Leyenda 119

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPÍTULO CXIX

TIEMPO DE DECIDIR

País de Edo.

        En el interior de una pequeña cabaña, Kagome Higurashi, aún vestida con su uniforme de secundaria, estaba sentada observando la pequeña fogata que ardía frente a sus ojos. Sus amigos se encontraban afuera inspeccionando los alrededores y sólo el pequeño Shippo, hecho un diminuto ovillo sobre suelo en posición fetal, dormía placidamente junto a ella. Kagome se sentía profundamente cansada. Había caminado durante todo el día, pero no quería acostarse hasta que los demás volvieran. Extendió ambas manos sobre el fuego mientras dejaba escapar un largo y profundo bostezo.

        —Ay ¿por qué tardaran tanto? —rezongó con impaciencia—. Tengo mucho sueño y lo único que quiero es dormir un poco. Menos mal que descubrimos esta cabaña a orillas del camino porque hubiera sido terrible pasar otra noche a la intemperie. La próxima vez quizá deba traer una tienda de campaña.

        Una atractiva joven entró por la puerta. Sango, una Taiji, una exterminadora de youkais y criaturas demoníacas, depositó en el suelo su enorme y mortífero boomerang, llamadoHiraikotsu. Era guapa, inteligente y muy batalladora. Pese a ser una guerrera extraordinaria no era una chica arrogante ni pagada de sí misma. Había aprendido el oficio de exterminadora desde niña gracias a su padre y, con el transcurso de los años, se convirtió en la mejor Taiji de toda su aldea. Apenas tenía diecinueve años, pero ya poseía la madurez propia de una mujer adulta.

        —Me siento rendida —confesó Sango apenas se recostó en el piso—. Creo que dormiré por una semana si nadie me despierta antes. Debimos habernos quedado en la última aldea que vimos, pero teníamos que escuchar a ese monje ladino.

        —Te entiendo, Sango —repuso Kagome con una sonrisa—. Yo también estoy agotada.

        De pronto, un hombre joven se introdujo en la cabaña atrayendo las miradas de las chicas. Estaba ataviado con las ropas habituales de un Houshi, un monje. Llevaba un báculo alargado que terminaba en un aro dorado en la parte superior, usado especialmente para combatir a los espíritus malignos o a los youkais. En su antebrazo derecho portaba un brazal hecho de tela oscura, ceñido por un rosario budista. Tenía aproximadamente la misma edad que Sango, aunque a diferencia de ella, él no se había desecho de todos los defectos propios de la juventud.

        —Ah, allá fuera no hay ni un alma solitaria.

        —No se queje, excelencia —le espetó Sango en un tono de reprimenda—. Usted dijo que había otra aldea cerca de este bosque. Dé gracias a que encontramos esta cabaña para viajeros porque de otra forma habríamos tenido que dormir en medio de la nada.

        El monje sonreía.

        —Vamos, Sango, te juro que había una aldea por aquí —hizo una pausa y se tomó la barbilla como si reflexionara—. Huumm. Aunque admito que tal vez debimos haber dado vuelta a la derecha en vez de la izquierda y…

        —¡Excelencia, es el colmo con usted! —exclamó Sango, hecha una furia.

        Kagome exhaló un suspiro de resignación. Sabía que no tenía ningún sentido recriminarle a Miroku por su decisión de tomar un camino equivocado. Por más que Sango se esforzara en hacerlo sentir responsable por ocasionarles problemas, eso no serviría de nada. Sí algo caracterizaba al monje Miroku, era su increíble capacidad para inventar pretextos y excusas a fin de no aparecer como el único culpable cuando algo saliese mal.

        —Monje Miroku —lo llamó Kagome—. ¿En dónde está Inu Yasha?

        El monje aprovechó la ocasión para librarse del sermón de Sango.

        —Venía justo detrás de mí, no creo que se haya perdido.

        —Inu Yasha podrá ser muchas cosas, pero no es tan despistado como usted, excelencia —señaló Sango con los ojos entornados—. Al menos él si sabe encontrar algo mientras pueda olfatearlo.

        —Sí, bueno, yo tengo otras cualidades —sonrió Miroku con galantería.

        —¿Qué tantas tonterías están diciendo sobre mí?

        Miroku, Sango y Kagome se giraron y vieron a Inu Yasha en la entrada.

        Se trataba de un joven alto y robusto que iba vestido con unas holgadas ropas de color rojo; alrededor de su cuello descansaba un collarín hecho de cuentas y uno que otro colmillo. Aunque físicamente era muy similar a los humanos, Inu Yasha presentaba ciertos rasgos que revelaban su naturaleza hanyou, un hombre mitad humano y mitad youkai: Tenía una larga cabellera blanca de la cual sobresalía un par de orejas puntiagudas. Sus colmillos eran largos y tenía garras afiladas como las fieras salvajes y ojos color ámbar. De su cintura colgaba una larga vaina hecha de madera oscura que guardaba un sable.

        —Ah, Inu Yasha, estábamos empezando a preguntarnos dónde estabas —le dijo el monje de buena gana—. Creí que aún continuabas buscando rastros de Naraku o de algunos de sus sirvientes.

        —¡Jum! Pues no tenían por qué preocuparse por mí —repuso el hanyou en forma hosca mientras entraba en la cabaña—. Solamente quería cerciorarme de que nadie viniera a molestarnos durante la noche ya que mañana debemos continuar con nuestro viaje.

        Inu Yasha se sentó en el suelo, recargó la espalda en la pared y cerró sus ojos, distanciándose de sus amigos y todo lo que lo rodeaba. Se veía molesto y ansioso. No le importaba tener que pasar la noche en aquella cabaña para viajeros. De hecho, le daba lo mismo dormir bajo un techo que a la luz de la luna ya que las comodidades no formaban parte de sus preocupaciones. Lo que sí le irritaba era no poder descubrir en dónde se ocultaban sus enemigos.

        —Quizá mañana tengamos más suerte —comentó Miroku.

        Kagome miró a Inu Yasha con preocupación. Sentía deseos de reconfortarlo y hacerle olvidar todos sus problemas, pero eso era algo que nunca resultaba sencillo tratándose de Inu Yasha. Por unos instantes, tuvo la idea de hablarle de cualquier cosa para distraerlo, pero como no sabía que decir, prefirió quedarse callada y se miró las manos sin saber qué hacer.

