Leyenda 039

LA LEYENDA

por Asiant y Uriel

CAPITULO XXXIX

EL COSMOS MÁS PODEROSO

Tokio, Japón
Mansión Kido

       Shun, uno de los santos protectores de Saori Kido, abrió las ventanas de la habitación para contemplar el cielo nocturno y tomar un poco de aire fresco. Mientras admiraba las distintas constelaciones no pudo evitar pensar en su querido hermano Ikki y en su amigo Seiya. Éste último había vuelto a Grecia para averiguar sobre su desaparecida hermana Seika, aunque no había vuelto a saber más de él.

       —Espero que Seiya tengo éxito —musitó para sí—. Ha pasado por muchas cosas y merece estar con su hermana.

       En ese instante, Shun percibió la misma extraña energía maligna que Hyoga y Shiryu habían sentido respectivamente. Algo extraño ocurría en Santuario de la diosa Atena. De pronto, las puertas de la habitación se abrieron de golpe dando entrada a Tatsumi, el leal mayordomo de Saori.

       —Shun, algo terrible ha ocurrido —anunció con voz trémula.

       El joven se volvió enseguida hacia Tatsumi, completamente intrigado.

       —¿Qué ocurre, Tastumi?

       El mayordomo se explicó con mayor precisión.

       —Hace unos momentos escuche en las noticias sobre unas extrañas y gigantescas naves que han aparecido por toda la Tierra y están sembrando la destrucción. Mucha gente ha muerto en las últimas horas.

       —¿Unas naves?

       Shun frunció el entrecejo con escepticismo y tras un momento giró la cabeza hacia la ventana para ver el cielo nuevamente. ¿Acaso tendría alguna relación la aparición de esas naves de las que hablaba el mayordomo con el extraño cosmos que estaba sintiendo? Completamente contrariado, Shun volvió el rostro hacia Tatsumi.

       —Debo ir al Santuario —dijo finalmente—. Sí lo que dices es verdad entonces Atena podría estar en peligro.

       Tatsumi bajó la mirada y meneó al cabeza.

       —No, Shun. Ni tú ni los demás Santos deben acercarse al Santuario o morirán.

       Shun no podía creer lo que estaba escuchando de los labios de Tatsumi. ¿Sí volvía al Santuario moriría? Ahora estaba más convencido que nunca de que debía volver cuanto antes al Santuario de la diosa Atena.

Tokio, Japón
Distrito Juuban (Museo de Historia)

       Sailor Maker no pudo resistirlo más. Se removió violentamente afectada por el canto de Suzú y finalmente se desmayó. La Khan de la Banshee sonrió malévolamente complacida con su obra.

       —Que lástima que no hayas aguantar más, apenas iba empezando.

       Jesús Ferrer luchó con todas sus fuerzas para ponerse de pie decidido a seguir peleando, pero la vista se le nubló y cayó con una rodilla en el suelo. Los golpes que Suzú le había asestado habían sido terribles; se llevó una mano al pecho y sintió varias de sus costillas rotas. Él se considera a sí mismo el guerrero más poderoso de Megazoar y verse superado al principio de un combate era una experiencia nueva para él.

       Volvió el rostro hacia donde estaba Josh y entornó la mirada. El chico no se movía; aparentemente estaba desmayado. ¿Qué clase de poder tenían las guerreras de N´astarith? Sus fuerzas no eran nada para ellas y sí insistía en combatirlas directamente de seguro lo matarían. Ciertamente, había que actuar con inteligencia.

       A unos metros de distancia, Liria hizo un ademán con la mano para dispersar la neblina provocada por el poder de Sailor Mercury. Ahora tenía a las Sailors Senshi a la vista nuevamente y no estaba dispuesta a cometer más errores.

       —Denme la gema estelar o las mataré.

       Ambas Inner Senshi se miraron descorazonadas. No había manera de escapar ni de ponerse a salvo.

