. Unas cuantas gotas de sangre escurrieron de su palma y mancharon el suelo. De alguna manera, Dai había conseguido herirla.

       —¡No puedo creerlo! —exclamó verdaderamente alarmada—. Se supone que mi armadura es a prueba de hechizos mágicos y es extremadamente resistente. Esto no puede ser posible. ¿Cómo diablos lo hiciste?

       Galford se apresuró a llevar la mirada hacia Dai sin comprender lo que había ocurrido

       —Ahora entiendo —dijo luego de un momento de reflexión—. De alguna forma ese chico ha combinado su poder mágico con la espada. La armadura del averno puede bloquear los hechizos mágicos, pero al combinar la magia con la técnica de espada logró dañarla de alguna forma.

       Leona sonrió con alivio. Todavía podían ganar. Sin perder tiempo se giró en dirección a Dai.

       —Te daré un Bejoma para que te recuperes —le dijo.

       Dai asintió con la cabeza.

       Lilith observó con rabia creciente como una gota de sangre caía de su mano al piso y frunció el ceño. Apretó los dientes con furia.

       —¿Cómo te atreves a lastimarme? —preguntó furiosa dirigiéndose a Dai—. Miserable, pero no vivirás para contarlo.

       Leona se volvió enérgica contra la Khan.

       —No te saldrás con la tuya. ¡Bruja malvada!

       La Khan de Selket sintió como la rabia le recorría el ser. Una poderosa aura envolvió por completo la figura de Lilith.

       —¡Estúpida, no te dejaré vivir! —le espetó la imperial furiosa—. ¡¡Ahora verás!!

       Con una velocidad increíble, Lilith levantó el brazo y disparó una ráfaga de aura en contra de Leona. La princesa de Papunika se quedó aterrada sin saber hacia donde moverse mientras el disparo le iluminaba el rostro.

       Sin pensar un solo instante en su seguridad, Dai se interpuso entre la princesa y el ataque de Lilith. Con su espada sujetada por ambas manos, el chico se dispuso a bloquear el disparo.

       Una atronadora explosión se produjo frente a Leona cuando la ráfaga de aura de Lilith alcanzó la espada de Dai. En cuestión de segundos, la espada se quebró por la mitad y el rayo alcanzó el cuerpo del chico. El peto de su armadura estalló en decenas de pequeños fragmentos y su camisa se desgarró mostrando un pecho ensangrentado. Cuando la explosión al fin se disipó, Dai aún estaba de pie, aunque mortalmente herido.

       —¡Dai! —gritó Leona aterrada.

       El chico se volvió hacia la princesa para mirarla de reojo y sonrió. Sin una sola palabra, Dai se fue de bruces al suelo completamente inconsciente.

       —Que niño tan tonto —comentó Lilith—. Desperdició su vida salvando a la chica.

       Arrodillándose junto a su valiente amigo, Leona le levantó los hombros y la cabeza y lo sostuvo entre sus brazos.

       —¡Dai! —murmuró desesperada.

       En ese momento, Sigma abandonó el salón del tesoro real llevándose varios objetos preciosos.

       —Ya tengo la gema estelar —anunció triunfante—. El gran N´astarith nos recompensará por esto.

       Lilith le dedicó una última mirada de desprecio a Dai y Leona y se volvió hacia sus aliados.

       —Bien, ya nos encargamos de esos gusanos. Regresemos a la nave.

       Galford reflexionó unos segundos y asintió.

       Sigma sonrió y se dispuso a emprender el vuelo. Estaba por elevarse cuando la alarma del escáner visual de Lilith emitió un pitido de alerta. La Khan de Selket llevó su mano al aparato para desconectar la alarma.

       —Captó un nivel de ataque de… .

       Antes de que pudiera terminar la frase, una de las paredes voló en mil pedazos levantando una densa nube de polvo y atrayendo la atención de todos al mismo tiempo.

       —¿Quién se atreve? —preguntó Sigma con insolencia.

       Galford frunció la mirada y alcanzó a distinguir la silueta de un hombre detrás del polvo levantado. Poco a poco, la figura de un caballero con armadura y una enorme espada que sostenía en la mano derecha se dejó ver ante todos.

       —¡Hyunkel! —exclamó Leona.

       El misterioso caballero lanzó una mirada feroz a los Khans y levantó su espada desafiantemente.

       —No se preocupes, princesa—dijo con firmeza—. Yo me haré cargo de ellos.

       Hyunkel era un guerrero alto y corpulento que portaba una poderosa armadura a prueba de hechizos mágicos. La magnifica espada que empuñaba se se veía más fuerte que la de Dai. El Caballero Inmortal tenía una mirada fría, intensa y decidida que traspasó a Lilith y a Sigma.

       Continuará… .

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