        «Inu Yasha parece muy desesperado —meditó Kagome con preocupación—. No hemos sabido nada de Naraku desde que nos tendió aquella trampa dentro de la montaña. Sí tan sólo tuviéramos una pequeña pista de dónde buscarlo podríamos encontrarlo, pero pareciera como sí se lo hubiera tragado la tierra nuevamente».

        —Kagome —La voz de Inu Yasha la hizo reaccionar—. Deberías tratar de descansar un poco. Necesitas recuperar tus fuerzas y además no es bueno que desveles tanto.

        El corazón de Kagome comenzó a latirle rápidamente, aunque se esforzaba por ocultarlo. Levantó la cabeza y cuando llevó su mirada hacia el hanyou, se dio cuenta que éste la estaba observando.

        —Sí, tienes razón, Inu Yasha, disculpa —repuso ella dulcemente. Sus delicadas mejillas se tiñeron de rojo. Era algo que sencillamente no podía evitar. Siempre que Inu Yasha se le quedaba mirando de aquella manera, Kagome no podía evitar sonrojarse. Le fascinaba que mostrara algún tipo de interés por ella.

        —Que bueno que lo entiendas porque ya de por sí resulta bastante complicado hacer que te levantes temprano —añadió Inu Yasha en forma altanera—. Creo que en ocasiones eres demasiada dormilona.

        Kagome puso cara de ofendida.

        —Inu Yasha —masculló entre dientes.

        Esa reacción hizo que Kagome enfureciera. Ella estaba preocupada por él, y lo último que esperaba era que le hicieran esa clase de observaciones. El hanyou comprendió que Kagome iba a gritarle, o tal vez incluso hasta castigarlo por haber inferido que era una chica perezosa. Inu Yasha abrió los ojos como platos mientras un escalofrío le recorría toda la espalda y la cabeza. Miroku y Sango miraron la escena con divertida fascinación, anticipando lo que ocurriría a continuación.

        —Oye, no tienes por qué molestarte cuando… .

        —¡¡Abajo!! —exclamó Kagome con fuerza, provocando que Inu Yasha se fuera estrepitosamente de bruces al suelo—. ¡¡Eres un grosero!! ¡¿Cómo puedes decir que soy perezosa?! ¡Por sí no lo sabes, yo me levanto temprano todos los días!

        Pero si Kagome podía gritar, Inu Yasha no se quedaba atrás. Casi la mitad de las conversaciones que ambos sostenían terminaban en discusiones sin sentido. Sango y Miroku ya estaban acostumbrados a verlos pelear de aquella forma, de modo que, por lo regular, procuraban mantenerse al margen.

        —¡Kagome! ¡Nunca entiendes nada! —contraatacó Inu Yasha.

        —¡Si entiendo! ¡Me dijiste haragana!

        —¡Claro que no! ¡Estás malinterpretando las cosas!

        —¡Ahora lo niegas! —dijo Kagome en voz alta—. ¡Eres un grosero y un… .

        No había terminado de hablar cuando una extraña sensación la sorprendió en el instante en que se disponía a regañar a Inu Yasha. Sin saber de qué se trataba, Kagome se volvió de súbito hacia la entrada de la cabaña, olvidándose por completo de la discusión y de sus amigos. Era un presentimiento que no había experimentado antes en su vida. No se trataba de una energía sobrenatural, de un fragmento de perla de Shikon o de un youkai que los amenazara, sino de algo completamente nuevo y diferente, algo que la llenaba de inquietud.

        —¿Humm? ¿Por qué te quedas callada, Kagome? —quiso saber Inu Yasha.

        —Sentí como sí alguien tratara de hablarme —declaró la chica con la vista fija en el exterior—. Pero lo más extraño es que no pude saber de dónde venía, ni lo que quería decirme.

        El hanyou se levantó de un salto como sí se dispusiera a luchar.

        —¿Qué has dicho? ¿Acaso se trata de ese maldito de Naraku?

        —No, esa energía no pertenecía a Naraku —dijo Miroku de repente, sorprendiendo a Inu Yasha y a Sango—. Fue una presencia muy extraña y no se parecía a nada que hubiera sentido antes. Era algo sobrecogedor.

        —¿Tú también, Miroku? —le preguntó Inu Yasha.

        —¿De qué está hablando, excelencia? —inquirió Sango—. ¿Qué percibieron?

        Pero Miroku no podía responder a esa pregunta porque ni él mismo sabía cómo interpretar lo ocurrido. Sí hubiera percibido la energía maligna de un youkai probablemente no se hubiera sentido tan inquieto. Por un instante, tuvo sospechas de que tal vez se trataría de uno más de los engaños de Naraku, pero en esos momentos no quería hacer conclusiones sin meditar lo sucedido.

        Inu Yasha se acercó a Kagome, pero ésta continuó mirando hacia el exterior como si nada más existiera. Al igual que Miroku, ella también estaba intrigada y deseaba saber qué había sido esa sensación. Se puso un puño en el pecho y su mirada tembló.

        —Presiento que algo está por suceder —susurró Kagome suavemente.

        Inu Yasha poseía unos sentidos muy agudos, pero carecía de las habilidades necesarias para percibir las energías sobrenaturales de la misma forma que lo hacían Kagome y Miroku. Por lo mismo, no tenía la más mínima idea de lo que habían percibido sus amigos, pero lo averiguaría de cualquier modo. Sacaría la verdad a la luz y la enfrentaría como siempre había hecho en otras ocasiones.

        —No me interesa sí se trata del odioso de Naraku o de alguien más —declaró Inu Yasha—. Quienquiera que traté de hacernos daño se las verá conmigo y lo derrotaré.

Planeta Adur.

        En cuanto las primeras naves Águilas Reales comenzaron descender por la atmósfera, un buen número de soldados se congregaron en el puerto espacial. Siguiendo las indicaciones del príncipe Saulo, el gobierno aduriano había decidido desplegar un número considerable de tropas para poner bajo arresto a todos aquellos que llevaba armadura de Shadow Trooper. El resto de los refugiados serían alojados en los campamentos que se habían improvisado cerca de la ciudad capital del planeta. El desarme de los miembros de la organización Apocalipsis se efectuó rápidamente y después todos ellos fueron conducidos hacia zonas de contención.

        A lo lejos, sobre la cima de un pequeño risco que se encontraba a varios kilómetros de distancia y desde la cual se podía observar todo el valle, se encontraba Baran. El antiguo líder del batallón de los dragones contemplaba con curiosidad aquellas enormes máquinas voladoras que bajaban de los cielos una tras otra. Había estado caminando por el bosque preguntándose cómo podría volver a su propio mundo cuando vislumbró las luces de la esplendorosa capital aduriana. Sabía que sí se acercaba demasiado podría delatar su presencia ante los moradores de aquella urbe y atraer invitados indeseados, de modo que prefirió mantenerse alejado mientras pensaba en lo que haría a continuación. Claro que podía volver con el rey Ban y mentirle en todo lo referente a la pelea con Dino, pero regresar al Ejército del Mal ya no formaba parte de sus planes.