       Haciendo un último esfuerzo, Asiont se puso de pie para ir en ayuda de Sailor Mercury y Sailor Moon. Echó una rápida mirada a los demás para evaluar la situación; Amoudez y Azrael estaban inconscientes; Sailor Meaker estaba en suelo y, según percibía, su aura estaba muy débil al igual que la de Sailor Jupiter y Mars; Andrea estaba igualmente desmayada y Jesús Ferrer… ¿estaba herido?

       El Celestial frunció el entrecejo con suspicacia. ¿Qué había sucedido mientras combatía a Eneri? ¿Acaso el meganiano más fuerte de todos era incapaz de sostener un combate con una Kha Khan? Sin duda lo dicho por Eneri era verdad, la diferencia entre un Khan y un Kha Khan era abrumadora.

       Asiant se detuvo por un momento y se sujetó el rostro con una mano, la vista se le nubló momentáneamente y se tambaleó, aún estaba muy débil. Liria se dio cuenta de que el Celestial se había puesto de pie y extendiendo una mano contra él, liberó una fuerza invisible que lo empujó hacia atrás.

       —¡Asiont! —gritó Mercury, llamándolo.

       —¡Oh, no! —exclamó Sailor Venus a su vez.

       Jesús observó lo sucedido con angustia. Sí el tal Asiont no podía hacer nada contra ellas, él menos. Sólo quedaba una oportunidad y debía usarla. Se levantó y empezó a reunir las energías que le quedaban aún a sabiendas de que eso podría costarle la vida.

       En tanto, la Khan de la Naturaleza se aproximó a Sailor Moon decidida a obtener la gema sagrada.

       —¡Sí no me entregas la gema, yo… .

       Su escáner visual se encendió de pronto, avisándole del poder que Ferrer estaba reuniendo. Simultáneamente, Suzú y Eneri llevaron sus rostros hacia el príncipe meganiano.

       Aprovechando la distracción, Sailor Moon se apartó de la Khan de la Naturaleza y fue al auxilio de Sailor Mars llevando la gema estelar consigo.

       Atraídas por el increíble poder que Jesús estaba concentrando, las Khans se reunieron en el centro del auditorio y se colocaron frente al traidor.

       —¿Qué intentas, gusano? —le preguntó Eneri burlándose—. Sabes bien que tu poder es insignificante… .

       Ferrer aparentó no escucharla y continuó elevando más y más su aura. De pronto extendió ambas manos con las palmas vueltas hacia ellas y dejó escapar una ráfaga de luz que avanzó lentamente.

       Suzú sonrió. Ciertamente, aquel rayo no tenía la fuerza necesaria para lastimarlas, pero algo extraño estaba por suceder. En vez de que el rayo se dirigiera hacia ellas, dio un giro inesperado y empezó a formar un círculo alrededor de las guerreras.

       Atrapadas en medio de aquel extraño aro de luz que las rodeaba, las guerreras imperiales miraron en todas direcciones desconcertadas. ¿Qué era lo que el traidor intentaba?

       —Inútil, esto no nos detendrá —alzó una mano con la palma orientada hacia delante—. ¡Muere!

       Un meteorito de energía del tamaño de un puño cruzó la sala y alcanzó a Ferrer en el pecho atravesando su armadura como sí ésta no existiera. Con sus últimas fuerzas, el meganiano liberó la energía que le quedaba y dio un fuerte grito.

       De pronto, una especie de agujero de luz apareció en medio del grupo de guerreras imperiales y las tomó totalmente por sorpresa.

       —¿Qué demonios pasa? —gritó Suzú sin dirigirse a nadie en concreto—. ¡No puede ser!

       Hasta ese momento, las Khans se dieron cuenta de lo que sucedía. Jesús Ferrer había creado una pequeña puerta dimensional con su energía, una puerta para arrojarlas a otra dimensión y librarse de ellas. Sailor Mercury estaba asombrada con la maniobra al igual que Sailor Venus.

       Eneri trató de huir desplegando su aura, pero fue demasiado tarde. El agujero creció rápidamente y un segundo después, la engulló junto con las demás Khans incluyendo el cadáver de Sepultura y los soldados meganianos y abbadonitas que había por ahí desmayados. Todos desaparecieron en un instante sin dejar rastro.

       Jesús sonrió levemente, alzó la vista al cielo y se desplomó como un costal de piedras.

       Asiont no podía creerlo, pero era cierto; las Khans se habían ido. Volvió la vista hacia un costado y descubrió el dulce rostro de Sailor Mercury, quien estaba hincada con una rodilla en el suelo a su lado.

       —Déjame ayudarte, Asiont —le dijo

       El Celestial asintió con una sonrisa y tomó la mano que Mercury le ofrecía.

Sistema Adur

       Una nave Águila Real abandonó su lugar en la flota aliada. En su interior, Casiopea daba varias instrucciones a los pilotos para que volaran rumbo a espacio abierto y una vez ahí, iniciar el traslado dimensional.

       La princesa Leona y Lance charlaban acerca de la misión y los peligros que ésta entrañaba mientras que Eclipse permanecía en un rincón apartado. Todavía no podía creer que lo hubieran enredado en otra misión en contra del imperio, sin embargo había algo que le impedía alejarse de la Alianza. ¿Acaso estaba haciendo lazos de amistad con Lance y los otros?

       Sacudió la cabeza. Él era un Espía Estelar y no podía darse el lujo de mezclar las relaciones personales con el trabajo. Terminaría aquella misión y se iría para siempre. No haría más trabajos para la Alianza Estelar.

       —¿En qué piensas? —le preguntó Casiopea a sus espaldas, sacándolo de sus pensamientos—. ¿Estás preocupado?

       Eclipse se volvió hacia la Celestial.

       —Pensaba que ya tengo mucho tiempo con ustedes. Es definitivo, luego de esta misión me marcho.

       Casiopea sonrió con suspicacia.

       —¿Te vas? —preguntó divertida—. Admítelo, en el fondo nos estimas y no quieres irte, Eclipse.

       Él la miró con fingida indiferencia.

       —Claro que no. Ustedes son clientes, sólo eso.

       La chica iba a decirle que no le creía toda esa charada cuando de repente uno de los pilotos habló por encima del hombro.

       —Captamos un punto de salto dimensional frente a nosotros.

       La noticia cogió a todos por sorpresa. Al instante, Leona, Lance, Casiopea y Eclipse se acercaron a la ventana frontal del puente. Un orificio luminoso empezaba a formarse delante de su nave.

       En el Churubusco, el almirante Cariolano puso la flota en alerta. No sabía quien diablos aparecería por aquella puerta dimensional y no quería correr riesgos. Dos destructores se enfilaron y apuntaron con todos sus cañones al punto de luz.

       —¿Qué sucede? —preguntó el rey Lazar, entrando al puente—. ¿Captaron algo?

       Una estridente sirena sonaba, a modo de alarma ante las extrañas lecturas que aparecían en las pantallas.

       Cariolano asintió.

       —Así es, señor. Tenemos una puerta dimensional en el cuadrante rojo, justo frente a nosotros.

       Lazar se dirigió hacia la pantalla principal y estudió la imagen atentamente.

       De pronto, el Águila Real 32 emergió de aquel orificio luminoso seguida de cerca por miles de cazas de combate y algunas naves de tamaño mayor.

       —¡Es la nave de Cadmio! —observó el rey de Adur sin ocultar su alegría.

       —Sí, pero, ¿quiénes son los demás? —preguntó Cariolano.

       —Señor, estamos recibiendo una transmisión desde Águila Real 32 —señaló uno de los técnicos del centro de comunicaciones—. Es el señor Cadmio.

       La principal pantalla visora se iluminó y una imagen del Caballero Celestial apareció en ella.

       Lazar se acercó un poco más a la pantalla.

       —Cadmio, es bueno ver que regresaste… ¿conseguiste impedir que los del imperio se quedaran con la gema?