        Tenía bastantes cosas en que meditar antes de poder decidir qué hacer. El enfrentamiento con Dino había concluido de una forma inesperada. Aún le resultaba incomprensible que Poppu hubiera estado dispuesto a sacrificar su vida con tal de apoyar a Dino. Su mente comenzaba a llenarse de preguntas. ¿Acaso la furia había nublado su razonamiento? Sabía que los humanos eran los causantes de su rencor. Ello era así, pero tampoco lograba olvidar que la mujer de la que se había enamorado también era humana. Por momentos, anhela olvidar todo el odio y el dolor que lleva por dentro, de exorcizar los terribles demonios que lo atormentaban día y noche, pero entonces el recuerdo de Soara volvía a cobrar vida y eso lo enfurecía. Dudaba. Volvía a dudar. ¿Qué hacer? La pelea con Dino y Poppu le había mostrado algo que él se negaba a reconocer: que en la humanidad también cabían los sentimientos nobles. Tal vez no quedaba espacio en su corazón para el perdón, pero su opinión sobre las intenciones del rey Ban había cambiado radicalmente. Optaría por hacer lo correcto, en cumplir con su destino como Caballero de la leyenda del Dragón. Debía restablecer el equilibrio entre los humanos, los dragones y los seres de la oscuridad… .

        —Al fin te encuentro, Baran.

        El Caballero del Dragón miró por encima del hombro y descubrió la figura de Hyunkel, que lo observaba fijamente. Baran se dio la media vuelta despacio hacia Hyunkel y le sostuvo la mirada, impasible. Pasaron unos breves instantes en los que se dejó escuchar el sonido del viento antes de que Baran se decidiera a hablar.

        —¿Qué es lo que quieres de mí?

        —He venido a hablar contigo, Baran.

        Los ojos del Caballero del Dragón se posaron sobre la espada que Hyunkel llevaba en su mano. Al cabo de un momento, levantó los ojos para escrutar el rostro del antiguo líder del Batallón de los Inmortales. Éste lo observaba de forma implacable, sin mostrar el menor signo de vacilación en su mirada.

        —Más bien parece que quieres luchar.

        Hyunkel pareció no escucharlo.

        —Escucha, Baran, no sé cuáles sean tus intenciones a partir de ahora, pero te advierto que no dejaré que lastimes a Dai. Sí quieres hacerle daño, primero deberás derrotarme a mí primero.

        Baran meditó seriamente en las palabras de Hyunkel.

        —No tengo el menor interés de luchar con Dino por lo pronto —repuso tranquilamente—. Mi único objetivo ahora es derrotar al rey Ban y a su ejército, así que mejor no me molestes y apártate de mi camino, muchacho.

        El Caballero Inmortal quedó sorprendido ante las inesperadas declaraciones de Baran. ¿Es qué había oído bien? ¿Ahora desea acabar con el máximo dirigente del Ejército del Mal? ¿No desea luchar con Dai nuevamente? Hyunkel no podía dar crédito a lo que acababa de oír de labios del propio Baran. ¿Por qué había tomado esa decisión de repente? ¿Es que acaso trataba de tenderle una trampa? No, eso no era propio del Caballero del Dragón. Aún en el supuesto de que fueran enemigos mortales, Baran no recurriría al mismo tipo de tretas que la sabandija de Saborea. Tenía que existir una buena razón para que Baran hubiese decidido tomar aquella decisión y Hunkel deseaba saberla.

        —¿Qué fue lo que dijiste? ¿Planeas vencer al rey Ban tú solo?

        Baran asintió con la cabeza.

        —Es correcto, pero no quiero que malentiendas las cosas. El que yo haya decidido acabar con Ban no significa que desee unirme a ustedes, ni tampoco que quiera ayudar a los humanos.

        Los ojos de Hyunkel escudriñaron con cuidado el rostro del hombre que tenía delante como tratando de discernir lo que éste estaba pensando. Entonces notó que la expresión de Baran era muy diferente a la que le había visto durante el enfrentamiento con Dai y los otros. Parecía como sí se tratara de otra persona, como sí hubiera experimentado algún tipo de cambio. Era Baran, pero no era él. Otro detalle que no escapó de sus sentidos fue la ausencia de la enorme ira que el Caballero Dragón destilaba contra la humanidad.

        —¿Por qué tomaste esa decisión? —le inquirió Hyunkel con suspicacia.

        —Eso no es de tu incumbencia, muchacho —replicó Baran fríamente—. Ahora que ya conoces mis intenciones, guarda tu espada y déjame en paz. Dile a Dino y a tus nuevos amigos que ya no me busquen o de lo contrario se arrepentirán.

        —Aún tengo una pregunta para ti, Baran.

        —¿Humm?

        —¿Cómo fue que llegaste a este mundo? ¿Es qué utilizaste alguna magia que no conocemos o acaso alguien más te trajo a este lugar? Responde.

        Baran hizo el ademán de darse la vuelta.

        —Nuestra conversación terminó.

        —Me temo que no, Baran —dijo Hyunkel amenazante, apuntándole a la cabeza con la punta de la espada—. Sí te rehúsas a decírmelo te derrotaré y te obligaré a confesar la verdad.

        Un silencio sepulcral se apoderó del ambiente.

        Después Baran se acercó unos pasos a Hyunkel y, sin dejar de observarlo, se irguió, mostrándose desafiante. No tenía intenciones de luchar con Hyunkel, pero tampoco iba a rehuir una confrontación luego de que lo habían desafiado de aquella forma. Los dos hombres se sostuvieron la mirada sin inmutarse.

        —¿Cómo planeas vencerme? Has mejorado tus habilidades, sin duda, pero todavía no eres capaz de derrotarme. Sí insistes en luchar conmigo te advierto que te mataré.

        Como respuesta, Hyunkel arrojó su espada al suelo para asombro de Baran.

        —¿Te has vuelto loco? —exclamó el Caballero del Dragón, desconcertado ante la extraña actitud de su oponente. Entonces percibió que el espíritu combativo de Hyunkel estaba disminuyendo rápidamente en lugar de aumentar—. ¿Qué es lo que pretende con eso? —se dijo a sí mismo—. ¿Por qué tiró su espada al piso? ¿Acaso se dio por vencido?