       El Celestial no pudo disimular el enojo que le daba recordar lo sucedido con los guerreros meganianos.

       —No —exhaló molesto—. Esos miserables se las arreglaron para escapar llevándose la gema estelar. Estuvimos a punto de quitárselas, pero en el último momento tuve que escoger entre salvar a unas personas e ir por la gema.

       El rey de Adur bajó la mirada. Él como todos, sabía que con cada gema que los imperiales consiguieran, el riesgo de que la galaxia cayera en manos de N´astarith crecía.

       Cariolano se acercó.

       —Ya veo, no pudieron evitarlo —murmuró con desaprobación.

       —A pesar de todo, conseguí algo de ayuda —continuó Cadmio, negándose a que aquella derrota le arrebatara la esperanza—. Encontramos un planeta muy similar a la Tierra y en ella sus habitantes accedieron a ayudarnos.

       Ochanomizu entró lentamente al campo de transmisión. Cadmio lo miró por encima del hombro y luego se volvió hacia Lazar y Cariolano nuevamente.

       —Él es el profesor Ochanomizu —hizo un gesto con la mano mostrando al científico—. Él fue quien se encargó de ayudarnos a convencer a los gobiernos de su mundo a donar su apoyo.

       El soberano de Adur llevó la mirada hacia el científico y lo observó detenidamente.

       —Se lo agradecemos, profesor —murmuró—. Espero que comprenda que nos enfrentamos a un enemigo muy poderoso.

       Ochanomizu inclinó levemente la cabeza a manera de saludo.

       —Sí, es un honor conocerlo, majestad —murmuró, sacando un pañuelo blanco de su saco—. Ya Cadmio nos explicó todo el asunto.

       En ese momento, las puertas de acceso al puente del Águila Real 32 se abrieron de golpe dando entrada al capitán Antilles, comandante de la fuerza expedicionaria. Tenía poco más de cincuenta años y presentaba el aspecto poco cariñoso de un bulldog humano.

       —Capitán —dijo Ochanomizu volviendo la vista hacia él—. ¿Cómo va todo?

       Cadmio miró al militar con indiferencia y luego regresó la mirada a la pantalla en espera de la reacción de Lazar.

       Antilles entró al campo de transmisión.

       —Bien, profesor —respondió el capitán—. Todavía no puedo creer en todo eso del viaje dimensional. Espero que estos extraterrestres nos traten bien. No en balde estamos arriesgando el pellejo para ayudarlos.

       El almirante Cariolano enarcó una ceja. ¿Quién demonios se creía ese tipo?

       Ochanomizu, que parecía entender lo que Cariolano estaba pensando, intervino para tratar de aliviar la situación.

       —Capitán Antilles —hizo gesto con la mano mostrando a Lazar—. Él es uno de los lideres de la Alianza Estelar.

       Lazar asintió con la cabeza, mostrándose amigable.

       —Le agradecemos su ayuda, comandante.

       —Veo que tienen bastantes naves —observó Antilles—. Me parece que extraño que no hayan podido vencer al tal N´astarith.

       Astroboy, Dai, Ranma y los otros, con excepción de Hyunkel, se acercaron hasta la pantalla atraídos por la conversación.

       —No es tan sencillo, comandante —le aseguró Lazar con las manos entrelazadas delante de él—. Créame que los hemos intentado sin resultado. El enemigo es sumamente poderoso.

       Antilles le dedicó una mirada llena de escepticismo por no decir de desconfianza. A pesar de que había visto los videos donde se mostraba la manera en como aquel Devastador Estelar imperial extraterrestre había acabado con los cazas terrícolas de su mundo, le costaba bastante trabajo creer que aquella enorme armada de naves de guerra fuera incapaz de hacer algo.

       Por unos momentos, Antilles pensó que todo aquello no era más que una farsa. Que de un momento a otro aquellos extraterrestres lo iban a tomar preso y a destruir a todos sus pilotos ahí mismo para luego regresar a la Tierra a invadirla. Ciertamente, sentía desconfianza de todos, incluyendo el profesor Ochanomizu y Astroboy.