        Lo que Hyunkel realmente tramaba no era rendirse, sino utilizar una técnica llamada Opposite Atack, la cual había sido usada por Aban para derrotar a Hadora en el pasado. Dicho ataque consistía en recibir la fuerza del enemigo para luego reutilizarla como arma en su contra. Hyunkel sabía perfectamente que aquella técnica tenía un punto débil que podía ser fatal: Para capturar la energía del enemigo, antes había que disminuir el espíritu combativo lo más posible, pero eso implicaba quedar desprotegido por unos cuantos segundos. No obstante, a pesar de los enormes riesgos que corría, usar la Opposite Atack era la mejor forma de derrotar a un enemigo tan fuerte y poderoso como Baran.

        —Pienso usar la técnica Opposite Atack —afirmó Hyunkel.

        Baran entornó la mirada.

        —¿Tanto te interesa saber cómo llegué aquí, muchacho?

        —Creo que ya estás enterado que un grupo de guerreros atacó el reino de Papunika, ¿verdad? —Hyunkel deslizó un pie por el suelo—. Ellos eran los sirvientes de N´astarith, un emperador que desea dominar a todo ser viviente. Nosotros decidimos venir a este lugar con la intención de ayudar a derrotarlo, pero se supone que él no sabe que estamos escondidos en este lugar. Es por eso que quiero saber la forma en que apareciste en esta tierra, pero eso no es todo.

        —¿A qué te refieres?

        —No dejaré que lastimes a ningún humano —declaró Hyunkel—. Esto debe terminar de una vez por todas y no me importa si para eso debo luchar y derrotarte, así que prepárate.

        Sin apartar la mirada de su adversario, Baran comenzó a reflexionar sobre la entraña alianza que el rey Ban había pactado con N´astarith. Según había oído decir al oscuro señor de Abbadón, la única razón por la cual quería unir fuerzas con el Ejército del Mal era para deshacerse de Dino, quien se había unido a un grupo de guerreros conocidos como los Caballeros Celestiales. Baran recelaba de las razones expuestas por N´astarith por considerarlas medias verdades, pero lo cierto era que desconocía completamente los verdaderos motivos por los cuales su hijo y los amigos de éste luchaban contra el imperio de Abbadón. ¿O acaso el mismo Ban no desconfiaba de N´astarith? Tal vez aquel inesperado encuentro con Hyunkel era la oportunidad para averiguar toda la verdad; descubrir qué había de fondo en aquella confrontación.

        —Si lo que quieres es pelear conmigo —empezó a decir en voz alta—, entonces aceptaré tu desafío, pero antes quiero que me digas qué los impulsa a luchar contra ese hombre llamado N´astarith. ¿Por qué insisten en combatirlo cuando el rey Ban aún amenaza los reinos humanos?

        Hyunkel respondió en el acto.

        —Los esbirros de N´astarith atacaron el reino de Papunika por una razón: estaban buscando una de doce gemas que llegó hasta nuestro mundo. Las personas que nos ayudaron a luchar con ellos nos contaron poco después que N´astarith ansía obtener el poder más grande de todos para convertirse en un dios que reine sobre todas las dimensiones.

        Un destello de interés cruzó la mirada de Baran.

        —¿Estás insinuando que N´astarith es más peligroso que el rey Ban?

        —¿Crees que sí no fuera así hubiéramos venido a este lugar? —exclamó Hyunkel con cierto sarcasmo—. He visto máquinas y armas terribles que no existen en nuestro mundo, Baran, y pienso en lo que podría suceder sí N´astarith decidiera atacarnos de nuevo. No podemos permitir que eso suceda.

       Baran guardó silencio por un instante. Hasta el momento, Hyunkel no había logrado convencerlo de que el oscuro señor de Abbadón fuera un peligro para ninguno de ellos. Había desbaratado el reino de Papunika buscando una simple gema y había matado a muchos humanos en el proceso. Eso lo convertía en un sujeto de lo más despreciable, pero no implicaba que planeara destruir todos los reinos de la Tierra o que quisiera dominar a los seres de otros mundos. La mirada del Caballero Dragón volvió a fijarse en las Águilas Reales, sumido en sus pensamientos.

        —Date cuenta de lo que te digo, Baran, las ambiciones de N´astarith ponen en peligro no sólo nuestro propio mundo. Tal vez pienses que exagero y que nada de esto tiene que ver con nosotros, pero tú conoces la forma en que el poder puede corromper a cualquiera. ¿Crees que él se detendrá una vez que consiga lo que quiere?

        —Tú mismo lo dijiste, esta no es nuestra batalla.

        —¡Estás equivocado! —afirmó Hyunkel con vehemencia—. Se volvió asunto nuestro desde que esos malditos atacaron el reino de Papunika y trataron de matarnos a todos. Baran, los guerreros de Abbadón con los que hemos luchado han repetido hasta el cansancio que N´astarith planea someter a todo ser vivo sin importar de que mundo se trate.

        Baran volvió a mirar las naves. No le parecía que Hyunkel le estuviera engañando. A juzgar por lo que había escuchado, era evidente que N´astarith no les había contado toda la verdad respecto a sus planes de conquista. Hasta entonces, había querido permanecer a la expectativa, pero sí Hyunkel tenía razón, era hora de tomar una decisión. Sin más vueltas se lo dijo.

        —Entonces debes saber que el rey Ban se ha aliado con N´astarith.

        Hyunkel se quedó helado.

País de Edo.

        Una figura envuelta bajo una piel de mandril alargó su mano para dejar que la pequeña abeja youkai se posara sobre el dedo índice. El insecto batió sus alas esporádicamente mientras el hombre bajo la piel de mandril lo observaba atentamente como sí los sonidos que el insecto emitía fueran palabras. Tras unos segundos de espera, la diminuta abeja youkai retomó el vuelo y se alejó zumbando. Una sonrisa macabra se insinuó en los labios del hombre bajo la piel de mandril, que comenzó a pasearse lentamente frente a sus seguidores.

        —Me acabo de enterar de algo interesante. Tal parece que un desconocido con poderes está buscando la perla de Shikon y para eso ha solicitado la ayuda de Kikyou.

        —¿Un desconocido con poderes? ¿De quién podrá tratarse? —murmuró el chico albino llamado Hakudoshi—. ¿Crees que tenga que ver con la energía tan extraña que sentimos hace poco?

        —No lo sé, pero pronto lo averiguaremos —repuso suavemente el hombre bajo la piel de mandril. Llevó su rostro hacia una mujer delgada que permanecía en un solitario rincón, donde la luz se diluía, observando todo en silencio—. Kagura, quiero que localices a Inu Yasha y a sus amigos. Hay que indagar sí ellos saben algo sobre el sujeto que está buscando la perla. Cuando los encuentres vigílalos de cerca.

        Kagura, una fémina youkai, alta, de orejas alargadas y ojos rojos, lo miró fijamente. Estaba vestida con un kimono hecho de seda. Llevaba el cabello sujeto a la cabeza y en su mano derecha sostenía un abanico abierto en semicírculo con el que se cubría la boca.

        —De seguro debe tratarse de un monje o quizás de un sacerdote. No veo por qué debemos tomarnos tantas molestias. Envía a los insectos venenosos o a Kanna a hacer ese trabajo tan aburrido.

        —No creo que se trate de un simple ser humano —repuso Naraku de inmediato—. Quienquiera que sea pudo encontrar a Kikyou con facilidad a pesar de que nosotros lo hemos intentado en varias ocasiones. Estoy convencido que esa persona volverá a buscarla en cualquier momento y cuando eso suceda, debemos estar listos para intervenir.

        Hakudoshi esbozó una leve sonrisa malévola.

        —Ya entiendo, planeas aprovechar la ocasión para encontrar a Kikyou.

        —Es precisamente lo que haremos —Naraku llevó su rostro de regreso hacia Hakudoshi—. Finalmente podremos eliminar a esa mujer de una vez por todas. Está vez me aseguraré que no logre escapar como lo hizo antes en el Monte de las Ánimas.

        —Entonces yo iré con Kagura —anunció el chico—. Tengo interés en averiguar de quién se trata y qué interés puede tener en la perla. Sí ese sujeto se encuentra buscando a Kikyou es seguro que Inu Yasha y sus amigos no tardarán en aparecer.

        —Lo harán tarde o temprano —asintió Naraku y luego soltó una risilla malévola—. Más si piensan que Kikyou se encuentra en peligro.

        Kagura cerró su abanico para indicar que se marchaba.

        —Que remedio —farfulló con fastidio.

        En el espacio, Karmatrón recorrió la distancia que separaba la nave Tao de los Executors en una fracción de segundo. Cuando llegó hasta donde se encontraban Sephiroth y el Eva-01, activó el comunicador para hablar con Musashi y explicarle que iba a ayudarlo. El piloto del Executor-01 estaba tan cansado y lastimado que no tenía tiempo para ponerse a desconfiar de las intenciones de Karmatrón. Éste sujetó con sus manos al Executor de Mana y al Eva-02 y luego usó sus poderes para abrir una puerta dimensional y llevarlos a todos hasta la astronaveChurubusco.

        —Es… increíble —alcanzó a murmurar Musashi antes de perder el sentido.

        Una vez que Karmatrón se hubo marchado, Lis-ek le ordenó a YZ-1 y a VL-2 que atravesaran las barreras dimensiónales para abandonar aquel universo. Al mismo tiempo, las últimasÁguilas Reales y los Guerreros Estelares siguieron a la nave Tao y penetraron por el túnel de luz dimensional que llevaba hacia el sistema Adur. Cuando Karmatrón apareció frente a la más grande de las naves aliadas, utilizó su comunicador para avisar a los técnicos del puente sobre la presencia de los colosos que lo acompañaban. Lo que menos necesitaban era que les dispararan creyendo que se trataba de un grupo de enemigos que habían llegado de sorpresa. Al cabo de un instante la nave Tao apareció junto con las Águilas Reales y los Transformables.

        —Zacek, ¿me escuchas? Ya hemos llegado a nuestro destino —La voz de Lis-ek le llegó a través del comunicador—. ¿Cómo están los pilotos?

        —Me temo que siguen igual —respondió Karmatrón—. No responde a ninguno de mis llamados y mi percepción me indica que están en estado critico. Los llevaré a la Churubusco ahora mismo antes de que las cosas empeoren más. Me parece que por el tamaño de los robots lo más indicado será llevarlos al hangar principal.

        —Estoy de acuerdo contigo —convino Lis-ek—. Avisaré a los técnicos de la nave para que envíen un equipo médico al hangar. Nos veremos ahí en cuanto me notifiquen a dónde llevaremos a los refugiados.

        —De acuerdo, cambio y fuera —dijo Zacek, y luego apagó el comunicador.

        Karmatrón se volvió hacia los cuatro gigantes que flotaban a escasos metros de distancia. Los pilotos están inconscientes, de manera que dependía sólo de él llevarlos hasta el hangar de la nave. Extendió su puño derecho y usó su energía para crear un escudo aúrico con el cual capturó a los Executors y a los Evangelions. Tan pronto como el campo de energía estuvo listo, Karmatrón voló suavemente por el espacio tratando de que los robots no colisionaran entre sí o contra las naves.

        En el puente de mando de la Churubusco, el almirante Cariolano no pudo ocultar su enorme asombro cuando descubrió que dos de los gigantes que Karmatrón trasladaba a la nave eran Executors imperiales. Se quedó mirando a los enormes robots cuando la reina Andrea se colocó al lado del almirante, contemplando como Karmatrón seguía desplazándose lentamente por el vacío del espacio.

        —No había visto un Executor desde la batalla en Marte —murmuró Andrea, cruzándose de brazos—. Recuerdo que algunos de esos monstruos atacaron el destructor Sinetak durante la retirada. Los Executors destrozaron la nave antes de que alguien pudiera escapar con vida.

        Cariolano volvió el rostro hacia la reina y la miró de perfil.

        —Majestad, no sabía que estaba aquí.

        —Descuide, almirante —dijo Andrea—. ¿Sabe algo de mi hija?

        —Según tengo entendido, la princesa Mariana se encuentra en el hangar principal. Parece que todos regresaron a salvo con excepción del príncipe Armando Ferrer, que murió en la batalla contra las fuerzas de Abbadón.

        La reina lanzó un suspiro.

        —Me habían informado que Saulo y Zacek regresaron de la misión, pero jamás imagine que el príncipe Armando hubiera muerto. Lo que no entiendo es cómo lograron capturar a dos Executors imperiales. Según sé, esos monigotes siempre llevan un dispositivo de autodestrucción.

        El almirante se inclinó sobre un panel de control y presionó varias botones en un teclado para obtener una imagen digital amplificada en uno de los monitores de video. Había un detalle que deseaba verificar, algo que había llamado su atención. Cuando pudo apreciar más de cerca a los enormes robots, se llevó una mano a la barbilla mientras reflexionaba.