       —Lo veo algo tenso, comandante —observó Cariolano con suspicacia—. ¿Le ocurre algo?

       En realidad, al viejo almirante de la flota aliada tampoco le daba confianza el comandante Antilles. Había algo en su actitud que lo le acababa de convencer.

       Antilles, por su parte, volvió la mirada hacia él para observarlo con aburrimiento.

       —Estoy bien, sólo agotado —dijo en un tono sin emoción—. Mis hombres están cansados también y deseo saber sí existe un sitio donde puedan hospedarlos.

       Cariolano volvió la vista hacia Lazar. Sí los cálculos no le fallaban, debía haber al menos unas doscientas mil naves con todo lo que ello implicaba. En el Churubusco había espacio para albergar a 30 millones de tripulantes, pero ya mantenían a miles de refugiados de diferentes mundos y estaban algo escasos de espacio libre.

       El almirante Aliado volvió la vista hacia Cadmio en busca de ayuda, pero el Caballero Celestial sólo se limitó a encogerse en hombros como sí no le importara el problema.

       Lazar reflexionó antes de hablar.

       —Pueden desembarcar en nuestra nave, pero estamos algo escasos de espacio así que no podemos garantizarle un sitio amplio para todos.

       Antilles miró a Ochanomizu y Astroboy con el rabillo del ojo y tras un instante de silencio asintió.

       —Está bien, mis hombres son soldados no turistas, bastara con un sitio donde puedan dormir y algo de comer.

       —De acuerdo, lo esperamos para reunirnos y exponerle nuestro plan de batalla —prosiguió Lazar—. Quizás pueda aportar alguna idea.

       El capitán Antilles hizo una especie de saludo militar, inclinó levemente la cabeza y se dio la media vuelta. Antes de retirarse del puente, se volvió hacia el profesor Ochanomizu.

       —Profesor, espero que estos extraterrestres no estén planeando nada turbio —le susurró—. Tenga cuidado.

       El profesor se limpió el sudor de la frente con su pañuelo sin acabar de asimilar lo dicho por Antilles. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, el comandante abandonó el puente.

       —Ese tipo es un idiota —murmuró Cadmio con desprecio.

       Dai y Astroboy se volvieron hacia él para mirarlo.

       —Oye, Cadmio, no seas grosero —le reprendió Cariolano—. Ellos están arriesgando tanto o más que nosotros.

       Hasta ese momento, el Celestial cayó en cuenta de que había una nave Águila Real fuera de la formación. «¿Se tratará de otra misión?», pensó él.

       —¿A dónde va esa nave? —preguntó sin darle importancia a las palabras del almirante.

       —¿Te refieres al Águila Real 4? —inquirió a su vez el rey Lazar—. Hace poco captamos más disturbios dimensionales, creemos que el imperio ha abierto una nueva puerta y… .

       —Perfecto, yo iré —le interrumpió Cadmio, provocando la sorpresa de todos sus acompañantes.

       —¿Qué que? —Poppu no podía creerlo, era absurdo, apenas acaban de regresar—. ¿No hablarás en serio?

       —Sí quieres te bajó de la nave, niño —le dijo el Celestial sin apartar la mirada de la pantalla—. No me interesa llevar lastre.

       Lazar y Cariolano se miraron entre sí, consternados.

       —Lo lamento mucho, Cadmio, pero Casiopea se hará cargo de la misión —declaró Cariolano con firmeza—. Regresa al Churubusco.

       En ese momento, la imagen en la pantalla visora de la nave de Cadmio se partió a la mitad. El rostro de Casiopea apareció a un costado de la imagen de Lazar y Cariolano. Casi simultáneamente, ocurrió lo mismo en la pantalla visora del puente de mando del Churubusco.