        —Humm. Parece que se trata de modelos anteriores —concluyó Cariolano luego de un instante—. Sin duda pertenecen a la clase Hunter, aunque también presentan ciertas características de diseños más recientes. Probablemente hayan sido sometidos a un proceso de modernización. Sería cuestión de que nuestros ingenieros los revisaran con más cuidado.

        Andrea se encogió de hombros.

        —Supongo que Saulo nos explicará de dónde salieron esos Executors, ¿qué hay de los otros dos gigantes? No se parecen a ningún tipo de robot imperial que haya visto en el pasado, ¿cree que se trate de algún diseño licántropo o nosferatu?

        —No lo creo —murmuró Cariolano.

        Uno de los técnicos del puente se volvió hacia la reina para darle un aviso.

        —Alteza, la emperatriz Lis-ek solicita asistencia médica en el hangar principal, que es a donde se dirige Karmatrón. Parece ser que los pilotos de los robots capturados necesitan asistencia médica.

        Andrea asintió con una inclinación de la cabeza.

        —Majestad, hay algo que debo explicarle —dijo Cariolano—. La emperatriz Lis-ek nos informó que el enemigo destruyó un planeta en el universo a donde Saulo y los demás fueron a buscar una de las gemas sagradas. Debido a esto, todas las naves han regresado con cientos de personas nuestros amigos lograron rescatar. Ya he hablado con el rey Lazar y otros líderes y se decidió llevar a los refugiados al planeta Adur hasta que el Consejo determine qué hacer con ellos.

        —Comprendo —Andrea se volvió hacia la puerta—. Iré al hangar principal para recibir a Saulo y a los otros. Tengo curiosidad por saber qué fue lo que sucedió en la dimensión donde estuvieron luchando.

        Cuando Andrea se disponía a dejar el puente de mando, Azmoudez atravesó el umbral de la puerta de acceso a toda prisa y se acercó a ella. El general unixiano realizó una leve reverencia para saludar a la reina y al almirante Cariolano y luego se irguió nuevamente.

        —Alteza, ¿se puede saber por qué hay tanto alboroto? —inquirió Azmoudez fingiendo preocupación—. Cuando venía para acá oí decir que el príncipe Saulo y el emperador Zacek finalmente habían vuelto de la dimensión a donde fueron.

        —Sí, así es, Azmoudez —le contestó Andrea—. En este momento me disponía a ir a verlos al hangar principal. Sí gusta puede acompañarme, pero le advierto que no quiero más discusiones de aquí en adelante. No me interesa los problemas que tenga con los Caballeros Celestiales, ¿me entiende?

        El general esbozó una imperceptible sonrisa burlona.

        —Por supuesto, alteza. Le aseguro que todo eso ha quedado en el pasado.

        —Cuidado, general Azmoudez —le advirtió Cariolano mirándolo fijamente—. Sus rencillas personales han causado demasiados líos y ya no serán tolerados de aquí en adelante. Los miembros del Consejo están muy molestos por lo que pasó.

        La reina echó a caminar tan deprisa que casi parecía flotar y abandonó el puente de mando. El general unixiano se dispuso a seguirla, pero antes de retirarse, intercambió una mirada con el almirante Cariolano.

        Y mientras se miraban, Azmoudez sonrió con malicia.

        En el hangar principal de la nave, los Celestiales, los Santos, las Outer Senshi, los Guerreros Zeta y Astroboy estaban saliendo del Águila Real que los había llevado de regreso junto con una buena cantidad de desorientados terrícolas. El grupo contempló con atención como Karmatrón depositaba a los gigantescos Executors y a los Evangelions sobre una plataforma donde un grupo de soldados y de vehículos de combate los estaban esperando. Por todas partes se veían soldados corriendo de un lado para otro, ayudando a impedir que los refugiados se acercaran. También había androides de combate vigilando el área y un grupo de Transformables. Un escuadrón de cazas de combate se hallaba estacionado a las afueras del hangar para prevenir cualquier imprevisto.

        Los doctores llegaron acompañados por un equipo sanitario para atender a los pilotos de aquellos enormes robots. Cadmio se acercó a la espalda de Sephiroth y tiró de la palanca de emergencia para que la escotilla se abriera. Como muchos en la Alianza, el Celestial había estudiado a los Executors y conocía su diseño a la perfección. Una camilla ya estaba en marcha, varios soldados comenzaron a sacar a Musashi de su cabina. Un médico colocó un aparato en la frente del chico para determinar el nivel de su actividad cerebral y de sus signos vitales.

        Los soldados se acercaron al Eva-01 con la intención de rescatar al piloto, pero ninguno de ellos sabía dónde estaba localizada la cabina. Aquel coloso les era totalmente desconocido. Uno de los militares se colocó de prisa un visor y empezó a escudriñar el cuerpo del Evangelion para determinar la ubicación de su tripulante. Cuando localizó a Shinji, se giró hacia los otros para gritarles una serie de instrucciones, pero nadie pudo encontrar algo que se asemejara lejanamente a una palanca de emergencia. Todo parecía indicar que no había otra forma de abrir al Eva que recurriendo a la fuerza. Los soldados estaban por usar una perforadora láser cuando la doctora Ritsuko Akagi llamó la atención de todos con un grito.

        —¡Deténganse!  —exclamó ella mientras se abría paso a través de los refugiados seguida de cerca por Misato y Maya—. ¡No hagan eso! Sí usan esa cosa para abrir al Eva, podrían herir a Shinji y ocasionar más daños. Déjeme acercarme y les diré cómo hacerlo.

        —¿Quién es usted? —le increpó un soldado con un fusil en la mano—. No puede acercarse y… .

        —Oye, apunta esa cosa para otra parte —intervino Misato a punto de lanzarle un golpe—. Nosotras podemos rescatar a Shinji y Asuka, así que quítate de en medio y no nos estorbes. Sí tratan de abrir un Eva a la fuerza podrían provocar una explosión, ¿lo entiendes?

        El joven soldado frunció el entrecejo y echó un vistazo hacia su superior, pero éste se encontraba discutiendo con un grupo de ingenieros.

        —Soy la doctora Ritsuko Akagi —declaró Ritsuko—. Yo conozco el funcionamientos de las unidades Evangelion, por favor, déjenme ayudar. Puedo mostrarles cómo sacar a los pilotos sin que más dañen a los Evas.

        El guardia se mordió el labio, nervioso.