       —Cadmio, que bueno que regresaste —dijo la chica—. En este momento la princesa Leona, Lance, Eclipse y yo vamos a ir hacia otro universo para detener a los imperiales.

       —¿Qué cosa? —preguntó Cariolano exaltado, fulminando con la mirada a la Celestial—. ¿Cómo que la princesa Leona está contigo?

       Casiopea sonrió cínicamente.

       —Creo que ya debo irme —masculló mostrando una enorme sonrisa—. Nos veremos después.

       Atrás de la Celestial, Eclipse se encogió de hombros y alzó la vista al techo.

       —Genial, aquí vamos otra vez.

       Cadmio se levantó de su puesto y se acercó furioso a la pantalla.

       —¿Vas a ir acompañada de esos idiotas? —preguntó, apenas conteniéndose—. No se hable más del asunto, yo iré.

       Dai se acercó más a la pantalla para entrar en la conversación.

       —¿Leona?

       —Hola, Dai —lo saludó la princesa de Papunika apareciendo por un costado de Casiopea, agitando la mano—. Esta vez me toca a mí.

       —¿Qué cosa? —preguntó el chico—. Es demasiado peligroso.

       Cadmio le lanzó una mirada asesina a la princesa, pero Leona lo ignoró.

       —Nada de eso, princesita —estalló el Celestial—. Bájense de la nave ahora. —De pronto descubrió a su hermano menor al fondo de la pantalla—. Lance, ¿cómo diablos permites que se lleven a esa mocosa en la misión?

       Lance sonrió nerviosamente.

       —En realidad no me pidieron permiso.

       Cariolano estaba furioso. Aunque Leona viniera de otra dimensión, era considerara una dirigente y se debía garantizar su seguridad como se hacía con el resto de delegados que habitaban en elChurubusco. No podía permitir que arriesgaran su vida así como así. El comportamiento de Casiopea era imperdonable.

       —Casiopea, regresa de inmediato, es una orden —vociferó el almirante, provocando el sobresalto del rey Lazar.

       De pronto, la estática comenzó a inundar el lado de la pantalla que mostraba el rostro de la Celestial.

       —No escuchamos bien —declaró Casiopea—. Partimos enseguida… .

       No se escuchó nada más. La transmisión se interrumpió de golpe y Cariolano dio un fuerte golpe a la consola que tenía enfrente con el puño cerrado.

       —Malvada, chiquilla, voy a acusarte con tu padre —murmuró antes de girarse hacia sus oficiales—. Ordénenles al Águila Real 56 y 34 que eviten que la nave de Casiopea se vaya —se volvió hacia la imagen de Cadmio, pero antes de que pudiera decirle algo más, la transmisión se cortó.

       —Ese Cadmio—murmuró furioso—. Es un maldito engreído.

       Cuando la pantalla visora del puente se aclaró, mostró como la nave de Casiopea y Leona volaba a través de la flota de cazas de combate traídos por Cadmio con rumbo a espacio abierto. Cariolano no pudo evitar dar otro golpe en la consola con el puño.

       En el puente de mando del Águila Real 32, Cadmio se dirigió a los pilotos apresuradamente. Tenía poco tiempo antes de que la nave de Casiopea estuviera fuera de su alcance.

       —Sigan al Águila Rea 4 —ordenó.

       Los pilotos se miraron entre sí sin saber que hacer.

       —¡Hagan los que les digo! —vociferó Cadmio.

       Uno de los pilotos tragó saliva con dificultad y tomando los controles empezó a hacer girar la nave.

       Ranma, Ryoga, Moose, Ochanomizu y Poppu se quedaron boquiabiertos.

       —Oye, ¿qué te sucede? —preguntó Ranma atónito—. Acabamos de regresar y ya nos vamos de nuevo. Al menos hay que comer un poco.

       El Celestial lo ignoró por completo y se dirigió hacia su puesto donde se sentó en completo silencio.

       —Olvida eso, Leona podría estar en peligro —dijo Dai preocupado—. Debemos ir.

       Moose no parecía muy dispuesto.

       —Claro que no —masculló—. Yo ya tuve suficiente de esto, quiero bajar ahora.

       De pronto Poppu se acercó hasta Dai, mostrándose muy nervioso.

       —Oye, Dai, no hablarás en serio. Apenas acabamos de volver, necesitamos descansar un poco —hizo una pausa y volvió la mirada hacia el Caballero Inmortal en busca de ayuda—. ¿No es verdad, Hyunkel ?

       —Hay que ir —declaró Hyunkel con indiferencia—. Debemos ayudar en lo que sea posible.

       —Es verdad —asintió Astroboy, acercándose por un extremo—. Los enemigos a los que nos enfrentamos son muy poderosos.

       Poppu sacudió la cabeza. A su juicio, él era el único sensato en aquella nave.

       —¿Están locos? —preguntó a los cuatro vientos—. Necesitamos practicar más —hizo una pausa y se acercó a Ranma para sujetarlo por las ropas—. Esos sujetos son muy fuertes, ¿no lo recuerdan?

       Ranma se lo quitó de encima con una ademán.

       —¿Sabes? —le preguntó, cruzándose de brazos en una actitud de superioridad—. Me parece que no eres muy valiente que digamos.

       Poppu frunció el entrecejo, molesto con la crítica.

       —¿Qué dices? Por sí no lo sabes, en mi mundo yo soy reconocido como un guerrero muy valiente.

       El profesor Ochanomizu se limpió el sudor de la frente por tercer vez en lo que iba del viaje y se volvió hacia Cadmio.

       —¿A dónde vamos? ¿Qué sucede?

       El Caballero Celestial le dedicó una mirada fría, sonrió maliciosamente y dijo:

       —Mejor sujétate de donde pueda, gordito.

       Ochanomizu enarcó una ceja en tono pensativo, pero cuando la nave hizo un violento acelerón que lo derribó, entonces entendió a que se refería Cadmio con eso de «Mejor sujétate de donde pueda».

       La nave de Casiopea y Leona, el Águila Real 4, salió disparada hacia espacio abierto seguida de cerca por el Águila Real 32 y más atrás por las Águilas Real 56 34.

Águila Real 4.

       —¿Crees que lo logremos? —aventuró Lance, dirigiéndose a Casiopea.

       Ella se volvió para mirarle por encima del hombro.

       —Te preocupas demasiado —le dijo sonriendo. Volvió la mirada al frente—. Inicien el traslado.

       Los pilotos acataron la orden y la nave empezó a acelerar más y más. De pronto el orificio de luz que anunciaba el surgimiento de una puerta dimensional apareció frente a la nave.

       —Lo sabía —murmuró Eclipse—. Mi vocecita interna me dijo que no me levantara hoy.

       El Águila Real 4 atravesó la abertura dimensional, desapareciendo en su interior con brillante destello.

       La nave de Cadmio aceleró poniendo los motores al límite y consiguió introducirse a tiempo con unos cuantos centímetros de margen. Desgraciadamente, el Águila Real 56 y 34 no tuvieron tanta suerte, el agujero se cerró antes de que pudieran acercare lo suficiente para seguirlos.

       Gracias a la pantalla visora del puente de mando, Lazar y Cariolano habían sido testigos de todo lo ocurrido. El almirante bajó la mirada y apoyándose con los brazos en una consola sacudió la cabeza apesadumbrado.

       —Necios —murmuró.

       Lazar colocó una mano en su hombro.

       —No te preocupes, estarán bien —le tranquilizó—. Cadmio, Casiopea y los jóvenes que los acompañan son muy valientes y fuertes.

       Cariolano exhaló con preocupación.

       —Espero que así sea.

Santuario de Atena, Grecia
Casa de Tauro

       Aicila, Talión, Sombrío, los guerreros meganianos y los soldados imperiales se detuvieron a unos cuantos metros de la entrada del templo de Tauro. A diferencia de la Casa de Aries, el segundo templo en el camino hacía la cima de la montaña era bastante diferente. Había silencio.