        —Está bien, déjenlas pasar —intervino Saulo, acercándose para evitar que alguien más le impidiera el paso a la científica. En sus esporádicas conversaciones con Ritsuko durante la evacuación, se había enterado que ésta había tomado parte en el desarrollo de los Evas—. Sigan sus instrucciones, ellas conocen a esos… Evas o cómo se llamen.

         La doctora Akagi abordó una de las plataformas antigravedad y les indicó a los soldados que la acercaran a la espalda del Eva. En cuanto ascendieron hasta ubicarse bajo la cabeza del Evangelion, Ritsuko accionó unos controles que estaban escondidos de la vista de todos. Una escotilla gigantesca se levantó lentamente dejando al descubierto un enorme compartimiento oculto. Entonces la científica introdujo una secuencia numérica en un pequeño teclado y un largo cilindro blanco emergió verticalmente del cuerpo del Evangelion. Los soldados esperaron un momento y luego abrieron el cilindro apresuradamente. En el interior encontraron inconsciente a Shinji Ikari y lo llevaron al suelo.

        Misato se arrodilló al lado del chico y le tomó una mano. 

        —Tienes que lograrlo, Shinji.

        Ritsuko respiró con tranquilidad cuando alguien gritó que Shinji estaba vivo y después les pidió a los soldados que la llevaran hacia donde reposaba el Eva-02 para repetir el procedimiento. Cuando Ritsuko descubrió el deplorable estado en el que se encontraba Asuka, se llevó una mano a la boca y apenas consiguió ahogar un grito. La piloto del Eva-02 tenía una horrible herida en su ojo derecho y estaba sumamente pálida. Los oficiales médicos se arremolinaron alrededor de ella y le tomaron los signos vitales. Ritsuko contuvo la respiración esperando lo peor…. .

        —Aún respira —afirmó uno de los doctores.

        Pero Asuka no era la única que se encontraba en estado critico. Cuando Cadmio finalmente pudo llegar hasta Mana, la tomó con cuidado entre sus brazos y la sacó cargando para depositarla con cuidado en el piso del hangar. No había que ser un experto para darse cuenta que la joven estaba muy grave. Uno de los enfermeros se acercó a Mana para colocarle en la frente el mismo aparato que habían usado antes con Musashi y luego levantó el rostro para dirigirse a Ritsuko con expresión sombría.

        —Su pulso está bajando, no creo que resista —murmuró mientras preparaba una jeringa llena de un espeso y viscoso líquido verde—. Ha perdido mucha sangre, pero haremos lo que esté en nuestras manos.

       Los médicos guiaron las camillas por el hangar y se dirigieron hacia los ascensores. Misato fue tras ellos, pero antes de que pudiera dar más de cinco pasos, uno de los soldados le cerró el paso para impedirle que abandonara el hangar. Mientras Misato discutía acaloradamente con los militares, Ritsuko bajó la mirada al suelo y se preguntó qué habría sido de Rei. 

        —¡Déjenme pasar! —exclamó Misato, pero los soldados no le hicieron caso.

       Una vez que los ingenieros comprobaron que los Executors no llevaban alguna bomba oculta o un dispositivo de rastreo que le permitiera al imperio saber donde estaban, Karmatrón redujo su tamaño y volvió a la normalidad. Zacek se dirigió entonces hacia donde estaba Misato con la intención de tranquilizar un poco las cosas, pero ya nadie discutía. Misato y Ritsuko, que habían observado la asombrosa transformación de Karmatrón, estaban como en una especie de estado catatónico.

        —Por favor, cálmense, te aseguro que ayudaremos a esos chicos —le dijo Zacek.

        Misato no respondió. Ni siquiera pestañeó.

        —Estoy seguro que se recuperarán, no deben perder la esperanza —hizo una pausa y alzó una ceja, adivinando en ella un desconcierto legítimo—. Disculpa, ¿te sientes bien?

        —¿Quiénes son todos ustedes? —inquirió Misato, medianamente conciente de que conversaba con un hombre que se transformaba en robot—. ¿Cómo es que te convertiste en humano así de repente? ¿Qué o quién eres?

        —Oh, disculpa, no me he presentado —El emperador zuyua le extendió una mano, pero Misato se le quedó viendo como sí fuera un bicho raro—. Mi nombre es Zacek y soy un zuyua. Sé que te parecerá un poco extraño lo que voy a decirte, pero tengo el poder de transformarme en Karmatrón.

        Misato lo miró anonadada.

        —¿Karmatrón? No entiendo nada, ¿qué es este lugar a dónde nos han traído?

        Mientras Zacek se dedicaba a contarles quiénes eran y dónde estaban, Saulo se percató de la existencia de una energía muy poderosa cerca de ellos. Al volverse vio a Jesús Ferrer. Éste echó a caminar hasta donde se encontraban los Celestiales y los Santos de bronce. Las Outer Senshi y los Guerreros Zeta, en tanto, siguieron al meganiano con la mirada  hasta que éste se detuvo frente al príncipe de Endoria.

        —Me alegra que hayan vuelto con bien —les dijo Jesús.

        Saulo lo observó con indiferencia, pero pronto descubrió que había algo diferente en el hombre que tenía delante. Era Jesús Ferrer, pero al mismo tiempo parecía otra persona. Seiya no tardó en darse cuenta que ya no podía sentir la presencia de Jesús. De hecho, no pasó mucho tiempo antes de que los demás se dieran cuenta de que era imposible percibir el aura del meganiano. Piccolo frunció el entrecejo, observando a Jesús Ferrer de arriba a abajo con detenimiento

        —Tengo que darte una mala noticia —murmuró Saulo con voz queda.

        —Lo sé —repuso Jesús—. Armando murió.

        Saulo lo miró, atónito.

        —¿Cómo lo sabes? ¿Hablaste con él por medio de alguna habilidad telepática o algo así?

        —Digamos que sí, pero te agradezco tus intenciones.

        El rostro del príncipe de Endoria se ensombreció por la ira. Lo que menos quería era que el responsable de la muerte de su padre le diera las gracias por algo. Apretó los puños con fuerza y comenzó a hablar en voz alta. Sus ojos destellaban con una rabia indescriptible.

        —No tienes nada que agradecerme, asesino. Lo que hizo tu hermano fue una acción honorable, pero eso no borra el desprecio que siento hacia ti y los tuyos. Ahora, aléjate de mí y no me molestes con tus tonterías.

        —Veo que algunas cosas nunca cambian —replicó Jesús con indiferencia.