       Seguro de que debía existir otro guerrero dentro de aquel templo, Sombrío envió a dos de sus soldados por delante para que investigaran. Sin embargo, apenas estos pusieron un pie dentro del templo, un enorme poder los arrojó hacia fuera haciendo pedazos sus armaduras de batalla. Todos siguieron con la mirada como los soldados sin vida se estrellaban en el suelo.

       Kadena llevó su rostro de regreso hacia el interior del templo justo a tiempo para ver como un enorme sujeto, revestido con una armadura dorada, aparecía por el umbral de la entrada. Se trataba de otro de los Santos de Oro.

       —Mi nombre es Aldebarán de Tauro —dijo el imponente santo dorado con voz fuerte—. No dejaré que nadie pase por esta casa sin el permiso de la diosa Atena.

       Aicila miró al Santo defensor del Santuario y sonrió. Sus ojos destellaron.

       —¿Con qué tú eres el guerrero que defiende este templo? —preguntó en un tono irónico.

       —Déjeme matarlo, déjame matarlo —le suplicó Sombrío con desesperación—. Por favor.

       La Khan de la Arpía miró a su compañero de reojo y alzó una mano.

       —Yo me encargaré de él —murmuró.

       Talión receló de la idea.

       —¿Crees que puedas con él? —le preguntó.

       Aicila no respondió y se adelantó al grupo con unos cuantos pasos.

       —Yo soy Aicila, Khan de la Arpía y servidora del imperio de Abbadón —declaró con firmeza—. Puedo darme cuenta de que no tienes mucho poder. Esto será sencillo.

       El Santo de Tauro se cruzó de brazos despreocupadamente.

       —¿Estás segura? No creas que porque eres una mujer tendré consideración.

       La guerrera imperial sonrió malévolamente.

       —Di lo que quieras, Aldebarán, pero no tienes idea de con quien te pones —frunció el entrecejo y desplegó una poderosa aura que hizo que sus cabellos se alzaran hacia arriba—. Te daré una lección, macho.

       Aldebarán arrugó la frente visiblemente sorprendido. A pesar del increíble poder que Aicila le estaba mostrando, no era capaz de sentir un aura en ella. Era algo sumamente extraño.

       El cuerpo de la Khan emitió un intenso resplandor y enseguida, una especie de avalancha de luz golpeó a Aldebarán arrastrándolo hacia atrás con los pies todavía en el suelo.

       Haciendo un esfuerzo, el Santo de Tauro consiguió detenerse. ¿Qué había sido eso? Miró sus manos y descubrió que su armadura estaba ardiendo.

       —¿Quién demonios eres en realidad? —le preguntó a Aicila apenas la vio delante de él—. ¿Por qué no puedo sentir tu cosmos?

       La Khan guerrera le obsequió una sonrisa burlona.

       —¿Cosmos? —murmuró divertida—. Te refieres a mi aura, ¿no es así?

       Aldebarán enarcó una ceja.

       —No puedo percibir ningún cosmos en ti, ¿pero cómo es eso posible? Nosotros, los Santos de Oro, somos los Santos más poderosos de todos y eso es porque hemos alcanzado el séptimo sentido que es nada menos que la esencia del principal cosmos.

       —Muéstrame el poder del que te jactas, hablador —le espetó Aicila a manera de desafío—. Vamos —hizo un gesto con la mano indicándole que la atacara—. Hazlo.

       El Santo de Oro frunció el entrecejo enardecido, apretó los puños y murmuró entre dientes:

       —¿Cómo te atreves a burlarte? —se cruzó de brazos—. Me las pagarás.

       De pronto, el pecho de Aldebarán se iluminó por una intensa luz dorada. A continuación, se abalanzó sobre Aicila y extendió ambos brazos con lo que le atacó una ráfaga de energía dorada.

       —¡Great Horn! (Gran Cuerno)

Continuará… .

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