        —Sí, es curioso que haya pocos cambios por aquí —Saulo esbozó una sonrisa para compensar la acidez de sus palabras—. A excepción de la lealtad de algunos. Dime, ahora que tus hermanos han muerto, ¿no planeas unirte de nuevo con N´astarith?

        Jesús dio unos pasos al frente y clavó la vista en los ojos de Saulo.

        —No tengo por qué darte razones de mis actos.

        —Tienes razón —asintió Saulo con desprecio—. No es preciso… ya que estos hablan por sí solos.

        Shun decidió intervenir antes de que las cosas fueran más lejos.

        —Esperen, tranquilícense los dos, ahora no tenemos tiempo para eso —hizo una pausa y llevó la mirada hacia el príncipe de Endoria—. Saulo, por favor, debemos llevar a Gokuh a una cámara de recuperación, ¿lo recuerdas?

        Saulo dio media vuelta y caminó con aire ofendido hacia donde estaba Zacek. Por su parte, Cadmio intercambió una rápida mirada con Jesús Ferrer y después se giró hacia los santos de bronce y los Guerreros Zeta que seguían aguardando. Vejita se cruzó de brazos y se fue caminando hacia donde estaba los Executors ignorando a todos los demás.

        —¿Cuanto tiempo tardará en recuperarse Gokuh? —le preguntó Piccolo a Cadmio.

        —Me temo que tomará algo —murmuró el Celestial—. Aunque logramos estabilizar su condición en la enfermería del Águila Real, todavía se tardará al menos medio ciclo solar en sanar totalmente. Las heridas que recibió durante la pelea fueron bastante graves, pero me asombra su resistencia. Creo que tú también debes venir, Piccolo.

        —No se preocupen tanto por mí —dijo el nameku—. Estas heridas no son nada. Lo que me sorprende es que Gokuh haya logrado vencer a ese guerrero, pero lo que no entiendo es por qué N´astarith no nos liquidó allí mismo.

        —Tienes razón —convino Shiryu—. Eso resulta muy raro. 

        —¿Sospechas algo? —inquirió Sailor Uranus.

        Seiya se resistía a creer que N´astarith los hubiera dejado escapar con facilidad.

        —¿Qué dicen? El muy cobarde decidió escapar porque el planeta iba a explotar. De seguro imaginó que moriríamos con el estallido y por eso nos dejó. No creo que imaginara que íbamos a sobrevivir.

        Mientras un grupo de oficiales médicos subían corriendo al Águila Real llevando una camilla para trasladar a Son Gokuh, Jesús decidió que ya era hora de marcharse y comenzó a caminar en dirección al escudo invisible que los protegía del vacío del espacio, pero una voz lo detuvo. El meganiano se volvió y vio que Asiont y Areth lo habían seguido por el hangar.

        —Te ruego que perdones a Saulo —le dijo Asiont—. Aún está muy dolido por la muerte de su padre y te culpa por eso. Debes entender que tiene mucho rencor por todo lo que ha pasado desde entonces.

        Jesús bajó la vista con pesadumbre.

        —Créeme que nunca quise que las cosas ocurrieran de esa manera. Sí tan sólo pudiera volver al pasado y cambiar las cosas lo haría. Hace mucho José me dijo que el fin justificaba los medios y yo le creí, pero nos equivocamos y ahora estamos pagado el precio de nuestras acciones.

        —Tu hermano me dijo que debíamos ayudarte con la carga que pesa sobre tus hombros —Asiont le puso una mano sobre el hombro—. Todos cometemos errores, pero la vida siempre nos da una oportunidad para enmendarlos.

        El meganiano permaneció en silencio.

        —Asiont tiene razón, escúchalo —dijo Areth—. Saulo no es tan malo como parece. 

        —Escúchenme los dos —murmuró Jesús—. Hace mucho tiempo mi padre estuvo en el planeta Niros. Ahí habita un grupo de videntes que le dijeron que su primogénito heredaría los poderes del aureus y se convertiría en el Káiser.

        Los dos Celestiales abrieron desmesuradamente sus ojos para mostrar su sorpresa. Jesús sabía que lo que estaba a punto de revelarles era algo muy importante, de forma que bajó la voz y se acercó un poco más para que nadie más se enterara. Pero lo que ninguno de los tres podía sospechar era que Piccolo tuviera un excelente oído, y que podía escuchar aquella conversación aunque se encontraran tan retirados. El nameku se sobresaltó cuando escuchó que Jesús hacía mención del Káiser.

        —Lo que ocurrió a continuación fue algo inesperado —continuó Jesús—. Mi madre dio a luz a trillizos y por esto las almas que formaban el espíritu del guerrero de la leyenda se alojaron en David, Armando y yo. Más tarde, mi padre le confiaría la verdad a mis hermanos, pero a mí nunca me dijeron nada.

        —¿Quieres decir que tu y tus hermanos poseían las almas que formaban al Káiser? —inquirió Areth lentamente. Era como si le costara trabajo asimilar lo que había oído—. Eso significa que esa energía que hizo reaccionar a nuestras auras fue… .

        —El momento en que las tres almas volvieron a reunirse dentro de mí —declaró Jesús recordando la transformación que había experimentado—. Ahora poseo el poder suficiente para derrotar a los Khans y detener la locura de N´astarith. Si embargo, antes debo averiguar más sobre el origen de mis poderes y por eso ha decidido ir a Niros para conocer a los videntes con los que habló mi padre hace ciclos estelares. Sí todo marcha bien, entonces enfrentaré al imperio de Abbadón y destruiré a N´astarith.

        —Con razón es imposible percibir tu presencia —Asiont apenas podía salir de su sorpresa—. Déjanos ayudarte, por favor. Sí eres el guerrero de la leyenda, entonces podremos lograr la victoria luchando todos juntos. No tienes que pelear solo.

        Jesús negó con la cabeza. Una pelea en grupo no era lo que tenía en mente. Se dio la vuelta y se acercó al espacio. Antes de abandonar el hangar, se volvió hacia los Celestiales una última vez.

        —Lo lamento, pero esto es algo que debo hacer solo. El destino nos prepara una enorme prueba. La mía parece que ha llegado ya y no puedo fallar. Y lo que hacemos… ya no puede deshacerse, pero tal vez sea posible mitigarlo.

        Después desplegó el poder de aura y cruzó el espacio a una velocidad increíble.

        Asiont se volvió de repente hacia Areth.

        —¿Qué hacemos ahora?

        —¿Por qué me preguntas a mí? —repuso la chica—. Apenas estoy en la adolescencia.

Continuará… .

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